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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (28 page)

BOOK: El número de la traición
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El policía de uniforme que atendía el mostrador en la recepción lo reconoció de inmediato.

—Trent —dijo a modo de saludo.

—Detective Fierro —lo saludó Will, aunque era evidente que el hombre ya no era detective. Los botones del uniforme apenas lograban contener su inmensa barriga. Teniendo en cuenta lo que le había dicho a Amanda de sacar brillo a la porra de Lyle Peterson, a Faith le sorprendía que el hombre no hubiera acabado en silla de ruedas.

—Tendría que haber cerrado la trampilla y haberte dejado en esa cueva —dijo Fierro.

—Pues yo me alegro de que no lo hicieras —replicó Will. Señaló a Faith—. Esta es mi compañera, la agente especial Mitchell. Tenemos que hablar con el detective Mark Galloway.

—¿Hablar de qué?

Faith no estaba dispuesta a seguir con delicadezas. Abrió la boca para decir una barbaridad, pero Will la disuadió con una sola mirada.

—Si el detective Galloway está ocupado, quizá podamos hablar con el jefe Peterson —dijo.

—O también podríamos hablar con ese amiguete vuestro del
Atlanta Beacon
y explicarle que esas historias que habéis estado filtrándole no son más que una cortina de humo para tapar todos los errores que habéis cometido en este caso.

—No me cabe duda de que eres una auténtica zorra.

—Y todavía no has visto nada —le espetó Faith—. Tráeme a Galloway de inmediato o doy parte a la jefa. Ya te ha dejado sin placa, ¿qué será lo próximo? Yo apostaría por tu minúsculo…

—Faith —dijo Will a modo de aviso.

Fierro levantó el auricular y marcó una extensión.

—Max, aquí hay un par de capullos que quieren hablar contigo —dijo. Colgó bruscamente el teléfono—. Al otro lado del vestíbulo, primer pasillo a la derecha, primera puerta a la izquierda.

Faith condujo a su compañero, pues él no habría sabido hacia dónde ir. La comisaría era el típico edificio estatal de los años sesenta, con mucho pavés y mal ventilado. Las paredes estaban llenas de carteles con recomendaciones, fotografías de oficiales en barbacoas y eventos para recaudar fondos. Siguiendo las instrucciones de Fierro, giró a la derecha y se detuvo frente a la primera puerta a la izquierda.

Faith leyó el cartel que había en la puerta.

—Cabrón —masculló.

Fierro les había mandado a la sala de interrogatorios.

Will alargó el brazo y abrió la puerta. Faith le vio mirar la mesa anclada al suelo y las barras situadas a los lados para esposar a los detenidos mientras les interrogaban.

—La nuestra es más acogedora —fue todo cuanto dijo Will.

Había dos sillas, una a cada lado de la mesa. Faith soltó su bolso en la que estaba de espaldas al falso espejo y se cruzó de brazos; no quería estar sentada cuando Galloway entrara en la habitación.

—Estamos haciendo el gilipollas. Deberíamos dar parte a Amanda. A buenas horas iba ella a permitir que nos torearan de esta manera.

Will se apoyó contra la pared y se metió las manos en los bolsillos.

—Si involucramos a Amanda en todo esto, ellos ya no tendrían nada que perder. Deja que se desahoguen un poco a nuestra costa. ¿Qué más da si al final conseguimos la información que necesitamos?

Faith miró fugazmente el falso espejo, preguntándose si estarían todos detrás observándolos.

—Cuando esto haya terminado pienso presentar una queja por escrito. Por obstrucción a la justicia, por obstaculizar una investigación en curso, por mentir a un oficial de policía. A ese gilipollas de Fierro ya le han quitado su placa de detective, y Galloway tendrá suerte si le destinan a la perrera del condado.

Faith oyó en el pasillo una puerta que se abría y se volvía a cerrar. Unos segundos más tarde Galloway apareció por la puerta con la misma pinta de cateto ignorante de la noche anterior.

—Me han dicho que querían hablar conmigo.

—Venimos de hablar con los Coldfield —dijo Faith.

El hombre saludó a Will con un gesto de la cabeza. Este hizo lo propio.

—¿Puedo saber por qué no me habló del otro vehículo anoche? —preguntó ella.

—Creí haberlo hecho.

—Y una mierda. —Faith no sabía qué la irritaba más, si que Galloway se lo tomara como un juego, o que se sintiera obligada a usar con él el mismo tono que con Jeremy cuando lo castigaba. El policía alzó las manos sonriendo a Will.

—¿Su compañera es siempre así de histérica? Quizás es que está en esos días…

Faith sintió que sus puños se contraían con fuerza. Estaba a punto de mostrar lo que era una mujer verdaderamente histérica.

—Vamos —terció Will interponiéndose entre los dos—, tú cuéntanos lo del coche y todo lo que hayas averiguado hasta ahora. No vamos a meterte un puro. No queremos tener que sacarte la información por las malas.

Will se fue hacia la silla y quitó de encima el bolso de Faith antes de sentarse. Se quedó con él en el regazo, lo que le daba un aspecto un tanto ridículo, como si estuviera esperando a su mujer mientras se probaba ropa. Hizo un gesto a Galloway para que se sentara al otro lado de la mesa y dijo:

—Tenemos a una víctima ingresada en el hospital, probablemente en estado de coma irreversible. La autopsia de Jacquelyn Zabel, la mujer del árbol, no ha arrojado ninguna luz sobre el caso. Ahora mismo hay otra mujer desaparecida, secuestrada en el aparcamiento de una tienda de alimentación. Su hijo se quedó solo en el asiento delantero. Se llama Felix y tiene seis años. Está bajo la tutela de los servicios sociales, al cuidado de gente a la que no conoce. Solo quiere que su mamá vuelva a casa.

Galloway permaneció impasible. Y Will prosiguió:

—No te dieron esa placa de detective por tu cara bonita. Anoche pusiste controles en las carreteras. Sabías que los Coldfield habían visto un segundo coche. Estuviste parando a la gente. —Decidió cambiar de táctica—. No le hemos ido con el cuento a tu jefe y no te hemos echado encima a nuestra jefa porque no podemos darnos el lujo de perder el tiempo. La madre de Felix ha desaparecido. Podría estar en otra cueva, atada a otra cama, bajo la cual no tardará en haber otra víctima. ¿De verdad quieres llevar todo ese peso sobre tu conciencia?

Por fin Galloway exhaló un profundo suspiro y se sentó. Se recostó en la silla y sacó su libreta del bolsillo de atrás, gruñendo como si le provocara dolor físico.

—¿Os dijeron que era blanco, probablemente un sedán? —preguntó Galloway.

—Sí —respondió Will—. Henry Coldfield no conocía el modelo. Dijo que parecía antiguo.

Galloway asintió. Le pasó su libreta a Will, que fijó la vista en las palabras y pasó las páginas como si estuviera leyendo antes de pasársela a Faith. Ella vio tres nombres con direcciones de Tennessee y números de teléfono. Le cogió el bolso a Will para copiar los detalles.

—Dos mujeres, hermanas, y el padre —les explicó el detective—. Venían de Florida y se dirigían a Tennessee. Su coche se averió a unas seis millas de donde el Buick atropelló a nuestra primera víctima. Vieron un sedán blanco que venía en la otra dirección y una de las hermanas intentó pararlo. Aminoró un poco, pero no se detuvo.

—¿Pudo ver al conductor?

—Negro, con una gorra de béisbol y la música a todo trapo. Me dijo que se alegró de que no parara.

—¿Vio la matrícula?

—Solo tres letras: Alfa, Foxtrot, Charlie. Eso reduce las posibilidades a unos trescientos mil coches, de los cuales dieciséis mil son blancos, y la mitad están registrados en esa zona.

Faith anotó las correspondientes letras —A, F, C— pensando que la matrícula no les serviría de nada a no ser que tropezaran con un coche que respondiera a la descripción. Hojeó el cuaderno de Galloway, tratando de averiguar qué más les ocultaba.

—Me gustaría hablar con los tres —dijo Will.

—Demasiado tarde —replicó el policía—. Regresaron a Tennessee esta mañana. El padre es muy mayor y no se encuentra muy bien. Me dio la impresión de que se lo llevaban de vuelta para que muriera en su casa. Podríais llamarles, o desplazaros hasta allí, pero os aseguro que no os contarán nada nuevo.

—¿Encontrasteis algo más en la escena del crimen? —preguntó Will.

—Lo que leísteis en los informes, nada más.

—Todavía no los tenemos.

Galloway parecía casi arrepentido.

—Lo siento. La secretaria tendría que habéroslos mandado por fax inmediatamente. Probablemente estarán en su mesa, enterrados bajo un montón de papeles.

—Podemos pasar a recogerlos antes de irnos —le dijo Will—. ¿Te importa hacerme un resumen?

—Más o menos lo que cabría esperar. Cuando llegó la patrulla, el tipo que se detuvo a ayudar, el enfermero, estaba atendiendo a la víctima. Judith Coldfield estaba fuera de sí, junto a su marido, pensando que había sufrido un ataque al corazón. Llegó la ambulancia, se llevó a la víctima y el viejo ya se encontraba mejor, así que se quedó esperando a la segunda, que vino a los pocos minutos. Nuestros chicos llamaron a los detectives y acordonaron la zona: nada fuera de lo habitual. Esta vez no os miento: no encontramos nada.

—Nos gustaría hablar con el agente que llegó primero para conocer sus impresiones de primera mano.

—Ahora mismo está en Montana de pesca con su suegro —dijo Galloway encogiéndose de hombros—. No os estoy tomando el pelo, de verdad. Tenía planeadas esas vacaciones desde hace tiempo.

Faith había visto un nombre en las notas de Galloway que le resultaba familiar.

—¿Qué pinta aquí Jake Berman? —preguntó Faith, y le explicó a Will—: Rick Sigler y Jake Berman son los dos tipos que se detuvieron para socorrer a Anna.

—¿Anna? —preguntó Galloway.

—Es el nombre que la víctima nos dio cuando la ingresaron —explicó Will—. Rick Sigler era el TES que no estaba de servicio, ¿verdad?

—Eso es —confirmó Galloway—. Esa historia de que habían ido al cine a ver una película me pareció un tanto imprecisa.

Faith emitió un gruñido, preguntándose en cuántos callejones sin salida podía meterse aquel tipo antes de caerse de puro idiota.

—El caso —continuó ignorando a Faith— es que estuve comprobando sus antecedentes. Sigler está limpio, pero Berman tiene antecedentes.

Faith sintió un nudo en el estómago. Esa misma mañana se había pasado dos horas frente al ordenador y no se le había ocurrido comprobar los antecedentes de los implicados.

—Una condena por exhibicionismo y provocación sexual. —Sonrió al ver la cara de sorpresa de Faith—. El tipo está casado y tiene dos hijos, y lo pillaron hace seis meses follándose a otro tío en el centro comercial Georgia. Por lo visto, un chaval entró y se los encontró en plena faena. Un degenerado de mierda. Mi mujer compra allí.

—¿Has hablado con Berman? —preguntó Will.

—Me dio un número falso. —De nuevo lanzó a Faith una mirada cargada de ironía—. La dirección que figura en su carné de conducir tampoco está actualizada, y la búsqueda cruzada no ha dado ningún resultado.

Faith vio que había una laguna en su historia y saltó.

—¿Cómo sabes que tiene mujer y dos hijos?

—Está en el informe del arresto. Estaba con ellos en el centro comercial; le estaban esperando afuera. —Galloway torció el gesto—. Si me admitís un consejo, id tras él.

—Pero las víctimas fueron violadas —dijo Faith devolviéndole su libreta—. A los gays no les interesan las mujeres. Es lo que los hace gays.

—¿Te parece que a ese asesino le gustan las mujeres?

Faith no respondió, más que nada porque no le faltaba razón.

—¿Y qué hay de Rick Sigler? —preguntó Will.

Galloway cerró su libreta con mucha parsimonia y se la guardó en el bolsillo.

—Está limpio. Trabaja como técnico sanitario desde hace dieciséis años. Fue al instituto Heritage, un poco más abajo. —Galloway puso cara de asco—. Estaba en el equipo de fútbol, por increíble que parezca.

Will se tomó su tiempo antes de formular una última pregunta.

—¿Qué más te guardas?

Galloway le miró a los ojos.

—Eso es todo lo que tengo,
kimosabi
.

Faith no le creyó, pero Will parecía satisfecho.

—Gracias por atendernos, detective —dijo, y le estrechó la mano.

Faith encendió las luces al entrar en la cocina, soltó el bolso sobre la encimera y se desplomó en la misma silla en la que había empezado el día. Le dolía la cabeza y tenía el cuello tan tenso que le dolía moverlo. Cogió el teléfono para escuchar los mensajes del contestador. Jeremy le había dejado un mensaje breve e inusualmente cariñoso. «Hola, mamá, solo llamo para saber cómo estás. Te quiero». Faith frunció el ceño, pensando que o bien había suspendido el examen de química o necesitaba dinero extra.

Marcó su número, pero colgó antes de que diera señal. Faith estaba tan agotada que hasta tenía la vista un poco nublada, y lo único que quería era darse un baño caliente y tomarse una copa de vino, aunque teniendo en cuenta su estado, ninguna de las dos cosas le convenía demasiado. No quería empeorarlo todo echándole una bronca a su hijo.

Su portátil seguía en la mesa, pero no quiso mirar el correo. Amanda le había dicho que se pasara por su despacho al final del día para hablar de su desmayo del día anterior. Faith miró el reloj de la cocina. La jornada laboral había terminado hacía rato, de hecho eran casi las diez de la noche. Seguramente Amanda estaría ya en casa, chupándoles la sangre a los insectos que hubieran caído ese día en su tela de araña.

Se preguntó si habría algo que pudiera empeorar aún más el día, pero decidió que a esas horas era matemáticamente imposible. Se había pasado las últimas cinco en compañía de Will, entrando y saliendo del coche, llamando a puertas, hablando con todo hombre, mujer o niño que había salido a abrir —algunos ni siquiera se habían molestado en abrir— y preguntando por Jake Berman. Había veintitrés personas con ese nombre repartidas por toda el área metropolitana. Faith y Will habían hablado con seis de ellos, descartado a doce y no habían podido localizar a otros cinco, que o no estaban en casa, o no estaban en su puesto de trabajo o, simplemente, no habían querido abrir la puerta.

Si encontrar al tipo fuera más fácil puede que Faith no estuviera tan preocupada. Los testigos mentían a la policía todo el tiempo; daban nombres falsos, falsos números de teléfono, detalles inexactos. Era algo tan habitual que ya ni siquiera le molestaba. Pero lo de Berman era distinto. Todo el mundo deja un rastro documental tras de sí; barriendo registros antiguos de móviles o direcciones anteriores puedes localizar rápidamente a tu testigo y plantarte delante de él como si no hubieras tenido que perder una mañana entera siguiéndole la pista.

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