El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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La serie informalmente titulada
Historia Universal Asimov
reúne las obras dedicadas por el gran novelista y divulgador científico a la evolución política, cultural y material de la especie humana.

El Nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816),
segundo de los cuatro volúmenes dedicados específicamente al norte del continente americano, estudia los caminos que llevaron a la revolución contra la metrópoli europea y al establecimiento de la independencia que hizo posible el alumbramiento de una nación llamada a ser potencia en los siglos siguientes.

Isaac Asimov

El nacimiento de los Estados Unidos (1763 - 1816)

ePUB v1.0

Dermus
19.06.12

Título original:
The Birth of the United States. 1763-1816

©1974 by Isaac Asimov

Traductor: Néstor Míguez

Editor original: Dermus (v1.0)

ePub base v2.0

La cólera creciente

Las consecuencias de la victoria

En el año de 1763, el Tratado de París puso fin a una larga serie de guerras con los franceses que habían abrumado a los colonos británicos de la costa marítima oriental del continente durante tres cuartos de siglo. Dichas guerras terminaron con una total victoria británica.

Los franceses fueron expulsados del continente. Toda América del Norte, desde la bahía de Hudson hasta el golfo de México y desde el río Mississippi hasta el océano Atlántico, era británico. Al oeste del Mississippi y al sur, América del Norte aún era española, pero España era, desde hacía más de un siglo, una potencia en declive y causó pocos problemas a los británicos y a los colonos. Esto era particularmente así desde que los españoles se habían visto obligados a abandonar Florida, que había sido su bastión durante casi dos siglos, fortaleza desde la que habían hostigado a las colonias sureñas.

Los grandes tramos noroccidentales del continente todavía no habían sido reclamados por nadie, pero una tercera potencia, Rusia, buscaba pieles en lo que es ahora Alaska. Pero no era de ninguna importancia para los colonos del Este, por entonces.

Sin embargo, esa victoria total marcó el comienzo de nuevos problemas para Gran Bretaña. La derrota de sus enemigos inició una cadena de sucesos que condujo a la mayor derrota que Gran Bretaña sufriría en tiempos modernos, y al nacimiento de una nueva nación destinada, en el curso de dos siglos, a convertirse en la más poderosa de la historia. De esta historia se ocupa este libro
[1]
.

El problema básico era que los colonos británicos estaban llegando a la mayoría de edad y obteniendo una confianza en sí mismos que los británicos y su gobierno pasaban por alto y no reconocían.

Las partes habitadas de las trece colonias cubrían una superficie de unos 650.000 kilómetros cuadrados, casi tres veces la superficie de la isla de Gran Bretaña. En 1763, había un millón y cuarto de colonos de origen europeo en esas colonias, a los que se añadía la mano de obra no pagada de más de un cuarto de millón de esclavos negros. La población de Gran Bretaña, a la sazón, no era superior a los siete millones, de modo que la población colonial, también a este respecto, era una parte respetable de los británicos.

Más aún, la sociedad colonial había llegado a ser distintivamente diferente de la británica. La población colonial ya estaba totalmente mezclada y, además de los hombres de ascendencia inglesa, había también cantidades considerables de personas cuya cultura originaria era escocesa, irlandesa, neerlandesa, alemana o escandinava. Las presiones de las fronteras hicieron a la sociedad colonial mucho más igualitaria que la británica, y había un difundido desprecio en las colonias por los títulos británicos y hacia la sumisión británica.

Las trece colonias en 1763

En grado creciente, los colonos se consideraron como ingleses transplantados, por ascendencia o por adopción, sino como americanos. Y con este nombre me re refiere a ellos en lo sucesivo.

La reciente asociación de británicos y americanos como aliados en la guerra contra Francia tampoco contribuye en nada a acercar a los dos pueblos. La familiaridad llevó al mutuo desprecio de ambas partes.

Los funcionarios británicos consideraban a los americanos como una población ruda e ignorante, indisciplinada, no fiable y bárbara, totalmente dispuesta a negociar con el enemigo en busca de beneficios. Y puesto que los americanos no tenían un ejército profesional entrenado y generalmente luchaban a la manera de las guerrillas, adecuada a los bosques pero no a los cultivados campos de batalla de Europa, eran considerados cobardes por los británicos.

A los americanos, por su parte, los británicos les parecían autoritarios, esnobs y tiránicos.

Cada una de las partes pensaba que había ganado la guerra contra los franceses sin mucha ayuda de la otra y hasta pese al obstáculo decidido de la otra. Para los británicos, la guerra la había ganado el ejército regular en la decisiva batalla de Quebec de 1759. Para los americanos, había sido ganada en interminables batallas contra los indios interminables pequeñas escaramuzas y el sufrimiento de una cantidad de matanzas de mujeres y niños. Había sido una guerra en la que habían conquistado heroicamente Louisburg sólo para que los británicos la devolviesen pusilánimemente. Una guerra en la que los británicos habían sido vergonzosamente derrotados en Fort Duquesne y fueron salvados de su completa aniquilación por los americanos
[2]
.

Hasta 1763, por supuesto, los americanos no podían permitirse libremente presentar quejas contra los británicos. Los franceses eran el enemigo y se necesitaba la potencia de Gran Bretaña. Pero ahora los franceses se habían marchado y los americanos, seguros en su tierra, se sintieron en condiciones de enfrentarse con los británicos, finalmente.

Esto era tanto más cierto cuanto que los americanos preveían un brillante futuro. Eliminada Francia, toda la tierra al oeste, hasta el lejano Mississippi, estaba abierta a la colonización americana, pensaban, y las colonias seguirían creciendo en superficie y población hasta constituir una gran potencia sobre la Tierra. ¿Quién los detendría?

Pero, ¡ay!, las nuevas tierras no estaban vacías. Los franceses se habían marchado, pero los indios no.

Tampoco agradaba a los indios el acuerdo de 1763. Los británicos no estaban tan dispuestos como los franceses a recibir a los indios en los fuertes en un pie de igualdad, sino que habían hecho desagradablemente obvio su sentimiento europeo de superioridad. No juzgaban conveniente apaciguar la dignidad india con palabras amables y regalos, sino que en cierto modo esperaban que los indios reconociesen su inferioridad y se colocasen en su lugar.

Más aún, los británicos no estaban interesados principalmente en pieles. Eran los colonos de la costa quienes deseaban tierras, querían hacer a un lado a los indios y convertir las soledades en granjas. Y los franceses, cuando se dispusieron a partir, susurraron todo esto al oído de los indios y no tuvieron escrúpulos en estimularlos a resistir, con vagas promesas de ayuda futura.

Un jefe indio llamado Pontiac, que había nacido en lo que es ahora el noroeste de Ohio y había luchado con los franceses, pasó a primer plano. Formó una confederación de las tribus indias que vivían entre los Montes Apalaches y el río Mississippi, y organizó ataques sorpresivos contra varios puestos occidentales avanzados en mayo de 1763, apenas tres meses después de firmarse el Tratado de París e implantarse, en apariencia, la paz.

El plan tuvo éxitos iniciales. Ocho fuertes de la región de los Grandes Lagos fueron tomados y sus guarniciones aniquiladas. Pero Detroit resistió un ataque conducido por el mismo Pontiac.

Fort Pitt (donde está la moderna Pittsburgh) también resistió un asedio indio y acudió en su socorro una compañía de 500 soldados regulares británicos comandados por el coronel Henry Bouquet. El 2 de agosto de 1763, los británicos chocaron con una fuerza india en Bushy Run, a cuarenta kilómetros al este de Fuerte Pitt. Bouquet derrotó a los indios en una lucha de dos días y, aunque también los británicos sufrieron fuertes pérdidas, el combate marcó un giro decisivo. Fuerte Pitt fue socorrido el 10 de agosto y Pontiac se vio obligado a levantar el sitio de Detroit en noviembre.

Poco a poco, la coalición de Pontiac se deshizo. Las tribus lo abandonaron y Pontiac se vio obligado a aceptar la paz, el 24 de julio de 1766. En lo sucesivo, mantuvo la paz con los británicos, pero fue muerto en Cahokia, Illinois, en 1769, por un indio de una tribu enemiga de la suya que había sido sobornado a tal fin por un negociante inglés.

Pero fue una paz de compromiso. Los británicos no deseaban entregarse a guerras interminables contra los indios y a sufrir una constante efusión de sangre y dinero en lugares desérticos situados a cinco mil kilómetros de su hogar. Tampoco tenían muchos deseos de ver crecer sin límite a las irritantes colonias. Por ello, convinieron, por su parte, respetar las tierras de caza de los indios situadas al oeste de los Montes Apalaches.

El 7 de octubre de 1763, una proclama real estableció una frontera occidental a lo largo de las cadenas de los Apalaches más allá de la cual no podían crearse colonias. Fue esto, más que cualquier otra cosa, lo que rompió la coalición de Pontiac y trajo la paz.

Mas para los americanos, la «Línea de la Proclama» era algo abominable. Su efecto era confinarlos a la llanura costera, exactamente donde habían estado confinados antes de 1763 por los franceses. ¿De qué servía (pensaban los americanos) la derrota de los franceses?

Incansablemente, los americanos presionaron contra la Línea de la Proclama y aprendieron a ignorar, y por ende a despreciar, las leyes promulgadas en Gran Bretaña. Los colonos occidentales, los especuladores con tierras, los tramperos que negociaban con pieles, todos aprendieron a ver en el gobierno británico a un enemigo que se ponía de lado de los indios.

En Virginia, la más antigua y populosa de las colonias, el hambre de tierras de los grandes propietarios de plantaciones era particularmente marcada. Habían deseado colonizar el valle del Ohio que fue la causa inmediata de la última guerra con los franceses, y muchos de ellos, pese a sus vínculos con la cultura inglesa, se volvieron cada vez más antibritánicos.

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