—Padre Saryon. —Kevon Smythe tomó la mano de mi señor y un resplandor surgió de él para envolver a Saryon, quien realmente parpadeó, como si contemplara una luz cegadora—. Me siento muy honrado de conocerle por fin. He oído hablar tanto de usted, todo bueno, y de Joram. Es un tema que me fascina. Cuénteme, Padre —prosiguió mientras aceptaba la silla que se le ofrecía, no el sofá donde los otros dos estaban sentados, erguidos y envarados—. Cuénteme la historia de Joram y de la Espada Arcana. La conozco, al menos en parte, pero me gustaría escucharla de sus labios.
»Lamento tener que decir, Reuven —añadió, mirándome—, que no he leído tu relato, del que he recibido críticas muy favorables. Mi tiempo está tan ocupado que no me deja tiempo libre para leer todo lo que quisiera. Tus libros ocupan un lugar destacado en mi biblioteca, y algún día, cuando las obligaciones del liderato desaparezcan, tengo intención de leerlos.
Fue muy curioso, pero me sentí inundado por una enorme sensación de placer, como si hubiera hecho el mejor de los cumplidos a mis libros, cuando —si he de ser sincero— parte de mí sabía que sin duda había leído resúmenes de los libros elaborados por sus subordinados y que, aunque es posible que los tuviera, no tenía ninguna intención de leerlos.
Lo que era aún más extraño es que él era consciente de la dicotomía de sentimientos que producía en otros y de que lo hacía a propósito. Me sentí fascinado y repelido al mismo tiempo. En su presencia, todos los otros hombres, incluido el rey y el general parecían insignificantes y vulgares. Y aunque me gustaban y confiaba en ellos y él no me gustaba ni me inspiraba confianza, tuve la terrible sensación de que si me llamaba lo seguiría.
Saryon sentía lo mismo. Lo supe porque hablaba sobre Joram, algo que siempre se había mostrado reacio a hacer con cualquier extraño.
—... Thimhallan fue fundada por el hechicero Merlin como un país donde los bendecidos con el arte de la magia pudieran vivir en paz, usando ese arte para crear cosas bellas. Había Nueve Misterios de la Vida presentes en el mundo, entonces. Cada una de las personas que allí nacía, poseía uno de estos misterios.
Los labios de Kevon Smythe se abrieron, musitó de forma casi inaudible el número «trece» y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Los Cuatro Cultos Arcanos que quedaron atrás habrían formado el número trece.
Saryon, que no había advertido la interrupción, siguió hablando:
—Existen Nueve Misterios, ocho de ellos versan sobre la Vida o la Magia, pues en el mundo de Thimhallan, Vida es Magia. Todo lo que existe en esta tierra, existe o bien por voluntad de Almin, que la creó incluso antes de que llegaran los antiguos, o bien porque a partir de entonces ha sido «moldeado, formado, convocado o conjurado», siendo éstas las cuatro Leyes de la Naturaleza. Estas leyes son controladas por uno de los ocho Misterios: Tiempo, Espíritu, Aire, Fuego, Tierra, Agua, Sombras y Vida. De estos Misterios, sólo cinco sobrevivían en la época de la creación de la Espada Arcana. Los Misterios del Tiempo y del Espíritu se perdieron durante las Guerras de Hierro, y con ellos los conocimientos que poseían los antiguos: la habilidad para predecir el futuro y la capacidad para comunicarse con los que habían abandonado esta vida para ir al Más Allá.
»En cuanto al último Misterio, se practica, pero sólo por aquellos que se mueven en la oscuridad. Conocido como Muerte, se le llama también Tecnología.
—Resulta muy singular. —Kevon Smythe se mostró divertido—. Ya me dijeron que ustedes creían algo parecido. Y los otros dos... ummm... Misterios, los llamó. Tiempo y... ¿cuál era el otro... Espíritu? ¿Se perdieron? Tal vez fuera lo mejor. Como Macbeth pudo comprobar, ver el futuro es peligroso. ¿Hacemos lo que realmente marcaba el destino o se trata de llevar a cabo una profecía que beneficia nuestros intereses? Creo que es más seguro, y honrado, dejarse guiar por nuestra propia visión del futuro. ¿No le parece, Padre Saryon?
Mi señor estaba pensativo, introspectivo.
—No lo sé —contestó por fin—. La tragedia que se abatió sobre Joram y sobre todo Thimhallan fue provocada, en cierto modo, por una visión del futuro... una visión que nos aterró. ¿Habríamos provocado nuestra propia destrucción si no hubiéramos oído la profecía sobre el niño Muerto?
—Sí, lo habríamos hecho. Eso es lo que yo creo —intervino el rey Garald—. Nuestra ruina empezó a fraguarse mucho antes del nacimiento de Joram, ya durante las Guerras de Hierro. Intolerancia, prejuicios, miedo, fe ciega, codicia, ambición... todas estas cosas habrían acabado destruyéndonos igualmente, con o sin Joram y la Espada Arcana.
Miró intencionadamente a Kevon Smythe mientras hablaba, pero si Su Majestad había pronunciado aquellas palabras con la intención de que sirvieran de ejemplo a Smythe, había malgastado su aliento. La atención del hombre —y tal vez su magia, si era eso lo que usaba para hechizar a las gentes— estaba concentrada en Saryon, olvidándose de todos los demás.
—Para mí, Thimhallan estaba simbolizado por la madre de Joram, la Emperatriz —decía Saryon en voz baja y entristecida—. Su esposo se negaba a admitir que estaba muerta, a pesar de que toda la corte lo sabía, y se empeñaba en mantener el cuerpo animado mediante la magia. Los cortesanos le dedicaban reverencias, le rendían honores, chismorreaban con ella... celebraban fiestas con un armazón sin vida y putrefacto de algo que había estado vivo, lleno de energía y belleza. Una charada tan espantosa no podía mantenerse eternamente.
»En realidad, la historia de Joram es muy sencilla. Una profecía hecha justo después de finalizar las Guerras de Hierro decía: "Nacerá de la Casa Real alguien que está muerto y que no obstante vivirá, que morirá de nuevo y volverá a vivir. Y cuando regrese, en su mano llevará la destrucción del mundo". Joram era hijo de la casa real, nacido del Emperador y la Emperatriz de Merilon. Nació Muerto... es decir, sin poseer ninguna magia en su interior. Yo lo sé —afirmó Saryon, con un suspiro—, porque estaba presente cuando se le realizaron las pruebas.
»El Patriarca Vanya, que conocía y temía la Profecía, ordenó que a la criatura se le negase todo alimento, y se lo llevó para dejarlo morir. Pero a Almin no se le frustran los planes con tanta facilidad. Una mujer demente llamada Anja encontró al bebé y lo robó, se lo llevó a las granjas situadas cerca del País del Destierro y lo crió como si fuera su propio hijo.
»Anja sabía que Joram carecía de la magia, y que si esa carencia era descubierta, los
Duuk-tsarith
lo capturarían y eso sería el fin del niño. Así pues, le enseñó juegos de manos para que pudiera hacer creer que poseía la magia.
»El muchacho se crió como Mago Campesino, un labrador. Fue aquí donde conoció a Mosiah, que se convirtió en el único amigo de Joram. También fue aquí donde, cuando era un muchacho, Joram mató a un hombre, a un severo capataz, que había descubierto el secreto del joven. En un intento de proteger a su hijo, Anja atacó al capataz, que la mató en defensa propia. Furioso por lo que había hecho, Joram mató a su vez al hombre.
«Joram huyó entonces al País del Destierro, donde fue encontrado por la Orden del Noveno Misterio, que también vivían allí: los Tecnólogos. Éstos habían violado las leyes de Thimhallan, al utilizar tecnología para aumentar su magia. Fue aquí, entre ellos, donde Joram aprendió el arte de la forja del metal. Fue aquí donde descubrió la piedra-oscura y su capacidad para anular la magia, y tuvo la idea de forjar un arma hecha con piedra-oscura, un arma que compensaría su falta de magia, un arma que le daría el poder que ansiaba.
»Por motivos propios, yo le ayudé a crear la Espada Arcana —dijo Saryon, añadiendo con toda intención, en honor a Smythe—: A la piedra-oscura hay que darle Vida mágica mediante la intercesión de un catalista. De lo contrario, sus propiedades son las de cualquier otro metal.
—¡Qué interesante! —comentó Smythe, con toda cortesía—. Por favor continúe, Padre.
—No hay mucho más que contar. —Saryon se encogió de hombros—. En realidad sí, claro, pero la historia es muy larga. Baste con decir que Joram acabó averiguando quién era en realidad, y se enteró también de la profecía. Sentenciado a muerte, podría haber destruido a sus atacantes, pero eligió abandonar el mundo. Cruzó la Frontera para penetrar en lo que todos creían que era el reino de la Muerte. En su lugar, viajó a otra parte del planeta que conocemos como Thimhallan. Aquí, él y la mujer que le amaba fueron encontrados por un miembro de la Patrulla Terrestre de la Frontera. Lo llevaron a la Tierra y residió allí durante diez años con su esposa, Gwendolyn.
»Al descubrir que había gentes en la Tierra que planeaban viajar a Thimhallan y conquistarlo, Joram regresó, trayendo consigo la Espada Arcana, para combatir contra los que querían destruir a nuestro pueblo, nuestra forma de vida. Fue traicionado, y habría sido asesinado de no haber sido por otro extraño guiño del destino. Al darse cuenta de que los ejércitos terrestres —Saryon dirigió una rápida mirada al general Boris, que tenía el rostro enrojecido y se sentía muy incómodo— iban ganando y que nuestro pueblo iba a ser esclavizado o masacrado, Joram decidió terminar con la guerra. Hundió la Espada Arcana en el altar sagrado, y liberó toda la magia que estaba retenida en el Pozo. La magia fluyó de vuelta al universo. La guerra finalizó.
»La cúpula mágica que había sido conjurada a modo de protección sobre todo Thimhallan se rompió, y las terribles tormentas que en el pasado habían barrido aquel mundo regresaron. Hubo que transportar a la gente a un lugar seguro, y por eso los trajeron aquí, a la Tierra, y los llevaron a los campamentos de adaptación. Sólo dos se quedaron atrás: Joram y su esposa, Gwendolyn. Siendo ahora el hombre más odiado del universo, Joram sabía que su vida correría peligro si regresaba alguna vez a la Tierra y, por lo tanto, decidió permanecer solo en Thimhallan, el mundo que, tal y como había anunciado la Profecía, él había destruido.
El relato de Saryon había durado algo más de la media hora que Kevon Smythe había concedido para este asunto, pero, a pesar de ello, él no hizo el menor gesto para interrumpirlo, ni echó una sola ojeada a su reloj, sino que permaneció sentado inmóvil como una estatua, totalmente absorto en la historia del catalista. El rey Garald y el general Boris, que habían vivido partes de la historia, sí miraron repetidas veces sus relojes y se removieron nerviosos, pero no estaban dispuestos a dejar a Smythe a solas con nosotros y, por lo tanto, se vieron obligados a permanecer sentados y esperar. Al mirar al exterior, vi cómo sus ayudantes hablaban por teléfonos móviles, sin duda para reorganizar los programas de trabajo.
Empezaba a pensar que si se quedaban mucho más tiempo, tendríamos que ofrecerles algo de comer y beber, y me preguntaba si habría galletas suficientes para todos, cuando Saryon puso fin a su relato.
—Realmente —dijo Kevon Smythe, y pareció sentirse muy afectado por la historia—, la Espada Arcana es un metal interesante. Sus propiedades deberían analizarse, para descubrir qué beneficios podría prestar a la humanidad. Sé que se han expuesto varias teorías al respecto. En mi opinión es importante que se verifiquen esas teorías.
»En uno de mis objetivos, tengo un equipo de científicos, los mejores profesionales en sus respectivos campos, que ya ahora realizan preparativos para estudiar esa arma. Comprenden —Smythe dirigió una sonriente mirada al airado rey, que se había puesto en pie— que este artilugio es de un valor incalculable; y mis científicos lo tratarán con la mayor consideración, retirando únicamente aquellas pequeñas partes que sean necesarias para su estudio. Una vez que las pruebas se hayan completado, el arma será devuelta a los antiguos habitantes de Thimhallan...
—¡Ni hablar! —El general Boris también se había puesto en pie.
—Desde luego —intervino el rey Garald, lívido—, todos sabemos que las pruebas jamás se completarían, ¿no es así, Smythe? Siempre existiría una última comprobación que realizar, una nueva teoría que verificar o rechazar. Entretanto, tú usarías el poder de la Espada Arcana...
—Para el bien —replicó con tranquilidad Kevon Smythe—, al contrario que otros como esos enlutados Ejecutores vuestros, que la utilizarían para el mal.
Los músculos del rostro del rey Garald se contrajeron y anquilosaron, de modo que cuando intentó hablar, no consiguió pronunciar ni una sola palabra. Smythe pudo, pues, continuar.
—Padre, es su deber, como miembro de la hermandad humana, hacer comprender a Joram cuál es su deber en estos tiempos agitados y peligrosos. Él usó la Espada Arcana para destruir. Que ahora se redima a sí mismo y la use para crear. Para crear un mundo mejor para todos nosotros.
Mientras decía esto, vi que el rey Garald renunciaba a su intento de hablar y que observaba con suma atención a Saryon. El monarca sabía, tan bien como yo, que Smythe había cometido un error. Su alabado encanto —fuera éste de origen mágico o algo inherente en él— no podría ocultar su error. Le habría valido más haber leído mis libros, en lugar de dejar la investigación a sus subalternos. Entonces habría conocido mejor la naturaleza del hombre con el que estaba hablando.
El rostro del catalista se ensombreció.
Pero si el rey Garald pensaba que habría ganado la batalla gracias al error de su enemigo, también él se equivocaba. Conocí la decisión que mi señor había tomado antes de que la dijera en voz alta. De todos los allí presentes yo fui el único que no se sorprendió.
Saryon se puso en pie. Su mirada abarcó a los tres hombres y su voz sonó recriminatoria.
—Joram y su esposa e hija viven solos en Thimhallan ahora. Se encuentran bajo la protección de las Fuerzas Terrestres. Nadie los perseguirá, ni molestará, ni maltratará de ninguna forma. Ésa es la ley. —Se volvió hacia Kevon Smythe—. Habláis con mucha desenvoltura de la redención, señor. La redención es competencia de Almin. ¡Es él quien juzgará a Joram, no vos, ni yo, ni el rey, ni ningún otro mortal!
Saryon retrocedió un paso, alzó la cabeza, y los contempló a todos con una mirada serena y firme.
—He tomado una decisión. La tomé anoche. No iré a ver a Joram. No formaré parte de ningún intento de conseguir mediante engaños que revele el lugar donde se encuentra la Espada Arcana. Ya ha sufrido bastante. Dejad que viva en paz el resto de sus días.
Los tres hombres eran encarnizados enemigos, pero como compartían el mismo deseo, intercambiaron rápidas miradas.