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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (17 page)

BOOK: El hombre sombra
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James y yo nos miramos. Casi siento que ambos cruzamos los dedos.

La gente comete el error de pensar que los guantes de látex impiden que las huellas dactilares queden grabadas. En la mayoría de los casos, es cierto. Pero no siempre. Este tipo de guantes fue creado en un principio para que los cirujanos pudieran mantener un ambiente estéril durante las intervenciones quirúrgicas. Los guantes tienen que ajustarse como una segunda piel para que los cirujanos puedan utilizar sus instrumentos sin merma de precisión o sensibilidad. Esto, junto con la sutileza del material, hace que los guantes se adhieran a los surcos y las bifurcaciones de las huellas de la mano y los dedos. En algunos casos —pocos, pero no deja de ser posible—, cuando alguien se pone esos guantes y toca una superficie, puede quedar grabada una impresión, unas huellas utilizables. La cama de Annie es de madera. Es posible que los materiales empleados para limpiar la madera dejaran un residuo que retuviera unas huellas dactilares, incluso a través de los guantes usados por el asesino.

Es una probabilidad remota pero posible.

—Un excelente hallazgo —digo.

—Gracias.

Aceite y cojinetes, pienso. El único lugar donde James se comporta de forma legal es en el escenario del crimen.

El escenario está preparado. El asesino ha movido la cama para situarla en el ángulo preciso. Lo comprueba por última vez para asegurarse de que todo está perfecto. Luego mira a Annie, centrando su atención en ella.

Ésta es la primera vez que Annie se da cuenta. El asesino ha estado distraído mientras montaba el decorado. Annie tenía aún esperanzas. Pero cuando él la mira, ella lo comprende todo. Ve unos ojos sin horizonte. Unos ojos insondables, negros, que reflejan una voracidad ilimitada.

El asesino se percata de que Annie lo ha comprendido. Eso le estimula, como siempre. Ha logrado aniquilar la esperanza en otro ser humano.

Le hace sentirse como un dios.

James y yo hemos llegado simultáneamente a la misma conclusión. Estamos allí; vemos al asesino, vemos a Annie y a Bonnie con el rabillo del ojo. Percibimos el olor a desesperación. El tren funesto comienza a coger velocidad, picamos nuestros billetes y nos montamos en él.

—Miremos otra vez el vídeo —dice James.

Hago un doble clic en el archivo y contemplamos el montaje. El asesino se pone a bailar, hace cortes a Annie por todo el cuerpo, la viola.

La violencia de sus actos lo salpica todo de sangre, que el asesino huele, saborea, siente su viscosidad a través de su ropa. En cierto momento se vuelve para mirar a la niña. Bonnie está pálida y su cuerpo tiembla como si sufriera un ataque epiléptico. Eso crea para el asesino una sinfonía cuasi orgásmica de unas sensaciones exquisitas casi insoportables. Se pone a temblar, cada músculo de su cuerpo se crispa debido a la emoción y las sensaciones. Ésta es su mayor salvajada, violar a su presa, follarla hasta acabar con ella. La música, la sangre, las vísceras, los gritos y el terror. El mundo tiembla, y el asesino es su epicentro. Asciende hacia la cumbre y saborea el momento en que todo estalla en una luz de una intensidad cegadora, donde la razón y todo rasgo humano se desvanecen.

Es un momento efímero, el único en que la voracidad y la necesidad se funden y diluyen. Un breve instante de placer y alivio.

El asesino clava el cuchillo en Annie una y otra vez. Todo está cubierto de sangre, empapado en sangre, mientras el monstruo sigue ascendiendo, alzándose de puntillas sobre el pico de la montaña, estirándose todo lo que puede, alargando un dedo, no para tocar el rostro de Dios ni para convertirse en algo MÁS, sino para convertirse en nada, la nada más absoluta. El asesino echa la cabeza hacia atrás mientras su cuerpo tiembla sacudido por un orgasmo más potente de lo que es capaz de soportar.

Cuando todo termina, retorna la ira que está siempre presente.

Hay algo que me ha llamado la atención.

—Un momento —digo. Utilizo los controles del reproductor para rebobinar el vídeo. Luego vuelvo a pasarlo. Siento que algo me da vueltas por la cabeza. Arrugo el ceño, frustrada—. Hay algo que no encaja, pero no sé qué es.

—¿Quieres que lo revisemos fotograma por fotograma? —pregunta James.

Manipulamos los controles hasta que logramos, sino visionar el vídeo fotograma por fotograma, al menos a cámara lenta.

—Está ahí —murmuro.

James y yo nos inclinamos hacia delante, sin quitar ojo a la pantalla. Es hacia el final del vídeo. El asesino está de pie junto a la cama de Annie. Observo un movimiento, el asesino sigue junto a la cama de Annie, pero algo ha cambiado.

James es el primero en darse cuenta.

—¿Dónde está el cuadro? —pregunta.

Rebobinamos de nuevo el vídeo. El asesino está junto a la cama, y en la pared, a su espalda, hay un cuadro de un jarrón que contiene unos girasoles. Aparece otra imagen, el asesino sigue junto a la cama, pero el cuadro ha desaparecido.

—¿Qué ha hecho con él? —pregunto mirando el lugar donde estaba colgado el cuadro. Lo veo apoyado contra la mesita de noche volcada.

—¿Por qué lo quitó de la pared? —inquiere James. Se lo pregunta a sí mismo, no a mí.

Volvemos a pasar el vídeo. Vemos al asesino junto a la cama, el cuadro a su espalda, y vemos de nuevo al asesino junto a la cama, pero el cuadro ha desaparecido. Lo visionamos una y otra vez, la imagen del asesino, el cuadro, el cuadro que desaparece…

Más que ocurrírseme de golpe, la solución me acomete con una fuerza inusitada. Me deja noqueada, mareada.

—¡Joder! —grito, sobresaltando a James.

—¿Qué?

Rebobino de nuevo el vídeo.

—Observa con atención. Fíjate en la parte superior del cuadro, y cuando desaparezca observa el lugar que ocupaba en la pared.

El vídeo avanza y llegamos a la escena de marras.

—Yo no… —James frunce el ceño. Luego abre los ojos como platos—. Pero ¿es posible? —pregunta incrédulo. Vuelvo a rebobinar el vídeo.

No hay duda. James y yo nos miramos. Todo ha cambiado.

Ya sabemos por qué desapareció el cuadro. Había que eliminarlo porque el marco era una referencia. De la estatura de una persona.

El hombre que está inclinado sobre Annie mientras el cuadro sigue colgado en la pared mide unos cinco centímetros más que el hombre que aparece inclinado sobre ella después de haber retirado el cuadro.

James y yo habíamos llegado a la sala de máquinas del tren funesto y lo que habíamos contemplado allí nos había causado un impacto tremendo.

No había sólo un maquinista.

Sino dos.

15


T
IENEN razón —dice Leo mirándonos a James y a mí asombrado.

Ha terminado de examinar el vídeo.

—Esas imágenes están mal empalmadas.

Callie, Jenny y Charlie están presentes, agolpados alrededor del monitor. James y yo les hemos informado sobre la secuencia de los hechos que hemos visto, que culminan con este bombazo.

—Caray —exclama Jenny mirándome.

—¿Habíais visto anteriormente un caso semejante? —pregunta Charlie—. ¿A dos monstruos trabajando juntos?

Asiento con la cabeza.

—Una vez. Pero fue distinto. Era un equipo formado por un hombre y una mujer, el hombre era el elemento dominante. Es muy raro ver a dos hombres trabajando juntos. Lo que hacen es muy personal para ellos. Íntimo. A los hombres no les gusta compartir ese momento.

Todos se quedan callados, reflexionando sobre lo que acabo de decir. Callie rompe el silencio.

—Debemos comprobar si hay otras huellas, cielo.

—Debí pensar en ello —dice Jenny.

—Y que lo digas —apostilla James con un tono desagradable. Ha recuperado su personalidad de siempre.

Jenny le fulmina con la mirada. Él la ignora y se vuelve para observar a Callie.

Esta saca de su estuche un telescopio de rayos ultravioleta y sus accesorios. El telescopio utiliza una luz ultravioleta intensificada para detectar huellas dactilares. Emite una intensa luz del espectro ultravioleta. Esta luz se refleja de modo uniforme en las superficies planas. Cuando detecta una imperfección —como los surcos y las espirales de unas huellas dactilares—, la refleja también, realzándola sobre la superficie uniforme en la que se halla impresa. Con una cámara UVA se pueden obtener fotografías muy nítidas de esas imperfecciones, utilizables para cotejar e identificar huellas dactilares.

El telescopio incorpora en la parte superior un dispositivo que protege los ojos de los rayos UVA, un emisor de rayos UVA y una cámara sostenida manualmente de alta resolución de rayos UVA. El telescopio no siempre da resultado, pero la ventaja de probarlo es que no daña la superficie que examinas. Polvo, pegamento… Una vez aplicadas esas sustancias, no puedes eliminarlas. La luz las deja tal como las encontraste.

—Estoy lista —dice Callie. Parece un personaje de una película de ciencia ficción—. Apagad las luces.

Charlie le da al interruptor y observamos a Callie tumbarse de espaldas y meterse debajo de la cama. Vemos el resplandor del emisor de rayos UVA al pasar sobre la superficie de los pies de la cama. Tras una pausa, oímos unos clics. Más clics. La luz del emisor se apaga, Callie sale de debajo de la cama y se levanta. Charlie enciende las luces.

Ella sonríe.

—Tres estupendas huellas dactilares de la mano izquierda, dos de la derecha. Claras y nítidas, cielo.

Por primera vez desde que Callie me llamó para contarme lo de la muerte de Annie, siento otra cosa aparte de rabia, dolor y frialdad. Siento una excitación.

—Genial —digo mirándola y sonriendo.

Jenny se vuelve hacia mí.

—Reconozco que sois increíbles, Smoky —dice moviendo la cabeza con gesto de perplejidad.

Estamos montados en el tren funesto, Jenny, pienso, y éste nos conduce a los errores cometidos por los asesinos.

—Una pregunta —interviene Alan—. ¿Cómo es posible que nadie se quejara de la música? Estaba a todo volumen.

—Yo puedo responder a esa pregunta, cielo —contesta Callie—. Callad y escuchad.

Todos guardamos silencio y lo percibimos al instante. El ruido estrepitoso y grave de unos bajos mezclado con el sonido agudo de otros instrumentos, que proviene de diversos lugares en los pisos superiores e inferiores.

Callie se encoge de hombros.

—En este edificio viven personas jóvenes y parejas, y a algunos les gusta escuchar la música a todo volumen.

Alan asiente con la cabeza.

—Coincido contigo. Segundo punto —dice señalando la habitación—. Lo pusieron todo perdido. Es imposible que no salieran de aquí cubiertos de sangre. Antes tuvieron que limpiarse. El baño está intacto, por lo que deduzco que se lavaron aquí y luego lo limpiaron. —Alan se vuelve hacia Jenny y pregunta—: ¿Han examinado los de la Unidad del Escenario del Crimen las tuberías?

—Se lo preguntaré. —De pronto suena su móvil y ella contesta—: Chang. ¿De veras? —pregunta mirándome—. Se lo diré enseguida.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Era el policía que he apostado en el hospital. Me ha dicho que Bonnie ha hablado. Tan sólo una frase, pero el hombre supuso que querrías saberlo.

—¿Qué ha dicho Bonnie?

—«Quiero que venga Smoky.»

16

J
ENNY me condujo al hospital a toda velocidad, utilizando la sirena para pasar con los semáforos en rojo. Ni ella ni yo despegamos los labios en todo el trayecto.

En estos momentos estoy junto a la cama de Bonnie, mirándola al tiempo que ella me mira a mí. De nuevo me sorprende el gran parecido que guarda con su madre. Es increíble. Acabo de contemplar el vídeo de la muerte de Annie pero ahora mismo me está mirando, viva a través de su hija.

—Me han dicho que querías verme, tesoro —digo sonriendo a Bonnie.

La niña asiente, pero no dice nada. Comprendo que ahora mismo no dirá nada. La mirada ausente y conmocionada ha desaparecido de sus ojos, pero ahora reflejan otra expresión no menos profunda. Una expresión distante, impotente, intensa.

—Tengo que hacerte dos preguntas, tesoro. ¿Te parece bien?

Bonnie me mira con recelo, aprensiva, pero asiente con la cabeza.

—Había dos hombres malos, ¿no es así?

Bonnie me mira asustada. Le tiembla el labio. Pero asiente de nuevo.

Sí.

—Muy bien, tesoro. Una última pregunta y no volveremos a hablar de ello de momento. ¿Viste la cara de alguno de ellos?

Bonnie cierra los ojos. Traga saliva. Abre los ojos y niega con la cabeza.

No.

Suspiro. No me sorprende, pero me siento frustrada. Ya volveré sobre ello más tarde. Tomo la mano de Bonnie.

—Lo siento, cariño. Querías verme. No tienes que decirme lo que quieres si no puedes hablar. Pero ¿puedes indicármelo?

Bonnie sigue mirándome. Parece buscar algo en mis ojos, algo que la tranquilice. No puedo adivinar por su expresión si lo ha encontrado o no. Pero asiente con la cabeza.

Luego alarga el brazo y toma mi mano. Espero unos momentos, pero ella no hace nada más. Entonces lo comprendo.

—¿Quieres venir conmigo?

Bonnie asiente de nuevo.

En mi mente se agolpa un millar de pensamientos. Sobre que no estoy capacitada para cuidar de mí misma y menos de una niña. Que en estos momentos estoy ocupada en un caso y no puedo ocuparme de ella. Por más que pienso en esas cosas, ninguna tiene importancia. Sonrío y le aprieto la mano.

—Tengo que hacer unas cosas, pero en cuanto esté lista para marcharme de San Francisco vendré a recogerte.

Bonnie sigue mirándome a los ojos. Al parecer ha encontrado lo que buscaba en ellos. Me aprieta la mano y luego la suelta, vuelve la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos. Yo la observo durante unos instantes.

Salgo de esa habitación sabiendo que ha ocurrido algo que ha cambiado mi vida. Me pregunto si es positivo o negativo, pero sé que ahora mismo eso es lo de menos. No se trata de si es positivo o negativo, sino de sobrevivir. Eso es lo que nos importa en estos momentos a Bonnie y a mí.

Jenny y yo nos dirigimos de nuevo al cuartel general de la policía de San Francisco. En el coche reina un denso silencio.

—¿De modo que vas a llevártela? —me pregunta al cabo de un rato, rompiendo el silencio.

—Sólo me tiene a mí. Quizás ella sea todo lo que tengo yo.

Jenny reflexiona sobre mis palabras. Esboza una pequeña sonrisa.

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