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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro se va de viaje (3 page)

BOOK: El pequeño vampiro se va de viaje
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La caja… era él ataúd de Drácula. ¿Pero para qué necesitaba él las otras cajas? ¿Para que no pudieran encontrarle tan fácilmente? Con una sola caja podía suceder fácilmente que alguien la abriera, pero con cincuenta… «No es mala idea», pensó Anton admirado. Desgraciadamente, Rüdiger y él no podían tomarlo en consideración, pues ellos ni tenían carrozas para meter las cajas ni iban a hacer un viaje en barco.

Fuera empezaba ya a oscurecer. El padre de Anton vino y trajo un plato con bocadillos y un vaso de leche.

—Mamá piensa que ya es hora de que te acuestes —dijo, colocando el plato junto a Anton encima de la cama.

Con curiosidad, se inclinó intentando leer el título del libro.

—¿Historias de vampiros? —preguntó.

—Tengo que resolver un problema —declaró Anton con mucha dignidad, cerrando el libro. Lo dejó encima de su almohada con el dorso hacia arriba y cogió un bocadillo de queso.

—Quizá puedas ayudarme —dijo.

—¿Yo?

—Tú trabajas en una casa de venta por correspondencia, ¿no?

—Sí…

—Entonces tendréis a menudo cosas que enviar.

El padre se rió.

—Efectivamente.

—Tengo un amigo —dijo Anton— que querría enviar algo.

—¡Ah! ¿Sí? ¿El qué?

—Una caja. Aproximadamente así de grande —Anton extendió los brazos—. Quizá incluso más grande aún.

—Bastante voluminosa, ¿no? —opinó el padre.

No parecía tomar demasiado en serio la pregunta de Anton.

—¿Y qué es lo que tiene tu amigo en su caja? ¿Perlas? ¿Oro? ¿Piedras preciosas?

Enfadado, Anton apretó los labios.

—Creía que me ibas a ayudar.

—¡Y lo voy a hacer! Pero, en definitiva, tengo que saber de qué clase de transporte se trata.

Y dirigiendo la mirada al libro de Anton añadió:

—También podría ser un ataúd de vampiro, ¿no? Y nosotros no facturamos cosas así. Nosotros somos una empresa decente.

En el primer momento, Anton había temido que su padre pudiera sospechar algo, pero luego se dio cuenta de que sólo quería tomarle el pelo. ¡O sea, que él tampoco tenía por qué tener pelos en la lengua!

Dijo sarcástico:

—¡Qué pena! Es que realmente se trataba de un ataúd de vampiro.

Naturalmente, su padre no le creyó una palabra.

—En un caso así —bromeó—, tu amigo debería dirigirse mejor a una funeraria.

Fue hacia la puerta.

—Por lo demás, mamá y yo nos vamos de paseo —dijo.

—¿Estaréis fuera mucho tiempo? —preguntó Anton sorprendido.

—Cuando volvamos espero que tú estés durmiendo —contestó el padre—. Mañana tienes colegio.

—¿Crees tú que podía olvidarlo?

«Muftí Super»

«¡Esto va a pedir de boca!», pensó Anton cuando poco después de que se fueran sus padres llamaron suavemente a la ventana.

Contento, corrió a un lado las cortinas.. ., y se quedó helado.

Fuera, en el alféizar, había alguien acurrucado mirándole con los ojos muy abiertos, y aunque la figura estaba en la oscuridad y se había subido su capa hasta la barbilla, Anton creyó reconocer claramente que no era el pequeño vampiro. ¿Sería Tía Dorothee? Le recorrió un pánico helado, y echó a toda prisa las cortinas.

Entonces volvieron a llamar y una voz clara exclamó:

—¡Soy Anna!

¡La hermana pequeña de Rüdiger! Aliviado, pero también un poco enfadado, Anton abrió la ventana y la dejó entrar.

—¿Tienes que asustarme así? —gruñó.

Anna se alisó la capa riéndose para sus adentros. A la clara luz de la lámpara de su escritorio él se dio cuenta de que el pequeño y redondo rostro de ella tenía un aspecto inusitadamente sonrosado. Sus cabellos estaban peinados y separados de la cara con dos prendedores.

—Sólo quería ver si conocías a otras chicas-vampiro —dijo bromeando—. Si tú, por ejemplo, hubieras exclamado «¡Hola, Julia!», no te hubiera invitado a mi fiesta de aniversario como vampiro.

—¿Fiesta de aniversario como vampiro?

—Un día como hoy yo me convertí en vampiro —aclaró orgullosa—. Mi cumpleaños, por así decirlo. El único día festivo que conocemos nosotros, los vampiros. Mira lo que me ha regalado Rüdiger.

Sacó de debajo de su capa un libro gastadísimo de tanto leerlo y se lo enseñó.

—¡Es muy interesante!

—Lo sé —contestó Anton, que conocía perfectamente el libro: era
Mordiscos sangrientos
, y se lo había prestado él al pequeño vampiro hacía un par de semanas.

—¿Cómo? ¿Lo conoces? —preguntó Anna.

—No, no —dijo rápidamente—, sólo creía.

—Y Lumpi me ha regalado los prendedores para el pelo —contó ella.

«No parecen demasiado nuevos», pensó Anton, «pero así y todo es amable por parte de Lumpi haberle regalado algo a su hermana».

—¡Y ahora el regalo más hermoso! —dijo ella—. Lo llevo puesto, pero no puedes verlo.

—¿No puedo verlo? —se asombró Anton.

—Sólo… olerlo.

—¡Ah, vaya!

Entonces sí que no se había equivocado cuando creyó advertir en Anna un olor extrañamente penetrante.

—¿Un perfume nuevo? —preguntó.

—¡Exacto! —exclamó—. Especial para mí: «Muftí Super».

Anton tragó saliva. El «Muftí Elegante» que Anna había usado antes ya era malo, pero el «Muftí Super»… Este olía a queso del Harz, pies sudados y bombas fétidas.

—¿Y qué más te han regalado? —preguntó rápidamente, antes de que ella pudiera preguntarle si le gustaba el perfume.

Ella titubeó, y una sonrisa embarazosa apareció en su rostro.

—¡Sólo te lo diré sí no te ríes!

Echó mano debajo de su capa y sacó un chupete. Era un chupete alargado y ya bastante roído, con una embocadura blanca y sucia y una anilla a través de la cual pasaba un cordón de zapato.

Anton se tuvo que morder la lengua para no reírse. ¡Anna con chupete! ¡Eso era ridículo!

Ella lo había observado temerosa. Pero al permanecer él serio y al contraerse más bien sus rasgos doloridos, porque le dolía la lengua, ella suspiró aliviada.

—Es para el cuidado de los dientes —aclaró—. Todos los vampiros adolescentes deben llevarlo para que los dientes delanteros se queden pequeños y los colmillos se vuelvan bien largos.

Anton se sobresaltó. Hasta ahora ella había sido Anna la Desdentada y se había alimentado de leche.

—¿Te saldrán entonces colmillos? —preguntó.

—Bueno, sí —dijo zafándose—, un poco…, pero mi chupete lo llevaré la mayor parte del tiempo en el ataúd —añadió rápidamente—, y si no, sólo cuando me apetezca.

Ella volvió a hacerlo desaparecer bajo su capa.

—¡Pero ahora tenemos que salir volando! —dijo enérgicamente.

—¿Y a dónde?

—¡A la cripta, naturalmente!

—¿A la cripta? —exclamó desconcertado Anton—. ¿Y qué vamos a hacer allí?

—Celebrar mi aniversario como vampiro —dijo Anna alegremente.

Él notó cómo su corazón latía más de prisa. Las fiestas de cumpleaños las conocía; eran divertidas y estaban bien. Pero fiestas de aniversario como vampiro… Seguro que eran horribles.

¿Acaso Anna tendría ya dientes de vampiro y querría probarlos en él en la cripta? Se sintió muy extraño, y tuvo que apoyarse con ambas manos en el tablero del escritorio.

—Yo…, yo no puedo de ninguna manera —balbució—. Tengo que esperar a Rüdiger.

—¡Pero si él está ya en la cripta!

Ella le tendió una segunda capa que había mantenido oculta debajo de la suya.

—¡Ahora ven! —dijo—. Si no, Lumpi se va a impacientar.

—¿Lumpi también participa?

—Seguro —repuso Anna—. Las fiestas de aniversario como vampiro son su pasión.

—¿Y los o… otros parientes ? —preguntó Anton—. ¿Tía Dorothee y Wilhelm el Tétrico y Hildegard la Sedienta y Sabine la Horrible y Ludwig el Terrible?

—Se han marchado todos.

Se produjo una pausa. Anton observó indeciso la capa comida por las polillas y con olor a podrido que tenía en sus manos, mientras, Anna subía al poyete de la ventana.

¿Debía realmente volar con ella?

En cualquier caso, allí encontraría a Rüdiger, que, siendo el aniversario como vampiro de su hermana, seguro que no iría a su casa aunque ellos hubieran quedado. Y ya no quedaba mucho tiempo para el domingo siguiente. ..

—Está bien —dijo con voz bronca, se echó por encima la capa y trepó hacia donde estaba Anna encima del poyete de la ventana. Después ella extendió los brazos y salió volando.

Él la siguió inseguro.

En el aire

Como siempre que llevaba una capa de vampiro y podía volar, Anton tenía una extraña presión en el estómago. Titubeando, movió arriba y abajo los brazos y miró de reojo con temor hacia abajo, donde, desde seis pisos de altura, los coches parecían juguetes de niños.

Pero luego sintió que el aire le llevaba. Sus movimientos se hicieron más potentes, sus impulsos más regulares. Era como si nadara…, sólo que mucho más fácil y con mucho menos esfuerzo.

—Vuelas ya como un auténtico vampiro —dijo Anna, que se deslizaba tranquilamente junto a él.

—¿De veras? —dijo sonrojándose.

Aunque con toda seguridad ella lo había dicho con buena intención, a él le sobrecogió una desagradable sensación al oír sus palabras: ¿Acaso estaría empezando a transformarse en vampiro?

Por otra parte, sabía que un ser humano solo podía convertirse en vampiro al ser mordido por uno de ellos…

Su sospecha de que Anna pudiera querer probar en él sus nuevos dientes en la cripta volvió a despertar, y la miró temeroso de soslayo. A la luz de la luna producía un efecto curiosamente extraño. Su rostro relucía como una flor blanca bajo sus oscuros cabellos. Sus labios estaban ligeramente abiertos, y él vio sus dientes, pequeños y redondos como perlas. No pudo reconocer los colmillos, si es que realmente le habían salido. ¿No se estaría él mismo convenciendo de sus temores?

—¡Cuidado! —Anna le sacó de sus pensamientos.

A punto estuvo de no ver la chimenea que sobresalía delante de ellos. En el último momento pudo esquivarla en el vuelo.

—¡Tienes que prestar más atención! —dijo Anna con reproche—. El aire está lleno de peligros. Allí detrás, por ejemplo, veo a Tía Dorothee.

—¿Quééé, qué? —tartamudeó Anton.

Del susto se olvidó de mover los brazos. Anna le agarró de la capa antes de que pudiera caerse desde lo alto.

—Vuela hacia un baile de los bomberos —le tranquilizó—. Eso me ha contado ella.

Suspiró aliviado. ¡Ahora ya no tenía que temer que Tía Dorothee apareciera por sorpresa en la cripta mientras ellos celebraban allí el aniversario como vampiro de Anna!

Ante ellos estaba el viejo y desmoronado muro del cementerio. Rodeaba la parte trasera y abandonada del cementerio, en la que había cruces y lápidas volcadas entre la hierba, que llegaba a la altura de la rodilla, y por la que sólo raramente se perdía algún visitante. Aquí se habían construido los vampiros de la familia von Schlotterstein su cripta subterránea para estar seguros frente a la persecución de Geiermeier, el guardián del cementerio.

Anna voló lentamente a lo largo del muro acechando intensamente en la oscuridad.

Anton, que la seguía a cierta distancia, preguntó susurrando:

—¿Ves a Geiermeier?

Ella negó con la cabeza.

—Probablemente estará en su casa cortando estacas de madera —dijo ella agria.

Atravesaron el muro y aterrizaron delante de un alto abeto. Anna levantó rápidamente una piedra cubierta de musgo que estaba oculta al amparo del abeto. Era la entrada a la cripta.

—Ven —susurró a Anton.

Luego desapareció en el interior de un estrecho pozo. Anton se deslizó detrás de ella y volvió a correr la piedra sobre el agujero.

Holgazanes

Les golpeó un olor a moho y a «Muftí Super», que a Anton casi le dejó sin respiración. Bajó a tientas las escaleras detrás de Anna con las piernas flojas; el corazón, mientras tanto, se le salía por la boca.

¿Por qué habría sido tan tonto de ir con ella? Ya habría habido otra ocasión para hablar con Rüdiger. Aquí abajo estaba a merced de Lumpi…, de Lumpi y de todos los demás vampiros, que podían regresar en cualquier momento…, ¿o acaso estarían ya acechándole?

Pero a la luz de las velas sólo vio a Lumpi y a Rüdiger, que estaban echados en sus ataúdes. Los demás ataúdes estaban cerrados.

Anton respiró: entonces era verdad que los parientes se habían marchado… De todas formas, le pareció aconsejable ser precavido, y por eso se quedó parado en el último escalón, allí donde estaba más oscuro.

Anna corrió hacia los dos ataúdes abiertos y gritó indignada:

—¡Vagos! ¿No me habíais prometido que ibais a preparar todo para mi fiesta de vampiro?

Rüdiger se levantó del ataúd poniendo una cara compungida.

—Mi libro estaba tan interesante… —dijo.

—¿Y Lumpi?

—Se ha dormido.

—¿Y mi fiesta de aniversario como vampiro? ¿No ibais a juntar los ataúdes y adornar la cripta?

—Sí —dijo apocado Rüdiger—, ya habíamos empezado.

—¿Y entonces?

—Entonces se le quedaron los ojos en negro y tuvo que acostarse.

—¡Su truco de siempre! —protestó Anna—. ¿Qué va a pensar Anton de nosotros ahora?

—¿Anton? —preguntó sorprendido Rüdiger—. ¿Es que está aquí?

—Sss, sí —dijo Anton, dando un par de pasos temerosos hacia el interior de la cripta—. Pero puedo volver a irme ahora mismo —balbució—. Po… por mí no tenéis que molestaros.

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