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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (55 page)

BOOK: El número de la traición
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Will llamó a la puerta y esperó. Volvió a pensar en Faith y en lo furiosa que se iba a poner, especialmente si estaba a punto de encontrarse cara a cara con el asesino. Aunque no parecía que fuera a tener un cara a cara con nadie. Nadie salía a abrir la puerta. Volvió a llamar por segunda vez. Al ver que no pasaba nada dio unos pasos atrás y miró hacia las ventanas. Todas las persianas estaban abiertas y había algunas luces encendidas. Puede que Berman estuviera en la ducha. O a lo mejor se había dado cuenta de que la policía estaba intentando hablar con él. El numerito del jardinero pueblerino de Nick había sido impresionante, pero llevaba una hora aparcado al final de la calle. En un vecindario tan pequeño lo más probable era que ya hubiesen estado sonando los teléfonos.

Will intentó abrir la puerta principal, pero estaba cerrada con llave. Dio la vuelta a la casa mirando por las ventanas. Había una luz al final del pasillo. Iba a mirar por la siguiente ventana cuando oyó un ruido en el interior de la casa, como un portazo. Will se llevó la mano al arma y notó que el vello se le ponía de punta. Algo no iba bien, y Will sabía perfectamente que Nick Shelton estaba ahora mismo sentado en su coche escuchando la radio.

Oyó el inconfundible estampido de una ventana cerrada de golpe. Corrió hacia la parte de atrás y vio a un hombre que salía corriendo por el jardín trasero. Jake Berman llevaba los pantalones del pijama y el torso desnudo, pero logró ponerse unas deportivas. Miró por encima de su hombro según pasaba por delante de un adornado columpio y corría hacia la valla metálica que separaba su propiedad de la del vecino de enfrente.

—Mierda —murmuró Will, y salió tras él. Will era un buen corredor, pero Berman era muy rápido: se impulsaba con las manos y sus piernas se movían a toda velocidad.

—¡Policía! —gritó Will, y calculó tan mal la altura de la valla que se le enganchó el pie. Cayó al suelo y se levantó lo más rápido que pudo. Vio a Jake Berman meterse por un jardín lateral, pasar por delante de otra casa y dirigirse a la carretera. Will hizo lo mismo, pero cogiendo un atajo para salir directamente a la calle.

Las ruedas del coche de Nick Shelton chirriaron sobre el asfalto, pero Berman logró sortear el coche y golpeó el capó con la mano abierta mientras se dirigía hacia el jardín trasero de otra casa.

—Maldita sea —exclamó Will—. ¡Policía! ¡Alto!

Berman continuó huyendo, pero era un velocista, no un corredor de fondo. Si había algo que a Will le sobraba era resistencia. Aceleró justo cuando Jake frenaba para intentar abrir la puerta de la valla del vecino. Miró por encima de su hombro, vio a Will y echó a correr de nuevo. Sin embargo, Jake Berman había perdido mucho fuelle, y Will supo al ver que sus piernas se movían más despacio que estaba a punto de tirar la toalla. No pensaba darle la menor oportunidad: cuando estuvo lo suficientemente cerca, arremetió contra él y los dos cayeron al suelo completamente agotados.

—¡Gilipollas! —gritó Nick Shelton, dándole una patada en el costado.

Teniendo en cuenta la pelea que había tenido el día anterior con el portero del edificio de Anna, Will pensaba que esta vez se aproximaría al testigo con algo más de delicadeza, pero su corazón latía con tal fuerza que sentía náuseas. Y peor aún, la adrenalina le inoculaba en el cerebro toda clase de malos pensamientos.

Nick le dio otra patada a Jake Berman.

—Nunca hay que huir de la ley, capullo.

—No sabía que eran policías…

—Cállate —dijo Will poniéndole las esposas, pero Berman se revolvió intentando zafarse. Nick levantó de nuevo la pierna, y Will puso la rodilla en la espalda de Berman apretando de tal forma que notó cómo se le doblaban las costillas—. Para ya.

—¡No he hecho nada!

—¿Y por eso corrías?

—He salido a correr —gritó—. Salgo todos los días a esta hora.

—¿En pijama? —le preguntó Nick.

—Que te den.

—Mentir a la policía es un delito grave. —Will se puso de pie y tiró de Jake Berman—. Cinco años de cárcel. Allí hay un montón de lavabos de caballeros.

Berman se puso pálido. Algunos de sus vecinos habían salido a ver lo que pasaba. No parecían muy contentos, ni, según le pareció a Will, muy solidarios tampoco.

—No pasa nada —dijo Jake Berman—. Solo es un malentendido.

—Un malentendido por parte de este gilipollas que cree que puede huir de la policía.

A Will no le preocupaban las apariencias. Tiró hacia arriba de Berman y le obligó a cruzar la calle inclinado hacia adelante.

—Tendrán ustedes noticias de mi abogado.

—Que no se te olvide contarle que has salido corriendo como una colegiala histérica —le dijo Nick.

Will empujó a Berman y preguntó al policía:

—¿Puedes llamar y pedir refuerzos?

—¿Quieres a la caballería?

—Quiero que un coche de policía venga a esta casa cagando leches y con las sirenas a todo trapo para que todos los vecinos sepan que está aquí.

Nick le hizo un saludo militar y se fue hacia su coche.

—Están cometiendo un error —le dijo Berman.

—Fuiste tú quien cometió un error al huir de la escena del crimen.

—¿Qué? —Berman se dio la vuelta, parecía realmente sorprendido—. ¿Qué crimen?

—Autopista 316.

Berman parecía bastante confuso.

—¿Todo esto es por eso?

O bien su interpretación era digna de un óscar o el hombre no entendía absolutamente nada.

—Presenció usted un accidente de tráfico hace cuatro días en la autopista 316. Un coche atropelló a una mujer. Habló usted con mi compañera.

—Yo no dejé tirada a la chica. Había llegado ya la ambulancia. Le conté al policía del hospital todo lo que vi.

—Le dio una dirección y un número de teléfono falsos.

—Yo solo… —Miró a su alrededor y Will se preguntó si estaría pensando en echar a correr de nuevo—. Sáqueme de aquí —le suplicó Berman—. Lléveme a la comisaría, ¿de acuerdo? Lléveme a la comisaría, deje que haga la llamada que me corresponde y aclararemos todo esto.

Will le dio la vuelta, agarrándole por el hombro por si decidía volver a probar suerte. Con cada paso que daba Will sentía que su irritación crecía cada vez más. Berman resultaba cada vez más patético, la mezquina sombra de un ser humano. Se habían pasado los dos últimos días buscándole y el muy capullo había hecho que lo persiguieran por todo el vecindario.

Se giró.

—¿Por qué no me quita esas esposas y…?

Will le obligó a volverse de una forma tan brusca que tuvo que agarrarlo para evitar que se cayera de cara. La vecina de al lado estaba en el umbral de la puerta principal, observándoles. Como las otras vecinas, no parecía desagradarle el hecho de ver a Berman esposado.

—¿Te odian porque eres gay? —le preguntó Will—. ¿O porque vives a costa de tu mujer?

Berman se giró de nuevo.

—¿Pero qué coño te…?

Will le empujó y esta vez le hizo perder el equilibrio.

—Son las diez de la mañana y todavía estás en pijama. —Lo empujó para que avanzara por el descuidado césped de su jardín—. ¿No tienes un cortacésped?

—No podemos permitirnos un jardinero.

—¿Dónde están tus hijos?

—En la guardería. —Intentó girarse de nuevo—. ¿De qué va todo esto?

Will le empujó una vez más, obligándole a avanzar por el camino de entrada. Le odiaba por diversas razones, entre otras, porque tenía una esposa y dos hijos que seguramente le querían mucho y él no era capaz de corresponderles cortando el césped o lavando el coche.

—¿Adónde me lleva? Le dije que me llevara a la comisaría de policía.

Will guardó silencio y continuó empujándole hacia la casa, tirando de sus manos hacia arriba cuando aminoraba el paso o intentaba volverse.

—Si estoy detenido tiene que llevarme a la cárcel.

Fueron hacia la parte trasera de la casa, y Berman no dejó de protestar. Estaba acostumbrado a que le escucharan y parecía molestarle más el hecho de que le ignoraran que el de que le empujaran, así que Will continuó sin decir una palabra.

Intentó abrir la puerta de atrás, pero estaba cerrada con llave. Miró a Jake, y su expresión arrogante pareció indicar que pensaba que ahora tenía la sartén por el mango. La ventana por la que había salido el hombre se había quedado cerrada, pero Will la deslizó hacia arriba, haciendo chirriar los viejos muelles.

—No se preocupe. Yo le espero aquí —le dijo Berman.

Will se preguntó dónde estaría Shelton. Seguramente estaba en la parte de delante, pensando que le hacía un favor dejándole a solas con el sospechoso.

—Vale —dijo abriendo las esposas para encadenar a Berman a la parrilla de la barbacoa. Se apoyó en el alféizar y subió a pulso hasta la ventana.

Aterrizó en la cocina, que estaba decorada con dibujos de gansos: gansos en el zócalo, en los paños y en la alfombra que había bajo la mesa de la cocina.

Se volvió para mirar por la ventana. Berman estaba allí, alisándose el pijama como si estuviera en un probador de Macy’s.

Will inspeccionó rápidamente la casa, pero no encontró más que lo que esperaba: la habitación de los niños con una litera, el dormitorio principal con baño propio, la cocina, la sala de estar y un despacho con un solo libro en los estantes. Will no fue capaz de leer el título, pero reconoció la foto de Donald Trump en la cubierta y supuso que sería uno de esos libros que enseñan cómo hacerse rico en poco tiempo. Obviamente Jake Berman no había seguido los consejos del millonario. Aunque teniendo en cuenta que se había quedado sin trabajo y se había declarado en bancarrota, a lo mejor sí los había seguido.

No había sótano y en el garaje no había más que tres cajas que, al parecer, contenían los objetos personales que Berman había recogido al dejar su puesto: una grapadora, un bonito juego de escritorio, un montón de documentos con gráficos y esquemas. Will deslizó la puerta de cristal del patio trasero y se encontró al detenido sentado bajo la parrilla, con el brazo colgando sobre su cabeza.

—No tiene derecho a registrar mi casa.

—Saliste huyendo de tu domicilio. No necesito más que eso.

Aparentemente Berman se tragó la explicación, que le había sonado razonable al propio Will aunque sabía que era del todo ilegal.

Will cogió un silla de la mesa y se sentó. El aire seguía siendo frío, y el sudor de la carrera que se había dado persiguiendo a Berman se le estaba enfriando.

—Esto no es justo —dijo Berman—. Quiero su número de placa, su nombre y…

—Pero ¿quieres los de verdad o prefieres que me los invente, como hiciste tú?

Berman tuvo el sentido común de no contestar.

—¿Por qué corrías, Jake? ¿Adónde pensabas ir en pijama?

—No lo he pensado —masculló Berman—. Es solo que no quiero pasar por esto ahora. Bastante tengo con lo mío.

—Tienes dos opciones: o me cuentas lo que ocurrió esa noche, o te llevo a la cárcel en pijama. —Para dejar bien clara la amenaza añadió—: Y no me refiero al Club de Campo de Coweta, te voy a llevar derecho a la cárcel de Atlanta y no voy a dejar que te cambies.

Señaló el pecho de Berman, que subía y bajaba aceleradamente a causa del miedo y de la ira. Era evidente que el tipo se cuidaba. Tenía los abdominales bien definidos y los hombros anchos y musculosos.

—Ya verás como tantas horas levantando pesas te van a venir muy bien.

—¿De eso es de lo que va todo esto? ¿Eres uno de esos cabrones homófobos?

—Me da exactamente igual a quién te estuvieras tirando en ese lavabo. —Aquello era cierto, pero Will utilizó un tono que parecía indicar lo contrario. Todo el mundo tenía un punto débil, y el de Berman era su orientación sexual. En aquel momento Will le estaba haciendo creer que el suyo era el hecho de que aquel cabrón que tenía esposado a un Grillmaster 2000 andaba poniéndole los cuernos a su mujer mientras dejaba que tragara con todo y se comportara como una buena esposa. No se le escapaba la ironía estilo Oprah.

—A los chicos del penal les encanta recibir carne fresca —le dijo.

—Que te den.

—Ah, sí, te van a dar, no te preocupes. Te van a dar por sitios que ni siquiera imaginas.

—Vete al carajo.

Will le dejó que siguiera enfureciéndose un poco más mientras intentaba controlar sus propias emociones. Se concentró en el tiempo que habían perdido buscando a ese patético imbécil cuando podrían haber estado siguiendo alguna pista más útil.

—Resistencia a la detención, mentir a la policía, malgastar el tiempo de la policía, obstrucción a la justicia —enumeró Will—. Podrían caerte diez años por esto, Jake, y eso si le caes bien al juez, cosa que dudo, porque tienes antecedentes y además eres un gilipollas muy arrogante.

Por fin Berman empezó a darse cuenta del lío en el que se había metido.

—Tengo hijos —dijo, con voz suplicante—. Mis niños.

—Sí, ya lo vi en el informe de cuando te detuvieron en el centro comercial.

Berman bajó la vista y se quedó mirando el suelo de cemento.

—¿Qué es lo que quiere?

—Quiero la verdad.

—Yo ya no sé cuál es la verdad.

Era evidente que estaba autocompadeciéndose otra vez. Will quería darle una patada en la cara, pero sabía que no serviría de nada.

—Tienes que entender que yo no soy tu psicólogo, Jake. No me importan tus remordimientos, ni que tengas hijos ni que estés engañando a tu mujer…

—¡La quiero! —dijo, mostrando por primera vez una emoción que no fuera autocompasión—. Quiero a mi mujer.

Will aflojó un poco y trató de controlarse. Podía ponerse furioso o conseguir algo de información. Y había ido hasta allí a por eso.

—Antes era alguien. Tenía un trabajo. Iba a trabajar cada día. —Miró hacia la casa—. Vivía en un lugar agradable. Conducía un mercedes.

—¿Eras constructor? —le preguntó Will, aunque ya lo había averiguado cuando Caroline encontró las declaraciones de impuestos de Berman.

—Torres de apartamentos —respondió—. El mercado se desplomó. Tuve suerte de conservar al menos la ropa.

—¿Por eso lo pusiste todo a nombre de tu esposa?

Berman asintió lentamente.

—Estaba arruinado. Dejamos Montgomery y nos mudamos aquí hace un año. Se supone que íbamos a volver a empezar, pero…

Se encogió de hombros, como si no tuviera sentido continuar hablando.

A Will le parecía que su acento era bastante fuerte.

—¿Naciste allí, en Alabama?

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