El Mago (42 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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—No tenemos mucho tiempo —avisó Perenelle.

Descendió otro peldaño y, de forma inesperada, su pie se hundió hasta el tobillo de un barro empalagoso. Al fin había llegado al término de aquel angosto agujero. El barro estaba helado, y sentía cómo ese frío empezaba a extenderse hacia sus huesos. Algo trepaba sobre sus tobillos.

—¿Hacia dónde?

Apareció el brazo de De Ayala, de un color blanco cadavérico, señalando hacia la izquierda. En ese instante se percató de que estaba sobre la boca de un túnel mal cavado con una pequeña pendiente. El brillo fantasmagórico de De Ayala iluminó la capa de telarañas que envolvía las paredes. Eran tan densas que incluso uno podía confundirlas con paredes pintadas de color plateado.

—No puedo ir más allá —dijo De Ayala con una voz que parecía emerger de las paredes-—. Dee ha colocado encantamientos de seguridad y sigiles increíblemente poderosos en el túnel; no puedo cruzarlo. El calabozo que estás buscando está a unos diez pasos hacia delante, a mano izquierda.

Aunque Perenelle prefería no utilizar sus poderes mágicos, no tenía otra opción. Evidentemente, no iba a vagar por aquel puente en una oscuridad absoluta. Chasqueó los dedos y una burbuja de fuego blanco cobró vida sobre su hombro derecho. Desprendía un brillo opalescente que iluminaba el túnel, mostrando cada detalle de cada una de las telarañas. Esa red se entretejía más estrechamente en la entrada del túnel. Podía vislumbrar cómo las propias telarañas cubrían otras telarañas. La Hechicera se preguntaba cuántas arañas habría allí.

Perenelle dio un paso hacia delante, con la luz todavía en su hombro y, de repente, vio la primera protección que Dee había colocado a lo largo del túnel. Una colección de lanzas de madera con punta metálica estaba implantada bajo el suelo embarrado. El extremo metálico de cada espada mostraba el dibujo de un símbolo ancestral de poder, un jeroglífico cuadrado que podría haber pertenecido a la cultura maya de Centroamérica. Perenelle lograba distinguir al menos una docena de lanzas, cada una de ellas con un símbolo tallado diferente. Sabía que, de forma individual, los símbolos carecían de significado. Sin embargo unidos formaban una increíble red zigzagueante de poder que recorría el pasillo con rayos de luz negra apenas perceptibles. Aquello le recordó a las alarmas láser que solían utilizar los bancos. Ese poder no tenía efectos sobre los humanos, de forma que todo lo que sentía era un temblor y una tensión en el cuello. No obstante, resultaba una barrera impenetrable para cualquier miembro de la Raza Inmemorial, de la Última Generación y de las Criaturas. Incluso De Ayala, un fantasma, no lograba penetrarla.

Perenelle reconoció algunos de los símbolos de las lanzas; los había visto antes en el Códex y también grabados en los muros de las ruinas de Palenque, en México mayoría de ellos eran anteriores a la raza humana; muchos eran incluso más ancestrales que los Inmemoriales y pertenecían a una raza que había habitado el planeta hacía milenios. Se trataba de Palabras de Poder, de antiguos Símbolos de Seguridad, diseñados para proteger, o mantener aislado, algo que o bien era increíblemente valioso o bien extraordinariamente peligroso.

Y a la Hechicera le daba la sensación de que sería lo último.

También se preguntaba dónde habría descubierto Dee aquellas palabras.

Abriéndose paso entre el barro mugriento, Perenelle dio su primer paso hacia el túnel. Todas las telarañas susurraron y temblaron, el mismo sonido que el crujir de las hojas. «Debe haber un millón de arañas aquí», pensó Perenelle. Pero no la asustaban; se había encontrado con criaturas mucho más aterradoras que las arañas. Aunque no le cabía la menor duda de que, probablemente, habría arañas reclusas marrones, viudas negras e incluso suramericanas entre aquella masa de arácnidos. Un mordisco de una podría, sin dudarlo, inmovilizarla e incluso matarla.

Perenelle desenterró una de las lanzas de entre el barro y la utilizó para apartar las redes. El símbolo cuadrado emitió un resplandor rojo y, al rozarlas, las delicadas telarañas sisearon y se retorcieron. Una sombra hirviente, que supuso que era una masa de arañas, se deslizó hacia la oscuridad. Avanzando lentamente por el estrecho túnel, extraía cada una de las lanzas que se encontraba. De este modo, se iba deshaciendo de todas las Palabras de Poder a su paso, desmantelando de forma gradual el patrón mágico. Si Dee se había tomado tantas molestias para atrapar algo en un calabozo, significaba que no era capaz de controlarlo. Perenelle quería descubrir de qué se trataba y liberarlo. Pero a medida que se aproximaba, mientras la burbuja le iluminaba el pasillo, otra idea se le cruzó por la

cabeza: ¿acaso Dee había encarcelado algo que incluso ella debía temer, algo ancestral, algo horrible? No sabía si estaba cometiendo un gran error.

Los barrotes y la entrada del calabozo estaban pintados con símbolos que, al mirarlos, provocaban un escozor en los ojos. Discordantes y angulares, parecían retorcerse sobre la roca, como la escritura del Libro de Abraham. Las letras del célebre libro formaban palabras en lenguas que ella entendía, o, como mínimo, reconocía; en cambio, estos símbolos adoptaban formas inimaginables.

Perenelle se inclinó hacia delante, cogió un puñado de barro y lo lanzó hacia las letras que, de forma instantánea, se borraron. Cuando al fin había limpiado las Palabras de Poder primitivas, dio un paso hacia delante y envió la burbuja de luz hacia el interior de la celda.

La Hechicera tardó unos instantes en asumir lo que estaban viendo sus ojos. En ese momento, consideró que desmantelar aquellas pautas protectoras de poder podía haber sido, en realidad, un error terrible.

La celda era un capullo enorme de telarañas entretejidas. En el centro del calabozo, colgada desde una única hebra de seda, había una araña. La criatura era gigantesca, fácilmente del mismo tamaño que la torre hidráulica que dominaba la isla. Parecía una tarántula, pero un cabello erizado de color púrpura con mechones grisáceos le cubría el cuerpo entero. Cada una de sus ocho patas era más gruesa que la propia Perenelle. En el centro del cuerpo se distinguía una cabeza casi humana. Era un rostro redondo, sin las facciones muy marcadas; sin orejas, sin nariz y con tan sólo una fisura horizontal que hacía las veces de boca. Al igual que una tarántula, tenía ocho ojos ubicados en la parte frontal del cráneo.

Uno por uno, la criatura abrió sus ojos. Cada uno mostraba una tonalidad diferente del color púrpura. Todos se clavaron en el rostro de la Hechicera. Entonces, la bestia abrió la boca, mostrando dos colmillos como lanzas.

—Madame Perenelle. Hechicera —ceceó.

—Aerop-Enap —anunció maravillada al reconocer la araña Inmemorial—. Creí que habías muerto.

—¡Querrás decir que creíste que podías matarme!

Las telarañas se retorcieron y de repente la espantosa bestia se lanzó hacia Perenelle.

43

l doctor John Dee, acomodado en el asiento trasero del coche patrulla, se recostó sobre el respaldo. —Gira aquí —le indicó a Josh. Al ver la expresión del chico, añadió—: Por favor.

Josh pisó el freno y el coche se deslizó chirriando. El neumático delantero ya estaba completamente destrozado, de forma que la rueda giraba sobre la llanta metálica, levantando así multitud de chispas a su paso. —Ahora aquí.

Dee señaló hacia un angosto callejón. En ambos lados se alineaba una colección de cubos de basura de plástico. Vigilándole a través del espejo retrovisor, Josh veía cómo el inglés se retorcía continuamente en el asiento situado detrás de él.

—¿Nos está siguiendo? —preguntó Maquiavelo.

—No la veo —contestó Dee de forma concisa—, pero creo que deberíamos alejarnos de las callejuelas.

Josh encogió los hombros para controlar el coche.

—En estas condiciones, no llegaremos muy lejos —empezó.

En ese preciso instante, colisionó con el primer cubo de basura que, al caerse, volcó un segundo cubo y un tercero, esparciendo restos de basura por el suelo. Giró el volante con brusquedad para esquivar un cubo que se aproximaba rodando y el motor empezó a producir un estruendo seco y alarmante. El coche vibró durante unos segundos y, de forma inesperada, se detuvo, en el mismo instante en que del capó empezó a salir humo.

—Tenemos que salir de aquí—dijo rápidamente Josh— creo que el coche va a estallar.

El joven se apeó del coche mientras Maquiavelo y Dee hacían lo mismo. El trío se dio media vuelta y empezó a correr por el callejón, alejándose así del vehículo. Después de unas doce zancadas, el coche estalló en llamas. Un humo negro y espeso empezó a subir en espiral desde el vehículo hacia el cielo.

—-Perfecto —soltó Dee en tono amargo—, ahora definitivamente la Dísir sabe dónde estamos. Y no creo que esté muy contenta.

—-Contigo no, eso te lo aseguro —añadió Maquiavelo con una sonrisa irónica.

—¿Conmigo? —repitió Dee asombrado.

—No he sido yo quien la ha envuelto en llamas —recordó el italiano.

Era como escuchar a un par de niños peleándose.

—-¡Ya basta! —exclamó Josh. Se acercó a los dos hombres y preguntó—: ¿Quién era aquella... aquella mujer?

—Ella —contestó Maquiavelo con una sonrisa— era una Valkiria.

—¿Una Valkiria?

—También conocida como Dísir.

—¿Una Dísir?

Josh se percató de que la respuesta no le sorprendía. De hecho, le era indiferente cómo se llamara aquella mujer; lo que realmente le atormentaba era que ella hubiera intentado partirle en dos con una espada. «Quizá esto sea un sueño», pensó de repente. Quizá todo lo que había ocurrido desde el instante en que Dee y los golems habían entrado en la librería no era más que una pesadilla. Y entonces movió el brazo derecho y sintió un fuerte dolor en el hombro. No pudo evitar gesticular una mueca de sufrimiento. La piel del rostro la tenía rígida y tirante y, al humedecerse los labios, que estaban completamente agrietados, se dio cuenta de que aquello no era un mero sueño. Estaba despierto y aquello era una auténtica pesadilla.

Josh dio un paso hacia atrás. Echó un rápido vistazo al callejón. A un lado se alzaban edificios y, al otro, lo que parecía un hotel. Las paredes estaban embadurnadas de decenas de grafitis e incluso algunos de los cubos de basura también estaban decorados del mismo modo. De puntillas, el muchacho intentó vislumbrar el horizonte de París, en busca de la torre Eiffel o el Sagrado Corazón, algún monumento emblemático que le diera una pista de dónde se hallaba.

—Debo volver —dijo mientras se alejaba de los dos hombres desaliñados. Según Flamel, ellos eran el enemigo, sobre todo Dee. Y precisamente Dee acababa de salvarle de una Dísir.

Dee se volvió para mirar al chico.

—¿Por qué, Josh? ¿Dónde quieres ir?

—Junto a mi hermana.

—¿Y junto a Flamel y Saint-Germain, también? Dime una cosa: ¿qué van a hacer ellos por ti?

Josh retrocedió otro paso. El mismo había visto al Mago arrojar lanzas de fuego en dos ocasiones, en la librería y aquí, en París, pero no sabía qué distancia podían alcanzar. No muy lejos, se figuró. Uno o dos pasos más y se

daría media vuelta para salir de ese callejón. Podría parar a la primera persona que se encontrara y pedirle indicaciones para llegar a la torre Eiffel. Josh creía recordar que la expresión francesa para preguntar «¿dónde está..?» era «oú est.... ?» o quizá era «qui est?», o eso significaba «¿quién es?». Hizo un gesto de negación con la cabeza; en esos momentos se arrepentía de no haber prestado más atención a sus clases de francés.

—No intentéis detenerme —dijo mientras se daba la vuelta.

—¿ Qué se siente ? —preguntó Dee de repente.

Josh se giró lentamente para mirar al Mago. Instantáneamente supo a qué se estaba refiriendo. El joven, de modo automático, curvó los dedos, como si estuviera sujetando la empuñadura de una espada.

—¿Qué se siente al empuñar a Clarent, al notar que su poder puro se transmite ? ¿ Ha sido como conocer los pensamientos y las emociones de la criatura que acababas de apuñalar? —preguntó Dee. Entonces, del interior de su traje negro hecho jirones sacó a la hermana gemela de Clarent: Excalibur. Y continuó—: Es una sensación impresionante, ¿verdad? —Giró el arma entre las manos y un zarcillo de energía azul negruzco envolvió la célebre espada de piedra—. Sé que has debido experimentar los pensamientos, las emociones e incluso los recuerdos de Nidhogg.

Josh asintió con la cabeza. Aún recordaba esas sensaciones de forma vivida. Los pensamientos, los paisajes, eran tan ajenos, tan extraños que ni siquiera hubiera sido capaz de imaginarlos jamás.

—Durante un instante supiste cómo se siente un dios: ver mundos más allá de la imaginación, experimentar emociones ajenas. Has contemplado el pasado, un pasado ancestral. Es posible que incluso hayas visto el Mundo de Sombras de Nidhogg.

Josh afirmó con la cabeza. Se preguntaba cómo era posible que Dee supiera todo eso.

El Mago se acercó al joven.

—Durante un instante, Josh, fue como si te hubieran Despertado, aunque las sensaciones fueron mucho menos intensas —añadió rápidamente—. ¿Verdaderamente quieres que tus poderes sean Despertados ?

Josh asintió. Se sentía sin aliento y el corazón le bombeaba con fuerza en el pecho. Dee tenía razón; durante los momentos en que había empuñado a Clarent, se había sentido vivo, realmente vivo.

—Pero eso no es posible —respondió enseguida.

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