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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (61 page)

BOOK: El número de la traición
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—¿Cuándo empezaron a ir las cosas mal con Tom? —le preguntó Will.

—Yo tenía quince años. —Pauline se encogió de hombros—. Por aquel entonces tenía una amiga, Alexandra McGhee. Por eso elegí ese apellido cuando me cambié de nombre. Vivimos en Oregón un par de años antes de trasladarnos a Ann Arbor. Ahí fue donde empezó todo con Tom, cuando todo empezó a ir mal. —Su tono era monótono ahora, como si en lugar de sus secretos más terribles les estuviera explicando algo que le habían contado sobre algún asunto sin importancia—. Estaba obsesionado conmigo, como enamorado de mí. Me seguía como un perrito faldero, olía mi ropa, trataba de acariciarme el pelo y…

Faith intentó disimular su repulsión, pero se le revolvió el estómago al imaginar lo que aquella mujer le estaba contando.

—De pronto, Alex dejó de venir a casa —continuó Pauline—. Éramos muy amigas. Yo quería saber si había dicho o hecho algo que… Tom le estaba haciendo daño. No sabía cómo. Al menos no lo supe al principio. Pero lo descubrí enseguida.

—¿Qué pasó?

—Alex escribía esa frase por todas partes, una y otra vez. En sus libros, en las suelas de sus zapatos, en la palma de la mano.

—«No voy a sacrificarme» —aventuró Will.

Pauline asintió.

—Uno de los médicos del hospital me sugirió aquel ejercicio. Se suponía que debía escribir la frase para convencerme de que no debía atracarme de comida y luego vomitar, como si escribir una puta frase un trillón de veces pudiera arreglarlo todo.

—¿Sabías que Tom obligaba a Alex a escribir aquella frase?

—Se parecía a mí —admitió Pauline—. Por eso le gustaba tanto. Era como mi sustituta: tenía el mismo color de pelo, la misma altura, y más o menos el mismo peso, aunque parecía más gorda que yo.

Las mismas características que todas las demás víctimas de Tom: todas se parecían a su hermana.

—Yo le pregunté por qué lo hacía, por qué la obligaba a escribir aquella frase —continuó Pauline—. Estaba muy cabreada. Le grité y él me pegó. No con la mano abierta, sino con el puño. Y cuando me caí al suelo, me dio una paliza.

—¿Qué pasó después? —le preguntó Faith.

Pauline se quedó mirando por la ventana, como abstraida, como si estuviera sola en la habitación.

—Alex y yo fuimos al bosque. Íbamos allí a fumar al salir del colegio. El día que Tom me pegó nos encontramos allí. Al principio, no quiso decirme nada, pero al final se vino abajo. Me contó que Tom la había estado llevando al sótano de nuestra casa para hacerle cosas. Cosas malas. —Cerró los ojos—. Alex se dejó porque Tom le dijo que si no lo hacía, empezaría a hacérmelo a mí. Me estaba protegiendo. —Abrió los ojos y miró a Faith con sorprendente intensidad—. Mi amiga y yo estuvimos hablando a ver qué podíamos hacer. Le dije que no serviría de nada contárselo a mis padres, que no iban a actuar. Así que decidimos ir a la policía; había un policía con el que tenía cierta confianza. Pero supongo que Tom nos siguió ese día. Siempre estaba vigilándonos. Tenía en mi habitación un intercomunicador de esos que se usan con los bebés. Oía lo que hablábamos y…

—Se encogió de hombros, pero Faith no tuvo dificultad en imaginar lo que hacía su hermano mientras las escuchaba—. El caso es que nos encontró en el bosque. Me golpeó en la nuca con una piedra, y no sé lo que le hizo a Alex. Estuve sin verla un tiempo. Creo que mi hermano intentaba que se viniera abajo. Eso fue lo más duro. ¿Estaría muerta? ¿La estaría pegando? ¿Torturándola? ¿O simplemente la había dejado escapar y ella no hablaba porque le tenía miedo? —Tragó saliva—. Pero no era nada de eso.

—¿Y qué era?

—La tenía en el sótano, preparándola para lo que estaba por llegar, que era mucho peor.

—¿Nadie la oía?

Pauline meneó la cabeza.

—Papá no estaba, y mamá… —Movió la cabeza de nuevo.

Faith estaba convencida de que nunca llegarían a saber hasta qué punto Judith conocía las inclinaciones sádicas de su hijo.

—No sé cuánto tiempo duró, pero al final Alex acabó en el mismo sitio que yo.

—¿Dónde?

—Bajo tierra. Estaba oscuro. Teníamos los ojos vendados. Nos metió algodón en los oídos, pero podíamos oírnos. Estábamos atadas, pero… sabíamos que estábamos bajo tierra. Por el sabor, ¿entiendes? La boca te sabe a humedad y a polvo. Había excavado una cueva. Debió de tardar semanas. Le gustaba planearlo todo minuciosamente, controlar hasta el último detalle.

—¿Tom estuvo con vosotras todo el tiempo?

—Al principio no. Supongo que tenía que planear su coartada. Nos dejó allí unos días, atadas, para que no pudiéramos movernos, ni ver, y apenas oíamos nada. Al principio gritamos, pero… —Movió la cabeza, como para sacudirse de encima el recuerdo—. Nos traía agua, pero no comida. Debió de pasar una semana. Yo estaba bien; había aguantado mucho más que eso sin comer. Pero Alex… Se desmoronó. Lloraba todo el tiempo, me suplicaba que hiciera algo para ayudarla. Entonces volvió Tom y yo le supliqué que la hiciera callar, que hiciera algo para que no tuviera que escucharla más.

Pauline se quedó callada de nuevo, perdida en sus recuerdos.

—De repente, un día, algo cambió. Empezó a meterse con nosotras.

—¿Qué hizo?

—Al principio se limitó a hablar. Nos dio por los sermones bíblicos; eran las estupideces que le metía mi madre en la cabeza contándole que era el sustituto de Judas, que había traicionado a Jesús. Se pasaba la vida diciendo que yo la había traicionado, que me había criado para ser una niña buena pero me había vuelto malvada, que había hecho que su familia la odiara por culpa de mis mentiras.

Faith citó la última frase que le había oído pronunciar a Tom Coldfield:

—«Oh, Absalón, me he alzado.»

Pauline se estremeció, como si las palabras le cortaran.

—Es de la Biblia. Amnón violó a su propia hermana, y cuando hubo acabado con ella la repudió por ser una puta. —Sus maltrechos labios esbozaron algo parecido a una sonrisa—. Absalón era el hermano de Amnón. Lo mató por haber violado a su hermana. —Pauline rio con amargura—. Qué pena que yo no tuviera otro hermano.

—¿Tom siempre estuvo obsesionado con la religión?

—No con lo que normalmente entendemos por religión. Retorcía la Biblia para que se adaptara a lo que él quería hacer. Por eso nos tenía a Alex y a mí bajo tierra, para que pudiéramos resucitar como Jesús. —Alzó la vista y miró a Faith—. Delirante, ¿no? Hablaba y hablaba durante horas, nos decía lo malas que éramos y nos contaba cómo iba a redimirnos. Me tocó, pero yo no podía ver…

Pauline se estremeció, pero esta vez todo su cuerpo tembló. Felix se revolvió y su madre lo calmó para que volviera a dormirse.

Faith sentía que el corazón le latía con fuerza. Recordaba perfectamente cómo había tenido que pelear con Tom, el calor de su aliento en la oreja cuando le dijo: «Lucha».

—¿Qué hizo Tom cuando dejó de hablar? —le preguntó Will.

—¿Tú qué crees? —preguntó, en tono sarcástico—. No sabía lo que estaba haciendo, pero sabía que disfrutaba haciéndonos daño.

Tragó saliva, tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Fue la primera vez… para las dos. Solo teníamos quince años. En aquella época las chicas no se acostaban con cualquiera. No es que fuéramos ángeles ni nada parecido, pero tampoco éramos un par de zorras.

—¿Os hizo algo más?

—Nos hacía pasar hambre. No como a las otras mujeres, pero nos lo hizo pasar bastante mal.

—¿Y las bolsas de basura?

Asintió una sola vez.

—Para él éramos basura. Nada más que basura.

Eso era lo que había dicho Tom en el pasillo.

—¿Nadie os echó de menos a ti o a Alex mientras Tom os tuvo en la cueva?

—Creyeron que nos habíamos escapado. Las chicas hacen esas cosas, ¿no? Se escapan de casa y si los padres dicen que son malas, que mienten continuamente y que no se puede confiar en ellas, a nadie le importa, ¿no? —No les dejó contestar—. Seguro que a Tom se le ponía dura cuando mentía a la policía diciéndoles que no tenía ni idea de dónde estábamos.

—¿Qué edad tenía Tom cuando sucedió todo esto?

—Es tres años menor que yo.

—Doce —dijo Will.

—No —le corrigió Pauline—, todavía no los había cumplido. Cumplió doce al mes siguiente. Mamá organizó una fiesta. El pequeño monstruo acababa de salir bajo fianza y ella le organizó una fiesta de cumpleaños.

—¿Cómo salisteis de la cueva?

—Nos dejó salir. Dijo que si se lo contábamos a alguien nos mataría, pero Alex se lo contó a sus padres y ellos la creyeron. —Soltó una risa mordaz—. Vaya si la creyeron.

—¿Qué le ocurrió a Tom?

—Lo detuvieron. La policía llamó a casa y mamá lo llevó a la comisaría. No vinieron a detenerlo. Solo llamaron a casa y dijeron que lo lleváramos. —Hizo una pausa, para recomponerse—. Tom tuvo que pasar un examen psiquiátrico. Hablaron de enviarlo a una cárcel como si fuera un adulto, pero no era más que un niño, y los loqueros se opusieron y dijeron que necesitaba ayuda. Podía parecer más pequeño cuando quería, mucho más de lo que era en realidad. Fingía quedarse desconcertado, como si no entendiera por qué la gente decía cosas tan malas de él.

—¿Qué decidieron los tribunales?

—Le diagnosticaron algo, no sé qué. Que era un psicópata, probablemente.

—Tenemos su expediente de las fuerzas aéreas. ¿Sabías que había servido en el ejército?

Pauline dijo que no con la cabeza y Faith se lo contó.

—Durante seis años. Le licenciaron en lugar de hacerle un consejo de guerra.

—¿Y eso qué significa?

—Pues, leyendo entre líneas, diría que las fuerzas aéreas no querían o no sabían cómo tratar su trastorno, así que le ofrecieron licenciarse con honor y él lo aceptó.

Los expedientes militares de Tom Coldfield estaban escritos en ese jerga administrativa que solo un veterano puede descifrar. Como médico, el hermano de Faith, Zeke, había reconocido todas las pistas. La clave de todo fue el hecho de que no hubieran llamado a Tom para luchar en Irak, ni siquiera cuando la situación llegó a tal punto que los criterios de alistamiento desaparecieron por completo.

—¿Qué le pasó a Tom en Oregón? —preguntó Will.

Pauline respondió con tono bien medido.

—Se suponía que debía ingresar en un hospital público, pero mamá habló con el juez, le dijo que teníamos familia en el este y que podíamos llevarle allí e ingresarle en un hospital de la zona para que tuviera cerca a algún ser querido. El juez dijo que le parecía bien. Supongo que se alegraron de perdernos de vista. Más o menos como las Fuerzas Aéreas, ¿no? Ojos que no ven, corazón que no siente.

—¿Su madre le buscó algún tratamiento?

—Qué coño. —Se echó a reír—. Mi madre hizo lo mismo una y otra vez. Decía que Alex y yo mentíamos, que nos habíamos escapado y un desconocido nos había violado y estábamos intentando echarle la culpa a Tom porque le odiábamos y queríamos que la gente sintiera lástima por nosotras.

Faith sintió una angustia en la boca del estómago, preguntándose como era posible que una madre fuera tan ciega al sufrimiento de su propia hija.

—¿Fue entonces cuando empezaron a llamarse Coldfield? —preguntó Will.

—Nos lo cambiamos por Seward después de que detuvieran a Tom. No fue fácil. Había cuentas bancarias y toda clase de documentos en los que había que cambiar el nombre para que fuera legal. Mi padre empezó a hacer preguntas. No le gustaba nada aquello, porque tenía que hacer cosas: ir al juzgado, pedir copias de los certificados de nacimiento, rellenar formularios. Estaban en mitad de todo el lío, poniéndolo todo a nombre de Seward, cuando yo me escapé. Supongo que al irse de Michigan volvieron a cambiarlo por Coldfield. Los de Oregón no le hicieron ningún seguimiento a Tom. En lo que a ellos respectaba, el caso estaba cerrado.

—¿Volvió a saber de Alex McGhee?

—Se suicidó. —El tono de Pauline era tan frío que Faith se estremeció—. Imagino que no pudo superarlo. Hay mujeres que no pueden.

—¿Estás segura de que tu padre no tenía ni idea de lo que estaba pasando? —le preguntó Will.

—No quería saberlo —respondió Pauline.

Pero no había modo de confirmarlo. Henry Coldfield había sufrido un infarto masivo cuando le comunicaron lo que les había sucedido a su mujer y a su hijo. Había muerto de camino al hospital.

Will continuó insistiendo.

—Tu padre nunca se dio cuenta…

—Viajaba todo el tiempo. Se pasaba fuera varias semanas, a veces un mes entero. E incluso cuando estaba en casa nunca estaba realmente allí; salía con su avión o a cazar o a jugar al golf o hacer lo que le daba la gana. —El tono de Pauline se iba volviendo más hostil con cada palabra—. Tenían una especie de trato: ella llevaba la casa, no le pedía que la ayudara, y él hacía lo que le venía en gana siempre y cuando aportara su sueldo y no hiciera preguntas. Una vida perfecta, ¿eh?

—¿Tu padre abusó de ti alguna vez?

—No. No estaba allí para abusar de mí. Le veíamos por Pascua y por Navidad, eso era todo.

—¿Por qué en Pascua?

—No lo sé. Siempre fue una época muy especial para mi madre. Pintaba huevos y adornaba la casa. Le contaba a Tom la historia de su nacimiento, le decía que era muy especial, que siempre había deseado un hijo varón, que con él su vida estaba completa.

—¿Por eso decidiste huir el día de Pascua?

—Huí porque Tom estaba excavando otro hoyo en el jardín.

Faith le dio un momento para ordenar sus pensamientos.

—¿Eso fue en Ann Arbor?

Pauline asintió, con la mirada perdida.

—No le reconocí, ¿sabes?

—¿Cuando te secuestró?

—Fue todo muy rápido. ¡Estaba tan condenadamente contenta de haber encontrado a Felix! Creí que le había perdido. Luego mi cerebro empezó a atar cabos y me di cuenta de que era Tom, pero ya era demasiado tarde.

—¿Lo reconociste?

—Lo presentí. No sé cómo explicarlo. Todas las células de mi cuerpo me gritaron que era él. —Cerró los ojos unos segundos—. Cuando entré en el sótano todavía podía sentirlo. No sé qué me hizo mientras estaba inconsciente. No sé lo que hizo.

Solo de pensarlo Faith sentía escalofríos.

—¿Cómo te encontró?

—Creo que siempre supo dónde estaba. Se le da bien seguir la pista a la gente, observarles, adivinar cuáles son sus costumbres. Imagino que yo tampoco se lo puse muy difícil al elegir el nombre de Alex. —Rio sin ganas—. Me llamó al trabajo hará un año y medio. ¿Lo podéis creer? ¿Qué posibilidades hay de que yo atienda una llamada como esa y sea Tom el que esté al otro lado?

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