El maestro de Feng Shui (11 page)

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Authors: Nury Vittachi

BOOK: El maestro de Feng Shui
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—Bien —dijo Wong—. El espíritu americano fue arrebatado por un águila. Eso parece que encaja.

—¿Qué le ha entrado, Wong? Se nos está poniendo metafísico, ¿eh? —dijo el superintendente.

—No, no —repuso el geomántico—. Sólo quería señalar el simbolismo. ¿Cuándo fue la última vez que asistió a un banquete de empresa en Singapur que no tuviera un centro de mesa?

Esto interesó a Sinah.

—¿Quiere decir un arreglo floral, algo así? ¿Una estatua, quizá?

—O una escultura de hielo.

—Claro.

—Siempre hay una escultura de hielo. Casi siempre —se corrigió el geomántico—. Grande, pesada, dura. Perfecta para que un hombre fuerte la utilice para aplastar la cabeza de otro. ¿Y después? La mete en el horno caliente. Y cuando alguien va a mirar, ya se ha derretido y el agua evaporado.

El superintendente tomaba notas.

—Me gusta la idea, Wong. Una escultura de hielo.

—Eso tendría sentido —dijo Madame Xu—. Entonces, ¿cree que fue Von Berger? ¿Que lo golpeó con una escultura de hielo que luego metió en el horno y al final gritó asesinato?

—Las esculturas de hielo suelen hacerlas los ayudantes jóvenes de la cocina. Si yo fuera el superintendente, preguntaría al personal sobre los trabajos que ha tenido el señor Wu. Puede que alguno de ellos hiciera esculturas de hielo. O buscar si las hay en los congeladores de la cocina.

—Pero si lo hizo Wu, no habría tenido mucho tiempo. Chen vio a Leuttenberg con vida, y a solas, en la cocina, y Von Berger llegó unos minutos después —dijo el superintendente.

—Sí, pero ¿la camarera vio al jefe de cocina allí? —preguntó Wong y levantó el plano de la cocina—. Dice que le vio sacar algo del congelador. Eso está en el nordeste, al fondo de la cocina. Lejos de la puerta principal. Las puertas de los congeladores abren hacia la izquierda, excepto algunos fabricados en Japón. Las neveras de los hoteles son muy grandes. Si él estaba sacando algo de la nevera, la puerta estaría abierta. Ella no podía verle desde la entrada, situada al sur de la cocina.

—Bueno, quizá vio el gorro alto por encima de la puerta de la nevera —dijo Joyce.

—Quizá vio el gorro, sí. Pero ¿quién lo llevaba puesto? Tal vez no era el jefe de cocina el que estaba sacando algo del congelador. Quizá era Wu Kang, que estaba ordenando las cosas para que nadie reparara en que faltaba la escultura de hielo.

—Podría ser, sí. —El superintendente se irguió en la silla—. Pero ¿cómo pudo salir de la cocina antes de que llegara Von Berger? Sólo transcurrieron dos minutos.

Wong volvió a examinar el plano.

—Creo que la víctima no dijo nada sobre un camarero estúpido. Lo que en realidad dijo fue «camarero tonto». Es un término técnico que se emplea en diseño. Concretamente en diseño de cocinas. Se refiere al ascensor de platos.

—Ascensor de platos. —Madame Xu pareció reflexionar sobre tan extraño concepto.

—En esa cocina no hay ascensor de platos —dijo Tan.

—No, ahora no, pero creo que lo hubo. Detrás de los armarios encima de la zona de lavado. Es muy posible que siga allí. Sin usar. Por ahí escapó.

—¿Cómo diantres ha podido saberlo? —preguntó Sinah.

Madame Xu estaba también perpleja.

—Si ha sido gracias a su feng shui, me retiro de adivina y me apunto a clases de feng shui con usted.

—Bien, no se trata de adivinar —dijo Wong, cruzando los brazos—. Yo hice el estudio de ese hotel cuando lo reformaron hará cosa de cinco años. Por eso la cocina está perfectamente ordenada. ¿No se lo había dicho antes?

—Vaya, vaya. Información privada —dijo la adivina.

—Conocimiento a priori. No es justo —dijo el astrólogo—. Eso no es hacer uso de las artes místicas.

Wong se quedó un tanto azorado.

—El sabio Hsun Tzu dijo: «Deberíamos pensar en el Cielo, pero sin rechazar lo que el hombre puede hacer por sí solo.»

—Yo sigo pensando que fue Von Berger —dijo Madame Xu—. El joven Wu no tenía móvil, pero Von Berger trataba a menudo con el jefe de cocina y posiblemente iba a heredar su puesto.

Esto parecía contradecir la tesis del geomántico, y todos los ojos se posaron en él.

—Siempre queda un pequeño misterio —dijo Wong—. Ayudamos al señor Tan y le damos ideas. Pero no hacemos su trabajo.

Madame Xu se inclinó y dijo:

—Pero Wong, ¿por qué Von Berger gritó «asesinato» antes de saber que se trataba de eso? No había ningún arma a la vista; ¿cómo lo supo? Yo creo que eso lo convierte en sospechoso. Estaba dando falsos indicios.

—No tengo la respuesta —dijo Wong.

—¿Y no pudo ser la víctima quien gritara asesinato? —sugirió Sinah.

—No, creo que no. Cuidado —repuso Wong. Se puso en pie de repente, agarró la sopera y la esgrimió como si se dispusiera a golpear a su ayudante.

—¡Eh, no! —chilló Joyce, levantando los brazos para protegerse—. Pero ¿qué hace?

Wong se detuvo bruscamente y dejó la sopera en la mesa. Luego se sentó. Joyce seguía cubriéndose la cabeza con los brazos, mirándolo boquiabierta por el susto.

—Lo siento. Era una pequeña demostración —dijo el geomántico—. ¿Lo ven? Cuando alguien se ve atacado, exclama «eh» o «no» o «socorro», o sencillamente grita. Nadie grita «asesinato» cuando va a ser agredido, ya que todavía no lo han asesinado.

Joyce bajó los brazos.

—Pues creo que tengo la respuesta a eso. Una vez mi hermana salió con un francés.

—Soy todo oídos —dijo Sinah.

—Ese tipo, Pascal, es suizo, ¿no? La gente dice suizo y uno piensa que hablará en alemán, ¿verdad? Pero él era de Lausana. Eso está en el oeste del país, en el cantón francés.

—¿Y...? —dijo Madame Xu.

—Pascal von Berger no gritó «asesinato». Al ver el cuerpo, la sangre y tal, dijo:
Merde.
Es una palabrota en francés. Los franceses lo dicen constantemente, si algo les causa cólera o sorpresa o lo que sea. Significa «mierda», ya me perdonarán. Para un inglés que no sepa francés,
merde
suena como
murder;
asesinato. O sea que el tipo entró y dijo: «Oh, mierda», bueno, pero en francés.

El superintendente batió palmas.

—Bravo, señorita, buen trabajo. —Y miró a los demás—. Sabía que podía contar con ustedes para desentrañar un poco este misterio. Después de oírlos, tengo la cabeza tan llena de ideas que no voy a esperar la ternera de Sichuan: me marcho inmediatamente a comisaría. Oh, un momento.

El camarero apareció con un plato de oscuros trozos de carne ribeteados de piel de kumquat y lo dejó en el centro de la mesa.

—Creo que la probaré —dijo el superintendente, hundiendo ya sus palillos en el humeante plato.

Al bajar la vista, Joyce reparó en que ella también había vaciado su bol y tenía ganas de repetir.

4
La parte del león

En el siglo IV a. C. hubo un hombre llamado Chuang Tzu. Un día se fue a dormir y tuvo un sueño. Y en ese sueño él era una mariposa. Podía volar. Revoloteaba sobre los arbustos y la hierba y las flores. Era parte del viento y el viento era parte de él. Olvidaba que había sido un hombre. Sólo pensaba en su vida como mariposa.

Entonces despertó. Descubrió que era un hombre. Soy un hombre, dijo, y sólo he sido mariposa en mi sueño. Pero una voz interior le dijo que no. Eres una mariposa que está soñando que es un hombre.

La noche siguiente, el hombre Chuang Tzu se acostó. Sintió que volvía a la vida como la mariposa Chuang Tzu. Pero ¿estaba empezando a soñar o empezando a despertarse?

Y así ocurre contigo, Brizna de Hierba. Tú crees que eres tangible; que lo intangible es una pequeña parte de tu vida. Pero de vez en cuando comprendes la verdad. Eres intangible y lo tangible es sólo una pequeña parte de tu vida.

Destellos de sabiduría oriental, de

C. F. Wong, parte 110

* * *

Winnie Lim le pasó a C. F. Wong el auricular del teléfono.

—Para usted —dijo, y se sopló las uñas, sin duda preocupada porque el acto de coger el teléfono pudiese afear la perfecta capa de emulsión de dos tonos que acababa de aplicarse.

Joyce McQuinnie rió.

—No pongas esa cara de sorpresa. Tiene todo el derecho a recibir alguna que otra llamada en su propia oficina.

El geomántico tardó unos segundos en salir de sus pensamientos. Luego dejó la pluma, sopló sobre la tinta de su diario para secarla y cerró el libro. Exhaló lentamente, como si estuviera expulsando un largo fantasma de lo más profundo de su escuálido tórax. Luego cogió el teléfono.


Wai?
¿Diga?

—Buenos días, C. F. Vaya, parece que ahora tiene secretaria. Toda una novedad. ¿Cómo puede darse esos lujos? Hoy en día, una secretaria cuesta más de tres mil dólares, ¿correcto? —dijo Dilip Sinha.

—Era Winnie Lim. Lleva muchos años trabajando conmigo.

—Oh, así que la señorita Lim sigue ahí. No me había dado cuenta. Entonces, ¿cómo es que casi siempre atiende usted las llamadas?

—Ella recibe más llamadas que yo. Tiene muchas amistades. Le gusta estar de palique todo el día. Mi ayudante es igual. De modo que su teléfono siempre está comunicando. Cuando está comunicando, la llamada pasa a mí. Por eso suelo ser yo quien contesta.

—En realidad se equivoca al decir que Winnie Lim es su secretaria —repuso el astrólogo—. De hecho, su secretario es usted.

Wong meditó la respuesta.

—Sí, es posible. Anoto muchos mensajes para ella.

Sinha soltó un suspiro.

—Vaya, veo que un día de éstos tendré que darle unas lecciones sobre cómo manejar una oficina. Pero pensemos en cosas más alegres. Como trabajo. O, mejor dicho, un trabajo muy bien pagado. Mi querido C. F., ¿qué le parecería un encargo poco habitual y bien remunerado? Usted ya ha probado parques, jardines y campos de golf, ¿verdad?

—Verdad.

—Bien, pues creo que esto aún no lo ha probado: se trata de una selva.

Wong se quedó desconcertado.

—¿Mmm? ¿Me oye, C. F.? ¿Sigue ahí?

—Sí, sí, le oigo. Así que una selva...

—Sí, nunca ha hecho una selva, ¿verdad?

—Tiene razón, pero una selva es un lugar salvaje, no un sitio para personas. Yo practico feng shui yang, que es sólo para lugares donde viven personas.

Notó que Joyce lo miraba, contenta de enterarse de lo que prometía ser una placentera excursión. La joven le concedió el beneficio de sus pensamientos con un susurro teatral:

—¿Una selva? No se lo piense dos veces. —Y levantó ambos pulgares.

Mientras, en su oído Wong oyó la extraña risa entrecortada de Sinha.

—Ah-ah-ah-ah-ah. Espere a que le cuente los detalles. Creo que va a ser divertido. Se trata de una especie de parque; creo que lo llaman parque temático, ya sabe, lo que hace muchos años se llamaba «safari park». Una parte es selva natural y la otra artificial. Han importado varios leones que han costado una fortuna. Lo inauguraron hace tres meses en Sarawak, cerca de donde vive mi tía. Alguien le habló del parque y ella me llamó. Pero creo que lo que ese sitio necesita es que usted les eche una mano.

—¿Va mal el negocio?

—El negocio no va, sin más. Un león devoró a los propietarios.

—Ah. Comprendo. Mala cosa, por cierto.

—En efecto, mala cosa. Sobre todo para los propietarios. ¿Acepta?

—No sé si podré...

—Sí que puede —dijo Joyce—. Yo lo acompaño —añadió, como si su ofrecimiento fuera un valor añadido.

—Déjeme que lo piense —dijo Wong.

—Se lo plantearé de otra manera —repuso el viejo astrólogo—. Es un trabajo urgente, de modo que incluye todos los gastos más la tarifa normal por desplazamiento al extranjero, más un cincuenta por ciento.

Dos días después, tras un intercambio de faxes para asuntos de contrato y una transferencia bancaria, Wong, McQuinnie y Sinha iban en un Proton Saga de alquiler camino de Tambi's Trek, una atracción turística situada a las afueras de Miri. Esta «ciudad petrolera» era una escala obligada en la ruta hacia las zonas más remotas del este de Malasia, según explicó el astrólogo. Si querías ir hacia el interior, remontabas en barco el río Baram. Si querías ir a Lawas o Limbas, necesitabas buen tiempo, un piloto amable y un Twin Otter.

Al principio, Joyce se hizo grandes ilusiones porque el coche alquilado tenía equipo de música de alta fidelidad, pero las horrorizadas quejas de sus compañeros de viaje sobre la música elegida la condenaron al exilio en el asiento trasero con su
discman.

—Y luego, por supuesto, está el no va más de la aventura, un viaje a Mulu —dijo Sinha—. Pero eso es sólo para los Indiana Jones del grupo. Ah-ah-ah-ah.

—¿Y qué pasa con Mulu? ¿Hay buenas tiendas de discos? Las que yo he visto en Singapur no son
cool.


¿Cool?
—preguntó Sinah.

—No haga preguntas —le aconsejó Wong.

—Hasta donde sé, no hay tiendas de discos de ninguna clase en Mulu.

Joyce se quedó muda.

Haciendo caso omiso de su gesto horrorizado, Sinah continuó:

—En Mulu hay una gruta muy famosa, pero de difícil acceso. Es preciso hacer un largo viaje por río, y cuando éste se vuelve muy estrecho, proseguir en lancha. O en avioneta, pero sólo si los murciélagos no salen de la gruta. Ellos tienen preferencia, sabe.

—Ah. ¿Y qué tiene de interesante esa gruta?

—No es sólo una gruta, sino más bien todo un mundo subterráneo. La sala más grande se conoce como la Cámara de Sarawak. Es muy grande. Dentro cabrían cuarenta aviones. El pasadizo más largo, Clearwater Cave, mide cincuenta y ocho kilómetros. Para que lo entienda, Orchard Road mide apenas dos kilómetros y medio, aunque eso les sorprendería a quienes la recorren a pie de punta a punta, como hago yo, conociendo la importancia de...

—¿Cuarenta aviones? —Joyce estaba pasmada—. ¿Lo han probado?

—No lo sé. Imagino que sí —dijo el astrólogo.

—Guay. ¿Y vamos a ir a esa cueva?

—No. Tambi's Trek es una pequeña atracción para viajeros camino de esas maravillas naturales, o para los que van con niños y no desean llegar hasta la selva virgen. Es perfecto para viajeros perezosos que desean contar que han estado en una jungla de verdad y han visto verdaderos animales salvajes, pero quieren volver la misma noche para tomar una hamburguesa y una Coca-Cola en el hotel. Ya sabe a qué gente me refiero. En este sentido, creo que es una excelente idea y que podría ser un éxito. Siempre y cuando eviten que los leones se coman al personal.

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