El juego de los abalorios (31 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: El juego de los abalorios
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Hemos reproducido las palabras de Knecht (muchas otras parecidas han sido anotadas y conservadas por sus discípulos), porque aclaran mucho su concepto del cargo, por lo menos en los primeros años de su magisterio. El que fuera un maestro sobresaliente (al comienzo por cierto sorprendido él mismo), nos lo comprueba la asombrosa cantidad de copias de sus conferencias que nos han llegado. Fue uno de los descubrimientos sorpresivos que le dio desde el comienzo su alta función, el que el enseñar le causara tanta alegría y le resultara tan fácil.

No lo hubiera imaginado, porque hasta ese momento no había deseado realmente nunca una actividad docente. Ciertamente, como todos los selectos, siendo estudiante más adelantado, había recibido breves encargos de vez en cuando; en los cursos del juego de abalorios había instruido en forma de sustituto varios grados, más a menudo aún servido como correpetidor a los participantes de dichos cursos, pero amaba entonces la libertad del estudio y la concentración solitaria en sus eventuales campos de interés y para él era importante todo esto, tanto que, aunque ya se hubiera demostrado hábil y preferido como maestro, consideró siempre esos encargos como molestias indeseables. Finalmente, también en la fundación de los benedictinos había dictado cursos, pero los mismos eran de poca monta y sin valor para él; en aquel lugar, el aprender con el
Pater
Jakobus y su trato habían colocado en segundo plano toda otra tarea. Su máxima aspiración había sido entonces ser un buen discípulo, aprender, asimilar y formarse. Y ahora del discípulo había nacido un maestro, y como maestro sobre todo había superado la primera gran prueba de su cargo, la lucha por la autoridad y por la exacta identificación de cargo y persona. En eso hizo dos descubrimientos: la alegría que proporciona trasplantar en otros espíritus lo logrado espiritualmente y verlo transformarse en nuevas formas fenoménicas e irradiaciones; la alegría, pues, de enseñar y la lucha con las personalidades de estudiantes y discípulos, la conquista y el ejercicio de la autoridad y de la dirección, es decir, la alegría de educar. Nunca las separó y durante su magisterio no sólo formó gran número de buenos jugadores de abalorios, sino que también preparó gran parte de sus discípulos con el ejemplo vivo, con el consejo, con una forma severa de paciencia, con la energía de su ser, como para lograr hombres del mejor carácter que fuera posible.

En estas actividades hizo una experiencia característica, si es que podemos anticipar aquí nuestras noticias biográficas. Al comienzo de su labor en el cargo trataba solamente con los selectos, la capa superior de sus alumnos, con estudiantes y repetidores, muchos de ellos de la misma edad y cada uno de los cuales era ya un acabado jugador por experiencia. Sólo poco a poco, cuando estuvo seguro de la «selección», comenzó lenta y prudentemente a sustraerles de año en ano cada vez más energía y tiempo, hasta que al final pudo abandonarlos ocasionalmente en forma total a sus hombres de confianza y a sus colaboradores. Este proceso duró años, y de un año a otro Knecht penetró, con las conferencias, cursos y ejercicios que dirigía, en capas cada vez más alejadas y jóvenes de alumnos; además, al final llegó a tener —cosa singular en un
Magister
— más de una vez personalmente los cursos para principiantes para los más jóvenes, es decir para escolares, no para estudiantes. Y en ello halló siempre mayor alegría al enseñar, cuanto más jóvenes y poco preparados fueran esos escolares. A veces, en el curso de aquellos años, le causaba casi malestar y le costaba visible esfuerzo volver de estos jovencitos a los estudiantes y más aún a los selectos. Y de vez en cuando sentía el deseo de llegar más lejos en esa escala descendente y tratar a escolares aún más jovencitos, para quienes no había cursos ni juego de abalorios todavía; sentía el deseo de instruir por una temporada en Eschholz o en otra de las escuelas preparatorias a niñitos que aprendían el latín, el canto o el álgebra, entre los cuales había menos espiritualismo que en los primerísimos cursos para principiantes en el juego de abalorios, en donde sin embargo tenía que tratar con alumnos más receptivos, fáciles de formar y educar, y en donde la instrucción y la educación eran mayor y más íntimamente fundidas en una unidad. En los últimos dos años de su magisterio se llamó a sí mismo en cartas dos veces «maestro de escuela», recordando con ello que la expresión
Magister Ludi
, sólo quería decir «Maestro del juego» en Castalia, desde generaciones atrás, originariamente simple predicado del maestro de escuela.

Ni cabía hablar siquiera, ciertamente, de la realización de semejantes deseos de ser maestro de escuela; eran sueños de la misma naturaleza que si alguien en un crudo día de invierno sueña con un firmamento de pleno verano. No había para Knecht ningún camino abierto ya, sus obligaciones estaban fijadas por el cargo, pero como este cargo dejaba ampliamente a su propia responsabilidad la forma en que quisiera cumplir con esas obligaciones, con el correr de los años, al comienzo del todo inconscientemente, dirigió paulatinamente su interés principal cada vez más hacia la educación y a la edades menores que pudieran alcanzar. Cuanto más envejecía, más le atraía la juventud. Esto podemos afirmar hoy, por lo menos. Por aquel entonces, un crítico difícilmente hubiera podido encontrar en algún aspecto de su ejercicio del cargo algo así como un capricho o una arbitrariedad. Sus funciones le obligaban por cierto a volver cada vez más a los selectos, y aun en los períodos en que dejó totalmente en manos de sus ayudantes y de su «sombra» seminarios y archivos, tareas de larga duración, como por ejemplo, las competiciones anuales en el juego o los preparativos para el solemne torneo público, lo mantenían más vivamente en sensible contacto con la «selección». Una vez confió bromeando a su amigo Frite:

—Hubo príncipes que se atormentaron toda su vida con un desgraciado amor por sus súbditos. Su corazón los atraía hacia los campesinos, los pastores, los obreros, los maestros y los niños de las escuelas, pero muy rara vez lograban ver algo de ellos, estaban siempre rodeados por sus ministros y oficiales, que se levantaban como un muro entre ellos y el pueblo. Así pasa también con un
Magister
. Desea llegar a seres humanos y ve solamente a colegas, desea llegar a escolares y ve solamente a estudiosos y a gente de la «selección».

Pero nos hemos dejado llevar muy adelante en el tiempo: volvamos al período de los primeros años de magisterio de Knecht. Después de ganarse las relaciones deseadas con la «selección», fue la burocracia del archivo a la que tuvo que conquistar como jefe amable pero alerta; también tuvo que estudiar y reglamentar la estructuración funcional de la cancillería, y constantemente aparecieron montañas de correspondencia y convocatorias a reuniones o circulares de las autoridades generales, que le imponían continuos deberes y tareas, cuya comprensión y correcta ordenación no fue fácil al recién nombrado. Se trataba a menudo de problemas en los que las facultades de la provincia estaban interesadas y se celaban mutuamente por inclinación; tal vez problemas de competición, y sólo poco a poco, pero con creciente admiración aprendió a conocer la función secreta y poderosa de la Orden, del alma viviente del Estado castalio y del guardián vigilante de su Constitución.

Habían pasado así meses duros y recargados de labor, sin que en los pensamientos de Josef Knecht hubiese habido un lugarcito para Tegularius, exceptuando lo que ocurría instintivamente, cuando encargaba al amigo algún trabajo para guardarle más bien del ocio excesivo. Fritz había perdido su camarada, convertido de la noche a la mañana en señor y superior máximo, a quien debía obedecer y tratar con el «vos» y el «Venerable». Pero Fritz tomaba lo que disponía para él el
Magister
como atención y signo de benevolencia personal; también se sentía excitado este solitario un poco lunático en parte por la elevación del amigo al cargo y el estado de ánimo tan lleno de adhesión de toda la «selección», en parte por los trabajos asignados que le brindaban una actividad de relación con él; de todas maneras soportó la situación completamente invertida mejor de lo que hubiese podido imaginar en el instante en que Knecht lo rechazó cuando le diera la noticia de que estaba en predicamento para el cargo de
Magister Ludi
. También tenía Fritz inteligencia y sensibilidad suficientes para ver en parte e intuir en otra el enorme esfuerzo de la prueba de fuego que su amigo debía absolver; lo veía realmente echado al fuego y consumido por el ardor y las sensaciones innatas a esa situación, que fueron vividas probablemente con mayor intensidad que por el mismo Josef. Tegularius dedicaba a los encargos recibidos del
Magister
el máximo cuidado, y si alguna vez lamentó seriamente y consideró un defecto su propia debilidad y su falta de aptitud para el cargo directivo y la responsabilidad fue entonces cuando hubiera deseado tanto asistir y ayudar al admirado como ayudante, come funcionario, como «sombra».

Los bosques de hayas qué rodeaban a Waldzell comenzaban ya a tornarse de color pardo. Un día, Knecht tomó un librito y se fue con él al jardín del magisterio cerca de su residencia, al pequeño y hermoso jardín que apreciaba tanto el difunto
Magister
Tomás y a veces cuidaba a menudo con horaciana mano de aficionado, al jardín que Knecht como todos los alumnos y estudiantes imaginaban como un lugar venerado, el lugar consagrado de distracción y recogimiento del
Magister
, un país del arte, un rincón de
Tusculum
, en el cual, desde que era
Magister
y dueño, había entrado tan rara vez y apenas quizá gozado en un momento de reposo. Esta vez también se proponía estar allí un solo cuarto de hora después de almorzar y hacer cuatro pasos despreocupadamente entre las altas matas y los elegantes arbustos, donde sus predecesores habían aclimatado muchas verdes plantas del sur. Trasladó luego —a la sombra hacía demasiado fresco— un sillón de junco liviano a un lugar soleado, se sentó y abrió el librito que llevara consigo. Era el «Calendario de bolsillo para el
Magister Ludi»
, redactado sesenta u ochenta años antes por el entonces director del juego Ludwig Wassermaler y que desde aquella fecha había sido aumentado o modificado por sus sucesores con algunas correcciones, eliminaciones o agregados de actualidad. El calendario servía como vademécum del
Magister
, porque estaba destinado ante todo a los inexpertos en sus primeros años de magisterio, y mantenía ante los ojos del mismo durante todo el año de labor oficial, de semana en semana, los deberes más importantes, a veces señalados solamente con un término general, a veces explicados con más amplitud y socorridos por consejos personales. Knecht buscó la página de la semana siguiente y la leyó con atención. No encontró nada que lo sorprendiera, nada de urgente tampoco, pero al final del capítulo, había estas líneas «Comienza a dedicar tu mente, poco a poco, al próximo torneo anual. Parecería temprano, casi demasiado temprano. Pero te aconsejo: si ya no tienes un plan en tu cabeza para el torneo, no dejes pasar desde ahora ni una semana o por lo menos ni un solo mes, sin pensar en esos juegos. Anota tus ocurrencias, por una media hora repasa constantemente el esquema de un juego clásico, hasta en tus viajes oficiales. Prepárate, no pretendiendo a la fuerza buenas ocurrencias, sino pensando a menudo ahora que en los meses próximos te espera una labor hermosa y festiva, para la cual debes reunir fuerzas, concentración y tranquilidad».

Estas palabras habían sido escritas tres generaciones antes por un hombre y maestro anciano y sabio, dueño de su arte, además en una época en que el juego de abalorios formalmente tal vez había alcanzado su máxima cumbre; se logró entonces en el juego una belleza y una rica ornamentación de la técnica, como la alcanzada tal vez en el gótico tardío o en el rococó para el arte de la construcción y la decoración; fue realmente durante casi dos años un jugar como con perlas de cristal, un jugar aparentemente cristalino y sin contenido, aparentemente coquetón, arrogante, lleno de delicados adornos, un bailar a veces en la cuerda floja, con la rítmica más variada; hubo jugadores que hablaban de aquel juego como de una llave mágica que se perdiera, y otros que lo consideraban como superficial, recargado de aderezos, decadente y poco varonil. Y fue uno de los maestros y creadores de aquel estilo quien redactó los consejos bien pensados y las advertencias amables del «Calendario del
Magister»
y mientras Josef Knecht releía atentamente por segunda y tercera vez sus palabras, sintió en el corazón una sensación bienhechora, un alegre estado de ánimo, que sólo conoció una vez pero nunca más, y al hacer memoria, recordó que fue en una meditación antes de su investidura; la sensación con que lo colmó entonces la idea de un maravilloso danzar, aquella danza entre el
Magister Musicae
y Josef, entre maestro y principiante, entre ancianidad y juventud. Había sido un hombre ya viejo, muy viejo, quien había escrito un día y pensado las palabras: «No dejes pasar una sola semana…» y «no pretendiendo a la fuerza buenas ocurrencias». Este hombre ocupó el alto cargo de
Magister Ludi
por lo menos durante veinte años, tal vez más, y en esa época de un rococó juguetón tuvo que vérselas seguramente con una «selección» excesivamente mimada y segura de sí misma; inventó y celebró más de veinte torneos anuales muy brillantes, que entonces duraban todavía cuatro semanas, y dada su edad, la tarea repetida todos los años de componer un gran juego solemne no fue solamente un gran honor, una gran alegría, sino más bien un peso, un gran esfuerzo, una tarea para la cual hay que entonarse, convencerse y estimularse un poco. Frente a este sabio anciano y experto consejero, Knecht no sólo sentía agradecida veneración, porque su calendario era a menudo para él una valiosa guía, sino también una agradable, alegre, arrogante superioridad, la superioridad de la juventud. Porque entre las preocupaciones tan abundantes de un
Magister Ludi
, que ya conocía, ésta no se le había presentado aún: no se podía tal vez pensar bastante tiempo en el torneo anual, no se podía encontrar esta tarea lo bastante grata y concentrada; le podían faltar para ese juego ya el espíritu de empresa, ya las ocurrencias. No, Knecht, que en estos meses a veces había parecido verdaderamente envejecido, se sentía ahora joven y fuerte.

No pudo entregarse por mucho tiempo a esta hermosa sensación, no pudo saborearla; su breve período de paz había pasado casi. Pero el bella y alegre sentimiento estaba en él, lo acompañaba; el breve descanso en el jardín del magisterio y la lectura del calendario le habían traído algo; algo había nacido de eso. Es decir, no solamente la distensión y un instante de gozosa y entusiasta sensación de vida, sino también dos ideas, que en el mismo momento tomaban ya forma de resoluciones. Primero: cuando un día estuviera cansado también y se sintiera viejo, renunciaría a su cargo apenas sintiera por primera vez como pesado deber la composición del torneo anual y estuviera perplejo acerca de las ideas para ello. Segundo: comenzaría muy pronto con el trabajo para su primer torneo, y llamaría como camarada y primer ayudante para esta tarea a Tegularius; sería una satisfacción y una alegría para su amigo, y para él mismo la primera ocasión de poner a prueba al colega en una nueva forma de vida, por la amistad en esos días bastante descuidada. Porque para ello no era aquél el indicado para dar la ocasión y el impulso: éstos debían partir de él, del
Magister
.

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