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Authors: Gonzalo Giner

El jinete del silencio (75 page)

BOOK: El jinete del silencio
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—Tienes una herida muy fea que deberíamos limpiar y curar cuanto antes. —Camilo comprobó los efectos del mordisco y habló con Volker para que lo llevara de vuelta en su caballo.

Pignatelli le rascó la cabellera encantado de tenerlo a salvo, pero quiso decirle algo que para él era importante antes de que lo subieran al caballo.

—Comprendo lo que hiciste y qué te llevó a tomar tu decisión, de verdad. Pero también quiero que sepas algo que quizá sea nuevo para ti… —Yago lo escuchó con atención—. No solo te necesito por tu trabajo, no solo por tu implicación en conseguir un objetivo que ha atravesado sus peores horas, para mí no eres un hombre más de los que pasan a diario por la escuela, además de todo lo anterior, me importas.

Yago le sonrió agradecido. Entendió que de nada servía llegar a ser alguien en la vida o demostrar la valía a los demás, si no se tenía con quién compartirlo. Había cometido un error, no había sabido cómo resolverlo, y equivocó la solución; una huida no arreglaba nunca nada.

—Siento… lo del caballo… —Yago necesitaba decirlo.

—En tu ausencia pensé cómo podrías compensármelo y tuve una idea, pero ahora no es buen momento para hablarla. —Se dirigió al alemán—: Os implicaría a todos, también a vos. Me gustaría poder hablarlo mañana al mediodía, en la pista de entrenamiento. —Miró a continuación a Camilo—. También os compete a vos, disculpad por un día vuestras obligaciones en el orfanato, os lo ruego; merecerá la pena.

—Nos intriga tanto misterio —comentó Camilo.

—Os he de hacer una propuesta, una gran propuesta.

* * *

Pignatelli fue el último en aparecer.

Sobre la arena había cinco caballos en parada, inquietos, sujetos por cinco empleados. A escasa distancia se encontraban Camilo, Volker y Yago con el brazo vendado, sin que ninguno supiera el motivo de la reunión.

Pignatelli apareció con una vara corta y ropa para montar. Agradeció su presencia y fue directo al primero de los caballos.

—A este le falta profundidad de pecho y le sobra dorso para hacer buenos quiebros… —Dio dos pasos y se plantó frente al siguiente—. Este es hermoso y equilibrado de miembros, posee cañas finas pero fuertes, sin embargo, su temperamento no me ha permitido conseguir de él movimientos complejos, se adelanta demasiado y no tiene control sobre sí mismo. —Acarició el cuello del siguiente caballo, uno de capa castaña y mirada temerosa—. Y este otro tiene miedos, es excesivamente sanguíneo, ha derribado a muchos de los alumnos y su grupa no tiene el ángulo ideal para los ejercicios que le pedimos… —Se dio la vuelta y recorrió con la mirada a un intrigado auditorio—. No sigo con el resto, porque solo pretendo transmitiros el convencimiento al que he llegado. —Se volvió de nuevo hacia los cinco animales—. ¡No nos valen! No. ¡Esa es mi conclusión!

—Explicaos —intervino Volker—. ¿Qué os ha hecho llegar a pensar así?

—Las razas y estirpes de los caballos que hasta ahora hemos empleado en la escuela sirvieron en su momento para la guerra, para el transporte o para arrastrar mercancías, otras quizá para el enganche, pero no para las aptitudes que me propuse como objetivo y que compartí con vosotros. Esto significa que la selección que hemos hecho hasta ahora tomando como base al caballo napolitano, calabrés, o sus cruces con razas húngaras y del norte de África, no ha sido suficiente a pesar de haber avanzado, y mucho. Por eso —Pignatelli ahuecó la voz para dar más solemnidad a sus palabras—, se ha de empezar de nuevo. He meditado durante mucho tiempo lo que ahora os voy a decir, tras haber comprendido los errores que he cometido. Ahora sé que no se trata de mejorar una raza, lo que hay que hacer es construirla, crearla de nuevo. Mi objetivo, ahora, va a consistir en levantar un nuevo templo, en nuestro caso un ser vivo, hecho de virtud, estético y mentalmente equilibrado; una perfecta conformación corporal, con el temperamento necesario para que pueda expresar lo que ningún otro ha sido capaz. El nuevo reto requerirá reunir en mi casa una nueva sangre de caballos para ser exhibida al resto del mundo, capaz de regalar belleza en cada uno de sus gestos, en sus movimientos, que destile nobleza y estilo hasta con solo respirar. —Sus ojos buscaron el techo, como si pudiera ver allí el destino imaginario de aquel caballo ideal—. Y para esa nueva tarea, hermosa, renovada, grande y trascendente, os necesito a los tres.

—Ya nos habéis tenido colaborando hasta hoy… —apuntó Camilo—. ¿Qué podemos cambiar desde ahora?

—Tenéis razón, me habéis ayudado, y mucho, pero a pesar de haber puesto lo mejor de cada uno, como sé que habéis hecho, y de intentar entre todos dar forma a ese animal, el resultado final, lo que hasta ahora hemos conseguido, no produce el efecto deseado, no transmite las sensaciones que debería a quien lo ve, o por lo menos yo no las siento. En otras palabras, el producto final de nuestros empeños no es capaz de producir emoción alguna, no es, ni posee arte en sus venas… —Pignatelli acarició el cuello de uno de los caballos y suspiró convencido de sus disquisiciones—. Pero ahora sé en qué he fallado. No le he dado a la empresa una visión de conjunto, ni he tenido el suficiente talento para dirigirla hacia el destino adecuado, quizá porque ni yo mismo tenía claro cuál era. Por eso, desde ahora nos hace falta un arquitecto de ese nuevo caballo, alguien más dotado que yo, con una visión clara sobre lo que se quiere de él, en su conjunto y en cada una de sus partes, un creador, un genio. Y entre nosotros hay uno que posee ese don… —Miró a Yago—. ¡Y ese eres tú!

— ¿Yo, un…, un… creador?

—Quien te conoce lo sabe, Yago. Posees un talento único. Miguel Ángel también lo vio, y aunque me lo dijo no supe escucharlo —continuó Pignatelli—. Quiero que actúes desde hoy como el máximo responsable de esa obra, que tú seas el que construyas el nuevo caballo, una nueva raza. Te ayudaremos en todo lo que necesites, trabajaremos el plan maestro, dibujaremos el esquema donde quede establecido qué dimensiones ha de tener, qué equilibrios y proporciones, y de qué castas lo vamos a obtener. Desde hoy todo ha de empezar de nuevo, y todo estará en tus manos, se ha de hacer desde el principio diferente… —Se dirigió a Volker—: Vos lo ayudaréis a seleccionar y a decidir qué partes de la conformación de ese caballo serán necesarias para mejorar su capacidad motora, o mejor aún, su flexibilidad. Viajaréis para elegir los caballos mejores allí donde estén y os los traeréis. Y en vuestro caso —miró a Camilo—, os emplazo a diseñar cómo ha de vibrar esa obra con vuestra música, qué sensibilidad ha de tener para saber interpretarla… —Pignatelli extendió los brazos de par en par como queriendo trasladar de forma simbólica esa gran ejecución—. Ya no consiste en buscar una mejora de los actuales caballos, ahora se trata de levantar una nueva raza. Y ese animal ha de sentir el efecto de vuestras notas recorriendo sus venas para impulsarlo a volar, a bailar, a vivir las melodías que solo vos componéis con esa sensibilidad que demostráis frente a un teclado.

—Es un hermoso reto —Camilo expresó el sentir de los que lo escuchaban.

—Contad conmigo —apoyó Volker.

Pignatelli esperó la contestación de Yago. Desde hacía un rato parecía estar concentrado en sus zapatos porque no había levantado la vista del suelo.

—¿Y tú qué nos dices?

—No sabré hacerlo… —respondió convencido, a pesar de sentirse elogiado y de que sus palabras ayudaran a que dejara atrás toda sensación de fracaso.

—Lo sabes hacer. Solo tú sabes reconocer las cualidades íntimas de los caballos, las ves, miras por ellos, piensas como ellos, sabes qué quieren y también cómo hacer que respondan a tus deseos… —argumentó Pignatelli—. Desde siempre has sabido cómo tenía que ser ese caballo, ahora me he dado cuenta, pero nunca te lo pregunté. ¿Aceptas convertirte en su arquitecto?

Yago levantó la cabeza y fijó su mirada en cada uno de los presentes, abrumado por el encargo pero feliz al mismo tiempo.

—Sí…, quiero hacerlo.

—Nosotros también —contestaron Volker y Camilo a la vez.

—¡Perfecto! Ese nuevo animal, único, nunca visto hasta ahora, verá la luz gracias a la técnica de Volker, la música de Camilo, pero sobre todo a la sensibilidad e intuición de Yago, quien pondrá la poesía.

Pignatelli les estrechó la mano uno a uno, y proclamó en voz alta su deseo.

—¡Desde hoy, juntos, crearemos una nueva raza, y con ella al caballo más hermoso del mundo!

VIII

En Génova, ese mes de enero vino, más que frío, helado.

Dos hombres esperaban desde hacía dos días la aparición de un traidor, del personaje más buscado por los corsarios berberiscos desde el desastre de la costa siciliana. Habían sido enviados hasta aquel domicilio bajo las órdenes expresas de Dragut, nada más saber lo que había sucedido con su flota. Pero no eran los únicos que tenían esas mismas órdenes, otros habían sido enviados a diferentes destinos donde pudiera ser localizado.

Ateridos de frío, se frotaban las manos contra los malos abrigos que habían conseguido para soportar la dura tarea de vigilancia.

Dos días sin verlo aparecer por su casa parecía suficiente evidencia de que estaría de viaje por cualquier otro lugar, pero sus instrucciones eran tajantes; no debían moverse de allí hasta nueva orden.

—¿Será ese que viene por el callejón? —Vieron a un hombre con la cara oculta bajo un sombrero de ala ancha.

—Uhmm, tal vez. Voy a ver…

El más impaciente salió de su escondrijo para cruzarse con él. Trató de ver su rostro antes de que pasara por su lado, pero no lo consiguió. El sospechoso llevaba la cabeza baja y parecía concentrado en sus pensamientos hasta que una voz femenina, desde una ventana y a voz en grito, consiguió atraer su atención. No se trataba de Luis Espinosa. No coincidía en edad, aspecto ni apariencia.

Se dio media vuelta y volvió hasta el rincón donde estaba su compañero de vigilias, con gesto apesadumbrado. No podía más.

Siguieron el rastro del hombre, quien para su estupor alcanzó el portón de entrada de la residencia de Luis Espinosa e hizo uso de la aldaba. Al momento se abrió la puerta y vieron asomarse a una hermosa dama que cruzó su mirada por un instante. Christine los había visto allí mismo el día anterior, lo que no le gustó nada. Lo comentaría con su tío Enrico Masso, a quien acababa de recibir.

—Es hermosa, ¿eh?

—El Espinosa ese es afortunado… Fíjate qué casa tiene y qué mujer. —Se miraron, y sin necesidad de palabras pensaron lo mismo…

—Podría ser una interesante alternativa, sí…

Pero no fue necesario, porque esa misma noche, la espera, las incomodidades y el aburrimiento que tenían encima por fin dieron su fruto.

Lo vieron llegar a caballo por la calle principal. El hombre, reconocible bajo un sombrero de ala ancha, miraba con inquietud a derecha e izquierda, demostrando cierto nerviosismo. Habían pensado mil veces cómo iban a hacerse con él, sin embargo, se quedaron paralizados. Debían ser prudentes, discretos y eficaces, porque volver a Djerba sin Luis Espinosa les garantizaría la horca.

Abandonaron su escondrijo y se separaron por las dos aceras. Calcularon que llegaría a la puerta del palacete antes que ellos, por eso aceleraron sus pasos. Luis descabalgó, miró de arriba abajo la fachada, se sacudió la ropa para tener mejor presencia después de tantas millas recorridas y se echó el pelo para atrás. Olía mal y estaba sucio; necesitaba lavarse un poco, vestir con ropa limpia y sobre todo encontrarse lo antes posible con Enrico para ponerse al corriente de la situación. Lo que había escuchado sobre los corsarios y Fabián Mandrago a las puertas del salón donde se había entrevistado con el Emperador le había dejado seriamente preocupado.

Miró a su alrededor sin reparar en nada que le llamara demasiado la atención, y cuando estaba a punto de tocar en la puerta, se le abalanzaron dos hombres.

—¿Pero qué hacéis? —Trató de zafarse, pero eran demasiado fuertes para él—. ¡Soltadme de inmediato!

—Estaos quieto y callado. Tenéis una daga dirigida a vuestros riñones, si os movéis o gritáis, daos por muerto.

Luis se fijó en los pendientes que llevaban, en su rudo aspecto y la piel curtida y arrugada, propia de gente de mar. Se le atragantó la saliva con solo imaginar las consecuencias de su captura, porque sobre su adscripción no le cupo la menor duda. Como si se tratase de un torbellino de ideas, recordó que en Barcelona había escuchado al nuevo secretario nombrar a los corsarios, y aunque no pudo saber por qué los citaban, el hecho le había dejado muy inquieto. Uno de los primeros objetivos que se había marcado a su llegada a Génova era hablar con el tío de Christine para ponerse al corriente de la última información que tuviese. Era consciente de que sus negocios conllevaban riesgos, pero que los corsarios buscaran su captura no significaba nada bueno, o mejor pensado, suponía algo terrible.

Decidió que tenía que escapar…

Forcejeó, golpeó a uno en la barbilla con todas sus ganas, consiguió tumbarlo, pero cuando trató de darse a la carrera, no pudo. Un potente brazo lo había rodeado por el cuello deteniéndolo en seco. Aquel individuo era lo más parecido a un oso en tamaño y fortaleza. Luis se revolvió intentando contrarrestar su fuerza, pero lo siguiente que sintió fue un golpe seco en la nuca.

Después, todo se volvió borroso.

* * *

—Consideraos carne para los cuervos… —Aydin le escupió a la cara.

Ver la cuenca vacía de su ojo producía un efecto desagradable a cualquiera que fuera su interlocutor, pero para Luis Espinosa, en esos momentos, era como ver la cara a la muerte.

Reconoció la misma sala de la Kasbah, en el puerto de Argel, donde algo menos de dos años atrás les había propuesto un trato increíble y muy rentable. Para su desgracia, allá estaban los mismos que por entonces. Solo dos semanas antes había sido capturado en Génova.

Su atención se dirigió al judío Sinau, quien tomó la palabra.

—Por culpa de vuestra traición perdimos cinco galeras, un centenar de hombres, y el oro que nos habíais prometido… —Arañó la mesa de madera con sus afiladas uñas provocando un sonido que rompió los nervios a todos—. Pero lo peor no fue eso, no. Además conseguisteis hacernos perder nuestra honra en aquellas aguas… ¡El mundo entero se ríe ahora de nosotros! —Sus ojos se clavaron en los de Luis, quien en su desesperada situación se imaginaba a cualquiera de ellos perdiendo la paciencia y degollándolo allí mismo. Tembló aterrorizado. Lo habían embarcado todavía inconsciente en una galera que partió de inmediato hacia Argel, para terminar encerrado luego en una oscura celda donde lo habían sometido a todo tipo de brutalidades. Pero a la vista de lo que le esperaba, y con solo recorrer los rostros de sus captores, supo que lo que había vivido era un mero anticipo.

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