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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga

El manipulador

BOOK: El manipulador
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Después del gran éxito mundial de su novela El negociador, Forsyth ofrece una apasionante recreación de los servicios británicos de inteligencia en la década de 1980 a través de cuatro importantes casos protagonizados por uno de sus personajes más memorables: Sam McCready, el Manipulador. McCready es uno de los agentes secretos británicos más valiosos, una leyenda viviente tras siete años al frente del Departamento de Desinformación y Operaciones Psicológicas.

Frederick Forsyth

El manipulador

ePUB v1.0

Pachi69
05.08.12

Título original:
The deceiver

Frederick Forsyth, 1991.

Traducción: Pedro Gálvez

Editor original: Pachi69 (v1.0)

ePub base v2.0

La «guerra fría» duró cuarenta años. Quede constancia de que el mundo occidental la ganó. Pero no sin dejar de pagar su precio. Este libro va dedicado a todos aquellos que pasaron la mayor parte de su vida sumidos en las sombras. He aquí un relato de esos días, amigos míos.

PRÓLOGO

En el verano de 1983, el que era, por entonces, director del Servicio Secreto de Inteligencia británico autorizó, en contra de cierta oposición interna, la creación de un nuevo Departamento.

La oposición surgió sobre todo de los departamentos oficiales, la mayor parte de los cuales poseía sus propios feudos territoriales esparcidos por el mundo entero. Del nuevo Departamento se afirmaba que gozaría de unas prerrogativas muy amplias, las cuales sobrepasarían las fronteras tradicionales.

El impulso que favoreció esa nueva creación tuvo dos fuentes. Una de ellas fue una cierta exaltación de ánimo en el Westminster y en el Whitehall, en especial entre las filas del Partido Conservador, en el Gobierno, como consecuencia de los éxitos británicos del año anterior en la guerra de las Malvinas. Pese a la victoria militar, aquel episodio bélico había puesto sobre el tapete una de esas cuestiones de índole embarazosa, pero que en ocasiones también pueden significar una injuria: ¿por qué nos cogieron de ese modo, por sorpresa, cuando las tropas argentinas del general Galtieri desembarcaron en Puerto Stanley?

Entre los distintos Departamentos, la cuestión fue enconándose a lo largo de un año, lo que la redujo inevitablemente a ese tipo de acusaciones y recriminaciones al nivel de:

—No fuimos advertidos.

—Sí, se les avisó.

El ministro de Asuntos Exteriores, Lord Carrington, no tuvo más remedio que resignarse. Años después, Estados Unidos se vería involucrado en una trifulca parecida, a consecuencia de la destrucción de un avión de la «Pan American» que volaba sobre Lockerbie, cuando un Servicio Secreto aseguraba que había dado la señal de alarma, mientras que otro juraba no haberla recibido.

La segunda fuente impulsora fue la reciente subida al poder de Yuri V. Andropov, que pasaba a ocupar el cargo de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, habiendo sido jefe de la KGB durante quince años. Al favorecer abiertamente a su viejo Servicio Secreto, el Gobierno de Andropov significó un recrudecimiento del espionaje, caracterizado por una agresividad creciente y la toma de «medidas activas» por parte de la KGB en contra de Occidente.

Era sabido que Yuri Andropov fomentaba por todos los medios, entre las medidas activas, el uso de la información falsa, propagando el abatimiento y la desmoralización mediante la proliferación de mentiras, el empleo de agentes en medios influyentes, el asesinato de personalidades y la siembra de la discordia entre los Aliados gracias al uso de la mentira planificada.

Mrs. Thatcher, haciendo honor a su título (otorgado por los rusos) de
Dama de hierro
, sostuvo el punto de vista de que «en ese juego podrían participar dos» y dio a entender que nada tendría que objetar al proyecto de un nuevo Servicio de Inteligencia británico que ofreciese a los soviéticos la posibilidad de competir en un pequeño partido de revancha.

Al nuevo Departamento se le puso un pomposo título: Engaño, Ocultación y Operaciones Psicológicas. Por supuesto, ese nombre fue reducido a «En-ocu y Op-psi», y, a partir de ahí, quedó en «Enocu».

Se nombró entonces al nuevo jefe de Departamento. Y así como la persona que tenía a su cargo el Departamento de Materiales era conocida como
el Comisario
, y la que dirigía la sección jurídica, como
el Abogado
, el nuevo jefe de «Enocu» fue etiquetado en la cantina por algún ingenioso como
el Manipulador
.

Con percepción retrospectiva, ese bien preciado y mucho más predominante que el de la previsión, el jefe Sir Arthur, podía haber sido criticado (y lo fue más tarde) por la elección que hizo en aquel entonces, ya que no designó como director del Departamento a un profesional de carrera, a un hombre acostumbrado a la prudencia que se exige de un auténtico funcionario público, sino que eligió a alguien que había sido agente de campo, arrancado, además, del Departamento de la Alemania Oriental.

Aquel hombre fue Sam McCready y ocupó su cargo durante siete años. Pero no hay bien ni mal que cien años duren. A finales de la primavera de 1990 tuvo lugar una conversación en el corazón de Whitehall…

El joven ayudante se levantó de su asiento, detrás del escritorio que ocupaba en la antesala, sonriendo con la habilidad de un experto.

—Buenos días, Sir Mark. El subsecretario de Estado permanente me ha pedido que lo hiciese pasar de inmediato.

El joven abrió la puerta que comunicaba con el despacho privado del subsecretario de Estado permanente de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth, hizo pasar al visitante y cerró la puerta detrás de él. El subsecretario, Sir Robert Inglis, se puso de pie y se le acercó con una sonrisa de bienvenida.

—Mark, mi querido amigo, cómo te agradezco que hayas venido.

Una persona no se convierte en jefe del SIS, aun cuando lo haya sido recientemente, sin que desarrolle un cierto sentimiento de recelo al encontrarse ante tal efusividad por parte de una persona más bien extraña que se dispone a hablarle como si de un hermano carnal se tratara. Sir Mark se preparó para una entrevista difícil.

Cuando tomó asiento, aquel veterano servidor de la patria y funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores abrió la cartera marcada en rojo que tenía sobre el escritorio y sacó de ella una carpeta de ante, que se distinguía por dos líneas rojas que unían diagonalmente los cuatro vértices, formando un aspa.

—¿Habrás hecho las visitas de rutina por tus dependencias y ahora querrás, sin duda alguna, hacerme partícipe de tus impresiones? —le preguntó el subsecretario de Estado.

—Por supuesto, Robert, pero a su debido tiempo.

Sir Robert Inglis colocó a continuación sobre la carpeta de índole estrictamente confidencial un libro en rústica, de cubiertas rojas encuadernado con una espiral de plástico negra.

—He leído —prosiguió el subsecretario— tu proyecto
El Servicio Secreto en los años noventa
y lo he relacionado con la última lista de compras del intendente de Inteligencia. Al parecer, te has tomado sus exigencias financieras al pie de la letra.

—Muchas gracias, Robert —se apresuró a decir el jefe del Servicio Secreto—, ¿puedo contar entonces con el apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores?

La sonrisa del diplomático podría haberse ganado más de un premio en cualquier concurso teatral norteamericano.

—Mi querido Mark, no vemos que haya ningún tipo de dificultad en lo que respecta al carácter de tus proposiciones. Pero hay algunos puntos, no muchos, que me gustaría que revisáramos juntos.

«Ahora viene el asunto», pensó el jefe del SIS.

—¿Puedo presuponer, por ejemplo, que esos apartados adicionales significan que tu propuesta ha recibido el beneplácito del Ministerio de Hacienda y que el dinero necesario saldrá furtivamente del presupuesto de alguien?

Ambos hombres sabían a la perfección que el presupuesto para el mantenimiento del Servicio Secreto de Inteligencia no provenía por entero del Ministerio de Asuntos Exteriores. En realidad, tan sólo una pequeña parte salía de los fondos de la Secretaría de Estado para Asuntos Exteriores y de la Commonwealth. Los costos reales del casi invisible SIS, que a diferencia de la CÍA norteamericana se mantiene bien oculto en las sombras, son compartidos por todos los Ministerios que integran el Gobierno. La diseminación abarca toda la gama de recursos posibles, incluyendo a los organismos más insólitos como el propio Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, quizá porque se parte de la idea de que esos caballeros podían estar interesados un buen día en conocer cuánto bacalao sacan los islandeses de las aguas septentrionales del océano Atlántico.

Debido a que su presupuesto se encuentra tan diversificado y a que está tan bien escondido, el SIS no puede ser «intimidado» por el Ministerio de Asuntos Exteriores con la amenaza de congelarle los fondos si no se cumplen los deseos de ese Ministerio.

Sir Mark hizo un gesto de asentimiento.

—No hay ningún problema al respecto —dijo—. El intendente y yo estuvimos viendo a los del Ministerio de Hacienda, les explicamos nuestra posición, que ya había sido aclarada en reunión del Consejo de Ministros, y los del Tesoro nos asignaron el necesario dinero contante y sonante, todo bien oculto en los presupuestos de investigación y desarrollo de aquellos Ministerios de los que menos se podría sospechar.

—¡Excelente! —exclamó el subsecretario permanente de Estado, acompañando sus palabras de una radiante sonrisa, de la que no podía saberse si se correspondía o no a sus sentimientos—. Volvamos entonces a algo que
debe
caer dentro del ámbito de mis competencias… No sé cuál será el estado actual de tu plantilla de personal; pero, como consecuencia del fin de la guerra fría y de la liberación de los países de la Europa Central y Oriental, nosotros nos estamos enfrentando a ciertas dificultades en lo que respecta a la posibilidad de ampliar el número de personas en el servicio. ¿Sabes a lo que me refiero?

Sir Mark lo sabía perfectamente. El colapso virtual del comunismo durante los dos años anteriores había transformado el mapa diplomático del globo terráqueo, y con gran rapidez. El cuerpo diplomático estaba pendiente de las oportunidades que se le presentaban para expandirse por toda la Europa Central y por los Balcanes, con la posibilidad, incluso, de abrir pequeñas Embajadas en Letonia, Lituania y Estonia, si lograban independizarse de Moscú. Por deducción lógica, el otro estaba tratando de sugerirle ahora que, con la guerra fría en el depósito de cadáveres, la posición de su compañero del Servicio de Inteligencia sería justamente la opuesta a la suya propia. Sir Mark no sacaría provecho alguno de todo aquello.

—Al igual que vosotros, nosotros no tenemos más remedio que reclutar personal. Pero dejando el reclutamiento a un lado, tan sólo el entrenamiento dura seis meses, tiempo que hemos de esperar para poder introducir un nuevo hombre en nuestro cuartel general y dejar libre a un hombre experimentado para el servicio en el extranjero.

El diplomático reprimió una sonrisa y se inclinó hacia delante con expresión de seriedad en el rostro.

Mi querido Mark, ése es precisamente el meollo de la conversación que deseaba mantener contigo. Las asignaciones de espacio en nuestras Embajadas y a quiénes se les puede otorgar.

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