El juego de Sade (37 page)

Read El juego de Sade Online

Authors: Miquel Esteve

Tags: #Intriga, #Erótico

BOOK: El juego de Sade
4.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cómo dices?

—Jota es hijo ilegítimo de Gabriel y una putita llamada Soledad. El niño fue paciente mío, lo traté de un trastorno disgregativo y lo inicié en el juego de las correas. Al crecer, se hizo fuerte, cruel y muy hábil con las disciplinas. Es un amo respetado en nuestro mundo.

—¿Nuestro mundo? ¿A qué mundo te refieres?

—Al sado, Jericó, al placer y al dolor en un baile de voluptuosidad.

—¿Y por qué querías hacerme creer que era Alfred?

—Vi la posibilidad de inculparlo y así tener opciones a administrar la herencia de la familia de su madre.

—¿Y crees que Isabel, tu cuñada, lo habría permitido?

—¡Vaya! ¡Veo que conoces a Isabel! El caso es que no perdía nada con intentarlo. Además, entre nosotros, Jericó: ¡Alfred es patético!

Eduard, ridículo con las calzas y el traje, se sienta frente a ti.

Debes admitir, Jericó, que nunca habrías vestido a Eduard con este grotesco disfraz. Tú suponías que era un
gentleman
, un atleta de la cultura, un hombre sensato, un tipo modélico, vaya… incapaz de calzarse unas medias de seda como estas o lucir una peluca empolvada.

«Eso para que vayas viendo la importancia de la imagen de una persona. Eduard, vestido así, deja de ser Eduard. El hábito hace al monje.»

¿De verdad piensas eso? ¿Consideras que, con el traje oscuro de Brioni y los Sebago, Eduard se transforma como un superhéroe de la Marvel? Pues yo no, Jericó, yo no creo que el hábito haga al monje, sino al contrario: es el monje quien otorga valor al hábito. Este disfraz tan solo es un espantajo, una mascarada.

—Cuando recibí la carta del juego del marqués de Sade, me volví loco de emoción. Había oído hablar de ella, pero siempre pensé que era una fantasía de los libertinos. La familia de mi esposa, Paula, supuestamente había sido víctima de la maldición que entraña para aquellos que no siguen sus dictados. La euforia que experimenté al tener el manuscrito original en las manos posiblemente ha sido lo mejor que me ha sucedido en la vida. Enseguida me puse manos a la obra y escogí entre mis pacientes y conocidos los siete pecados capitales y a Baphomet.

—¿Gabo?

—Sí, con él mantenemos un estrecho lazo de afinidades libertinas que nuestro niño, Jota, nos ayuda a complacer.

—¿Vuestro niño? ¡Sois asquerosos, Eduard! ¿Es que no ves en qué te has convertido?

Sonríe. Eduard sonríe satisfecho.

—¿Lo dices por este disfraz? ¡Siempre he sido el mismo, Jericó! Vosotros me mirabais de forma distinta, os gustaba idealizarme y encumbrarme. Pero en realidad siempre he sido el mismo.

En este momento recuerdas la frase de Paula, moribunda, sobre el vino. Tú, como Blanca, habías supuesto que este siempre era honesto. Paula te lo desmintió: «El vino puede mentir. Detrás de un aroma embrujador se puede disfrazar un sabor deficiente.»

—¿Y Shaina?

—Shaina era paciente mía; llegó a mí por recomendación de Gabo. Banal, perezosa y adicta al sexo. Necesita la aventura sexual al límite, con desconocidos. Su físico espectacular le ha permitido complacer sus deseos o bajos instintos, como afirmarían los moralistas. Siempre ha sido la niña de los ojos de Gabriel. Y, entre nosotros —se acerca a ti con actitud confidencial—, la mama muy bien.

—¿Dónde está?

—Ha ido a buscar a tu hija al aeropuerto. Vendrá con ella aquí, a esta casa, y las dos descubrirán este delirante espectáculo. Llamarán a los Mossos y… En fin, que estás metido en un buen lío.

Sientes que la ira te consume.

—No te saldrás con la tuya. ¡No podéis hacerme esto! Lo contaré todo, con pelos y señales, hasta el más mínimo detalle, y me creerán.

Una voz que procede de tus espaldas te interrumpe:

—No, amigo mío, no contarás nada. Te conformarás con devolverme parte de lo que te di en su momento y punto.

Es Gabo, cuya mirada luce la sombra de la perversión.

Gabo lleva las gafas
retro
de cristales oscuros, las que solía ponerse en los momentos solemnes. Tú no acababas de entender por qué necesitaba camuflar una mirada fría. Para qué disimular la mezcla explosiva de maldad y pasión de sus pupilas. Pero el caso es que Gabo cuidaba la estética de su papel mediante el cambio de gafas. Se acerca a ti y te palmea la espalda.

—Iré al grano, Jericó, dejaré la cháchara argentina para otra ocasión. Tienes dos opciones. La primera es entregarme todo el dinero negro que tienes en la caja fuerte del banco. Te acompañaré, porque evidentemente no permitiré que me engañes. ¿Cuánto tienes? ¿Dos millones? ¿Tres?

—Mucho dinero, pero continúa con tu oferta —respondes sin alterarte.

Mientras tanto, Eduard se ha sentado en el sofá con los pies sobre la mesa. Los zapatos de charol blancos relucen.

—Me entregas toda la pasta, llamo a Krause y en un par de días firmáis el contrato de compraventa de la empresa. Evidentemente, para compensar la renuncia de Shaina le das este ático. Si aceptas esta primera opción, Shaina no vendrá con Isaura, irá a dormir a casa de sus padres, nos llevaremos el cadáver de Anna y lo limpiaremos todo.

—¿Y la segunda?

—La segunda opción es que no lo aceptes. Entonces Shaina vendrá con tu hija y todo te involucrará. Además, no firmarás la compraventa de la empresa. Ya me ocuparé de hablar con
Herr
Krause.

—Pero puedo aportar testigos, explicarlo todo hasta el más mínimo detalle, hacer declarar a Isabel, Alfred, Ivanka, Josep…

—No te lo aconsejo. A no ser que te sea indiferente lo que le pueda suceder a Isaura. Piensa que estará bajo el amparo de su madre, a nuestro alcance. ¿Y no querrás que mi hijo, Jota, juegue con ella en su cámara especial?

—¡Eres un hijo de puta, Gabo, algún día pagarás caro todo esto!

Ni se ha inmutado con la amenaza. Se sienta junto a Eduard y sonríe:

—Pronto tendrás que dejarme el disfraz —le insinúa con un golpecito afectuoso en la pierna enfundada con la media de seda.

—¡No sé si será de tu talla!

Sonríen relajados mientras tú tratas de desatarte, en vano.

Estás bien jodido, Jericó. Pero yo aceptaría sin pestañear la primera opción, porque la segunda amenaza a Isaura y sabes que esta gente es capaz de todo. Lo malo es que perderás los casi tres millones de euros que guardabas para comenzar la nueva vida, pero ¿qué vale disfrutar de una segunda oportunidad? ¿Qué vale Isaura?

—Y bien, Jericó, ¿qué decides? ¿A o B? —te pregunta Gabo.

—La primera opción —respondes, apretando los dientes de pura rabia.

—Sabia decisión, Jericó. Sabía que no me defraudarías.

Gabo saca el móvil y marca un número.

—¿Shaina? Tu marido ha decidido que es mejor que paséis la noche con tus padres. ¡Buenas noches y un beso a la nena!

Cuelga y marca otro número.

—¿Jota? Puedes traer el equipo de limpieza. Hasta ahora.

Cuelga y se dirige hacia ti. Saca una navaja automática de la chaqueta y corta tus ataduras.

—Descansa. Debes de tener las piernas y los brazos entumecidos. Y no se te ocurra seguir bebiendo de la botella de «Juancito» del mueble bar o volverás a dormir un buen rato. Coge lo que necesites, porque tendrás que pasar la noche fuera, mientras el equipo de limpieza te deja tu ático…, bueno, el de Shaina, quería decir, tal como estaba.

Caminas y mueves las extremidades adormecidas reprimiendo la rabia. Te acercas hasta el cadáver de Anna y la miras con pena.

—¡Es una lástima! Follaba muy bien —asegura Gabo—. ¿No es cierto, señor marqués?

—¡Una alumna aventajada! —afirma Eduard, haciendo una reverencia hacia el cadáver.

No pronuncias ni palabra. Te dan asco estos tipos. Te da asco el aire que respiras. Todo te da asco. Solo anhelas una cosa: ver a Isaura y besarla, abrazarla. Es lo único que te queda.

No han transcurrido ni cinco minutos cuando Gabo te invita a salir con Eduard.

—Esta noche, Jericó, tendrás el placer de dormir en compañía del marqués de Sade. No todo el mundo puede presumir de eso. Mañana por la mañana vendrás aquí a las nueve y media. Te estaré esperando. El piso estará completamente limpio. Te acompañaré a la cámara blindada del banco y abriremos la caja fuerte. Nos llevaremos la pasta y al día siguiente firmarás el contrato de compraventa y la donación del ático. Si quieres, puedes llamar a Niubó ahora mismo para que prepare el acta de dación del ático a Shaina. Después de todo esto podrás ver a tu hija. Estarás libre, Jericó, como un pajarillo que abandona el nido, pero ten en cuenta que si alguna vez te sientes tentado a regresar sobre esta historia por venganza, iremos a por Isaura, ¿entendidos?

Asientes en silencio y sales con Eduard, quien pese a haberse puesto unos pantalones sobre las calzas de seda, sigue ofreciendo un aspecto ridículo.

 

Has pasado la noche en casa de Eduard, prácticamente sin dormir. Al principio él ha intentado darte conversación, como si no hubiera sucedido nada, como si todo fuera como antes, pero tú no te has prestado a semejante mascarada. Además de la repugnancia que te inspira ese desgraciado, está el recuerdo de Paula, aquella gentil y admirable mujer de quien tuviste el honor de despedirte entre el silencio dulzón de las viñas. Así que no le has pedido ninguna explicación adicional y, consumido por la ira y la rabia, te has limitado a encerrarte en el cuarto de los invitados, donde has estado meditando cómo podrás comenzar otra vez, sin un céntimo en el bolsillo, y quién podría darte cobijo para rehacer tu vida.

Has pensado en dos personas. La primera, Niubó. Él siempre te puede dar trabajo en el despacho, te conoce bien y sabe de qué pie cojeas. Con el sueldo que te ofrezca Niubó, puedes alquilar un piso y comenzar otra vez. La segunda es Blanca. Sí, Jericó, sin saber cómo, has acabado pensando en ella. ¿Y si se lo explicas todo, con pelos y señales, y le preguntas si te concede una oportunidad? No podrás engañarla, conoce el secreto de tus mentiras: las orejas se te enrojecen. Es posible que ella aún sienta algo por ti y pueda ayudarte a encontrar el camino del corazón. Buscarías algún trabajo en Madrid y…

¡Anímate, Jericó! ¿Lo ves? Todo es comenzar. Así es la vida: cuando una puerta se cierra, otra se abre. ¡Y no todo el mundo puede comenzar de cero! ¿Qué me dices de los condenados a muerte por una enfermedad grave como un cáncer? ¿No has oído infinidad de veces que la mayoría de ellos daría cualquier cosa por recuperar la salud? Volverían a comenzar. Tienes la vida, Jericó, y a Isaura, tu hija, que te quiere y a la que adoras. ¡Adelante!

Has acudido a tu ático, donde te esperaba Gabo. Te sorprendes. No queda ni rastro del cadáver de Anna ni de la sangre. El equipo de limpieza ha realizado un buen trabajo. Sin demora, salís con Gabriel hacia la oficina del banco donde está la cámara blindada con las cajas fuertes de alquiler. Tú conduces el Cayenne y Gabo se sienta a tu lado. Procuras evitar cualquier conversación, porque este tipejo no solo te repugna; si pudieras, lo matarías con tus propias manos. Lo odias. Lo odias a muerte.

Pero mantener el silencio con él no es fácil. Un exhibicionista como Gabo nunca puede estar callado. Te ha salido con el tema del juego de Sade.

—Admirable ingenio del marqués de Sade para urdir un juego así, ¿no crees?

—Para serte sincero, me parece una atrocidad. Si quieres pervivir de verdad, debes sembrar amor.

—Discrepo de ti, Jericó, una vez más. Sade era un genio incomprendido. Por eso lo condenaron a un cautiverio casi perpetuo en la madurez y senectud. Él deseaba que se le comprendiera, que se le otorgara la importancia que merece. De ahí el ingenio del juego en la carta escrita en la Bastilla y ocultada dentro del rollo de
Las 120 jornadas de Sodoma
.

Te aclaras la voz y suspiras.

—Si es posible, me gustaría olvidar este tema, Gabriel. No quiero volver a oír hablar de Sade.

—De acuerdo, de acuerdo. No es necesario que te pongas así. Lo que has conseguido en la vida te lo brindé yo en bandeja. ¿Te has olvidado?

—No. Y ojalá no te hubiera conocido nunca. Pero ¿por qué me has tratado así, Gabriel? ¿Por qué?

—Por placer. ¡Por puro y simple placer! Es como el Creador, ¿te imaginas? Primero das y luego quitas. Así de sencillo.

Prefieres no decirle que algún día todo el mal que ha hecho se volverá contra él. Que tienes el presentimiento de que sus días de exhibicionismo de urinario tocan a su fin. No eres un ferviente seguidor de la justicia universal, pero suscribirías que «a todo cerdo le llega su San Martín».

Habéis llegado al banco y entráis los dos con una bolsa que él te ha dado para que guardes la pasta. Has cumplido todos los protocolos de seguridad e identificación y habéis bajado al sótano donde está la galería de las cajas fuertes, acompañados por un vigilante armado y un empleado. Llegados a la caja número 235, el empleado ha metido una llave en la cerradura y tú has introducido la tuya en la otra. Habéis hecho girar las llaves y él se ha retirado para dejaros a solas. Has abierto la portezuela. Los fajos de billetes de quinientos, doscientos y cien euros están cuidadosamente apilados y ordenados. Comienzas a traspasarlos a la bolsa. Lo haces tú, personalmente. No dejas ni uno, pero Gabo, con aire socarrón, coge un fajo de billetes de doscientos y te indica que los devuelvas a la caja.

—Da no sé qué dejarla completamente vacía —declara con sarcasmo.

Obedeces. Sales a llamar al empleado y con las dos llaves cerráis la caja. Bajo la mirada del vigilante, subís hasta la planta baja. Antes de despedirte, el empleado te ha preguntado:

—¿Todo bien?

Y ha dirigido una ojeada a la bolsa negra que sostienes con la derecha.

—Todo bien, muchas gracias.

Os despedís y salís a la calle. Contienes el impulso de soltarle un puñetazo y escaparte con la pasta. Subís al vehículo y, cuando ya está en marcha, el teléfono de Gabo recibe una llamada. Responde. No entiendes qué dice, habla en alemán, un idioma que desconoces completamente. Cuelga con una sonrisa de oreja a oreja y se dirige a ti:

—Tienes suerte, amigo mío. ¡Qué diligencia!
Herr
Krause confirma que mañana por la mañana firmaréis en la notaría de Recasens. Acaba de cerrarlo todo con Niubó. Wilhelm es un hombre muy diligente en los asuntos que le interesan.

Te sorprende la rapidez y también que
Herr
Krause lo llame. Le manifiestas tus dudas.

—Wilhelm me solicitó informes de tu empresa y de ti cuando se interesó por Jericó Builts a través de una oferta de Niubó. Se había enterado de que habías realizado muchas subcontrataciones para mi empresa promotora y también que éramos viejos amigos.

Other books

Found Objects by Michael Boehm
Jeff Sutton by First on the Moon
Sunrise by Karen Kingsbury
The Figures of Beauty by David Macfarlane
Kissing Toads by Jemma Harvey