El Mago (39 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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—Y ahora una de esas terribles maravillas se está aproximando a mi isla —dijo Juan con tono melancólico—. Siento cómo se acerca. ¿Quién es?

—Morrigan, la Diosa Cuervo.

De Ayala apartó la mirada de la bahía y se volvió hacia Perenelle.

—He oído hablar de ella; algunos marineros irlandeses y escoceses que formaban parte de mi tripulación la temían. Viene a por ti, ¿verdad?

—Así es —confirmó la Hechicera con una sonrisa irónica.

—¿Qué hará la Diosa?

Perenelle ladeó la cabeza, considerando así la pregunta.

—Bueno, han intentado encarcelarme. Y han fracasado en el intento. Imagino que los maestros de Dee habrán optado por una solución más permanente —supuso mientras soltaba una carcajada temblorosa—. He estado en situaciones más delicadas... —comentó con la voz quebrada. Tragó saliva y continuó—: Pero siempre he tenido a Nicolas a mi lado. Juntos éramos invencibles. Ojalá estuviera junto a mí ahora.

Entonces inhaló hondamente, calmando la respiración y alzando las manos a la altura de su rostro. Unos zarcillos de humo de su aura blanca emergieron de las yemas de sus dedos.

—Pero yo soy la inmortal Perenelle Flamel, y no pereceré sin luchar.

—Dime cómo puedo ayudarte —se ofreció De Ayala.

—Ya me has ayudado bastante. Gracias a ti he podido despistar a la Esfinge y huir.

—Ésta es mi isla. Y ahora tú estás bajo mi protección —declaró el guardia con pesar—. Sin embargo, no creo que esos pájaros se asusten con los golpes de puertas. Y no hay mucho más que pueda hacer por ti.

Perenelle Flamel caminó de un lado al otro de la casa en ruinas. Se detuvo ante una de las ventanas rectangulares y observó la cárcel. Ahora que había anochecido, apenas distinguía el contorno vago y siniestro de la prisión del cielo púrpura. Evaluó su situación: estaba atrapada en una isla repleta de arañas; había una esfinge que recorría los pasillos de la cárcel, y en los calabozos habitaban criaturas sacadas de los mitos más oscuros de la tierra. Además, sus poderes estaban increíblemente mermados y Morrigan estaba en camino. Hacía unos instantes le había dicho a De Ayala que había estado en situaciones más delicadas, pero ahora no lograba recordar ninguna de ellas.

El fantasma apareció junto a Perenelle.

—¿Qué puedo hacer pan ayudarte?

—¿Cómo conoces de bien esta isla? —preguntó.

—¡Aja! Conozco cada centímetro de ella. Conozco los lugares secretos, los túneles cavados por los prisioneros, los pasillos ocultos, las habitaciones tapiadas, las antiguas cuevas indígenas socavadas en la roca. Podría esconderte y nadie jamás te encontraría.

—Morrigan es ingeniosa.. y además no olvides las arañas. Me encontrarían.

El fantasma, que seguía suspendido en el aire, se deslizó ante la Hechicera. Sólo su mirada, de un color marrón, resultaba visible en la noche

—Oh, pero las arañas no están bajo el control de Dee.

Perenelle dio un paso atrás, sorprendida.

—¿De veras?

—Empezaron a aparecen hará ya un par de semanas. Comencé afijarme en las te arañas entretejidas sobre las puertas, sobre las escaleras. Cada mañana, había más y más arañas. Llegaron con el viento. Entonces, avisté a unos guardias de aspecto humano... aunque no eran humanos. Eran criaturas de tez pálida y blanquecina.

—Homúnculos —soltó Perenelle al mismo tiempo que se estremecía—. Son bestias que Dee cría en tinajas de grasa. ¿Qué se hizo de ellas?

—Se les ha encomendado la tarea de limpiar las telarañas y despejar las puertas. Una de ellas se tropezó y quedó atrapada en una telaraña —narró De Ayala mientras esbozaba una tímida sonrisa—. Todo lo que queda de aquella criatura son pedazos de ropa. Ni siquiera huesos —finalizó con un susurro aterrador.

—Eso es porque los homúnculos no tienen huesos —esclareció Perenelle sin darle mayor importancia—. Entonces, ¿quién controla las arañas?

De Ayala desvió la mirada hacia la cárcel.

—No estoy seguro...

—Creí que sabías todo lo que ocurría en esta isla —se burló Perenelle.

—En lo más profundo de la cárcel, en los cimientos carcomidos por las olas, hay una colección de cuevas subterráneas. Tengo entendido que los primeros habitantes nativos de la isla las utilizaban para almacenar objetos. Hace cuestión de un mes, el pequeño hombre inglés...

—¿Dee?

—Sí, Dee. El trajo algo a la isla en la oscuridad de la noche. Lo encerró en aquellas cuevas y después protegió toda la zona con sigiles mágicos. Ni tan siquiera yo puedo sobrepasar esas barreras de protección. Pero estoy convencido de que aquello que está atrayendo las arañas a la isla está encerrado en esas cuevas.

—¿Puedes llevarme hasta allí? —preguntó Perenelle enseguida. Lograba escuchar el murmuro del movimiento de cientos de alas acercándose.

—No —respondió de forma cortante De Ayala—. El pasillo está repleto de arañas y quién sabe cuántas otras trampas habrá colocado Dee.

Automáticamente Perenelle alargó la mano para agarrar el brazo del marinero; sin embargo, traspasó el humo fantasmagórico de Juan de Ayala.

—Si Dee ha enterrado algo en los calabozos secretos de Alcatraz y lo ha protegido con una magia que ni siquiera un espíritu sin solidez puede sobrepasar, entonces debemos saber de qué se trata —dijo con una sonrisa—. ¿Alguna vez has oído el dicho «el enemigo de mi enemigo es mi amigo»?

—No, pero sí he oído «la. imprudencia es la hija de la ignorancia».

—Rápido; vamos antes ele que llegue Morrigan. Llévame otra vez a Alcatraz.

40

a espada de la Dísir se movió como un rayo sobre la cabeza de Josh.

Todo estaba sucediendo tan deprisa que Josh no tuvo tiempo ni de asustarse. El muchacho vislumbró el ágil movimiento de la guerrera y reaccionó de forma instintiva, levantando y girando a Clarent, sujetándola horizontalmente sobre su cabeza. La espada de la Dísir, de hoja ancha y gruesa, colisionó con la espada de piedra provocando una explosión de chispas. Éstas rociaron el cabello del chico, ardiendo así cada pedacito del rostro que rozaban. El dolor enfureció a Josh, pero la fuerza del impacto le hizo desplomarse sobre las rodillas. En ese preciso instante, la guerrera dio un paso hacia atrás y empezó a girar la espada por encima de su cabeza. La hoja de la espada producía un sonido sibilante al cortar el aire que separaba a Josh y a la Dísir. Entonces, Josh sintió un pinchazo en el estómago y supo que no sería capaz de esquivar la embestida de la joven.

Clarent vibraba en el puño de Josh. Se dio la vuelta. Y se movió.

Una oleada de calor hormigueante le recorrió la mano, dejando completamente impresionado al joven; el espasmo provocó que Josh apretara todavía más los dedos, sujetando así con más firmeza la empuñadura del arma. De repente, la espada empezó a moverse bruscamente y salió disparada hacia el arma metálica de la Dísir. Se produjo, una vez más, un estallido de chispas.

Con una mirada atónita, la Dísir de ojos azules se alejó del muchacho.

—Ningún humano posee tal capacidad —comentó en un susurró—. ¿Quién eres?

Josh se incorporó temblorosamente hasta ponerse en pie. No estaba seguro de lo que acababa de suceder; lo único que sabía es que todo aquello tenía relación con la lamosa espada. Aquella espada había tomado el control de la situación; le había salvado la vida. Desvió su mirada hacia la terrorífica guerrera. Seguía sujetando a Clarent con ;ambas manos e intentaba imitar la postura que habían adoptado Juana y Scatty horas antes. Sin embargo, la espada continuaba temblando en su mano, moviéndose sin parar.

—Soy Josh Newman —anunció.

—Jamás había oído hablar de ti —respondió la mujer con tono despectivo. Echó una mirada rápida hacia Nidhogg, que se arrastraba torpemente hacia el agua. La cola, ahora completamente cubierta por una capa de piedra, pesaba tanto que apenas conseguía moverse.

—Quizá nunca habías oído hablar de mí —contestó Josh—, pero esto —añadió mientras alzaba la espada— es Clarent.

En ese momento, la guerrera abrió sus ojos azules de par en par, mostrando así su sorpresa.

—Por lo que veo, de ella sí has oído hablar.

Girando la espada con una sola mano, la Dísir empezó a acercarse lentamente a Josh. Él no dejaba de girar para seguir frente a frente con la joven. Sabía lo que ella intentaba hacer: quería que él se diera la vuelta de forma que estuviera de espaldas al monstruo. No obstante, Josh no sabía cómo evitar que tal cosa sucediera. Cuando su espalda estuvo a pocos centímetros de la piel pedregosa de la bestia, la Dísir se detuvo.

—En manos de un maestro, esa espada puede ser peligrosa —dijo la Valkiria.

—Yo no soy ningún maestro —gritó Josh, orgulloso de que la voz no le temblara—. Pero tampoco necesito serlo. Scathach me dijo que esta espada podía acabar con su vida. En ese momento no entendí sus palabras, pero ahora sí. Y si Clarent puede matarla, entonces debo suponer que tiene el mismo efecto sobre ti —presumió. Después, hizo un gesto con el pulgar, señalando el Nidhogg que estaba detrás de él y añadió—: Mira lo que le he hecho a este monstruo con tan sólo un corte. Todo lo que tengo que hacer es arañarte con ella.

Entonces la espada empezó a temblar entre sus manos, zumbando como si le estuviera dando la razón a Josh.

—Ni siquiera puedes acercarte lo suficiente para eso —se burló la Dísir que, al mismo tiempo, se preparaba para atacar. Empezó a ondear la espada ante ella realizando unos movimientos ágiles y rápidos. De repente, se abalanzó sobre el muchacho con una ráfaga de golpes.

Josh no tuvo tiempo ni para tomar aliento. Intentó esquivar tres de las embestidas; Clarent se movía de tal forma que interceptaba cada uno de los golpes que venían de la espada metálica de la Dísir. Cada vez que ambas espadas se cruzaban, se producía una lluvia de chispas y, tras cada ataque, Josh se veía obligado a retroceder mientras la fuerza del golpe le recorría el cuerpo entero. La Valkiria era, sencillamente, demasiado veloz. La siguiente embestida colisionó directamente en el brazo del joven, justo entre el hombro y el codo. Clarent hizo el intento de esquivar la espada metálica en el último instante, de modo que, al final, sólo le golpeó la parte plana de la hoja de la espada en vez de la afilada punta. De forma instantánea, el brazo se le paralizó desde el hombro hasta la punta de los dedos y sintió náuseas por el dolor, el temor y el hecho de saber que estaba a punto de morir. Clarent se soltó de sus manos y se desplomó sobre el suelo.

Cuando la mujer sonrió, Josh pudo vislumbrar que sus dientes eran como finas agujas de coser.

—Sencillo, demasiado sencillo. Una espada legendaria no te convierte en un espadachín.

Sopesando su espada, avanzó hacia el chico, empujándolo hacia la piel de piedra de Nidhogg. Josh apretó los ojos mientras la Valkiria levantaba los brazos y pronunciaba un grito de guerra.

—¡Odin!

—Sophie —murmuró Josh.

—¡Josh!

A dos manzanas, atrapada en un embudo inmóvil, Sophie Newman se sobresaltó en la parte trasera del coche al sentir un pinchazo en el estómago que se extendió hasta el pecho. El corazón le latía a mil por hora.

Nicolas se volvió y agarró la mano de la joven.

—¿Qué ocurre?

Sophie tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Josh —articuló la joven con dificultad. Apenas podía pronunciar una palabra. Un segundo más tarde, añadió Josh está en peligro, en un peligro terrible.

La atmósfera del coche se cubrió rápidamente por el rico aroma de la vainilla mientras el aura de Sophie resplandecía. Diminutos destellos danzaban entre su cabello, crepitando como si fuera celofán.

—-¡Tenemos que ir hasta él!

—No estamos yendo a ningún sitio —dijo Juana con aire severo. El tráfico en aquel estrecho callejón estaba completamente paralizado.

Un dolor se había asentado en el estómago de Sophie: le espantaba la idea de que su hermano estuviera a punto de morir.

—Por la acera —señaló Nicolas decidido—. Ve por ahí. —Pero los peatones...

—Pueden apartarse de nuestro camino. Utiliza la bocina —ordenó mientras se volvía hacia Sophie—. Llegaremos en unos minutos.

En ese instante, Juana abandonó el pavimento y subió el vehículo a la acera haciendo sonar la bocina una y otra vez.

—Es demasiado tarde. Debe haber algo que puedas hacer —suplicó Sophie desesperada—. ¿Verdad?

Nicolas Flamel, que ahora lucía un aspecto agotado y envejecido por las pronunciadas líneas de expresión que habían aparecido en su frente y contorno de ojos, sacudió la cabeza con tristeza.

—No hay nada que pueda hacer —admitió finalmente.

Una lámina destellante y crepitante de llamas blancas y amarillas parpadeó hasta cobrar solidez entre Josh y la Dísir. El calor era tan intenso que obligó a Josh a acercarse aún más a las garras de Nidhogg. Aun así, no pudo evitar que le quemara las cejas y las pestañas. La Valkiria también tuvo que retroceder, cegada por la luz brillante de las llamas.

—¡Josh!

Alguien gritaba su nombre, pero las terroríficas llamas rugían ante él.

La proximidad del fuego despertó al monstruo. Dio un tembloroso paso hacia delante y el movimiento de la pata trasera empujó a Josh. Para evitar la caída, Josh apoyó las palmas y las rodillas en el suelo. Ahora se encontraba peligrosamente cerca de las llamas... cuando, de forma inesperada, se desvanecieron. El hedor a huevos podridos era atroz y sentía un gran escozor en la nariz y en los ojos. Sin embargo, entre lágrimas, vislumbró a Clarent y alargó la mano en el mismo momento en que alguien volvía a gritar su nombre.

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