Read El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) Online
Authors: Isaac Asimov
En el Primer Congreso Continental hubo muchos hombres distinguidos. Algunos eran radicales, como John Adams y Sam Adams de Massachusetts, y Patrick Henry, Thomas Jefferson y Richard Henry Lee de Virginia.
Pero también había conservadores, como Joseph Galloway de Pensilvania (nacido en West River, Maryland, alrededor de 1731) y James Duane de Nueva York (nacido en 1733).
Inmediatamente se produjo una división entre los radicales y los conservadores. Patrick Henry quería que cada colonia contase con un número de votos proporcional a su población. Esto habría dado un peso preponderante a las colonias de Massachusetts y Virginia, ambas populosas y radicales. Pero las colonias menores insistieron en que sólo hubiese un voto por colonia, independientemente de la población. Para evitar la disolución del Congreso, los radicales cedieron.
Luego se planteó la cuestión de qué hacer frente a las Leyes Coercitivas. Galloway de Pensilvania instó a adoptar una acción moderada y propició una actitud conciliadora hacia Gran Bretaña. Sugirió que se crease una especie de parlamento americano y que las leyes referidas a las colonias tuviesen que ser aprobadas por ambos parlamentos, el americano y el británico.
Mientras tanto, en el condado de Suffolk, Massachusetts (que incluía la ciudad de Boston), Joseph Warren estaba en acción. Preparó lo que llamó las «Resoluciones de Suffolk». Estas declaraban inconstitucionales las Leyes Coercitivas, de modo que los ciudadanos de Massachusetts no estaban obligados a obedecerlas. Aconsejó al pueblo de Massachusetts formar su propio gobierno, recaudar sus propios impuestos y también armarse, formando una «milicia» civil. Finalmente, las colonias debían establecer nuevamente un boicot a todo comercio con Gran Bretaña.
Las Resoluciones de Suffolk fueron aprobadas en una reunión de radicales de Massachusetts y luego fueron confiadas a Paul Revere (nacido en Boston el 1 de enero de 1735), un habilidoso platero que había tomado parte en la Reunión de Té de Boston y estaba de todo corazón con la causa radical.
Hincando las espuelas, Revere llevó una copia de las Resoluciones a través de los quinientos kilómetros que separaban Boston de Filadelfia. Los delegados de Massachusetts rápidamente empezaron a presionar al Congreso para que las aprobase.
El Primer Congreso Continental suscribió las Resoluciones de Suffolk el 17 de septiembre de 1774, y luego, el 28 de septiembre, rechazó el Plan de Galloway por el estrecho margen de 6 a 5 votos. Galloway señaló con malhumor que, en su opinión, esa votación equivalía a una declaración de guerra a Gran Bretaña.
Finalmente, el Congreso terminó redactando una petición que fue enviada al rey Jorge el 26 de octubre. Se envió otra petición al pueblo de Gran Bretaña. Al Parlamento no se le envió nada, para mostrar que las colonias pensaban que el rey había sido extraviado por malos consejeros y respondería favorablemente si se llegaba a él pasando por encima del Parlamento.
La petición denunciaba todos los males infligidos a las colonias desde 1763 y se declaraba a favor de que se considerase a todos los colonos como poseedores de los diversos derechos naturales de los ingleses. Por otro lado, el Congreso no negó el derecho del Parlamento a regular el comercio americano. El Congreso también empezó a organizar un boicot de los productos ingleses, como manera de dar fuerza a su petición. Luego, el 26 de octubre, suspendió sus sesiones, pero no de modo permanente. Un «Segundo Congreso Continental» se reuniría el 10 de mayo de 1775, si para entonces las quejas americanas no habían sido es cuchadas. En general, la opinión de Galloway de que las actas del Primer Congreso Continental equivalían a una declaración de guerra a Gran Bretaña era correcta, al menos en Massachusetts. El general Gage así lo interpretó, mas para entonces ya esperaba lo peor desde hacía algún tiempo. El 1 de septiembre de 1774, ya antes de que se convocase el Primer Congreso Continental, hizo todo lo posible por confiscar las provisiones de pólvora que los americanos pudiesen almacenar para usarla más adelante. Envió soldados a Cambridge y Charleston, dos ciudades situadas inmediatamente del otro lado del río desde Boston, y se apoderó de pólvora y cañones. Colonos armados acudieron a Cambridge, pero nadie realmente se atrevió a disparar sobre los soldados británicos.
En aquellos días, Boston estaba situada en una península conectada con la tierra firme sólo por una estrecha franja. (Desde entonces, los ríos de ambos lados han sido parcialmente rellenados, y lo que es ahora el «centro de Boston» está unido con las partes exteriores de la ciudad por una ancha franja de tierra.) El general Gage se puso a fortificar esa franja estrecha, y era claro que se preparaba para un asedio.
En cuanto a los colonos, organizaron un gobierno propio encabezado por John Hancock y, de acuerdo con las Resoluciones de Suffolk, empezaron a formar una milicia. Grupos especiales de la milicia iban a mantenerse listos para la acción en cualquier minuto en que pudieran ser llamados, por lo que se los llamó los «minutemen» («hombres del minuto»).
A fines de 1774, ambas partes estaban claramente listas para la guerra abierta. Sólo se necesitaba una chispa —unos pocos disparos— para iniciarla.
Comienza la revolución
El hecho de que la disposición colonial a la resistencia estaba aumentando era cada día más claro. Cuando se supo, el 13 de diciembre de 1774, que Gage iba a apostar hombres en Portsmouth, New Hampshire, Paul Revere galopó hacia el norte con las noticias, y el 14 de diciembre los colonos de allí irrumpieron en un fuerte local y se llevaron armas y pólvora. Pero no hubo bajas, y el hecho no supuso realmente la guerra.
A comienzos de 1775, el Parlamento tuvo que considerar las acciones del Primer Congreso Continental y sopesar la reacción americana a las Leyes Coercitivas. No faltaron voces que señalaran la clara lógica de la situación. Hombres como Pitt y Burke subrayaron que era inútil continuar con el uso de la fuerza, que a la larga las colonias no podían ser obligadas a aceptar un gobierno que no querían, que era erróneo tratar de imponérselo.
Todo chocó contra la roca de la intransigencia del rey y de su primer ministro, lord North. Lo único que lord North estaba dispuesto a hacer a modo de compromiso era ofrecer no poner impuestos a toda colonia que entregase dinero voluntariamente en la medida deseada por el Parlamento. (Para las colonias, esto era como si un bandido ofreciese a alguien no atracarlo si le entregaba voluntariamente su cartera.) Y aun esto sólo obtuvo del rey un consentimiento a regañadientes.
En verdad, lord North presentó una nueva Ley Coercitiva ante el Parlamento, el 27 de febrero de 1775. De acuerdo con dicha ley, se prohibía a las cuatro colonias de Nueva Inglaterra comerciar con ninguna nación que no fuese Gran Bretaña y las Antillas Británicas. Los habitantes de Nueva Inglaterra tampoco podían comerciar con las otras colonias ni hacer uso de las pesquerías atlánticas, que eran de fundamental importancia para la población.
Era claro que Gran Bretaña respondía a todos los pedidos de moderación con un mayor endurecimiento de sus exigencias, de modo que los colonos de Massachusetts siguieron preparándose para la guerra.
Y el general Gage siguió tratando de despojarlos de los medios para hacerlo. El 26 de febrero de 1775, Gage envió a sus soldados a Salem a recoger unos suministros militares que había allí, pero la ciudad estaba llena de colonos coléricos, y los soldados se volvieron.
Nuevamente, no se disparó ningún tiro, no se dio ningún golpe. Pero sólo era cuestión de tiempo. Hasta en la distante Virginia los hombres esperaban con el aliento contenido las noticias del norte, esperando con cada correo que llegaba recibir la nueva de que había comenzado el fuego.
El 23 de marzo de 1775, Patrick Henry se levantó en la Cámara de los
Burgesses
para afirmar la necesidad de formar una milicia armada en Virginia. Sostuvo vigorosamente que la guerra estaba por empezar. «El próximo vendaval que venga del Norte traerá a nuestros oídos el resonar de las armas. ¡Nuestros hermanos ya están en el campo de batalla! ¿Por qué esperar aquí, ociosos?
¿Qué es lo que desean los caballeros? ¿Qué quieren?
¿Son la vida o la paz tan dulces como para ser comparadas al precio de las cadenas o la esclavitud? ¡Impídelo, Señor Todopoderoso! No sé qué elegirán otros, pero en cuanto a mí, dadme la libertad o la muerte!»
Estas palabras resonaron a través de las colonias mientras, durante tres semanas más, la situación estuvo pendiente de un hilo. Después de todo, la perspectiva no era la de una mera rebelión, sino la de una guerra civil del mundo de habla inglesa. Las colonias tenían considerables dimensiones. Su población era ahora de unos dos millones y medio, alrededor de un tercio de la de Gran Bretaña. La mayor ciudad colonial, Filadelfia, con una población de cuarenta mil habitantes, era la segunda ciudad de habla inglesa del mundo. Sólo Londres era mayor.
Entonces ocurrió…
El general Gage decidió aumentar sus esfuerzos para desarmar a los colonos de Massachusetts. El centro de la resistencia colonial era la ciudad de Concord, a treinta kilómetros al noroeste de Boston. Allí los Congresos Provinciales ilegales se reunieron para reclutar gente y organizar la resistencia. Allí se encontraban los dos líderes radicales, Sam Adams y John Hancock. Y allí se había acumulado una gran provisión de pertrechos militares.
Gage decidió enviar 700 soldados británicos a Concord, donde debían apoderarse de los depósitos militares o destruirlos, y arrestar a Adams y Hancock. Pero entre las tropas británicas las medidas de seguridad eran escasas, y había pocas decisiones tomadas por Gage de las que los colonos no obtuvieran pronto información.
Paul Revere y William Dawes (nacido en Boston, en 1745) partieron en la tarde del 18 de abril de 1755, para prevenir a la región rural. Llegaron a Lexington, ciudad situada a diecisiete kilómetros al noroeste de Boston en la ruta a Concord. Ocurrió que Adams y Hancock estaban durmiendo allí. Despertados y alertados a tiempo, partieron a toda prisa.
En Lexington, se unió a Revere y Dawes un joven médico, Samuel Prescott (nacido en Concord en 1751) Todos se dirigieron a Concord, pero fueron detenidos por una patrulla británica. Revere fue arrestado y llevado de vuelta a Lexington, donde fue puesto en libertad Dawe escapo, pero volvió. Sólo Prescott siguió a Concorc cumpliendo con la vital misión de alertar al centro colonial
[6]
La alerta fue eficaz. Cuando los 700 británicos llegaron a Lexington, al alba del 19 de abril de 1755 hallaron a un puñado de
minutemen
, quizá no más de cuarenta, que se enfrentaron con ellos. El comandante John Pitcairn que condujo el avance del contingente inglés grito a los
minutemen
que se dispersasen.
Los
minutemen
debían haberlo hecho, y probablemente lo hubiesen hecho, pues eran superados en número casi veinte a uno Pero desde detrás de un muro de piedra llego un balazo. Quién disparó nadie lo sabe hasta hoy pero fue suficiente. Los nerviosos soldados británicos, sin recibir ordenes, dispararon a boca de jarro sobre lo
minutemen
, mataron a ocho y dejaron a diez más heridos. Los
minutemen
respondieron al fuego brevemente, y luego huyeron. Los británicos avanzaron, con un solo herido como única baja. En ese momento, la acción debe de haberles parecido meramente como hacer a un lado una mosca, pero fue la primera sangre derramada en batalla en el curso de lo que llego a llamarse «La Guerra de la Revolución Americana o, más brevemente, «La Guerra Revolucionaria»
[7]
. Sam Adams, al menos, comprendió cabalmente el suceso. Mientras huía de Lexington, se afirma que dijo, exultante: «Este es un día glorioso para América.»
Los británicos llegaron a Concord y destruyeron los depósitos que pudieron hallar (la mayor parte había sido quitada para entonces), pero a su alrededor se estaba reuniendo la milicia de Massachusetts. En North Bridge, en Concord, los británicos se hallaron frente a una multitud de granjeros armados. Hubo una dura pelea y los británicos sufrieron catorce bajas. Ya no se trataba de hacer a un lado una mosca
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.
A mediodía, los británicos ya estaban hartos y se dispusieron a regresar a Boston. Pero entonces llegó lo peor. La milicia encolerizada pululaba por todo el campo; había cuatro mil hombres, según algunas estimaciones. Detrás de cada árbol y cada roca, al parecer, brillaba un fusil y salía disparada una bala. En cambio, raramente se presentaba algún blanco fácil y las desconcertadas tropas británicas se tambaleaban, a medida que un soldado tras otro recibía un impacto. Hubieran muerto todos antes de llegar a Boston, de no haber sido por un fuerte contingente enviado en su socorro.
El viaje a Concord dio como resultado 99 soldados británicos muertos y desaparecidos y 174 heridos, un 40 por 100 del total de la fuerza, mientras que las bajas americanas fueron 93.
Fue una pequeña batalla, con bajas relativamente escasas, para lo que suelen ser las batallas, pero difícilmente habrá habido una batalla más importante en la historia, pues señaló el nacimiento de los Estados Unidos.
Se trataba ya de una guerra abierta, pues se había librado la primera batalla y habían caído las primeras bajas. Los radicales de Massachusetts hicieron todo lo posible en Lexington para demostrar que había sido provocada por los británicos. También explotaron al máximo la imagen de los soldados británicos escapando inútilmente por el camino a Boston bajo el demoledor fuego americano, de modo que la moral de los americanos subió alto.
La retirada de Concord no fue resultado solamente de la ineptitud británica, por supuesto, sino también de una diferencia en las armas que tuvo una influencia importante, y hasta decisiva, en los sucesos.
A fines de la Guerra contra Franceses e Indios, apareció una nueva arma en la frontera de Pensilvania y al sur. Fue llamada el «rifle de Kentucky» y había sido introducida por los neerlandeses de Pensilvania, quienes modificaron una versión europea de ella para hacerla más ligera y más fácil de cargar. Se cargaba con una bala más pequeña que el alma, de modo que se usaba un parche engrasado para mantenerla ajustada. Un cañón rayado «rifled» (esto es, con estrías en espiral en su superficie interna) hacía girar la bala y le imprimía una trayectoria más recta y más precisa que los mosquetes de alma lisa usados por los ejércitos regulares de las potencias europeas.