El perro pastor que perdió su rebaño (2 page)

BOOK: El perro pastor que perdió su rebaño
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»—Aquí tienes un buen premio por los servicios prestados. No me sigas, no tengo más trabajo, no puedes venir conmigo, vete por otro camino.

»Se subió a uno de los camiones, que arrancó rápidamente. Yo lo seguí durante un buen rato, pero el camión se alejaba más y más, yo me cansaba de correr y las patas me empezaban a sangrar, hasta que no pude más.

»Después, desorientado, empecé a caminar lentamente sin saber qué hacer ni adonde ir, hasta que llegué a este bosque. Desde entonces vivo aquí.

Socri continuó con su relato.

—Deambulo por todo el bosque, recorro sus senderos, pero las horas transcurren lentamente y no sé cómo emplear mi tiempo, no tengo nada concreto que hacer, y esto me hace sentir inútil. A veces pienso que ya no sirvo para nada, sólo para comer y dormir. He hecho algunos amigos, no estoy solo, pero... no me gustaría acabar mi vida de esta forma, así que si dejas que te acompañe, me sentiré útil, porque estaré haciendo algo que pienso que es importante. Éste es un entorno desconocido para ti y yo puedo serte de utilidad y cuidarte.

Rey había escuchado atentamente la historia

de Socri y sentía compasión por él, pero al oír el ofrecimiento del perro, le gritó:

—¡Tú, un simple perro! Dices que vas a cuidar de mí. Te olvidas de quién soy. —Y lanzó un estruendoso rugido.

Socri se puso en pie rápidamente y dio un brinco hacia atrás, pero, una vez recuperado del susto, insistió:

—Los dos estamos solos, y ante un desafío como el que te planteas, yo te propongo que trabajemos juntos uniendo nuestros esfuerzos. Nos cuidaremos mutuamente y quizá de esta forma podamos encontrar antes a ese personaje conocido como el coach.

Rey lo miró pensativo y, después de unos breves segundos, le dijo:

—Está bien, me parece una buena idea, te acepto como compañero de viaje.

Dicho esto, decidieron emprender el camino. No sabían muy bien qué dirección tomar, así que se pusieron a analizar la situación.

—¿De dónde vienes tú? —preguntó Socri.

—Del norte —contestó Rey.

—Entonces, si te parece bien, vayamos hacia el sur —propuso el perro.

Y de esta forma iniciaron su andadura.

Nada más comenzar el camino, Socri sintió

un cosquilleo en el estómago, y esto le recordó que todavía no había desayunado. Le hizo saber a Rey lo hambriento que estaba y éste repuso que también estaba muerto de hambre, puesto que no había comido demasiado desde que había dejado su territorio; no sabía cómo conseguir alimentos al estar acostumbrado a que cazaran para él.

—Yo no sé cazar, pero si te parece, podemos comer frutos y otros alimentos que vayamos encontrando. ¡Te vas a convertir en el primer león vegetariano!

Y dicho esto le ofreció unos frutos que estaban en el suelo.

Una vez saciado parcialmente el apetito, prosiguieron su camino. Se los veía muy contentos, pues ambos habían abandonado la soledad. Rey veía en Socri un buen compañero de viaje, que además le podía proveer de alimentos y, lo más importante, se sentía cuidado y no temido. Socri pensaba que tenía otra vez a alguien en quien confiar y, además, volvía a sentirse útil.

Conforme iban avanzando, el día se volvía más luminoso; todo el bosque estaba animado, y sus criaturas realizaban las tareas matutinas.

Un pájaro iba y venía de aquí para allá llevando comida a sus retoños, que lo aguardaban impacientes con los picos abiertos y emitiendo continuos reclamos.

Miles de hormigas, en una fila sin fin, llevaban enormes cargas hacia el hormiguero comunitario.

Las flores de vivos colores atraían a las abejas para que extrajeran su delicioso néctar.

Socri, que era muy goloso, se imaginó lo buena que debía de estar la miel de una colmena y, aprovechando el vuelo que una abeja realizaba alrededor de una de sus orejas, le dijo:

—Buenos días, señora abeja, tengo mucha hambre, y mi amigo el señor león también. Además, estamos recorriendo un largo camino y nos gustaría reponer fuerzas; para ello, nada mejor que probar un poco de la miel que tan deliciosamente debéis de elaborar en vuestra colmena.

La abeja escuchó con atención la petición de Socri, y le contestó:

—Yo no puedo disponer de lo que no es mío. Las abejas trabajamos en equipo, todo lo que producimos pertenece a todas; debería consultar con el resto y preguntar si están de acuerdo en ofreceros un poco de nuestra miel.

Dicho esto, la abeja voló en dirección a donde estaban el resto de sus compañeras y les pidió su opinión.

—Es fruto de nuestro trabajo. Si quieren miel,

¿por qué no se la fabrican ellos? —dijo una de las abejas.

—Podemos darles un poco, pero no mucha, porque nosotras también la necesitamos —añadió otra.

—Podríamos ofrecérsela como un regalo y así apreciarán lo buena que está y lo bien que la elaboramos. De esta forma podrían hacernos publicidad y así luego lograríamos venderla a algunos posibles clientes que todavía no conocen la bondad de este producto —intervino una tercera.

Ante este argumento, las demás movieron las alas con gesto afirmativo, y acordaron que esta última idea era muy buena, y que por tanto accederían a su petición. Les darían a probar una muestra, siempre y cuando se comprometieran a promulgar las excelencias del producto cuando tuvieran ocasión de hacerlo.

Tanto Socri como Rey estuvieron de acuerdo con esta propuesta.

Entonces, las abejas les ofrecieron una cantidad suficiente que hizo las delicias de los dos. Rey en particular quedó gratamente sorprendido de lo sabroso que estaba ese manjar. Se sentía feliz, estaba descubriendo nuevos mundos y, por primera vez en su vida, hacía amigos que no le temían.

KONFI

Iban los dos nuevos amigos caminando con renovadas energías, pensando cuándo y dónde podrían encontrar al citado coach y cómo lo reconocerían, cuando de pronto algo se movió entre las piedras.

—¡Quieto! —gritó Socri a Rey.

Rey se detuvo en seco, sin atreverse a mover una de las patas que había quedado suspendida en el aire.

Socri avanzó de forma sigilosa; con mucha cautela apartó una de las piedras y ¡zas!, allí estaba, una enorme serpiente. Los dos se quedaron petrificados, mirándose. Socri conocía la peligrosidad de las serpientes, había visto cómo una, años atrás, había atacado a una de las ovejas de su rebaño, y lo horrible de su agonía.

Pensó rápidamente y tomó la decisión de que lo mejor era no demostrar el pánico que le provocaba. Evidentemente, la solución tampoco estaba en enfrentarse. La única alternativa que se le ocurrió fue intentar congraciarse con ella y ganar tiempo.

Así que, con un tono de aparente seguridad, le dijo:

—¡Oh! ¡Qué hermosa eres, qué piel más maravillosa tienes! Y qué considerada has sido al no hacer mido para no asustarnos.

Ante la sorpresa de oír por primera vez en su vida halagos de tal calibre, la serpiente le hizo una mueca, amago de una sonrisa, y contestó:

—Muchas gracias, señor perro, me resulta muy halagador que te percates de mis cualidades y habilidades. —Mientras decía esto, parecía que bajaba la guardia y adoptaba una actitud más amistosa—. ¿Qué haces por aquí y con una compañía tan peculiar? —Se refería a Rey.

Socri le contó brevemente el motivo del viaje, a lo que la serpiente contestó:

—¡Oh! Qué aventura más excitante. —Y a continuación añadió apresuradamente—: ¡Me gustaría ir con vosotros!

Socri, al oírla, se quedo atónito, y empezó a pensar rápidamente en las posibles consecuencias que se podían derivar de su respuesta.

Por una parte, no estaba totalmente convencido de que fuera una buena idea que los acompañase, porque realmente no se fiaba de ella; pero si rehusaba su petición, la reacción de la serpiente al sentirse rechazada podría ser temible, y probablemente los atacaría.

Simultáneamente pensaba: ¿por qué no aceptar su compañía? Quizá podría defenderlos de algunos posibles enemigos. Por otra parte, ¿qué pretendía la serpiente acompañándolos?

Estaba inmerso en sus pensamientos cuando Rey, que ya se había repuesto del susto, le preguntó:

—¿Qué opinas?

Socri contestó que antes de decidir quería saber cuáles eran las motivaciones de la serpiente para unirse a ellos. El león asintió, valorando el sentido común de su amigo.

—Dígame, señora serpiente, ¿por qué quiere unirse a nosotros?

Sorprendida por la pregunta que no esperaba, se puso nuevamente en guardia alzando su cuerpo, pero cambiando automáticamente de posición, les contestó:

—Veréis, yo tengo fama de mala, y reconozco que me es muy difícil entablar una buena relación con otros animales pues, cuando me ven, siempre huyen y no quieren saber nada de mí. Ya sé que a veces he tenido que atacar a alguien, pero es evidente que casi siempre me he visto obligada a hacerlo por pura defensa. —Y prosiguió—: Yo siempre ando sola, no tengo un grupo al cual sentirme unida, soy muy independiente, y tampoco muestro mis sentimientos ni emociones, pero, en el fondo, me siento triste y muy sola. Me gustaría saber de qué forma podría cambiar mi situación y encontrar un entorno que me fuera más grato y..., por qué no, hacer amigos.

Socri y Rey cruzaron sus miradas y ambos acordaron que podría ser una buena idea compartir sus aventuras con la serpiente, aunque les producía cierta intranquilidad y no se fiaban totalmente. Por lo que al final le dijeron:

—De acuerdo, señora serpiente. Pero primero debes prometer no atacar a los miembros de este equipo, en el cual te integras como un miembro más y cuyo objetivo es conseguir, entre todos, alcanzar una meta: encontrar al coach.

Ante esta petición, la serpiente decidió aceptar la propuesta, y con cierto ceremonial dijo:

—Prometo integrarme en este equipo, no atacar a ninguno de sus miembros y colaborar para alcanzar el objetivo propuesto. Podéis confiar plenamente en mí.

Dicho esto, fue aceptada, y así fue como reanudaron de nuevo el camino.

Pasados unos segundos, Socri le dijo cuáles eran sus nombres y le preguntó el de ella. La serpiente explicó que nadie le había puesto un nombre, pero que le gustaría tenerlo.

Socri se detuvo un instante y, después de meditar cuál podría ser un nombre adecuado, le propuso:

—¿Qué tal si te llamamos Konfi?

La serpiente se quedó un momento callada y pensativa, y contestó:

—Me gusta. Vale, a partir de ahora ése será mi nombre: Konfi —repitió.

Iniciaron de nuevo su andadura, y al cabo de un rato Konfi vio que le era imposible seguir el ritmo de sus compañeros. En ese preciso instante sacó la lengua dándoles un buen susto.

—¿Qué haces? —le preguntó de forma un tanto brusca Rey.

Konfi observó la forma en que Rey se ponía a la defensiva y le dijo con cierto tono de agresividad:

—¿Qué pasa, no te fías de mí? I le dado mi palabra de no atacaros y voy a cumplirla.

Socri vio que la situación se estaba poniendo tensa e intentó calmarlos.

—Tranquilos, tranquilos, por favor, os recuerdo que formamos un equipo y que todos tenemos el mismo interés, que es llegar a encontrar al coach.

Entonces, esbozando una sonrisa conciliadora, se dirigió a Konfi:

—¿Podrías decirnos si te ocurre algo?

Konfi, ya más tranquila, respondió:

—Yo no tengo patas para andar y no puedo arrastrarme a la velocidad que vosotros camináis, me es imposible seguir vuestro ritmo.

Todos se quedaron pensativos, buscaban una solución.

Rey, a quien todavía no acababa de gustarle la compañía de Konfi, pensaba en su fuero interno que lo mejor era que no viajara con ellos; pero Socri, después de reflexionar sobre la situación, planteó una posible solución, y dirigiéndose a Rey le propuso:

—Tú, que eres tan fuerte y tan grande, podrías llevar a Konfi enrollada en el cuello. ¿Qué te parece?

La expresión de la cara del león fue de terror; su cuerpo se encogió y adoptó una posición de defensa, seguida de otra de ataque y fuerza para expresar su disconformidad con la propuesta. No pudo articular ningún sonido ante la sorpresa de lo que consideraba una idea descabellada.

Por un lado, deseaba expresar de forma clara y contundente su opinión sobre lo que consideraba una locura, pero al mismo tiempo temía que su respuesta pudiera herir los sentimientos de Socri y de Konfi; como consecuencia de ello podía quedarse de nuevo sin compañía. No osó decir nada, pero en su fuero interno no quería acceder a una petición que le parecía del todo inaceptable.

Socri observaba los movimientos de su amigo y podía interpretar su lenguaje corporal, que decía claramente que la propuesta no era de su agrado y, aunque imaginaba por qué, decidió que lo mejor era afrontar la situación de forma abierta.

—Rey, ¿de qué tienes miedo?

El león, mostrándose muy ofendido, contestó:

—Yo no le tengo miedo a nada, no olvides que soy el rey león.

Pero Socri, al observar que el lenguaje oral carecía de coherencia con la expresión corporal y con la emoción que mostraba el león, insistió:

—Rey, por favor, reflexiona y sinceramente dime de qué tienes miedo. ¿Qué crees que puede suceder?

Rey lo miró desconcertado y, después de unos segundos, contestó procurando evitar mirar a Konfi:

—Sinceramente, no me fío de las serpientes; siempre he oído decir que son traidoras, y pienso que en algún momento puede tener el instinto de atacar y morderme, y si eso sucede, me puede matar. Pero, por otra parte, también pienso que si me niego os vais a enfadar conmigo y que de nuevo me encontraré solo y triste. Por tanto, sí, es verdad, tengo miedo de que suceda cualquiera de las dos cosas.

BOOK: El perro pastor que perdió su rebaño
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Golden Peaks by Eleanor Farnes
Procession of the Dead by Darren Shan, Darren Shan
Brief Lives by Anita Brookner
Twelve Days of Christmas by Debbie Macomber
Katy's Homecoming by Kim Vogel Sawyer
The Shadowcutter by Harriet Smart
Amon by Kit Morgan