Read El perro pastor que perdió su rebaño Online
Authors: Consol Iranzo
—Presuponer que puede atacarte es un prejuicio, puesto que sólo te basas en suposiciones que se refieren a historias que te han contado de sus congéneres —le contestó Socri—. Recapacita y piensa que si le ofreces un margen de confianza, darás a Konfi la oportunidad de demostrar que el compromiso que ella ha manifestado es sincero. Si actúas así, estoy seguro de que se abrirán para todos nuevas posibilidades de conocemos y esto va a facilitar nuestras relaciones.
»También me gustaría que reflexionases sobre cómo te puede ayudar esta nueva experiencia, en el futuro, para poder ver las situaciones desde un punto de vista distinto, sin prejuicios. Actuar de esta forma ampliará enormemente tus posibilidades de aprendizaje y desarrollo en cualquier ámbito.
Rey lo escuchaba con las fauces abiertas, muy asombrado. Simultáneamente volvió con lentitud la cabeza hacia Konfi y fue entonces cuando vislumbró una expresión que no le había visto antes: se dio cuenta de que Konfi no parecía irritada ni enfadada, sino más bien triste y abatida.
En ese instante supo que, como él, Konfi llevaba una coraza que utilizaba como defensa. Vio claramente que lo que en realidad quería era que la aceptasen y poder formar parte de un equipo que quería conseguir un objetivo común y válido para cada uno de ellos: encontrar al coach.
Pasaron unos segundos, todos estaban en silencio. El león sabía que tanto Socri como Konfi estaban pendientes de su decisión por lo que, después de reflexionar y valorar las nuevas perspectivas que se le brindaban, dijo a Socri:
—Vale, te entiendo y creo que tienes razón. Nunca me había planteado una situación así, y ahora me doy cuenta de que estar abierto a nuevas experiencias, sin prejuicios de ninguna clase, me abre un nuevo mundo de oportunidades; reconozco que con mucha probabilidad tienes razón. —Entonces, dirigiéndose a Konfi y procurando mostrar lo mejor de sí mismo, le dijo—: Te ruego que aceptes mis disculpas, Konfi, siento haber desconfiado de ti, te brindo mi amistad y me encantaría que aceptaras mi ofrecimiento. —Y continuó—: Dado que tanto Socri como yo somos conscientes de tu dificultad para seguir nuestro ritmo, te ofrezco la posibilidad de que te enrolles en mi cuello para proseguir la marcha; así podrás compartir con nosotros esta aventura.
La serpiente esbozó su muecasonrisa y, conmovida, contestó:
—Agradezco tu comprensión y el esfuerzo que estás haciendo. Estoy encantada de aceptar tu oferta.
Dicho esto, se subió al cuello de Rey, procurando enroscarse de la mejor manera posible sin enredarse con la voluminosa melena.
—Estamos listos. ¿Seguimos? —preguntó Socri.
Los dos afirmaron con la cabeza, y todos juntos emprendieron de nuevo el camino.
Konfi se sentía segura y, después de la tensión pasada, se relajó y entornó los ojos al tiempo que reflexionaba sobre lo sucedido preguntándose: «¿Hasta qué punto he provocado esa situación y esos sentimientos de recelo que no me ha mostrado sólo el león, sino también los demás?¿Por qué todo el mundo me teme y huye nada más verme? ¿Por qué no tengo amigos?».
Prácticamente hasta este momento nunca había reflexionado sobre su propio comportamiento, siempre había pensado que los demás tenían la culpa de todo lo que le sucedía. Comenzó a plantearse si era aquello lo que quería o, por el contrario, ambicionaba un nuevo tipo de vida. Las dudas la asaltaron: ¿podría cambiar realmente después de tantos años? ¿Qué quería conseguir? ¿Qué era importante para ser feliz? ¿Cómo podría lograrlo?
Mientras tenía estos pensamientos, Konfi seguía enroscada en el cuello de Rey; una sensación placentera recorría su piel, no estaba tensa, al acecho, no pensaba en atacar o en que iba a ser atacada. Se sentía protegida y, por primera vez en su vida, tenía la impresión de que no estaba sola y de que el mundo no estaba en su contra.
Nuevas emociones se despertaban en su interior: gratitud, ternura. Se sentía feliz, y tenía la intuición de que ese viaje y el encuentro con el coach la ayudarían a emprender una vida distinta.
El día avanzaba, el sol en lo alto iluminaba el bosque, la temperatura subía y el ajetreo matutino de las criaturas que habitaban el bosque empezaba a disminuir. Socri miró a sus compañeros de viaje y les propuso hacer una parada para comer y descansar.
—¿Qué os parece si tomamos algunos frutos y dormimos un rato antes de seguir nuestro camino?
A todos les pareció bien la idea de reponer fuerzas pues, entre el recorrido que llevaban y las emociones derivadas de las diversas situaciones, se sentían algo cansados.
Decidieron reposar debajo de un árbol enorme y atiborrado de un apetecible fruto de color rojo intenso que estimuló el apetito de todos. Rey bajó la cabeza hasta casi tocar el suelo para que Konfi pudiera descender de la forma más cómoda.
—¿Cómo pensáis llegar hasta donde se encuentran los frutos? Están muy arriba —les preguntó Konfi una vez en el suelo.
—Podríamos zarandear con fuerza el tronco para conseguir que caigan —respondió Socri.
—Me parece una buena idea, pero ¿qué os parece si yo subo enroscándome al tronco, voy tirando los frutos y vosotros los recogéis? —propuso Konfi.
—¡Oh! ¡Estupenda idea! —gritó Rey lleno de júbilo.
Decididos, se pusieron manos a la obra.
Konfi trepó de forma sigilosa y pausada, estirando su cuerpo. Tomó el primer fruto a su alcance y lo lanzó hacia Socri que, dando un salto, lo atrapó con la boca y lo colocó en el suelo. Repitieron varias veces la misma acción hasta tener un buen montón, momento en el que decidieron que ya tenían suficientes.
Konfi descendió del árbol y los tres amigos, en franca camaradería, compartieron el ágape.
Una vez que dieron buena cuenta de todos los frutos, se tendieron sobre la hojarasca para dormir una buena y merecida siesta. Rey, con la barriga muy llena, se puso boca arriba. Socri le apoyó la cabeza encima y Konfi se enrolló entre los dos.
Pasado algún tiempo, el sol decidió atenuar su intensidad y una suave brisa acarició la piel de nuestros amigos. Socri fue el primero en percibirla y esbozó una ligera sonrisa. Se removió ligeramente, lo que provocó que Rey abriera los ojos y lanzara un potente rugido que, a su vez, despertó a Konfi de un profundo sueño, no sin un ligero susto.
Una vez que estuvieron los tres despiertos, Socri les dijo:
—¿Qué os parece si reiniciamos el camino, ahora que estamos descansados?
Rey, antes de levantarse, ofreció a Konfi su cuello para que se encaramase. Ella se lo agradeció de forma explícita, diciéndole:
—Eres muy amable, Rey, sé que voy a estar muy cómoda y tranquila yendo contigo.
Rey sintió en su interior una punzada de satisfacción y un cierto orgullo al experimentar, quizá por primera vez en su vida, la sensación de ser útil al tiempo que se sentía valorado y apreciado.
Llevaban cierto tiempo caminando en silencio, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos, cuando se les cruzó un topo que iba corriendo.
—¡Alto! ¡Alto! —le gritó Socri.
Topo los miró asustado y se detuvo de golpe. Socri intentó acercarse, pero Topo empezó a correr en la dirección opuesta. Socri, viendo el miedo que mostraba, le gritó:
—Detente, por favor, no queremos hacerte ningún daño.
Topo frenó en seco y, realizando un evidente esfuerzo, le preguntó con voz muy baja:
—¿Qué quieres de mí?
—Sólo queremos hacerte una pregunta. ¿Conoces a un personaje, aquí en el bosque, al que llaman el coach?
—¿Cómo dices? —inquirió sorprendido.
—¿Que si conoces a un personaje conocido como el coach? —repitió Socri.
—¿El coach?
—Sí —insistieron al unísono Socri, Konfi y Rey.
—Pues no, nunca he oído hablar de él. ¿Me puedo ir ya?
Sin hacer caso a la pregunta, Socri continuó:
—¿Sabes de alguien que nos pueda ayudar?
—No, no, yo no sé nada, y además tengo prisa y quiero irme.
Socri observó que Topo estaba temblando y no pudo evitar preguntarle:
—¿Te pasa algo? ¿De quién tienes tanto miedo? ¿Por qué huyes de nosotros?
Topo comenzó a tranquilizarse y miró hacia el suelo. Parecía como si en cualquier momento fuera a desaparecer, su cuerpo se hacía cada vez más pequeño a ojos vista.
—Mi vida no importa a nadie; además, estoy en peligro. —Miró de reojo a Konfi—. Soy un buen bocado para quien tenga hambre. Tengo que marcharme, tengo que marcharme—repitió nuevamente.
Konfi observó que se refería a ella y, dándose por aludida, le espetó:
—¡Tranquilo, no voy a hacerte nada! Nosotros no queremos hacerte daño, sólo nos interesa realizar nuestra misión.
—Y ¿cuál es esa misión? —preguntó Topo, cada vez más tranquilo.
En ese momento la voz grave de Rey hizo su aparición, lo que provocó que Topo se asustara nuevamente.
—Te ruego que confíes en nosotros y escuches lo que queremos compartir contigo —le dijo Rey intentando modular el tono de su voz y hablarle con especial dulzura.
Relajándose ostensiblemente, Topo se dispuso a prestar la máxima atención a lo que querían contarle.
Todos intervinieron explicando sus propias historias personales y el porqué de haber decidido ir en busca de alguien que los ayudara a solucionar sus problemas. Topo escuchó atentamente y cuando terminaron les preguntó:
—¿Vosotros creéis que ese personaje que parece tan mágico podría hacer algo por mí? —Antes de que pudieran contestarle, prosiguió—: Bueno, de todas formas, pensándolo bien, no creo que lo mío sea tan importante y quizá no valga la pena molestarlo.
Los tres amigos se miraron con cierta complicidad y le preguntaron casi al unísono:
—¿Cuál es tu problema?
Topo los miró con escepticismo y les contestó: —No, no..., de verdad, si yo no tengo ningún problema como el vuestro, sólo que...
—¿Sólo qué? —preguntaron.
—Pues... —Dudó durante unos breves momentos y luego siguió—: De verdad, lo mío no tiene importancia; es mejor que no os moleste, puesto que vuestra misión es realmente trascendental. Yo ya me voy.
Socri, que intuía claramente que algo ocurría y no quería dejar las cosas de esa forma, asintió: —Está bien, Topo; seguro que tú no tienes ningún problema importante, pero a nosotros nos sería de gran ayuda que nos pudieras acompañar, ¿no creéis? —preguntó dirigiéndose a sus dos compañeros de viaje.
Tanto Konfi como Rey asintieron, sin tener una idea clara de lo que pretendía su amigo.
—Yo, yo... —dijo Topo sintiéndose bastante desconcertado—, ¿en qué os podría ayudar un simple topo como yo?
—Pues verás, tú eres un gran conocedor de una parte del bosque de la cual nosotros lo ignoramos todo, la parte más profunda, la que está bajo tierra, donde se encuentran todos los secretos que esconde la madre naturaleza.
—Y ¿para qué os va a servir esto? —preguntó Topo asombrado.
—Pues, por ejemplo, seguro que hay momentos en que nos pueden acechar peligros y no tenemos forma de escondernos. Tú nos puedes enseñar a escarbar de una forma rápida para fabricar una galería que nos sirva de escondite y, así, evitar que nos descubran. También será útil para proporcionarnos alimentos, tales como raíces o bulbos, que nos ayuden a mantener la energía que necesitamos para hacer el camino.
Topo no se acababa de creer lo que estaba oyendo, nunca se había planteado que él pudiera aportar algo de tanta utilidad.
—¿De verdad piensas que yo os puedo ayudar? —insistió.
—Pues claro que sí —contestó muy seguro Socri—. Pero a nosotros también nos gustaría poder contribuir en algo que fuera útil para ti, así que, si en algún momento precisas nuestra ayuda, no dudes en decírnoslo; estaremos encantados de poder ofrecértela. Por favor, acompáñanos y así conseguiremos alcanzar nuestro destino de forma más segura. ¿Te decides a emprender esta aventura con nosotros?
Fue tan acertada la argumentación de Socri para convencerlo que Topo no pudo más que dar un sí a la invitación.
—De acuerdo —contestó.
Todos le dieron la bienvenida. Cuando emprendieron de nuevo el camino, Konfi los interrumpió.
—Sólo una cosa más: todos tenemos un nombre, ¿cuál es el tuyo?
Topo contestó que hasta ahora todos le llamaban «Topo», pero que también le gustaría tener un nombre propio.
—¿Cuál? —le preguntaron todos a la vez.
—Pues no sé, alguno que me hiciera pensar que soy especial y no un topo más del bosque.
Los cuatro amigos se quedaron cavilando, pero no acababan de dar con un nombre que pudiera parecer adecuado. Al final, y en vista de que parecía que no estaban inspirados, decidieron seguir el camino y esperar a que los hados del bosque los complacieran iluminando su corazón con alguna propuesta.
Una vez más, siguieron el camino hacia su meta. De pronto, oyeron un murmullo de risas histéricas; Topo, que tenía una agudeza de oído extraordinaria, se detuvo y les pidió que se quedaran quietos, sin hacer el menor ruido. Todos contuvieron el aliento, bastante asustados porque no sabían qué estaba sucediendo.
Topo empezó a olisquear al aire, Socri lo imitó y también Rey, pero no podían discernir de dónde provenía aquel olor tan fuerte y algo desagradable que iba acompañado de un ruido cada vez más estruendoso.
—¡Hienas! Son hienas —repitió preocupado Topo en voz muy baja.
Rey creía recordar que en algún momento su manada había tenido un encontronazo con un grupo de hienas por la disputa de una pieza cazada, pero pensaba que, más bien, la hiena era un animal carroñero y bastante cobarde. Sin embargo, ante el temor que vislumbraba en Topo, optó por la prudencia y no dijo nada, puesto que tampoco estaba muy seguro.