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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (13 page)

BOOK: El Mago
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—En China. De hecho, aunque hablaba el mandarín con esa mujer, también domino el wu y el cantonés. He pasado varios siglos en Oriente. Me encantaba vivir allí.

Ambas caminaban en silencio. Y, de pronto, Sophie preguntó:

—Entonces, ¿cuántos idiomas hablas?

Scathach frunció el ceño y cerró los ojos, considerando la pregunta.

—Seis o siete...

Sophie ladeó la cabeza.

—Seis o siete; qué impresionante. Mis padres quieren que aprendamos español, y nuestro padre nos está enseñando latín y griego, aunque me encantaría aprender japonés. Me muero por viajar a Japón —añadió.

—... seiscientos o setecientos —continuó Scathach. Al ver la expresión en el rostro de Sophie, la Guerrera no pudo contener una carcajada. Entonces deslizó el brazo sobre el de Sophie—. Bueno, supongo que algunas son lenguas muertas, así que no sé si debería contarlas. Acuérdate de que he estado por aquí durante mucho tiempo.

—¿Es verdad que tienes dos mil quinientos años? —preguntó Sophie mientras miraba de arriba abajo a Scathach, quien, a simple vista, parecía no haber cumplido la mayoría de edad. De repente, sonrió: jamás se hubiera imaginado que preguntaría algo así. Era otro ejemplo de cómo le había cambiado la vida.

—Dos mil quinientos diecisiete años exactamente —contestó Scathach mientras sonreía tímidamente ocultando sus dientes vampíricos—. Una vez, Hécate me abandonó en un Mundo de Sombras del Infierno especialmente asqueroso. Tardé siglos en encontrar la salida. Y, cuando era más joven, pasé mucho tiempo en los Mundos de Sombras de Lyonesse, Hy Brasil y Tir na Nog, donde el tiempo pasa a un ritmo muy diferente. El tiempo en los Mundos de Sombras es diferente que el tiempo del mundo humano. Así que, en realidad, sólo estoy contando el tiempo que he vivido en este mundo. Y, quién sabe, a lo mejor lo averiguas tú misma. Tú y Josh sois únicos y muy poderosos. E incluso seréis más poderosos cuando dominéis las magias elementales. Si no descubrís el secreto de la inmortalidad por vosotros mismos, alguien os lo ofrecerá a modo de regalo. Vamos, crucemos.

Agarrando a Sophie por la mano, Scathach la arrastró hacia una calle angosta.

Aunque acababan de marcar las seis de la mañana, las avenidas y calles parisinas empezaban a abarrotarse de coches. Las furgonetas empezaban a descargar delante de los restaurantes y el aire matutino empezaba a llenarse del dulce aroma a pan recién horneado, a deliciosos pasteles y a café. Sophie distinguía fragancias familiares: el perfume a cruasán y café le recordaba que hacía tan sólo dos días había estado sirviéndolos en La Taza de Café. Con un pestañeo, se retiró las lágrimas. En un par de días le habían pasado tantas cosas, tantos cambios.

—¿Cómo es una vida tan larga? —se preguntó en voz alta.

—Solitaria —respondió Scatty en voz baja. —¿Cuánto... cuánto tiempo vivirás? —le preguntó a la Guerrera con prudencia.

Scatty se encogió de hombros y sonrió.

—¿Quién sabe? Si tengo cuidado, me ejercito a diario y vigilo mi dieta, podría vivir otros dos mil años —respondió. Después, esa sonrisa desapareció y continuó Pero no soy invulnerable, ni invencible. Podría morir —finalizó. Al ver la expresión afligida de Sophie, le estrechó el brazo y añadió—: Pero eso no va a ocurrir. ¿Sabes cuántos humanos, inmortales, Inmemoriales, criaturas y monstruos han intentado acabar conmigo?

La joven sacudió la cabeza indicando negación.

—Bueno, de hecho, yo tampoco lo sé. Pero supongo que miles. O incluso decenas de miles. Y aún sigo aquí; ¿qué te dice eso?

—¿Qué eres buena?

—¡Ah! Soy mucho más que buena. Soy la mejor. Soy la Guerrera.

Entonces Scathach se detuvo frente a la ventana de una librería. Cuando se dio la vuelta, Sophie se fijó en que la mirada verde y brillante de la Guerrera vigilaba todos los ángulos de su alrededor.

Resistiendo la tentación de volverse, Sophie bajó el tono de voz y susurró:

—¿Nos están siguiendo?

Se sorprendió al descubrir que no sentía ni una pizca de miedo; sabía, de forma instintiva, que no corría ningún peligro siempre y cuando estuviera junto a Scatty.

—No, no lo creo. Es una vieja costumbre —explicó con una sonrisa—. Una costumbre que me ha mantenido con vida a lo largo de los siglos.

Se alejó de la tienda de libros y Sophie entrecruzó el brazo con el de la Guerrera.

—Nicolas pronunció diversos nombres cuando te conocimos... —empezó Sophie. Frunció el ceño intentando recordar cómo el inmortal les había presentado a Scathach en San Francisco, tan sólo dos días antes—. Te llamó la Doncella Guerrera, la Sombra, la Asesina Demoníaca, la Creadora de Reyes, la Guerrera...

—Son sólo nombres —musitó Scathach un tanto avergonzada.

—Pero parecen algo más que nombres —insistió Sophie—. Parecen ser como títulos, títulos que has conseguido durante tu vida —persistió.

—Bueno, he tenido muchos nombres —admitió Scathach—. Algunos de amigos, otros de enemigos. Al principio me llamaban la Doncella Guerrera; después, me convertí en la Sombra, por mi habilidad para ocultarme. Perfeccioné mi primer traje de camuflaje.

—Da la impresión de que seas una ninja —comentó Sophie burlándose.

Al mismo tiempo que escuchaba las palabras de la Guerrera, Sophie vislumbraba imágenes de los recuerdos de la Bruja y sabía que Scatty le estaba diciendo la verdad.

—Intenté formar a algunos ninjas, pero créeme, no me llegan a la suela de los zapatos. Me convertí en la Asesina Demoníaca cuando maté a Raktabija. Y recibí el nombre de la Creadora de Reyes cuando ayudé al rey Arturo a ascender al trono —añadió a la vez que sacudía la cabeza—. Aquello fue un error. Y no el primero —comentó entre risas un tanto forzadas y temblorosas—. He cometido muchos errores.

—Mi padre dice que uno puede aprender de los errores. Scatty soltó una carcajada.

—No es mi caso —respondió sin ser capaz de ocultar cierto rencor.

—Parece que has tenido una vida muy dura —dijo Sophie en voz baja.

—Así es —admitió la Guerrera.

—¿Alguna vez...? —Sophie se detuvo para buscar la palabra apropiada—. ¿Has tenido... novio?

Scathach miró a la joven de forma penetrante y severa y, de modo inesperado, se volvió para observar el escaparate de una tienda. Durante un instante, Sophie pensó que estaba examinando los zapatos de la tienda, pero entonces se dio cuenta de que la Guerrera estaba contemplando su propio reflejo en el cristal. La joven se preguntaba qué debía de ver.

—No —reconoció finalmente Scatty—. Jamás he mantenido una relación íntima o especial con alguien —continuó con una tímida sonrisa—. Los Inmemoriales me temen y evitan. E intento no encariñarme con los humanos. Es muy duro ver cómo envejecen y mueren. Ésa es la desgracia de la inmortalidad: ver cómo cambia el mundo, cómo todo lo que conoces se marchita y se pudre. Sophie, recuerda esto si alguna vez alguien te ofrece el don de la inmortalidad. —Scathach pronunció esta palabra como si fuera una maldición.

—Suena muy solitaria —dijo Sophie con cautela. Antes, jamás había pensado cómo debía de ser vivir eternamente, seguir con vida mientras todo su entorno cambiaba y fallecía.

Dieron una docena de pasos en silencio, hasta que Scatty volvió a musitar palabra.

—Sí, es una vida solitaria —admitió—, muy solitaria.

—Sé lo que es eso —explicó Sophie pensativa—. Mis padres pasan mucho tiempo fuera de casa y nos trasladamos de ciudad constantemente, así que es difícil hacer amigos. Y casi imposible mantenerlos. Supongo que por eso Josh y yo estamos tan unidos; jamás hemos tenido a nadie más. Mi mejor amiga, Elle, vive en Nueva York. Hablamos por teléfono todo el tiempo, nos enviamos correos electrónicos y chateamos continuamente. Pero no la veo desde las navidades pasadas. Siempre me envía fotos cuando se tiñe el pelo, para que vea cómo le queda —añadió con una sonrisa—. En cambio, Josh nunca intenta hacer amigos.

—Las amistades son importantes —convino Scathach, apretando el brazo de Sophie—. Pero los amigos van y vienen; la familia, en cambio, siempre permanece.

—¿Y tu familia? La Bruja de Endor mencionó a tu madre y a tu hermano.

Mientras hablaba, vislumbraba decenas de imágenes de los recuerdos de la Bruja: una anciana de rasgos marcados, con una mirada de color rojo sangre y una jovencita de tez pálida con una cabellera brillante y pelirroja.

La Guerrera se encogió de hombros, mostrando así su incomodidad.

—.Últimamente no hemos hablado mucho. Mis padres eran Inmemoriales. Nacieron y se criaron en Danu Talis. Cuando mi abuela Dora abandonó la isla para instruir al primer humano, jamás se lo perdonaron. Al igual que muchos otros Inmemoriales, consideraban a los humanos como bestias. «Curiosidades», les solía llamar mi padre —explicó con una expresión de disgusto—. Los prejuicios siempre han estado presentes. Mis padres aún se asombraron más cuando les anuncié que yo también trabajaría codo con codo con los humanos, que lucharía por ellos, que les protegería si tenía la ocasión.

—¿Por qué? —preguntó Sophie.

—Para mí, resultaba evidente, incluso entonces, que la raza humana representaba el futuro y que los días de las Razas Inmemoriales estaban contados —susurró mientras miraba a Sophie, quien se sorprendió al descubrir en la Guerrera una mirada brillante y centelleante, a punto de dejar escapar unas lágrimas—. Mis padres me advirtieron que si abandonaba el nido familiar, avergonzaría a toda la familia y me repudiarían —finalizó.

—Pero aun así te fuiste —adivinó Sophie.

La Guerrera asintió con la cabeza.

—Así es. Perdimos el contacto durante un milenio... hasta que se enfrentaron con ciertos problemas y reclamaron mi ayuda —añadió con una sonrisa un tanto forzada—. Ahora hablamos de vez en cuando, pero me temo que aún me consideran una vergüenza.

Sophie le apretó suavemente la mano. Se sentía incómoda con lo que Scatty le acababa de relatar, pero también se dio cuenta de que había compartido algo increíblemente personal con ella, algo que Sophie dudaba que la ancestral guerrera hubiera compartido con nadie más.

—Lo siento. No quería disgustarte.

Scathach le respondió con el mismo gesto.

—No me has disgustado, Sophie, ellos lo hicieron hace ya más de dos mil años, y aún lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Hacía mucho tiempo que nadie se tomaba la molestia de preguntarme por mi vida. Y créeme, no me molesta. Gracias a ello he gozado de aventuras maravillosas —comentó con alegría—. ¿Alguna vez te he contado que fui la cantante de una banda femenina? Éramos como unas Spice Girls de estilo gótico y punk, pero sólo tocábamos versiones de canciones de Tori Amos. La verdad es que en Alemania éramos muy famosas —y bajando la voz hasta el susurro, añadió—: El problema residía en que todas éramos vampiros...

Nicolas y Josh se dirigieron hacia la Rué de Dunkerque y descubrieron que la policía vigilaba cada esquina, cada cruce.

—Continúa caminando —ordenó Nicolas rápidamente mientras Josh aminoraba el paso—. Y actúa de forma natural.

—Natural —murmuró Josh—. Ya no sé lo que significa esa palabra.

—Camina rápido, pero no corras —explicó Nicolas pacientemente—. Eres completamente inocente, un estudiante de camino a clase o al trabajo. Mira a los policías, pero no los observes fijamente. Y si alguno se queda mirándote, no des media vuelta enseguida y de forma precipitada, simplemente desvía tu mirada hacia otro agente. Eso es lo que haría cualquier ciudadano normal. Si nos paran, yo me encargo de hablar con ellos. Todo irá bien —concluyó. Entonces se percató de la expresión escéptica del chico y dibujó una amplia sonrisa—. Confía en mí. Llevo haciendo este tipo de cosas mucho tiempo. El truco es moverse como si tuvieras el derecho de estar aquí. La policía está entrenada para buscar a personas que aparentan ser culpables y actúan de forma sospechosa.

—¿No crees que encajamos en ambas categorías? —preguntó Josh.

—Parece que estemos emparentados... y eso nos hace invisibles.

Al pasar junto a un grupo de tres, agentes uniforma

dos, ninguno de ellos les miró dos veces. Cada uno lucía un uniforme diferente y parecían estar discutiendo.

—Bien —dijo Nicolas cuando ya se habían alejado lo suficiente como para que los agentes no alcanzaran a escucharle.

—¿ Qué está bien?

Nicolas inclinó la cabeza hacia la dirección por la que habían venido.

—¿Has visto los uniformes diferentes?

Josh asintió con la cabeza.

—Francia posee un sistema policial un tanto complejo; y la capital, todavía más. Existe la Pólice Nationale, la Gendarmerie Nationale y la Préfecture de Pólice. Obviamente, Maquiavelo ha invertido todas sus fuerzas para encontrarnos, pero su fallo siempre ha sido que asume que las demás personas son tan fríamente lógicas como él. Estoy completamente seguro de que cree que todo este arsenal de agentes está haciendo lo imposible por encontrarnos. Pero hay una gran rivalidad entre las unidades policíacas y, sin duda alguna, todos quieren llevarse el mérito de capturar a los peligrosos criminales.

—¿Es eso en lo que nos has convertido? —preguntó Josh, incapaz de ocultar la ira y la rabia en su voz—. Hace dos días, Sophie y yo éramos personas normales, felices. Y ahora, míranos: apenas conozco a mi hermana. Nos han perseguido y atacado monstruos y criaturas míticas y ahora estamos en la lista de los más buscados de la policía. Tú nos has convertido en criminales, señor Flamel. Pero ésta no es la primera vez que eres un criminal, ¿verdad? —preguntó bruscamente.

Se introdujo las manos en los bolsillos y, en el interior, cerró los puños para impedir que le empezaran a temblar.

Estaba asustado y enfadado, y ese temor le provocaba una actitud imprudente. Jamás le había hablado así a un adulto antes.

—No —respondió Nicolas suavemente, mientras su mirada pálida empezaba a relampaguear de forma peligrosa—. Me han llamado criminal, pero sólo mis enemigos. A mi parecer —añadió después de una larga pausa silenciosa—, has estado charlando con el doctor Dee. Y el único lugar donde pudisteis intercambiar opiniones fue en Ojai, cuando te perdí de vista durante unos minutos.

A Josh ni siquiera se le ocurrió negarlo.

—Me encontré con Dee cuando vosotros tres estabais ocupados en la tienda de la Bruja —admitió de forma desafiante—. Me lo explicó todo sobre ti.

—De eso no me cabe la menor duda —musitó Flamel. Se detuvo en el borde de la acera mientras una docena de estudiantes pasaba a toda velocidad en bicicleta y ciclomotor. Después, se apresuró en cruzar la calle. Josh siguió sus pasos.

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