El legado de la Espada Arcana (35 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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Me puse rápidamente en pie, dejando a la Espada Arcana en el suelo no muy lejos. Podría haberla usado para defenderme, pero temía que la poderosa magia aniquiladora del arma deshiciera el encantamiento. Tendría tiempo suficiente para cogerla si era necesario.

El dragón giró la cabeza. Vi cómo el diamante se movía y oí los movimientos del animal: las zarpas incorporando el cuerpo de entre las rocas, las alas elevándose del agua con un poderoso chapoteo.

La criatura me buscaba. Seguro ya de que había desaparecido todo vestigio de luz solar, la bestia abrió los ojos.

Éstos brillaron pálidos como la luz de la luna, y yo desvié la mirada, pues aun cuando el animal estaba hechizado, quien mira a los ojos a un Dragón de la Noche, acaba perdiendo la razón.

La bestia se levantó sobre los cuartos traseros y desplegó las alas, extendiéndolas como las alas de un murciélago. Me sentí tan impresionado que si hubiera muerto allí en aquel momento, habría considerado que valía la pena morir por contemplar un espectáculo tan grandioso y terrible.

Mil millares de diminutos puntitos de luz blanca relucían en la negrura de las alas, como si las alas del dragón estuvieran hechas de un firmamento estrellado. Así es como los dragones imitan el cielo nocturno en las patrullas para camuflarse y caer sin ser vistos sobre el enemigo. Esos diminutos puntos de luz no sólo parecen estrellas, sino que también son armas letales. Un rápido aleteo los hace caer con la fuerza de un meteorito, y las pequeñas estrellas fugaces producen profundas quemaduras en la carne.

Las luces centellearon ante mis ojos, pero ninguna cayó sobre mí. El encantamiento había funcionado, por lo que di fervientes gracias a Almin.

Los ojos pálidos como dos lunas gemelas me miraron con insistencia, bañándome con su luz; pero yo mantuve la vista baja.

—Eres mi amo —dijo el dragón, y el odio estremeció su voz.

—Sí —respondí, con tanta audacia como pude—. Soy tu amo.

—Estoy obligado a hacer lo que me ordenes —prosiguió el dragón con fría cólera—. ¿Qué quieres de mí?

—Tengo un objeto aquí —respondí, y con suma cautela levanté la Espada Arcana. Tuve que controlar el miedo que atenazaba mi corazón, o de lo contrario la espada percibiría que me sentía amenazado y empezaría a destruir la magia del talismán—. Te ordeno que te lo lleves contigo al interior de la caverna y lo guardes bien. No debes entregárselo a nadie excepto a mí o al heredero de Joram.

Levanté la Espada Arcana y ahora fue el dragón el que tuvo que protegerse los ojos. Sus párpados se cerraron, la blanca luz quedó oculta; las alas se estremecieron y las falsas estrellas se apagaron. Yo no podía ver la espada a causa de la oscuridad, sin embargo su magia aniquiladora debía haber resultado lacerante y mortífera como la luz solar a los ojos de esta criatura mágica.

—¡Envuélvelo! ¡Cúbrelo! —gritó el dragón, dolorido y colérico.

Me apresuré a hacer lo que decía, y envolví la Espada Arcana con la manta. En cuanto el arma quedó oculta, el dragón volvió a abrir los ojos. Su aversión por mi persona se había incrementado diez veces, lo que no era muy reconfortante.

—Guardaré la Espada Arcana —dijo la criatura—. No tengo elección. Tú eres el amo. Pero debes bajarla hasta mi caverna y una vez allí enterrarla bajo un montón de piedras para que quede completamente oculta. Yo estoy hambriento, y voy a ir de caza. Pero no temas. Regresaré y haré lo que me pides. Tú eres el amo.

Extendiendo las alas, el monstruo saltó de la roca, se elevó por los aires, y lo perdí de vista al instante, pues no podía distinguir entre el firmamento nocturno y el dragón.

Pero ahora mi corazón estaba lleno de esperanza. Con la Espada Arcana en los brazos, entré en la cueva y descendí hasta el mismo fondo, donde encontré el suelo cubierto de brillantes escamas negras y huesos. La guarida del dragón.

Deposité el arma en el suelo de la caverna, en una zona muy lejana de lo que supuse era el cubil del animal, y la cubrí con rocas, hasta formar un gran montículo.

Acababa de terminar cuando regresó el dragón, que sin duda entró por una entrada posterior, pues apareció de improviso en la cueva. El cuerpo de un centauro macho colgaba de sus afilados dientes.

La criatura contempló con atención el montículo, iluminado ahora por una pálida y gélida luz.

—Vete —me ordenó, añadiendo una única palabra (amo) de mala gana.

Me alegró obedecerle, pues el olor de la sangre del recién sacrificado centauro me producía náuseas. Desanduve el camino de vuelta al mundo donde brillaba la auténtica luz de las estrellas, pero cuando alcancé la entrada de la cueva, estaba agotado y no pude seguir. Descansé allí hasta la mañana. Al marchar, dejé allí la yesca, el pedernal y la tea que había llevado conmigo, y regresé a casa.

La Espada Arcana estaba tan a salvo como me era posible tenerla. En innumerables ocasiones me he preguntado si seguirá allí, si el dragón seguiría custodiándola y si se mantendría todavía el encantamiento. En muchas ocasiones me he sentido tentado a comprobarlo por mí mismo, pero entonces una sensación de paz me embargaba para indicarme que no era el momento.

Era Almin que me tranquilizaba.

Así pues, no he vuelto aquí desde ese día hace veinte años, cuando dejé la espada bajo el montón de rocas bajo la custodia del Dragón de la Noche.

Tampoco habría regresado ahora, pero la sensación de paz ya no anida en mi corazón. En su lugar tengo una sensación de apremio, un temor que me empuja a creer que es la voluntad de Almin que se recupere la Espada Arcana.

Que sea entregada al heredero de Joram, a la hija de Joram.

23

—¿Han encontrado ellos realmente la paz en la muerte? ¿Son felices?

—Lo serán cuando los liberes.

Joram y Gwendolyn
, El Triunfo

No pude evitar dirigir una mirada triunfal a Mosiah, con la esperanza de hacerle comprender que había juzgado mal a Saryon.

Mosiah parecía preocupado, y no se dio cuenta.

—Acabáis de decir algo que no puedo comprender, Padre: que la magia ha desaparecido de Thimhallan. Sin embargo, el Padre Reuven me concedió Vida. La magia vive a nuestro alrededor. Puedo sentirla.

—Claro, desde luego, hijo mío. —El catalista miró a Mosiah con expresión de sorpresa—. Tú fuiste en parte responsable del regreso de la magia. El ataque sobre el Pozo de la Vida...

—Perdonadle, Padre —interrumpió Scylla—. Recibió un golpe en la cabeza durante la lucha con los matones en el exterior de la Puerta de la Carretera del Este, y tiene fallos de memoria.

—Le agradecería me refrescara la memoria, Padre —insistió Mosiah—. Al menos para saber lo que puedo esperar.

—Bueno... —El catalista estaba perplejo—. No hay demasiado que decir, supongo. O mejor dicho, hay mucho que decir, pero no tenemos tiempo. ¿Cómo aquellos que se llaman a sí mismos los seguidores del Culto Arcano llegaron procedentes de la Tierra, y un hombre llamado Kevon Smythe expulsó al rey Garald del poder, y casi consiguió hacer que lo asesinaran, aunque Garald fue advertido a tiempo y huyó?

«¿Cómo tú y el rey Garald vivisteis como proscritos en los bosques? ¿No lo recuerdas? —Saryon miró con ansiedad al Ejecutor, que se limitó a sonreír y permaneció en silencio.

—Y entonces Simkin regresó de la Tierra...

—¡Ah! —exclamó Mosiah.

—Simkin regresó, y contó a Garald que el Pozo de la Vida no había sido destruido, sino simplemente obturado...

Al oír esto, que era la teoría que nosotros manteníamos, hice una seña a Mosiah, que me respondió con otra para que mantuviera silencio.

—Obturado. No obstante, los practicantes del Culto Arcano tenían una fuente secreta, por la que sangraban la Vida mágica, para usarla ellos mismos. En un ataque muy osado, tú, Mosiah, Garald y su amigo James Boris conseguisteis abrir el Pozo y dejasteis salir la magia de nuevo al mundo. Entonces pudimos luchar contra Smythe y los seguidores del Culto Arcano. Smythe huyó a la Tierra.

«Garald recuperó el mando de Sharakan y también el de Merilon. Yo viajé a Sharakan para felicitarlo y presentarle a mis pupilos. —Saryon nos miró con afecto a Eliza y a mí—. El rey Garald se quedó muy impresionado por la belleza de Eliza y se sintió muy afectado al enterarse de que era la hija de Joram. Le concedió el derecho a reclamar el trono de Merilon, como heredera de su padre.

»Garald nombró a Eliza reina de Merilon. Reuven viajó a El Manantial, para iniciar su preparación como catalista. Merilon y Sharakan se convirtieron en aliadas, y el Cardinal Radisovik fue nombrado Patriarca, tras la muerte de Vanya. El Patriarca tuvo la bondad de nombrarme consejero de Eliza hasta su mayoría de edad. —Saryon sonrió e hizo un gesto de resignación—. Me consideré muy poco apropiado para la tarea, pero Radisovik volvió todos mis noes en síes antes de que yo supiera realmente lo que sucedía. Además Eliza necesitaba muy pocos consejos.

La joven se ruborizó y, alargando el brazo, apretó la mano de su tutor, agradecida.

—Son tiempos difíciles —suspiró Saryon—. La magia ha sido restituida, pero es débil. A pesar de haberse reconstruido la barrera alrededor de Thimhallan, sabemos que la magia se filtra al exterior y no parece que haya nada que podamos hacer para impedirlo. Sin duda, Smythe y sus secuaces son los responsables.

»Por este motivo nos vemos obligados a vivir con una combinación de hechicería y acero. Los
Duuk-tsarith
han conseguido aumentar su poder, ya que son capaces de absorber más Vida que nadie en el mundo. El emperador Garald confía en ellos, pero yo... —Saryon calló, algo desconcertado.

—Comprendo, Padre —repuso Mosiah en voz baja—. Ahora que lo habéis dicho, empiezo a recuperar la memoria. Tenéis suficientes motivos para no confiar en muchos de los
Duuk-tsarith
.

—Confío en ti, Mosiah —contestó él—. Y eso es lo importante. Los caballeros —sonrió a Scylla— protegen ahora el reino. Aunque al principio Garald era considerado un salvador, ahora es insultado. Smythe, exiliado en la Tierra, tiene sus seguidores en Thimhallan, y se las apañan para fomentar el malestar entre las clases inferiores, prediciendo el fin del mundo a menos que se permita regresar a Smythe y salvarlo.

»¿Habéis oído hablar de la advertencia que recibió el Patriarca Radisovik?

Asentimos en silencio.

—La Espada Arcana debe ser devuelta al creador del mundo. Ése fue el mensaje, aunque no estamos seguros de lo que significa. El creador de este mundo fue Merlin, pero lleva muerto y enterrado infinidad de años...

«¡No es así según Simkin!», pensé, y meditando sobre ello perdí por un instante el hilo del discurso de Saryon.

—... recuperada por la descendiente de Joram. El emperador Garald vino a verme en persona —Saryon se sonrojó turbado—, para pedir la Espada Arcana. Yo acepté, pero sólo si se me permitía ir a buscarla en secreto y, en secreto, entregársela directamente a Eliza, la hija de Joram. El emperador me dio su palabra de honor de que nadie nos seguiría, que nadie intentaría arrebatarnos la espada.

—La palabra del emperador no es la palabra de los
Duuk-tsarith
—indicó Mosiah.

—Pero estarán obligados a obedecer —replicó Saryon, y me dio la impresión de que buscaba palabras tranquilizadoras.

—¿Desde cuándo, Padre? Existe una expresión en la Tierra sobre «tener su propia orden del día» y eso es lo que sucede con ellos. No les imagino impresionados por la visita de un ángel.

—¿Crees que nos han seguido? —preguntó Eliza.

—Creo que deberíamos ser precavidos —respondió él en tono solemne—. Y que ya hemos perdido demasiado tiempo.

Reanudamos la marcha, avanzando con mayor cautela pero más de prisa. Era ya entrado el mediodía, y nos quedaban menos de veinticuatro horas para la llegada de los hch'nyv. La parte de mí que recordaba la Tierra se preguntó, con angustia, si nuestro planeta estaría siendo atacado en ese momento.

De nada servía atormentarse por acontecimientos sobre los que no tenía ningún control. Cumpliría mi misión aquí. Seguimos avanzando por el túnel en forma de tirabuzón, que se hundía en las profundidades y que tal vez había sido creado por los Señores de la Guerra que habían dado vida al Dragón de la Noche.

Caminábamos con rapidez, pues la marcha resultaba fácil, y no tardamos demasiado. Aun así, empleamos más de una hora en el descenso, lo que me lleva a pensar que debimos caminar al menos cinco o seis kilómetros bajo la superficie de Thimhallan.

Aunque no veíamos ni oíamos al dragón, que sin duda dormitaba durante las horas diurnas, podíamos sentir el olor que desprendían su cuerpo y sus excrementos. El aire se tornó fétido y varios olores de la más desagradable naturaleza no tardaron en provocarnos arcadas y nos obligaron a taparnos la nariz con pañuelos.

El único consuelo que recibimos, si se le puede llamar así, fueron las palabras de Mosiah:

—Los excrementos huelen a recientes —dijo—. Eso significa que el dragón sigue vivo, Padre, y que sigue viviendo en esta cueva.

—No recuerdo que el olor fuera tan desagradable —respondió el catalista—. No quiero ni pensar qué otra cosa podremos encontrar en esta guarida. Montones de cadáveres en descomposición, entre otras cosas.

—Por suerte, los dragones no se comen a los humanos —intervino Eliza, estremeciéndose—, o eso he oído. Tenemos mal sabor.

—No creáis todo aquello que oís, Majestad —repuso Mosiah, y sus palabras pusieron fin a la conversación.

Nuestro entusiasmo había empezado a decaer, aunque no nuestra esperanza, y era ésta la que nos impelía. Estábamos cansados, nos dolían las piernas y nos sentíamos medio mareados por el hedor, que lo impregnaba todo, incluso el agua que llevábamos con nosotros. Acabábamos de dejar atrás otro recodo arrastrando los pies, cuando Scylla, que iba en cabeza, se detuvo de repente, levantando la mano.

La luz de la antorcha que hasta ahora había brillado una curva tras otra de la roca, en ese momento no iluminaba nada. Una gran oscuridad se abría ante nosotros.

—Ésta es la guarida del dragón —susurró Saryon, y estábamos todos tan silenciosos que su susurro se escuchó con toda claridad.

Apenas nos atrevíamos a respirar, pues oíamos el sonido de otra respiración, una respiración estentórea, como si alguien accionara un fuelle gigantesco.

Vacilamos, como en ese momento de tensión en que el jugador ante la mesa sopla los dados, luego cierra la mano sobre ellos durante un único y aterrador momento, suplicando ganar y, a continuación, los tira.

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