—No faltaré, se lo aseguro.
El príncipe Stepan se levanto, le pagó al librero sus libros sobre Madame Blavatsky y salió de la tienda. El principio de su investigación no podía haber salido más fructífero. Conocer a aquel joven que con toda seguridad le propondría información sobre el movimiento ario y le brindaba la oportunidad de introducirse en una logia que conocía las leyendas del Mesías Ario.
Viena, 29 de junio de 1914
El coche entró en la ciudad por la parte Este. No tardó mucho en llegar al centro. La gente les miraba sorprendidos cuando entraron por la Ausstellungsstrase a toda velocidad. El conductor americano frenó en seco y el olor a caucho quemado se extendió por toda la calle. Alicia bajó del automóvil algo mareada. Había viajado muchas veces con Hércules en coche pero nunca a aquella velocidad. Lincoln descendió malhumorado, aquel compatriota suyo estaba loco, en algunos momentos el coche se había puesto a más de cincuenta kilómetros por hora. El único que parecía encantado era Hércules. Habían estado toda la noche viajando pero él parecía estar en perfecta forma.
—Muchas gracias Samuel —dijo el español—. Gracias a ti hemos llegado en un tiempo record. (
—De nada, Hércules. Voy a estar unos días en la ciudad si necesitáis el coche me alojo en el Hotel Imperial.
—Ok. Vamos, jóvenes, no es para tanto —dijo animando a Alicia y Lincoln.
Después de bajar los equipajes el norteamericano se marchó a toda velocidad.
—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó Alicia.
—La dirección que me dio Dimitrijevic para que nos hospedáramos fue la Felderstrasse —dijo Hércules después de ojear su libreta.
Caminaron durante más de media hora hasta que lograron dar con la calle. No llevaban mucho equipaje, pero tras varios días de viajes inagotables, los tres estaban deseando llegar a la casa y tomar un buen baño de agua caliente. La zona no parecía precisamente la mejor de la gran Viena imperial, pero por lo menos podrían descansar un poco antes de continuar su búsqueda. Llamaron a la puerta y les abrió un hombre moreno con aspecto de campesino. Les miró de arriba abajo y les dijo algo en serbio.
—No le entiendo —contestó Hércules, pero le extendió la carta de Dimitrijevic y el hombre les dejó pasar. Con gestos les indicó sus habitaciones y les dio una copia de las llaves de la casa. Luego les indicó que en la mesa tenían un sobre con información.
Cuando estuvieron solos se sentaron en el comedor y Hércules abrió el sobre. Dentro había algunas instrucciones para evitar ser interceptados por la policía y una lista de sitios donde podrían encontrar al príncipe Stepan y a su compañero.
Después de descansar unas horas y antes de que anocheciera, dejaron el piso y se marcharon a la primera dirección que venía en el sobre. No estaba muy lejos de allí, su piso franco se encontraba relativamente cerca de la mayoría de las direcciones del papel.
La primera parada era una casa con jardín algo vieja en medio de edificios más altos. Abrieron la verja y atravesaron un jardín mal cuidado y en parte quemado. La parte delantera tenía un pequeño porche que cubría poco más que la puerta. Llamaron pero no recibieron respuesta ninguna. Miraron a través de las ventanas pero la casa parecía desierta. Dieron la vuelta entera a la casa y observaron una puerta trasera desde la cual se podía acceder al interior sin ser vistos desde la calle.
—¿Va a entrar?
—Tenemos que hacerlo, Lincoln. Hay que asegurarse de que está vacía.
—Yo voy con ustedes —dijo la mujer.
—No, Alicia.
—En estos días he visto casi de todo, no creo que me suceda nada por entrar en una casa medio abandonada.
—Deje que entre —comentó Lincoln.
—Está bien, pero primero pasaré yo.
Hércules rompió uno de los cristales pequeños de la puerta y abrió el cerrojo. La cocina estaba desierta y por su estado, no había sido utilizada durante años. Con un gesto indicó a Lincoln y Alicia que entraran. Caminaron por un pasillo que llevaba a un amplio salón y tras comprobar que no había nada extraño en la planta baja, subieron a la primera. La escalera de madera crujía a cada paso, pero no parecía que hubiese nadie en la casa. Lincoln se tropezó y cayó sobre uno de los escalones con un gran estruendo. No se escuchó nada en la planta de arriba. Registraron las habitaciones, parecía que alguien había estado allí hacía unos días. Después abrieron la última puerta de la casa, el cuarto estaba a oscuras. Lincoln se dirigió hacia la ventana pero tropezó con algo, cayéndose al suelo. Cuando la luz penetró por la ventana vieron el cuerpo de un hombre. Parecía de edad madura, su cuerpo se encontraba en medio de un gran charco de sangre reseca.
—¿Cuánto tiempo diría que lleva muerto, Lincoln?
El agente negro se acercó al cadáver y se agachó. Comprobó la sangre, el estado de la piel y luego dijo.
—No puedo decirlo con exactitud, pero por lo menos veinticuatro horas.
—¿Tiene un corte en el cuello?
—Lo degollaron.
Alicia intentó mirar el cadáver, pero varias veces apartó la vista. Se tapó con la mano la boca y la nariz para intentar no oler el apestoso aire de la habitación.
—Ya ha comenzado la putrefacción. El calor acelera el proceso —puntualizó Lincoln.
—Por la descripción, parece tratarse del cuerpo del almirante Kosnishev —dijo Hércules.
—Sin duda.
—Pero, ¿Quién lo ha matado? ¿Dónde está el otro agente ruso? —preguntó Alicia que empezaba a acostumbrarse al mal olor.
—Puede que las autoridades austríacas les hayan descubierto.
—No, Lincoln. Las autoridades austríacas no hubieran dejado el cuerpo aquí tirado.
—Entonces, Hércules. ¿Quién ha sido?
—Sólo se me ocurre la propia Mano Negra o el príncipe Stepan —dijo el español mientras seguía examinando el cuarto.
—Y, ¿por qué iba el príncipe Stepan hacer algo así? —dijo Alicia.
—Discrepancias, traición. Hay muchas razones para asesinar a un hombre.
—¿Por qué iban a discrepar?
—El príncipe Stepan debe haber leído el libro de las profecías de Artabán y se ha dado cuenta de que es imposible que el archiduque fuera el Mesías Ario.
—¿Y por eso iba a terminar con la vida del almirante? —preguntó Alicia.
—A lo mejor el almirante quería regresar a casa y el príncipe no estaba dispuesto. Lo que es seguro es que ya sólo perseguimos a un hombre.
—¿Cuál es la siguiente dirección? —preguntó Alicia que estaba deseando dejar la casa.
—Muy cerca, a un par de manzanas —dijo Lincoln consultando el mapa.
—Será mejor que vayamos antes de que anochezca.
Lincoln extendió una sabana sobre el cuerpo e hizo una breve oración. Hércules y Alicia permanecieron en silencio hasta que el norteamericano terminó.
—Tenemos que avisar a las autoridades para que vengan a recoger el cuerpo —dijo Lincoln.
—No podemos hacerlo.
—Pero Hércules, no puede quedarse tirado en el suelo como un perro —protestó Lincoln.
—Si avisamos a la policía empezarán a hacer preguntas, puede que intenten retenernos o que capturen al príncipe antes que nosotros y se hagan con el libro.
—Me opongo a que dejemos a este hombre pudriéndose sólo en esta casa —dijo airadamente Lincoln.
—Tiene razón Lincoln —dijo Alicia en tono suplicante.
Hércules refunfuñó pero termino por prometer que antes de que terminara el día la policía sabría donde estaba el cuerpo del almirante.
Viena, 29 de junio de 1914
La Meldemannstrasse era una calle bulliciosa en los arrabales de la ciudad. Muchas fruterías exponían sus productos en las aceras y el olor de las frutas se mezclaba con el de los cafés. El príncipe Stepan estaba frente a una taza bien cargada, pero su compañero se limitó a pedir una limonada. El sr. Schicklgruber no bebía alcohol ni tampoco fumaba. Según le había comentado al príncipe, el cuerpo era como un templo que había que cuidar.
—¿Ha practicado el yoga? —le preguntó el joven.
—Ni sé de qué se trata.
—Podríamos definirlo como una gimnasia espiritual que se creó en la India. La práctica del yoga puede modificar alguna de nuestras funciones vitales.
—Qué interesante —dijo el príncipe sorbiendo un poco de su humeante café vienés—. ¿Ahora vive en Alemania?
—En Múnich. ¿Conoce Múnich?
—No, la verdad es que éste es el primer viaje que hago fuera de Ucrania.
—Pues tiene que visitarla, es la ciudad alemana por excelencia.
—¿Sus padres viven allí?
—No, yo nací en Braunau-am-Inn. Un pequeño pueblo muy cerca de Baviera, pero en la parte austríaca.
—¿Sus padres siguen allí?
—Hace años que fallecieron.
—Lo lamento.
—No se preocupe, lo tengo superado. Pero hemos venido aquí para hablar del pueblo Ario, ¿no es verdad?
—Así es. En Ucrania no se habla de estos temas. Somos una pequeña comunidad de comerciantes a los que nos gusta guardar nuestras tradiciones, pero desconocemos la historia y el origen de nuestro pueblo.
—La ignorancia sobre todos los temas está a la orden del día. Si sale a la calle y le pregunta a cualquiera por el Gamaleón, el Libro de los cien capítulos o la Profecía del Monje Hermann, la mayor parte no sabrá de qué le está hablando.
—Me temo que yo soy parte de esos germanos ignorantes.
—Yo también era antes un ignorante, pero gracias a mis lecturas y al Círculo Ario, ahora sé muchas cosas sobre el pasado y sobre el futuro glorioso de nuestro pueblo.
—¿Sobre el futuro? —preguntó extrañado el príncipe.
—En el Gamaleón, por ejemplo, se habla de un emperador germano que derrotará a la monarquía francesa, al papado y que someterá a los eslavos y húngaros y aplastará a los judíos para siempre.
—¿Qué es el Gamaleón?
—Un libelo publicado en 1439. No he leído el original, pero lo reprodujeron hace unos años en la Ostara.
—¿La Ostara?
—¿No conoce la revista? La publica Georg Lanz von Lisbenfelds desde hace unos años.
—¿Y la Profecía del Monje Hermann?
—El manuscrito original es de 1240, pero no fue difundido hasta el siglo XVIII. En la profecía se habla del fin de las casas reales alemanas y el advenimiento de un gobernante que destruiría a los judíos. Antes de que me lo pregunte, el Libro de los cien capítulos, trata sobre la preparación del pueblo germano para recuperar su dignidad y ser llevados por un líder a derrotar a sus enemigos. Tal vez esta guerra remueva todo eso.
—¿Qué guerra?
—La que está a punto de comenzar. Alemania barrerá a Rusia y Francia en pocos días. Lo único que lamento es que el rey de Alemania y el emperador de Austria no vivan para verlo.
—¿No ha oído hablar de las profecías de Artabán?
El joven se quedó mudo. Toda su verborrea de la última hora se detuvo de repente.
—Nunca he escuchado tal cosa —contestó molesto, como si el príncipe le quisiera poner en evidencia.
—Tengo aquí el libro, dijo sacándose el manuscrito de la chaqueta.
—¿Puedo verlo? —preguntó el joven con la mirada encendida.
—Prefiero leerlo yo mismo.
El joven Schicklgruber asintió con la cabeza y se apoyó en la tosca mesa para escuchar mejor. A medida que el príncipe Stepan leía algunos párrafos del libro el rostro del joven se iluminaba.
«...cuando llegué a Egipto y contemplé la hermosa ciudad de Alejandría, supe que el niño de Belén estaba en la ciudad. Después de meses de viajes y búsqueda, por fin vería al Salvador del Mundo, al Mesías... Cuando por fin encontré la casa del carpintero me dirigí inmediatamente hasta ella. Allí había una hermosa mujer lavando ropa y un niño como de dos años que jugaba con la arena a su lado. Entonces, el niño me miró. Sus ojos negros y su pelo moreno me repugnaron. Aquel niño de piel cetrina, de rasgos bastos y aspecto vulgar no podía ser el Mesías. La mujer se me acercó y me habló en arameo. Parecía una campesina judía de las muchas que se veían en Palestina, vestida con una túnica vieja y raída, con la cabeza cubierta con un pañuelo descolorido por los muchos lavados. Miré a mis criados y me alejé de aquel lugar...».
El joven estaba sorprendido. Miró al príncipe Stepan y sonriendo le dijo:
—Es justo tal y como yo pensaba. Aquel judío no podía ser el verdadero Mesías.
—¿Por qué no? —dijo el ruso sintiendo un escalofrío que le recorrió toda la espalda.
—Schopenhauer lo argumenta muy bien. Para qué iba a venir un Mesías que muriera en una cruz. La crucifixión personifica la misma negación de la voluntad de vivir. Por eso el cristianismo es tan débil, capaz de autodestruirse antes de defenderse.
—Lo que dice es muy serio —apuntó el ruso.
—Los católicos son parásitos malignos y los protestantes perros sumisos, pero los peores de todos son los judíos. Ellos son culpables de todos los males que asolan a Alemania y a la humanidad —dijo el joven alzando la voz. Algunas personas se dieron la vuelta y se entretuvieron observando la dura diatriba del austríaco.
—Pero sr. Schicklgruber, sus acusaciones son muy graves.
—El cristianismo no es válido ni tampoco su sistema, de una mala semilla no puede salir un buen árbol y el judaísmo es la mala semilla de la que salió el cristianismo. Es indecente ser cristiano en la actualidad.
—¿Por qué? —preguntó el príncipe.
—El cristianismo es indecente. Alzo contra la Iglesia Cristiana la más cruel de las acusaciones que se haya alzado jamás. A mi juicio, es la corrupción más terrible que uno pueda imaginar. Con sus ideales de anemia, de santidad, de dar toda la sangre, todo el amor, toda la esperanza por la vida; la cruz es la marca que identifica a la conspiración más subterránea que ha existido jamás: contra la salud, la belleza, contra cualquier cosa que haya salido bien, contra el coraje, el espíritu, la amabilidad, contra la vida misma.
El príncipe Stepan comenzó a sudar. Una idea terrible le rondaba por la cabeza. ¿Y si aquel austríaco vulgar era el hombre que estaba buscando? ¿Dios o el Destino lo habían puesto en su camino para que acabara con él?
—¿No ha leído a Nietzsche?, ese sí que es un gran hombre y un gran filósofo. Sé de memoria sus palabras: «Decir que la doma de un animal es su mejora suena casi como un chiste...Lo mismo sucede con el hombre domesticado al que el sacerdote ha "mejorado". Al principio de la Edad Media, cuando la Iglesia era de hecho y por encima de todo una casa de fieras, los especímenes más bellos de la "bestia rubia" fueron cazados, y de los nobles teutones, por ejemplo, fueron "mejorados". Pero, ¿qué aspecto tenían los teutones mejorados...? Tenían el aspecto de una caricatura, un aborto, se había convertido en un pecador...En resumen, un cristiano».