El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (17 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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Los americanos resisten

Los americanos tenían mucho que lamentar en 1780. Después del triunfo de la rendición de Burgoyne y la alianza francesa, habían transcurrido tres años de amarga decepción. Habían pasado por las frustraciones de Monmouth, de la flota francesa, de la pérdida de dos Estados sureños, de la vergonzosa huida de Gates y de la traición de Arnold. Hasta una nueva acción naval de Francia (iniciada por Lafayette, quien había visitado Francia en 1779 para urgir a que se emprendiese alguna acción enérgica) había dado muy pocos resultados.

El 2 de mayo de 1780 Francia envió cerca de 7.000 soldados a través del Atlántico, en una poderosa flotilla comandada por Jean Baptiste de Rochambeau. Los barcos llegaron a Newport, Rhode Island, el 11 de julio y las tropas desembarcaron. Pero casi inmediatamente llegó la flota británica y estableció un bloqueo. Los barcos franceses quedaron acorralados en Newport durante un año.

Rochambeau podía haber dejado sus barcos en Newport y marchado hacia el oeste para unirse a Washington. Pero no deseaba abandonar sus barcos, y Washington, a decir verdad, no lo quería sin esos barcos.

Desde que los británicos habían evacuado Filadelfia a causa de la temida llegada de barcos franceses, Washington sentía un saludable respeto por el poder marítimo. En lo sucesivo, mantuvo en un mínimo la lucha por tierra; añadir soldados franceses a los suyos no habría servido de nada y, quizá, sólo habría dado origen a fricciones entre los franceses y los americanos. Washington estaba decidido a esperar hasta que los franceses pudieran poner una flota a su disposición, tanto como hombres.

Sin embargo, hubo algunos destellos de luz, uno de ellos en el sur, donde la situación parecía más sombría.

Allí, terminada la batalla de Camden y con Georgia y Carolina del Sur firmemente en la férula británica, Cornwallis empezó a desplazarse al norte, hacia Carolina del Norte. También al norte y siguiendo una ruta paralela, iban unos 1.400 «leales» conducidos por el comandante Patrick Ferguson. Contra él, acudieron en enjambre los rústicos colonos, cada uno con su largo rifle.

Ferguson decidió detenerse en King's Mountain, en el oeste de Carolina del Sur y a dos kilómetros y medio del límite con Carolina del Norte. El 7 de octubre de 1780, 900 americanos treparon por la montaña para llegar hasta Ferguson. Normalmente, tendría que haber sido un Bunker Hill, pero los americanos no avanzaron alineados con uniformes escarlatas, como habían hecho los británicos en aquella batalla. En cambio, subieron de roca en roca y de árbol en árbol.

Cuando aparecía un soldado enemigo aislado, era eliminado con los rifles de mortal eficacia. Cuando las fuerzas de Ferguson atacaron, los americanos se esfumaron ante las bayonetas, y luego empezaron a eliminarlos nuevamente. Ferguson fue muerto, y con él pereció la mitad de las fuerzas «leales». Los restantes se rindieron. Los americanos sólo tuvieron 90 bajas.

Como la batalla de Trenton después de la retirada a través de Nueva Jersey, la batalla de King's Mountain levantó la moral americana y contribuyó mucho a neutralizar la vergüenza de Camden. Persuadió a Cornwallis a postergar el avance hacia el norte para el año siguiente.

El 14 de octubre, una semana después de la batalla, Cornwallis llegó a sus cuarteles de invierno, en Winnsboro, Carolina del Sur, a sesenta y cinco kilómetros al oeste de Camden. El mismo día, el general Nathaniel Greene, quien se había retirado por Nueva Jersey con Washington cuatro años antes, fue puesto al mando del ejército del sur.

Menos vistosos y espectaculares que la victoria de King's Mountain fueron otros avances hechos por los americanos, económicos y políticos.

Económicamente, la causa americana se hallaba con abismales dificultades a inicios de 1781. Los soldados americanos eran pagados con dinero continental, que no valía nada, y aun esa paga se atrasaba. Cuando se difundió el rumor de que los reclutas eran sobornados con moneda contante y sonante para que se incorporasen al ejército, algunas de las tropas de Pensilvania del campamento de invierno de Washington en Morristown se rebelaron y exigieron que también se les pagase con dinero fuerte. Se hicieron concesiones, pero muchos soldados se marcharon coléricos lo mismo. Otras rebeliones de tropas de Pensilvania y Nueva Jersey sólo pudieron ser sofocadas después de fusilar a algunos hombres.

El 20 de febrero de 1781, el Congreso, desesperado por el problema del dinero, nombró a Robert Morris superintendente de finanzas. (Hoy lo llamaríamos el «Ministerio de Hacienda».) Morris, nacido en Liverpool, Inglaterra, el 31 de enero de 1734, llegó a Maryland cuando era un muchacho de catorce años y luego se incorporó a un próspero establecimiento comercial de Filadelfia. Sólo con renuencia llegó a aceptar la idea de la independencia, pero fue uno de los firmantes de la Declaración.

Hizo todo lo que pudo para mantener en equilibrio las finanzas, pero sólo después de que le dieron los poderes necesarios, en 1781, logró finalmente poner un poco de orden en la economía americana, con ayuda de préstamos de Francia, España y los Países Bajos. También usó su crédito personal para dar apoyo al ejército de Washington, sin el cual éste no habría podido librar las decisivas batallas de 1781.

Otro financiero que fue de gran ayuda a la causa americana, aunque en una posición menos oficial, fue Haym Solomon (nacido en Polonia alrededor de 1740), uno de los varios miles de judíos que vivían en América en la época de la Revolución y que era un incondicional adepto del bando americano. En total, adelantó 700.000 dólares, una suma principesca por aquellos días, al Ejército Continental. Nunca se le devolvió nada, y murió en 1785 prácticamente en la pobreza.

Políticamente, los trece Estados, cada uno celosamente orgulloso de su independencia, lograron alcanzar cierto tipo de unión.

Ya antes de firmarse la Declaración de la Independencia, el hecho de la guerra había dictado algún género de cooperación entre los Estados. Sencillamente, no podían luchar contra Gran Bretaña como trece naciones separadas que tomasen trece conjuntos distintos de decisiones.

El 12 de junio de 1776 John Dickinson fue encargado de elaborar los detalles de tal unión, y el Congreso adoptó el esquema que él preparó el 15 de noviembre de 1977, un año y medio más tarde.

La naturaleza de la unión, escrita en un documento llamado «Los artículos de la Confederación», era débil, en verdad. Los Estados particulares retenían la mayor parte de los poderes, incluido el poder —de suprema importancia— de establecer impuestos, de modo que el Congreso sólo podía obtener el dinero que los Estados quisieran darle. Esta fue una de las principales razones de que el dinero continental careciese de valor.

Entre las facultades del Congreso estaban el conducir la política exterior y los asuntos indios, regular la acuñación, establecer un sistema postal, pedir préstamos y dirimir disputas entre Estados. Pero aun en aquellos ámbitos en los que podía tomar decisiones, el Congreso no disponía de ningún medio para ponerlas en práctica. El Congreso sólo podía pedir a los Estados que hiciesen lo necesario para ponerlas en práctica, y los Estados, por supuesto, podían optar por no hacerlo.

No había ningún poder ejecutivo. Cada Estado enviaba delegados al Congreso, pero, independientemente del tamaño de la delegación, cada Estado tenía un voto.

Por más de tres años después de que el Congreso aceptase los artículos de la Confederación, éstos, sin embargo, siguieron siendo no oficiales, pues carecían de la aprobación de los trece Estados. La dificultad residía en la cuestión de las tierras occidentales.

Cuando se crearon las colonias, las cartas reales concedidas habían sido muy vagas en cuanto a los límites (por la falta de conocimiento del interior continental) y también muy generosas. En varios casos, se concedía a las colonias una indefinida jurisdicción al oeste. Por ello, varios Estados reclamaban tierras al oeste de su zona colonizada y, en algunos casos, las reclamaciones de diferentes Estados entraban en conflicto. Ocurría esto, particularmente, con las tierras situadas al norte del río Ohio, que eran reclamadas en su totalidad por Virginia y parcialmente por Pensilvania, Connecticut, Massachusetts y Nueva York.

Por otro lado, algunos de los Estados, por la manera como se habían formado y por su situación geográfica, no hacían en absoluto reclamaciones al oeste y tenían límites fijos y definidos. Eran Rhode Island, Nueva Jersey, Delaware y Maryland.

Los Estados que no presentaban reclamaciones eran pequeños en un principio, y parecían destinados a hacerse más pequeños, comparativamente, a medida que los otros Estados engullían más tierras occidentales. Uno de ellos, Maryland, decidió, pues, no firmar los Artículos de la Confederación hasta que llegase el momento en que los diversos Estados renunciasen a sus pretensiones de tierras occidentales. Adhirió tenazmente a esta resolución por más de tres años, pese a todas las presiones de la guerra y pese al hecho de que los otros doce Estados, incluidos los pequeños, habían firmado los artículos.

Todos los americanos deben estar agradecidos a Maryland por esa resolución. Si hubieran subsistido las reclamaciones sobre el oeste, la historia de los Estados americanos habría sido la historia del intento de los Estados más grandes por adueñarse de tierras, y de interminables querellas entre ellos por cuestiones de límites. Finalmente, no habría habido unión alguna, sino sólo diversos Estados independientes tan mutuamente hostiles como las varias naciones de Europa.

Ante la insistencia de Maryland, uno tras otro, los Estados renunciaron con renuencia a sus pretensiones sobre las tierras occidentales y convinieron en que esas regiones no colonizadas fuesen consideradas como propiedad de la unión de los Estados, en conjunto. Connecticut lo, admitió el 10 de octubre de 1780; Virginia, el 2 de enero de 1781; Nueva York, el 1 de marzo de 1781.

Con la admisión por Nueva York, Maryland finalmente se consideró satisfecha, y el 1 de marzo de 1781 firmó los Artículos de la Confederación. Sólo entonces éstos entraron legalmente en vigor. El 4 de julio de 1776 los Estados individualmente se hicieron independientes, pero el 1 de marzo de 1781 empezaron a existir legalmente los Estados Unidos de América, y el Congreso Continental se convirtió en el «Congreso de los Estados Unidos».

Y mientras la situación financiera y política de América mostraba síntomas de mejora, los problemas de Gran Bretaña en Europa seguían aumentado. Durante más de un siglo, desde que había derrotado a las flotas neerlandesas en el decenio de 1660-1669, Gran Bretaña había dominado los mares. Este dominio le había dado poder, un imperio y prosperidad. Naturalmente, esto había causado envidia y recelos en otras naciones.

Ahora Gran Bretaña estaba atascada en una guerra aparentemente interminable con sus antiguas colonias, con su propia gente inquieta y dividida, mientras Francia y España se incorporaban a la guerra contra ella. Otras naciones se sintieron alentadas y adoptaron cada vez más una postura antibritánica.

La primera de ellas fue Rusia. Estaba bajo el gobierno de Catalina II, una mujer capaz interesada en las ideas izquierdistas de los intelectuales franceses. Cuando Gran Bretaña trató de imponer un bloqueo contra Francia y España, Rusia anunció, el 28 de febrero de 1780, que no lo admitía y que los barcos rusos protegerían los derechos de los comerciantes rusos a navegar por donde lo deseasen. Llamó a la formación de una «Liga de Neutralidad Armada», a la que se incorporaron otras naciones. Casi todas las potencias marítimas europeas neutrales se incorporaron a ella en 1780 y 1781.

La Liga de Neutralidad Armada no pudo hacer mucho en el momento decisivo. El 20 de diciembre de 1780 Gran Bretaña declaró la guerra a los Países Bajos, que llevaba un vasto comercio con los Estados Unidos. Este comercio fue reducido drásticamente, y, aunque los Países Bajos eran un miembro de la Liga de Neutralidad Armada, los otros miembros no hicieron nada.

Sin embargo, Gran Bretaña se encontró aislada. La necesidad de vigilar a todas las flotas de Europa obstaculizó las operaciones navales de los británicos contra los americanos; la aversión a la guerra aumentó constantemente entre el pueblo británico.

Decisión en Virginia

A comienzos de 1781, los ejércitos británicos todavía dominaban Georgia y Carolina del Sur y aún estaban dispuestos a avanzar al norte. La batalla de King's Mountain había retrasado este avance, pero no lo había detenido. Era tarea del general Greene hacer este avance lo más difícil posible.

Tan pronto como Greene tomó el mando, penetró en Carolina del Sur. No era bastante fuerte para atacar a Cornwallis, pero destacó a 800 hombres comandados por Morgan (quien se había distinguido en Saratoga) para limpiar de británicos el oeste de Carolina del Sur.

Cornwallis envió a Tarleton en persecución de Morgan, quien estaba muy dispuesto a dejarse atrapar, siempre que fuese en un terreno de su elección. Esto ocurrió en Cowpens, en la parte más septentrional de Carolina del Sur. El 17 de enero de 1781 Morgan ubicó cuidadosa mente a sus hombres, cuyo número ahora había aumentado a mil, en tres líneas, con la caballería oculta detrás de una colina. Todos tenían sus instrucciones.

Tarleton se acercó con un número igual de hombres y atacó inmediatamente. La primera línea de fusileros americanos apuntaron con sus mortíferos rifles y mataron o hirieron a varias docenas de los soldados que avanzaban, retrocediendo luego rápidamente. La segunda línea hizo lo mismo.

Los británicos soportaron el castigo y, pensando que la doble retirada significaba que los americanos no resistirían su asalto, cargaron en un total desorden. Pero la primera y la segunda línea sólo se habían retirado para unirse a la tercera, y la línea unificada resistió firmemente mientras la caballería americana cargaba desde atrás de la colina.

Los británicos quedaron atrapados. Sufrieron 329 bajas y todos los supervivientes se rindieron. Los hombres de Morgan tuvieron menos de setenta y cinco bajas. Fue una segunda King's Moutain.

Encolerizado, Cornwallis condujo su ejército tras los americanos. Rápidamente, Morgan y Greene se retiraron, logrando unir sus fuerzas en el centro de Carolina del Norte, para luego seguir desplazándose al norte. Parecía como si abandonasen Carolina del Norte, un tercer Estado, a los británicos, y buscasen presurosamente refugio en Virginia, que estaba pasando por serias dificultades, Allí, Benedict Arnold, ahora convertido en oficial británico, estaba acosando la zona rural. El 5 de enero, doce días antes de la batalla de Cowpens, había saqueado e incendiado Richmond, que había sido elegida capital de Virginia sólo dos años antes.

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