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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El legado de la Espada Arcana (33 page)

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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—No te estaba pidiendo que construyeras un auténtico navío —replicó Scylla, dirigiéndole una furiosa mirada—. Pero creo que podrías usar uno de tus hechizos de fuego para quemar el interior de un tronco, y nos serviría de canoa.

—¡Canoa! —bufó Mosiah—. A lo mejor usamos vuestra cabeza, sir Caballero. ¡Sin duda está bastante hueca! No se te ha ocurrido que necesitaré conservar toda la Vida que me queda para liberaros de las garras de ese dragón, que sin duda, no se va a sentir encantado de vernos.

Hacía tiempo que el Padre Saryon intentaba decir algo, y por fin tuvo su oportunidad.

—¿Tenéis tan poca fe en mí, como para pensar que os llevaría a una cueva inundada? —Sonrió mientras lo decía, pero nosotros advertimos la reprimenda que ocultaban sus palabras, en especial Eliza y yo.

—Perdonadme, Padre —dijo Eliza, con expresión arrepentida—. Tenéis razón. Debería haber confiado en vos.

—Si no en mí, al menos en Almin —replicó él, y dirigió una mirada a Mosiah, que daba a entender que el anciano clérigo había escuchado al menos parte de nuestra anterior conversación.

El Ejecutor no dijo nada, no se disculpó; permaneció impasible y silencioso, con los brazos cruzados y las manos ocultas en las negras mangas de la túnica.

Saryon continuó, añadiendo en tono enérgico:

—Hay un sendero ahí delante. Una repisa de roca que discurre por encima del nivel del agua. El sendero conduce a un pasillo que nos aleja del río y desciende hacia las entrañas de la caverna.

El sendero que bordeaba la orilla realizaba un giro serpenteante hacia la izquierda, rodeando un sauce enorme, cuyas ramas y tronco ocultaban a la vista parte de la entrada de la cueva. Saryon apartó las balanceantes y tupidas ramas y apareció una repisa de piedra que llevaba al interior.

Mosiah se brindó a ir delante y pensé que era su manera de compensarnos por su mal genio.

—No me sigáis hasta que os lo indique —nos advirtió.

Entró en la cueva, llevándose con él al cuervo y no tardó en desaparecer de nuestra vista. Me pregunté por qué habría sido invitado el pájaro a venir, pero entonces comprendí —cuando surgió aleteando por la entrada de la cueva, como un enorme murciélago— que el cuervo era el mensajero.

—Entrad —graznó el ave con voz áspera—. De uno en uno.

Eliza fue la siguiente, entrando en la cueva con resolución y sin miedo. Aunque mi temor por ella era más que suficiente para los dos. La observé todo lo que pude, como si sólo con mi fuerza de voluntad pudiera mantenerla sobre aquella repisa y ella fuera a caer en cuanto la perdiera de vista.

El cuervo había partido con la muchacha y esperé inquieto hasta que el ave regresó.

—Ella está a salvo. Que venga el siguiente.

—Ahora tú, Reuven —dijo Saryon, una sonrisa en los ojos.

No podía creer que pudiera estar ansioso por entrar en la caverna, pero ahora nada me habría impedido hacerlo.

Un aire húmedo y helado me envolvió y tuve que esperar a que mis ojos se adaptaran a la oscuridad. La luz que brillaba en el exterior centelleó sobre la corriente de agua e iluminó mi camino durante un corto trecho. El sendero era ancho en ese tramo y conseguí avanzar deprisa.

Pero enseguida el sendero se estrechó, hasta que apenas pude colocar los dos pies juntos. La repisa rodeaba una curva de la pared, que tapaba la luz. Yo esperaba que esa parte estuviera sumida en tinieblas y me sorprendió encontrar el camino bañado por un cálido resplandor rojizo. Una de las estalactitas del techo emitía luz y calor, como si hubieran calentado la roca, y pude distinguir el camino, una reluciente cinta gris sobre las negras y relucientes aguas. El cuervo pasó volando por mi lado, para regresar junto a Mosiah.

Comprendí entonces por qué el Ejecutor se había ofrecido a entrar el primero. Había recorrido aquella zona en tinieblas para iluminar el camino.

El sendero empezó a elevarse y aún se estrechó más, hasta que me vi forzado a colocar la espalda contra la pared y avanzar de lado arrastrando los pies. Seguí adelante despacio, sin que pudieran verme mis compañeros que habían quedado atrás, sin divisar aún a Mosiah y a Eliza que iban delante. Un paso en falso y me precipitaría a las lóbregas y espumosas aguas que corrían bajo mis pies. El sudor inundó mi frente y empezó a resbalar por mi pecho; el aire frío me hizo tiritar. Nunca en mi vida me había sentido tan solo.

Di un paso más y pude ver el final, y allí, esperándome, estaban Mosiah y Eliza, y yo estaba tan ansioso por llegar junto a ellos que prescindí de toda precaución y me precipité hacia la seguridad.

—Con cuidado ahora —advirtió el Ejecutor—. Ésta es la parte más difícil.

Controlé el impulso de echar a correr, y me apreté con tal fuerza contra la roca que me arañé la piel de la espalda mientras avanzaba con cautela por el saliente. Éste se fue ensanchando a medida que avanzaba y pude apresurar el paso. Di de bruces contra los brazos de Eliza y los dos nos abrazamos en busca de consuelo. Nuestro mutuo entusiasmo apartó todo pensamiento de caer en las arremolinadas aguas. Bendije a Saryon por haberme enviado por delante para poder disfrutar de este instante con ella.

Mosiah nos contempló con una ligera sonrisa sardónica, aunque no dijo nada, limitándose a enviar al cuervo de vuelta para llamar al siguiente.

Apareció el Padre Saryon, con movimientos tan torpes y desmañados sobre el saliente que en más de una ocasión pensamos que se caería. Sin embargo, siempre conseguía salvarse, agarrándose a las protuberancias de la roca cuando sus pies resbalaban o manteniendo los pies en un punto de apoyo cuando eran las manos las que no encontraban dónde sujetarse.

Llegó por fin a nuestro lado y se limpió la suciedad de las manos.

—Ha sido mucho más fácil que la primera vez —dijo, en voz muy baja. Aunque el dragón se encontraba mucho más abajo en el fondo mismo de la caverna, no podíamos correr el riesgo de que nos oyera—. No tuve a un hechicero a mi lado que me iluminase el camino. —Hizo un gesto de agradecimiento en dirección a Mosiah—. Y además llevaba conmigo la Espada Arcana.

—¿Qué os empujó a hacer ese viaje, Padre? —preguntó el Ejecutor; sólo sus ojos eran visibles bajo las sombras de la capucha merced a que reflejaban el rojo fulgor de la estalactita. Había enviado al cuervo en busca de Scylla—. ¿Os perseguían?

Saryon permaneció en silencio un momento, con el rostro pálido y descompuesto al recordarlo.

—Pensándolo bien, creo que no era así, pero entonces yo no podía saberlo. Además, para estar seguro, tenía que creer que me perseguían. ¿Qué me trajo hasta esta cueva? El instinto, tal vez, el instinto de la presa a punto de ser cazada que la empuja a buscar un lugar oscuro en el que ocultarse. O puede que fuera la mano de Almin.

Mosiah enarcó una ceja, se dio la vuelta, y vigiló el camino. Oímos el tintineo metálico del acero contra la piedra y Mosiah murmuró: —Al diablo con el sigilo.

El sonido quedó inmediatamente ahogado; a continuación se produjo una corta espera, y por fin Scylla apareció, doblando el mismo recodo traicionero, con el rojo de la estalactita ardiendo como una llama en su armadura de plata.

La mujer tenía dificultades; el peto le impedía aplastar la espada contra la pared, como habíamos hecho los demás, y avanzaba lentamente, aferrándose a la pared con las manos. Entonces se detuvo, recostó la cabeza hacia atrás contra la pared y cerró los ojos.

—Dile —ordenó Mosiah al cuervo—, ¡que no es el momento para echar una cabezada!

El pájaro flotó hasta ella, revoloteó a su alrededor, y si bien no pudimos oír lo que ella le respondió, las palabras parecían surgir en una especie de jadeo que resultaba audible desde donde estábamos.

—Dice que no puede moverse —dijo el cuervo, y posándose en el sendero junto a Mosiah, empezó a limpiarse el pico con una zarpa—. Sabe que se va a caer.

Paralizada por el terror, Scylla se aferraba a la pared. Compartí su terror. Yo había conocido ese mismo miedo y sólo Almin sabe lo que me obligó a continuar. La visión de Eliza, creo.

—Necesita ayuda —dijo el Padre Saryon, recogiéndose las faldas de la túnica.

—Yo iré —repuso Mosiah—. ¡No quiero tener que sacaros a los dos del río!

Desanduvo el camino por el traicionero sendero y, con el rostro vuelto hacia la pared, avanzó despacio, hasta tener a Scylla a su alcance. —¿Qué sucede? —preguntó.

Scylla fue incapaz de mover la cabeza para mirarle. Apenas si pudo mover los labios.

—¡No... no sé nadar!

—¡Bendita criatura! —exclamó él, exasperado—. Si te caes al agua, no tendrás que preocuparte de nadar. Te hundirás como una piedra con esa armadura.

Scylla emitió una risita lúgubre.

—¡No sabes lo que me consuelas! —respondió ella entre dientes.

—Tengo mi magia —indicó Mosiah—, pero no quiero usarla a menos que tenga que hacerlo. Pero no te preocupes, no permitiré que te caigas. Mírame. Mírame, Scylla.

La mujer consiguió girar el rostro para mirarlo.

—Vamos, cógete. —Mosiah le tendió la mano.

Ella alzó el brazo con la armadura chirriando contra la piedra, y poco a poco lo alargó en dirección a Mosiah. El Ejecutor cerró la mano sobre la de ella, y la sujetó con fuerza. El rostro de Scylla se relajó aliviado, y la mujer aventuró un paso al frente. Mosiah la condujo por el sendero, manteniéndola en equilibrio.

Al final, cuando llegaron a terreno seguro, la mujer lanzó un sonoro sollozo estremecido y se cubrió el rostro con las manos. Estoy seguro de que Mosiah la habría rodeado con sus brazos, de no haber sido por la armadura. Abrazarla habría sido equivalente a abrazar una estufa de hierro.

—Me he deshonrado a mí misma —musitó Scylla con ferocidad—. ¡Ante mi reina!

—¿Cómo? Demostrando que eres humana como el resto de nosotros. A mí, por lo menos, me alegró verlo. Empezaba a parecerme extraño.

Scylla descubrió sus ojos y miró a Mosiah, como si sospechara que pudiera haber algo más en esta afirmación de lo que a primera vista parecía; pero él se mostraba medio divertido, medio comprensivo, nada más.

—Gracias —respondió ella, con voz ronca—. Me habéis salvado la vida, Ejecutor. Estoy en deuda con vos. —Abatida, fue hasta donde estaba Eliza e hincó una rodilla en tierra ante ella—. Perdonadme, Majestad, por mi cobardía ante el peligro. Si deseáis destituirme del puesto de confianza que me habéis dado, lo comprenderé.

—¡Oh, Scylla! —exclamó Eliza con afecto—. Somos de la misma opinión que Mosiah. Nos complace ver que tenéis defectos, como el resto de nosotros. Es muy difícil amar a un dechado de virtudes.

La mujer se sintió abrumada y, durante un momento, fue incapaz de hablar. Por fin, tras pasarse la mano por la nariz y los ojos, se irguió, echó hacia atrás la cabeza, y nos miró orgullosa, aunque algo desafiante.

—¿Por dónde ahora, Padre? —preguntó Eliza.

Nos habíamos estado concentrando tanto en el sendero que habíamos dejado atrás que no habíamos pensado en el que discurría ante nosotros. El río se desviaba hacia la derecha; nuestra repisa se había acabado, pero se distinguía la oscura abertura de lo que parecía ser un túnel.

—Hacia abajo —dijo Saryon.

22

—Quizás el asesino se haya ido...

—Lo dudo. De todas formas sus intenciones se han frustrado.

Saryon y Joram
, El Triunfo

Empezamos a bajar. Y bajamos. Y seguimos bajando.

Una tea encendida nos iluminaba el camino. Mosiah estaba dispuesto a gastar algo más de su Vida mágica para crear luz, pero eso no fue necesario.

—Encontraréis una tea, yesquero, y pedernal en una pequeña sala cerca de la entrada del túnel —nos dijo Saryon—. Lo dejé yo mismo, por si regresaba algún día.

—Herramientas de las Artes Arcanas —indicó Mosiah, con una leve sonrisa, recordando una época en Thimhallan en que el uso de «herramientas» tales como la yesca y el pedernal estaba prohibido, ya que dichos objetos daban Vida a lo que estaba Muerto.

Scylla sostenía la tea, y caminaba al frente con Saryon. Yo seguía junto a Eliza, con nuestras manos entrelazadas. A partir de este punto, nuestras vidas iban a cambiar para bien o para mal; tal vez dentro de muy poco tiempo estaríamos muertos. Ya no importaba que ella fuera una reina y yo su catalista doméstico. Nuestro amor, un amor que había enterrado sus raíces ya en la primera infancia, había crecido tan fuerte como el roble, y aunque pudieran talar el árbol, jamás conseguirían desarraigarlo.

Mosiah iba detrás solo, pues el cuervo se había negado a acompañarnos si íbamos a pasar cerca del dragón.

El sendero discurría llano, abriéndose paso a través de la roca en una pendiente en espiral que era casi un tirabuzón. Era fácil de recorrer, casi demasiado fácil. Parecía como si nos lanzara hacia abajo... circunstancia que era de muy mal augurio.

—Esto no lo formó jamás la naturaleza —comentó Mosiah.

—No —repuso Saryon—. Eso pensé yo también cuando lo descubrí la primera vez.

—¿Hicisteis todo este recorrido sin saber qué había, Padre? —El Ejecutor se detuvo—. ¿Cuando en el fondo podía estar esperando cualquier cosa, desde grifos hasta merodeadores de la oscuridad? Perdonadme, Padre, pero nunca fuisteis del tipo aventurero. Creo que nos deberíais contar cómo descubristeis esta caverna antes de que sigamos adelante.

—¡No vamos a tolerar esto! —Eliza estaba furiosa—. Habéis insultado por última vez al Padre Saryon, Ejecutor...

—No, criatura —repuso el catalista. Bajó la mirada, encontró un saliente de roca y se dejó caer sobre él—. Mosiah tiene razón. No me digas, hija —añadió dirigiéndole una sonrisa—, que tú misma no sientes curiosidad por saber lo que encontraremos cuando lleguemos a la guarida del dragón. Además, me iría bien un descanso. Aunque ya no debe faltar mucho. Debemos llegar a la guarida de la bestia antes de que anochezca, mientras sigue adormilada y aletargada.

—Amén a eso —dijo Mosiah.

Lo que escribo a continuación es la historia del Padre Saryon, con sus propias palabras.

A veces me he preguntado qué habría sucedido si Simkin no hubiera conseguido con artimañas que Menju el Hechicero lo enviara a la Tierra. Creo que las cosas habrían resultado muy distintas. De haber estado Simkin aquí, estoy seguro de que habría podido salvar la vida de Joram. El emperador Garald no está de acuerdo conmigo y debo decir que admito su punto de vista, pues no hay duda de que Simkin envió a Joram a la emboscada, ya que fue él quien le sugirió que buscara ayuda para tu pobre madre en el Templo de los Nigromantes. Y era allí donde el Verdugo lo estaba esperando y lo mató.

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