El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (12 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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Para tal fin, eligió la noche de la Navidad. En Trenton, había 1.400 hessianos que seguramente estarían durmiendo la mona después de la celebración de la Noche Buena. Sería posible cogerlos por sorpresa.

A las 7 de la tarde del 25 de diciembre, pues, Washington, con 2.400 hombres, atravesó el peligroso río Délaware obstruido por los hielos, en un punto situado a trece kilómetros al norte de Trenton
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. Se suponía que otras dos partidas más pequeñas cruzarían más al sur, pero no lo hicieron.

En la orilla oriental a las 3 de la madrugada del 26, el ejército de Washington se dividió en dos columnas, una bajo el mando de Greene y la otra bajo el de Sullivan. Ambas se dirigieron apresuradamente hacia Trenton por diferentes caminos.

Mientras ocurría esto, el comandante hessiano de Trenton, beatíficamente ignorante de que sucediese nada peligroso, pasaba la noche bebiendo y jugando a las cartas. Se cuenta que un espía leal quiso informar del inminente ataque americano, pero no se le permitió la entrada. Entonces envió una nota, que el comandante se metió en un bolsillo y olvidó. (Puesto que historias casi idénticas se cuentan de otros ataques por sorpresa en la historia, este relato puede no ser verdadero.)

A las 8 de la mañana las columnas americanas se reunieron en Trenton y atacaron con la artillería de Knox retumbando incesantemente. Los hessianos, que se levantaban tambaleando de la cama, no tenían posibilidad alguna. Su comandante fue muerto, junto con otros treinta, y fueron capturados más de 900 hessianos. Las fuerzas americanas sufrieron solamente cinco bajas en total. Washington condujo su ejército de vuelta a la orilla occidental del río, pero, como los británicos no reaccionaron inmediatamente, cruzó nuevamente el Delaware y, el 30 de diciembre de 1776, ocupó Trenton.

No fue propiamente una batalla, pero significó que Washington y su ejército estaban bien vivos. Todos los patriotas americanos se regocijaron ante las noticias y los reclutas afluyeron en cantidad al ejército de Washington.

Howe se percató del golpe que se había asestado al prestigio británico y comprendió que podía ser restablecido si se podía atrapar al ejército de Washington en Trenton. Por ello, el 1 de enero de 1777 se lanzó a una insólita actividad y envió a Cornwallis con 7.000 soldados para que se dirigiera apresuradamente hacia el sur y cogiera la presa. El 2 de enero Cornwallis llegó donde estaba el ejército de Washington y acampó al este de Trenton. Pero ya era tarde, y Cornwallis pensó que tendría tiempo suficiente al día siguiente para realizar la tarea, «para cazar al viejo zorro», como él decía.

El viejo zorro no era tan fácil de cazar. Dejó los hombres necesarios para hacer los ruidos que cabría esperar de un campamento ocupado y el resto del ejército se escabulló antes del alba. Cuando Cornwallis se despertó, Washington estaba cerca de Princeton.

En Princeton Washington derrotó a una fuerza británica y luego marchó al norte hasta Morristown, Nueva Jersey, adonde llegó el 7 de enero. Allí, finalmente, instaló sus cuarteles de invierno. Pensó que había hecho bastante. Los ingleses también. Cornwallis instaló sus cuarteles de invierno en New Brunswick, a treinta kilómetros al sur de Morristown.

Un resultado del éxito de Washington fue que el 4 de marzo de 1777 el Congreso retornó a Filadelfia, desde Baltimore. Su preocupación aún consistía principalmente en obtener ayuda extranjera. Aunque a gran escala ésta tendría que esperar un éxito más sólido que el obtenido por Washington en Trenton, los voluntarios individuales empezaron a llegar a América.

Uno de ellos, con mucho el más importante, fue Marie Joseph de Motier, marqués de Lafayette. Nacido el 6 de septiembre de 1757, sólo tenía diecinueve años cuando, en diciembre de 1776, decidió ir a América para alistarse en su ejército. Era rico, había hecho un feliz matrimonio y tenía todas las oportunidades de llevar la vida dorada de un cortesano francés. Pero no lo deseaba. Era un joven idealista, rebosante de ideas de gloria militar y con las ideas teóricas sobre la libertad de los intelectuales franceses.

Logró de los representantes americanos en París que le concediesen el rango de general de división y se marchó, aunque su suegro y rey, Luis XVI, desaprobaba la idea. Los americanos tampoco se regocijaron de su llegada, pensando que sería un francés refinado que exigiría un trato especial y despreciaría a los rústicos que lo rodeaban.

Muy por el contrario. Lafayette tenía intención de utilizar solamente sus propios recursos. El barco en que llegó era suyo. No quería paga ni pidió mando alguno. Sólo quería prestar servicios. Más aún, conoció a Washington y ambos simpatizaron instantáneamente. Trabaron una amistad de toda la vida, casi tan estrecha como entre un padre y un hijo (Washington tenía veinticinco años más que Lafayette).

La mera presencia de Lafayette hizo maravillas sobre la moral de los hombres. De alguna manera representaba el interés de Francia por la nueva nación, y el aire modesto y los leales servicios de Lafayette dieron una buena imagen de Francia. Ningún otro extranjero ha sido tan reverenciado en los corazones y la leyenda americanos como Lafayette.

También llegaron otros notables voluntarios extranjeros. Entre ellos estaba Johann Kalb, un alemán de origen campesino (nacido el 29 de junio de 1721), que insistía en hacerse llamar barón de Kalb. Era un guerrero con muchos años de experiencia y moriría en acción, luchando por la causa americana.

También estaba un soldado prusiano, Frederick William von Steuben (nacido el 17 de septiembre de 1750), quien se había distinguido luchando bajo el mando de Federico II de Prusia. Fue a América, en parte, porque tenía dificultades financieras (una situación crónica en él). El francés pagó su parte.

Un voluntario polaco, Tadeusz Kosciusko (nacido el 4 de febrero de 1746) fue uno de los primeros en llegar. Ayudó a fortificar Filadelfia, mientras el ejército de Washington se retiraba a través de Nueva Jersey y cuando parecía que Filadelfia iba a ser atacada pronto.

Otro voluntario polaco fue Casimir Pulaski (nacido el 4 de marzo de 1747), quien había combatido contra Rusia en defensa de su patria con coraje y tenacidad. Pero Polonia fue derrotada, y Pulaski se marchó a América para librar otra batalla por la libertad. Como De Kalb, Pulaski moriría en acción.

En el nuevo año, aparecieron nuevas pruebas de un renovado optimismo cuando, el 14 de junio de 1777, el Congreso resolvió adoptar una bandera nacional con trece franjas rojas y blancas alternantes, al igual que en 1 la bandera del Ejército Continental. Pero en la unión (el rectángulo de la parte superior izquierda), iba a haber, en lugar de la Unión Jack, trece estrellas, una por cada Estado. No se especificó cómo debían estar dispuestas las trece estrellas, pero luego se adoptó un modelo circular.

Esa fue la primera bandera nacional, que iba a ser conservada desde entonces con cambios secundarios en lo concerniente al número de franjas y de estrellas. Desde entonces, el 14 de junio ha sido celebrado, de modo no oficial, como el «Día de la Bandera».

Hay una leyenda cara a los corazones de los escolares y sus maestros según la cual cierta Betsy Ross (nacida en Filadelfia en 1752) hizo la primera bandera y hasta determinó las estrellas como de cinco puntas, mostrando cuan fácilmente podía hacerse una estrella de cinco puntas, plegando adecuadamente la tela y luego haciendo un solo corte. Pero esta historia fue contada por primera vez en 1870, un siglo después del presunto suceso, y no hay ningún indicio contemporáneo de que haya ocurrido.

El viraje decisivo

La invasión de Burgoyne

En Gran Bretaña, el general John Burgoyne estaba planeando la victoria británica para 1777. Había estado en Boston bajo las órdenes de Howe, y luego con Carleton, cuando éste realizó su abortado avance por el lago Champlain.

Burgoyne se sentía muy disgustado por la manera como esta campaña había sido conducida. Pensaba que era la clave para aplastar la rebelión americana, el medio para separar a los dos centros rebeldes, Nueva Inglaterra y Virginia. Tal avance aguas abajo y arriba del Hudson debía ser llevado a cabo a toda costa, en su opinión, y no debía haber sido abandonado tan a la ligera.

Presentó su plan al gobierno británico. El mismo, según su plan, llevaría un fuerte ejército desde Canadá al sur, por el lago Champlain y el río Hudson, mientras Howe llevaría su ejército de Nueva York al norte. Se unirían en la vecindad de Albany, mientras un tercer ejército proveniente del este, del lago Ontario, también se les uniría. Todo Nueva York estaría bajo efectivo control británico y Nueva Inglaterra quedaría aislada.

El gobierno británico aceptó el plan, pero, como de costumbre en tales casos, concedió a Burgoyne sólo la mitad del número de hombres que éste juzgaba necesario para la tarea. Burgoyne decidió conformarse.

El 1 de junio de 1777, con 4.000 soldados británicos, 3.000 hessianos y 1.000 canadienses, partió hacia el Sur. El descenso por el lago Champlain era fácil, y el 1 de julio llegó a Fort Ticonderoga, que había estado en manos americanas desde la hazaña de Ethan Alien, dos años antes. No había ninguna posibilidad de que los americanos pudiesen retenerlo contra el ejército de Burgoyne, por lo que la guarnición se retiró juiciosamente, Burgoyne tomó el fuerte el 6 de julio y luego se dirigió a Skenesboro, en el extremo meridional del lago.

Ahora sólo tenía que avanzar ciento diez kilómetros, pero eran unos ciento diez kilómetros duros, porque eran por tierra y a través de una región de espesos bosques. Peor aún, a medida que los americanos se retiraban, destruían puentes y cortaban árboles para bloquear el camino. El ritmo de avance de Burgoyne quedó reducido a alrededor de un kilómetro y medio por día, en parte porque se empeñaba en arrastrar un enorme tren de suministros. Con todo, el 29 de julio estaba en Fort Edward, a sólo sesenta y cinco kilómetros de Albany.

La situación americana era grave, pero aun con Burgoyne a punto de penetrar en el Estado de Nueva York, los americanos hallaban tiempo y ocasión para reñir por el mando.

Puesto que la campaña se realizaba en Nueva York, parecía natural que el oficial neoyorquino de más alto rango, Philip Schuyler, comandase las fuerzas americanas. Por otro lado, Benedict Arnold, aún en busca de un puesto a la medida de sus méritos, quería el mando. Había estado luchando gallardamente a lo largo de la frontera canadiense durante un año y medio, y, aunque había sido derrotado, había conducido muy bien a sus pequeñas e inadecuadas fuerzas.

Pero las rivalidades entre los Estados eran decisivas. Para que Arnold condujese el ejército, tenía que ser hecho general de división, y ya no había más cabida para generales de división de Nueva Inglaterra. De otra parte, las tropas de Nueva Inglaterra se negaban rotundamente a servir a las órdenes de Schuyler. No solamente era un aristócrata sin capacidad para impresionar al soldado común, sino que la mayoría de los combatientes de Nueva Inglaterra eran de las Montañas Verdes y consideraban a Nueva York un enemigo tan peligroso como Gran Bretaña.

En un intento de llegar a un compromiso, Schuyler y Arnold fueron dejados de lado y, el 4 de agosto, se dio el mando a Horatio Gates (nacido en Inglaterra alrededor de 1727). En 1772, había emigrado a América y se había establecido en Virginia occidental. Se incorporó al Ejército Continental y tomó parte en la retirada de Canadá, en 1776.

No había mostrado signos de especial capacidad, pero al menos los hombres de Nueva Inglaterra estaban dispuestos a servir bajo sus órdenes. Arnold no tuvo más opción que ponerse bajo su mando, pero la negativa del Congreso a otorgarle el mando que merecía, lo llenó de rencor. No olvidaría.

Lo que impidió que los americanos perdieran la campaña mientras reñían fue el hecho de que el lento progreso de Burgoyne le estaba causando serias dificultades, pues se había quedado casi sin alimentos. Los campos estaban vacíos de ellos, y tenía que hacer algo.

Esperaba que llegasen suministros con el coronel Barry Saint Leger, quien condujo a su contingente aguas arriba del río San Lorenzo hasta el lago Ontario y luego al este, a lo ancho de Nueva York, para reunirse con Burgoyne. Era un camino tortuoso, pero, en teoría, permitiría rebasar a las fuerzas americanas que se enfrentaban con Burgoyne y se encontrarían repentinamente atacadas por un flanco y por la retaguardia. Esto era muy fácil de hacer en el mapa, pero con cientos de kilómetros de soledades que recorrer y un campo posiblemente hostil por el cual abrirse camino, el asunto era discutible.

Saint Leger llegó al lago Ontario y desembarcó en Oswego, Nueva York, el 25 de julio, aproximadamente cuando Burgoyne se acercaba a Fort Edward. Con una fuerza total de 1.700 hombres, Saint Leger se dirigió hacia el este a través del lago Oneida.

Estaba atravesando territorio iroqués. Los iroqueses, durante más de un siglo y medio habían estado firmemente del lado británico contra los neerlandeses y franceses (véase
La Formación de América del Norte
). Nunca fueron un pueblo numeroso, pero siempre compensaron su escasez numérica con osadía y habilidad en la lucha de guerrillas.

Pero a través de todo el siglo XVIII, mientras se desangraban en las guerras y apenas podían mantener su fuerza, los colonos se habían multiplicado y expandido a su alrededor. Por la época de la Guerra Revolucionaria, los iroqueses ya no podían dominar la región. Y por si esto fuera poco, por primera vez en su historia reciente estaban desunidos. Algunas de las tribus iroquesas estaban a favor de los colonos americanos, otras del ejército británico. Pero en ninguna de ambas partes las opiniones eran entusiastas.

Era leal al ejército británico el jefe mohawk Joseph Brant, quien estaba junto a Saint Leger. El 3 de agosto de 1777, las fuerzas británicas llegaron a Fort Stanwix, a unos 110 kilómetros al este del lago Ontario y aún a 160 kilómetros del lugar donde esperaba Burgoyne, al sur del lago Champlain. La guarnición que defendía Fort Stanwix se negó a rendirse y Saint Leger se dispuso a ponerle sitio.

Pero en la vecindad había colonos que se estaban reuniendo para luchar contra los invasores. Bajo el mando del general Nicholas Herkimer (nacido cerca de lo que es hoy Herkimer, Nueva York, en 1728), 800 de ellos avanzaron en socorro del fuerte. Fueron cogidos en una trampa por los mohawks de Brant en Oriskany, a dieciséis kilómetros al norte de su objetivo y fueron destrozados; el mismo Herkimer cayó mortalmente herido. Pero la lucha fue fiera y los indios no salieron indemnes. Pensando que ya habían hecho lo suficiente y que sería juicioso conservar sus hombres para otro día, los mohawks desaparecieron gradualmente en el bosque.

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