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Authors: Gonzalo Giner

El jinete del silencio (4 page)

BOOK: El jinete del silencio
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—¿He de suponer que es el nombre de su padre? No tengo el gusto de conocerlo…

Isabel no respondió, pero adoptó una mirada pacificadora. No quería dar pie a otra discusión y ya había decidido en su momento no revelarle nunca la identidad del padre. Confiaba más bien poco en sus posibles reacciones.

—Comeré algo para reponer fuerzas y buscaré quien me pueda llevar hasta la hacienda. Pero esta noche volveré...

Miró al niño, lo besó y lo arropó bien. Yago se estremeció al sentirla y en ese momento, quizá molesto por algo, abrió la boca con intención de llorar, pero esta vez, si lo hizo, fue en silencio. Isabel lo acunó en sus brazos bajo la suspicaz mirada de su hermana.

—Los niños necesitan cariño, pero ya verás cómo lo devuelven. Cuando lo haga, se te olvidarán todas esas tonterías...

Aurelia pensó que con sacarle adelante ya tenía suficiente, el cariño lo dejaba para su madre.

V

Luis Espinosa sabía cómo hacer dinero.

La bodega que explotaba la familia de su mujer desde hacía algo más de dos siglos disfrutaba de una merecida fama entre los amantes del buen vino. Sin embargo, desde que don Luis había conseguido formar parte de la corte imperial de Carlos V, la producción se había visto multiplicada por diez.

Don Luis Espinosa representaba todas las virtudes y pecados de la nobleza sin pertenecer a ella. La falta de antepasados ilustres, en su caso, era compensada con una desmedida ambición y una insaciable sed de riqueza. Por eso, a sus treinta y dos años ya era caballero veinticuatro de la ciudad de Jerez y capitán de un escuadrón de caballería ligera destinado a la protección y escolta del Emperador.

Los veinticuatro era una institución del gobierno de la ciudad, formada casi exclusivamente por nobles, encargada de administrar y reglamentar el devenir de sus inversiones y servicios. Por sus manos pasaban prácticamente todas las decisiones importantes y mucho dinero. El Rey elegía al corregidor y al asistente, y los veinticuatros eran seleccionados por la propia nobleza local para defender sus intereses en el cabildo.

Para conseguir tales privilegios, don Luis se había casado con la mujer adecuada, hija de una de las mejores familias de Jerez, y había cultivado de forma interesada un nutrido grupo de amistades, entre ellas la del gran duque de Medina Sidonia, cuyo poder e influencia eran enormes. Él puso de su parte inteligencia, pocos escrúpulos y una gran destreza con los caballos, habilidad que había aprendido por sí mismo. Con todos aquellos ladrillos se fue construyendo una buena reputación que un poco más tarde fue catapultada cuando surgió la oportunidad de cubrir la plaza de responsable de la Guardia Real, gracias a la recomendación del de Sidonia.

Ese destacamento de caballería tenía una merecida fama gracias a sus excelentes caballos; ejemplares únicos envidiados por el resto de las Guardias Reales de otras cortes europeas. El brío y gallardía de los que don Luis dirigía era sin duda uno de sus sellos distintivos, como también su capa siempre blanca. La estampa elegante, proporcionada y hermosa daba fe de la noble tierra donde habían nacido: Andalucía.

Pero don Luis no solo era soldado. Trabajar tan cerca del Emperador, al que todos llamaban César, había facilitado que sus vinos se expandieran por las ciudades que formaban parte del Imperio.

La alegría de Laura cuando vio aparecer de forma inesperada a su marido esa mañana hizo que no se despegara de él ni un solo minuto durante el resto del día. Entre abrazos y besos, con la emoción a flor de piel, se propuso sacarle todos los pormenores de su prolongada ausencia, cuáles habían sido sus destinos, qué ciudades nuevas había conocido o con qué dificultades se había encontrado.

Mientras escuchaba, no podía evitar que sus manos lo buscasen para acariciar fugazmente su barba o para unirse a las suyas mientras sus ojos explotaban de emoción. Ella necesitaba a su marido. A su lado todo era diferente.

La mañana se esfumó sin apenas darse cuenta, a caballo entre las vivas narraciones de los hechos de guerra que le habían ocupado esos meses y las principales noticias surgidas desde aquellas lejanas cortes europeas. Antes de comer, sus cuerpos se encontraron llenos de ansiedad el uno del otro. Reposaron un rato antes de bajar al comedor, y una vez terminado el almuerzo, decidieron dar una vuelta a la hacienda para ver el estado de los viñedos y el resto de las plantaciones.

—Fíjate que te fuiste a primeros de febrero y la vendimia está recién terminada; demasiado tiempo para una mujer que vive enamorada de ti como el primer día. —Ella le besó en la mejilla perdida de amor.

Don Luis la envolvió en sus brazos.

Frente a ellos se divisaba la campiña ahora desnuda de racimos, pero fértil y hermosa. El hombre inspiró una bocanada de aquel aire tibio con auténtica devoción. El aroma a viñedo y a tierra, a hojarasca mojada, a olivares, resultaba ser la suma de fragancias que más añoranzas le traía.

—Siento mis ausencias tanto como lo haces tú. Pero ¿qué puedo hacer si es el Emperador quien está siempre de viaje? —Adoptó un gesto de resignación—. Por lo menos, de este último vengo con noticias interesantes, muy interesantes para nosotros… —Su gesto cambió de golpe. Laura reconoció una expresión muy suya, esa que siempre aparecía cuando tenía algo que de verdad le entusiasmaba.

—¿La noticia es que te ausentarás más tiempo que en anteriores ocasiones? —apuntó con cierta maldad. Luis buscó un banco de piedra, le indicó que se sentaran y la cogió de las manos.

—Me quedaré contigo al menos seis meses. El Emperador tiene muchos negocios pendientes y quiere estar en Valladolid. No me moveré de tu lado, no sin haber visto fraguar el proyecto que hemos de poner en marcha… —Retomó la intención de sus palabras y guardó un deliberado silencio para crear un clima de misterio.

—El año pasado decidimos ampliar la bodega. —Doña Laura creyó que tendría que ver con el negocio del vino—. ¿Qué se te ha ocurrido ahora, plantar más viñedos, cambiar las barricas, abrir nuevos mercados?

Él se mordió un labio aguantándose las ganas de hablar. Conocía demasiado bien a Laura para darle una noticia como aquella de golpe, sin explicar primero las circunstancias.

—Antes, déjame ponerte en antecedentes…

Se trasladó con sus palabras hasta la conquista de Granada y al periodo de paz que le siguió para justificar el declive de los caballos de guerra que después de la contienda ya no se necesitaban. Como consecuencia, empezó a predominar la cría de mulas al ser animales mucho más duros para el trabajo en el campo y más baratos de mantener.

Su mujer esperaba con curiosidad el destino de tanto prolegómeno, pero Luis no parecía estar dispuesto a saltarse determinados pasos. Le dio algunas cifras, mencionó el valor actual de un buen ejemplar y continuó con algunos detalles más sobre los efectos que había tenido tanto cambio en la preocupante reducción del número de caballos. Laura conocía las leyes que Isabel y Fernando habían promulgado en ese sentido, prohibiendo que se echaran burros a las yeguas bajo severos castigos, pero no sabía a dónde quería llegar su marido.

—De momento no veo qué negocio puede haber en todo eso... —La mujer deshizo su laborioso peinado y dejó caer sobre los hombros su larga y oscura melena. No se trataba de falta de interés por la conversación, pero era consciente de las escasas oportunidades que tenían para amarse, y aunque lo acababan de hacer pocas horas antes, volvía a desearle—. Hace fresco… ¿No te parece que estaríamos mejor en nuestro dormitorio?

Don Luis se sintió un tanto defraudado por el escaso interés que había suscitado su conversación, pero la sugerencia fraguó el poder del deseo en él. Un apasionado beso, bajo la sombra de un centenario roble, les animó a buscarse en caricias, y casi al instante decidir que necesitaban más intimidad. Ella se levantó con determinación y tiró de él para volver a casa. Luis se dejó llevar, pero en su gesto, Laura identificó un aire de inquietud. Conociéndolo, imaginó de qué se trataba.

—Querido, no me has terminado de contar ese buen negocio… ¿De qué se trata?

Don Luis retomó con gusto el argumento anterior, con la vista de los edificios al fondo del camino.

—Te cuento, sí. Verás qué interesante es. —Sus ojos brillaron de emoción—. Han llegado a mis oídos ciertas noticias que podrían convertir una actividad que hoy es menor en un gran negocio…

Laura no pudo evitar que a su pensamiento acudiera Martín Dávalos, socio de su marido, sobre cuya relación y actividades mantenía más que oscuras sospechas.

—Espero que no se trate de otro turbio tejemaneje con ese amigo tuyo. —No le dejó hablar—. Sé que te pareceré demasiado insistente en ese asunto, pero es que me gusta muy poco lo que hacéis… —Su amor por él no impedía que las dudas le asaltaran con demasiada frecuencia.

—No sé por qué piensas eso. ¿Acaso te he dado algún motivo para que pongas en cuarentena mi honestidad? —Luis no ocultó su ofendido ánimo.

—En tus negocios no sé si actuarás bien o mal, pero todavía me preocupan más tus largas ausencias… Tantas mujeres hermosas fijándose con toda seguridad en ti, en una y otra corte, con tantas fiestas y recepciones a las que acudes. Y tú tan solo. —Hizo una larga pausa antes de decidirse a hablar—. La verdad es que además me han llegado ciertos rumores, y no me gustan.

—Habladurías…

Acababan de entrar en la alcoba y nada más cerrar la puerta, ella lo miró a los ojos en busca de alguna señal de verdad en su mirada, pero, como tantas otras veces, no la pudo encontrar.

—Siempre te he sido fiel, debes creerme.

Laura había oído hablar de una mujer en Milán, pero prefirió no hacer la referencia concreta para evitar una discusión, además, no disponía de pruebas firmes. Era consciente de la urgencia y casi obsesión de su marido por tener descendencia, y ella no deseaba otra cosa que dársela, por consiguiente, no les quedaba más que intentarlo, y qué mejor situación que esa...

—Está bien, te creeré.

La mujer recibió como respuesta un nuevo beso que la dejó anulada. A pesar de sus dudas, tenía que reconocer que como hombre le encantaba y no deseaba otra cosa que satisfacerle y hacerlo feliz.

—Cuéntame si quieres en qué consiste ese nuevo negocio que tenemos que iniciar.

—El mejor de todos, Laura. En este viaje he tenido la suerte de conocer a un hombre de confianza del César que controla una buena parte del comercio con las Indias Occidentales, y después de haber compartido rutas y largos días a caballo hemos trabado una gran amistad. —Hizo una pausa como anticipo de la rotunda noticia que estaba a punto de dar—. Me ha ofrecido la exclusividad de una empresa. Hay un bien que está teniendo una demanda elevadísima por lo escaso que es por allá… —Abrió su sonrisa.

Ella volvió a pensar que se trataba de vino. De ser así, era una buena noticia, desde luego, pero no le encontraba tanta novedad. Necesitarían una bodega más grande, nuevos terrenos y más producción.

Él imaginó lo que pensaba.

—No venderemos vino, no. Venderemos caballos, centenares de caballos.

VI

Isabel golpeó la puerta del dormitorio de Laura Espinosa sin imaginar lo inoportuna que iba a ser.

Doña Laura respondió ordenando que no la molestara, pero lamentablemente Isabel lo escuchó cuando ya estaba dentro. Al principio le extrañó la escasa luz que había en la estancia, pues no había anochecido fuera, pero no tardó mucho tiempo en entender el motivo.

Primero vio la espalda desnuda de doña Laura y bajo ella a don Luis, quien la miraba con ojos de sorpresa.

Pidió perdón con voz ahogada, y se dio la vuelta a toda velocidad para desaparecer lo antes posible. Antes de cerrar la puerta, llena de vergüenza, escuchó la huracanada voz de su señora, que quedó resonando en su interior.

—¡Vuelve en una hora y hablamos!

Aquella espera se convirtió en un doble martirio. Estaba segura de la reprimenda que iba a recibir por parte de doña Laura, pero ver a don Luis allí la había dejado todavía más afectada. Con las prisas de su entrada en la hacienda nadie la había avisado de su vuelta.

Las últimas veinticuatro horas habían sido bastante intensas, pero el impacto de saber ahí de nuevo al padre de su hijo, a quien no había vuelto a ver desde aquellas locas noches de amor, la dejó sin respiración.

En numerosas ocasiones, a lo largo de los meses, se había preguntado qué sentiría al verlo de nuevo, si volvería a arrebatar su corazón o no, y también deseaba saber cómo reaccionaría don Luis. A pesar del tiempo transcurrido todavía se preguntaba muchas cosas: ¿había sido una buena amante para él?, ¿se acordaría de ella alguna vez?

Un torbellino de recuerdos y sensaciones empezó a recorrer su cabeza. La imagen de Luis le afectaba como mujer, era algo que no podía evitar, su piel reaccionaba, su interior se acaloraba. Pero además se sentía estúpida.

Tenía razón Marta cuando la tachaba de simple e inocente. Decía que jamás un hombre como aquel haría nada por ella, y menos arriesgar su fortuna y prestigio. Pero no lo quería escuchar. Herir a alguien estaba muy lejos de sus propósitos, por eso había ocultado su embarazo a doña Laura. Pero a pesar de todo seguía soñando con aquel hombre, con alguien que le había hecho sentir especial y que aseguraba que nadie besaba como lo hacía ella.

En muchas ocasiones quiso creer que lo había olvidado, pero tuvo que asumir que en realidad nunca lo había conseguido. Con solo haber cruzado por un instante sus miradas se sabía de nuevo perdida y dispuesta a repetir sus errores en el momento en que él se lo pidiera.

Horas después, mientras esperaba a las puertas de la alcoba de sus señores, notó aquel hormigueo interior que solo sentía en presencia de don Luis. En cuanto escuchó que desde dentro la llamaban a voz en grito, la realidad la devolvió a su particular drama. Se armó de valor, revisó su aspecto en un espejo del pasillo y pidió permiso para entrar.

—¡Enséñame tu herida! —Doña Laura caminó hacia ella con gesto endurecido. A diferencia de como era su costumbre, la señora iba desaliñada y a medio vestir. Para su alivio, don Luis no estaba en la habitación.

—¿Qué herida?

Nada más contestar, lamentó haber olvidado la excusa que Aurelia había empleado para justificar su ausencia. Se levantó las faldas y enseñó el soberbio moratón regalo de la mula.

La mujer miró con escaso interés el golpe y bufó enfadada al constatar la verdad. Isabel localizó el corpiño en tonos malvas con el que tenía que vestirla y de inmediato empezó a desabrocharle el largo blusón que llevaba.

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