—Eso es bueno, Smoky. Muy bueno. No puedes dar a esa niña en adopción. Es demasiado mayor. Nadie la adoptaría.
Me vuelvo para mirarla. Intuyo algo oculto en sus palabras, un trasfondo que no logro adivinar. Arrugo el ceño. Jenny me dirige una mirada tensa. Luego se relaja y suspira.
—Yo era huérfana. Mis padres murieron cuando tenía cuatro años y me crié en un orfanato. En aquel entonces nadie quería adoptar a una niña china.
La miro sorprendida y asombrada.
—No tenía ni idea.
Ella se encoge de hombros.
—No es algo que comparta con mucha gente. No voy por ahí diciendo «Hola, me llamo Jenny Chang y soy huérfana». No me gusta hablar de ello. —Me mira, poniendo de relieve que este momento no es una excepción—. Pero te diré que has hecho bien. Muy bien.
Pienso en eso y comprendo que Jenny tiene razón.
—Sí, tengo la sensación de haber hecho lo que debía. Me dijeron que Annie dejaba a la niña bajo mi custodia. Aún no he visto su testamento. ¿Es cierto que el asesino lo dejó junto a su cadáver?
—Sí. Está en el expediente.
—¿Lo has leído?
—Sí. —Jenny hace otra pausa. Otra de esas pausas prolongadas y meditabundas—. Lo ha dejado todo en tus manos, Smoky. La auténtica beneficiaria es su hija, pero te ha nombrado albacea testamentaria y administradora de sus bienes. Debisteis ser muy amigas.
Esa verdad me hiere profundamente.
—Annie era mi mejor amiga —respondo—. Desde el instituto.
Jenny calla durante unos momentos. Cuando vuelve a abrir la boca es para decir dos únicas palabras, pero que contienen todo lo que quiere transmitirme:
—Qué mierda.
Qué mierda este puto mundo, la puta injusticia y lo que te ocurrió a ti, el asesinato de tu hija, el asesinato de tantos niños, que se vaya todo a la mierda hasta que esté muerto y enterrado y se convierta en polvo y desaparezca para siempre. Eso es lo que dice Jenny.
—Gracias —respondo agradecida.
—
¿Q
UIERES la versión completa o la abreviada? —pregunta Alan abriendo la carpeta que contiene la autopsia.
—La versión abreviada. Por favor.
—Éstos son los datos básicos. El asesino o los asesinos la violaron, antes y después de muerta. El asesino o los asesinos le infligieron unos cortes con una hoja afilada antes de que Annie muriera, la mayoría de ellos no fueron mortales.
Es un suplicio, pero asiento con la cabeza para indicar a Alan que siga.
—La causa de la muerte es desangramiento. Annie murió desangrada debido a que le seccionaron la yugular. —Alan echa un vistazo a una de las páginas que contiene la carpeta—. Después de que muriera, y ellos terminaran de divertirse con su cadáver, le abrieron la cavidad torácica. Le extirparon los órganos internos y los colocaron en unas bolsas, que dejaron junto al cadáver. —Alan me mira—. La policía encontró todos los órganos, salvo el hígado.
—Probablemente se lo llevaron —tercia James en el silencio que se produce—. O se lo comieron.
Trato de reprimir un escalofrío al oír esas palabras. Estoy segura de que James tiene razón.
—El examen de las heridas indica que son semejantes a las causadas con un bisturí, lo cual encaja. Porque el forense dice que le extirparon los órganos con extremada habilidad. No sólo se los quitaron, sino que sabían dónde se hallaban y cómo sacárselos intactos. No sólo separaron el intestino delgado y el intestino grueso, sino que los dividieron en las partes que los integran. Tres en el caso del intestino delgado, cuatro en el del intestino grueso.
Tras pensar en ello unos instantes, pregunto:
—¿El asesino, perdona, los asesinos diseccionaron otros órganos de esa forma?
Alan mira la carpeta y niega con la cabeza.
—No —responde alzando la vista y mirándome—. Lo hicieron para demostrar su habilidad.
—Eso está bien —contesto con tono sombrío.
Leo me mira incrédulo.
—¿Qué está bien?
Alan se vuelve hacia él y responde a la pregunta que éste me ha hecho:
—Smoky se refiere a que es más fácil atrapar a esos tipos si cometen alguna equivocación. Si lo hicieron para demostrar su habilidad, significa que el asesinato en sí mismo no les bastaba. Querían atraer nuestra atención. Lo cual significa que no se andarán con tanta cautela como deberían. De modo que es más probable que cometan errores.
—Dicho de forma más simple, chico —dice Callie—, significa que están más chalados de lo que pensábamos, y eso aumenta las posibilidades de que metan la pata.
—Entiendo —responde Leo, pero muestra una expresión un tanto desconcertada mientras piensa en ello. Entiendo. Es difícil considerar el hecho de que dos psicópatas diseccionen unos órganos humanos como un elemento positivo. Supongo que Leo se pregunta si le merece la pena analizar el tema.
—Después de extirpar los órganos —prosigue Alan— dejaron la cavidad torácica abierta y ataron a Bonnie al cadáver. —Cierra la carpeta—. El forense no halló restos de semen, pero sí restos de látex en la vagina.
Los asesinos habían utilizado condones para no dejar su ADN.
—Nada más. No ha encontrado huellas dactilares sobre el cadáver ni dentro del mismo. Esto es todo.
—Entonces, ¿qué tenemos?
James se encoge de hombros.
—Miremos el resto del cuadro. No había ninguna herida tentativa. Esos tíos sabían lo que hacían cuando abrieron el cadáver. Quizás uno de ellos haya estudiado medicina. Es probable.
—O tienen mucha práctica —murmura Callie.
—¿Qué más sabemos? —pregunto mirándolos a todos. Al oírme decir eso Alan saca un bloc de notas y un bolígrafo. Forma parte de nuestra rutina. Se prepara para tomar nota de cualquier pensamiento o reflexión.
—Sabemos que ambos son varones y de raza blanca —contesta Callie—. Uno mide cerca de un metro ochenta de estatura y el otro un metro setenta y cinco aproximadamente. Ambos están en forma.
—Han tenido cuidado —dice Alan—. Conocen los rudimentos de la transferencia y han tomado precauciones para evitarla. No se han encontrado pelos, fragmentos de piel ni semen.
—Pero no son tan listos como creen —digo—. Tenemos las huellas que dejaron en la cama. Y sabemos que eran dos.
—Ése es el problema, ¿no? —ironiza Alan—. Si conocieran el tema de la transferencia, sabrían que siempre se produce.
Alan se refiere al Principio de Locard. Locard es considerado el padre de la ciencia forense moderna, y todos conocemos el principio de memoria: «Cuando dos objetos entran en contacto, siempre se produce una transferencia de material de un objeto al otro. Dicho material puede ser pequeño o grande, y difícil de detectar; no obstante, siempre se produce, y el equipo investigador tiene el deber de recoger todo ese material, por pequeño que sea, y demostrar la transferencia».
Nuestros asesinos procedieron con cautela. La ausencia de semen es muy revelador. Muestra un gran control. Con la aparición de libros detectivescos, programas de televisión y el virus de inmunodeficiencia humana, el uso de condones por parte de los violadores ha aumentado. Pero sigue siendo raro. Una violación simboliza el poder sexual y la humillación. Los violadores obtienen un subidón debido a la intensidad de la sensación que les produce. Los condones son engorrosos y reducen esa sensación. Jack Jr. y su amigo los utilizaron, demostrando la validez del argumento de Alan.
—Sabemos que esos tíos no son perfectos —dice James—. Muestran una clara debilidad, el afán de exhibirse y el deseo de confundirnos. Eso es muy arriesgado y crea la posibilidad de que cometan un desliz.
—De acuerdo. ¿Qué más?
—Al menos uno de ellos posee conocimientos técnicos —interviene Leo—. No necesitas saber de astronáutica para montar un vídeo, pero la forma en que lo hicieron demuestra cierto grado de competencia. No es algo que el usuario medio de informática sepa hacer.
—Creemos que viven en Los Ángeles, ¿no es así? —pregunta Callie.
Yo me encojo de hombros.
—Nos basamos en esa premisa. Pero es algo que sospechamos, no que sepamos con certeza. Pero conocemos al tipo de víctima que eligen. Ellos mismos nos lo han dicho, se proponen atacar a otras mujeres parecidas a Annie. —Me vuelvo hacia Leo y le pregunto—: ¿Cómo la llamaban en la carta?
—«Una puta moderna de la superautopista de la información.»
—¿Qué os parece? ¿Cuántas mujeres de esas características existen?
Leo tuerce el gesto.
—Miles, en todo Estados Unidos. Quizás un millar si nos circunscribimos a California. Pero ése no es el único problema. Mirémoslo desde este punto de vista: cada chica que tenga una página web es en principio una trabajadora independiente. Aunque algunas están esponsorizadas bajo el paraguas de una sola compañía, muchas hacen lo que su amiga Annie. Diseñan, mantienen y gestionan su propia página web. Es un negocio de una sola persona, con una sola empleada. Y no existe una cámara de comercio para ese negocio. Hay listas de ese tipo de páginas web en numerosos lugares, pero no existe un consorcio.
Reflexiono sobre esta mala noticia. De pronto se me ocurre algo.
—De acuerdo, pero también podemos mirarlo desde otro punto de vista: en lugar de investigar a todas las personas metidas en este tipo de actividad, busquemos los lugares donde los asesinos pudieron haber hallado a Annie. Dice que hay unas listas de ese tipo de páginas web, ¿no es así?
Leo asiente con la cabeza.
—No es probable que Annie figure en todas esas listas. Podemos buscar las listas en las que aparece y luego limitar el campo de acción a las otras mujeres que aparecen en ellas.
Leo mueve de nuevo la cabeza, pero no para mostrar su conformidad.
—No es tan sencillo. ¿Y si los asesinos la encontraron utilizando un buscador? En tal caso, ¿qué palabra o frase utilizaron? Por otra parte, la mayoría de personas que tienen una página web como Annie crean webs reducidas, gratuitas, que contienen unas cuantas fotografías y un enlace con su página web principal. Como una muestra de la mercancía, para que si al cliente le apetece, entre en la tienda a comprarla. Los asesinos también pudieron haber hallado una página web de este tipo.
—Por no mencionar el hecho de que pudieron haber dado con Annie a través de ti —dice Callie como si le costara reconocerlo.
Yo la miro indicando que coincido con ella. Tras lo cual emito un suspiro de desánimo.
—¿De modo que la Red no nos sirve de nada?
—No exageremos —contesta Leo—. Podemos examinar la lista de suscripción de Annie. Las personas que pagaban para visitar su área «reservada a los suscriptores».
Eso me parece interesante. Alan asiente con la cabeza.
—De acuerdo —dice Alan—. ¿No fue así como atraparon a los cabrones implicados en la pornografía infantil?
—Sí —responde Leo sonriendo—. Existen muchas leyes y controles en lo referente al procesamiento de órdenes de pago mediante tarjetas de crédito. Las compañías mantienen archivos bastante precisos. Lo mejor es que la mayoría de ellas disponen de un control automático para verificar las señas de los usuarios. A la hora de registrarse las señas indicadas tienen que coincidir con las señas del titular de la tarjeta que consta en los archivos de las compañías.
—¿Sabemos cuántos suscriptores tenía Annie?
—Aún no. Pero no será difícil averiguarlo. Necesitamos un mandamiento judicial, pero la mayoría de esas compañías no oponen reparos. No creo que tengamos ningún problema.
—Quiero que se ocupe de eso cuando regresemos —digo a Leo—. Alan le ayudará a obtener la orden judicial. Consiga la lista y empiece a examinarla. También quiero que analice el ordenador de Annie en busca de cualquier cosa que pueda representar una pista. Quizás ella notó algo que le chocó y tomó nota de ello…
—De acuerdo. Investigaré también sus correos electrónicos. Dependiendo de quién sea su proveedor, es posible que guarden todavía unas copias de cualquier cosa reciente que no figure en su ordenador.
—Muy bien.
—Otra cosa —tercia Jenny—. Los asesinos se tomaron muchas molestias para hacernos creer que sólo había uno.
—Quizás esperaban confundirnos más tarde con el hecho de que son dos —respondo—. No lo sé. Aún no he analizado ese extremo —digo meneando la cabeza—. En última instancia, tenemos algo con que trabajar. Las huellas dactilares. ¿Ya las han analizado? —pregunto volviéndome hacia Callie.
—Cuando terminemos aquí y regresemos a Los Ángeles enviaré las huellas a AFIS y les pediré que las cotejen. Pueden cotejar un millón de huellas en un par de minutos, de modo que tardaremos unas pocas horas en tener resultados.
Eso es lo que más nos alegra a todos. Podría ser muy sencillo. El AFIS, sistema automatizado de identificación de huellas, es una herramienta fantástica. Con suerte, atraparemos a esos tipos dentro de poco.
—Ocupémonos de eso enseguida.
—Smoky, ¿qué habéis deducido tú y James sobre los asesinos? —pregunta Callie.
—Sí, dínoslo —murmura Alan. Ambos me miran, aguardando.
Yo sabía que me lo preguntarían; siempre lo hacen. Me monté en el tren funesto y vi a los monstruos, al menos a uno. Callie y Alan quieren saber qué vi.
—Todo se basa en intuiciones y conjeturas —respondo.
Alan hace un ademán de protesta.
—Vale, vale. Siempre nos das esa excusa tan tonta. Dínoslo de una vez.
Yo le miro sonriendo, me reclino en la silla y fijo la vista en el techo. Cierro los ojos para recopilar todos los datos. Para aproximarme a los monstruos y percibir su olor.
—Constituyen una pequeña amalgama. Aún no los he separado. Son… muy listos. No es que se hagan los listos, sino que lo son. Al menos uno de ellos tiene estudios superiores. —Miro a James—. Posiblemente haya estudiado medicina. —Él asiente con la cabeza—. Procedieron sistemáticamente, lo planearon todo con precisión. Dedicaron muchas horas a estudiar los aspectos forenses para no omitir nada. Ésta es una parte muy importante para ellos. Jack el Destripador fue uno de los asesinos en serie más famosos de la historia. ¿Por qué? Para empezar, nunca lograron atraparlo. Nuestros asesinos siguen sus pasos, en este y otros aspectos, imitándole. Jack el Destripador se burlaba de la policía, y ellos pretenden hacer lo mismo. Las víctimas del Destripador eran prostitutas, y ellos persiguen a lo que consideran unas prostitutas modernas. Imagino que habrá otros paralelismos.
—El narcisismo probablemente sea uno de ellos —apostilla James.