El perro pastor que perdió su rebaño (4 page)

BOOK: El perro pastor que perdió su rebaño
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Ni Socri ni Konfi habían visto nunca aquella especie animal y, por tanto, desconocían cuál podía ser su comportamiento. Topo, visiblemente consternado, les contó con una voz apenas audible:

—Son una especie muy malvada, siempre se burlan de todo y de todos. Menosprecian a casi todos los habitantes del bosque, por lo que están creando mal ambiente. Se envalentonan cuando alguno de los otros animales muestra alguna debilidad. Ya ha habido algunos ataques.

Todos se percataron del miedo que Topo les tenía.

Socri no quería creer que realmente fueran tan malvadas. Él no tenía ninguna experiencia en que basarse para formarse una opinión acerca de ellas, y no quería prejuzgarlas.

—Topo, debo reconocer que yo no las conozco, y, por tanto, sin poner en duda lo que tú dices, me gustaría que nos contaras por qué tienes esta opinión tan negativa de las hienas.

—De acuerdo —dijo tragando saliva.

»No hace mucho tiempo, iba yo tranquilamente paseando por el bosque; era un día espléndido, había decidido que era una magnífica ocasión para... Bueno, veréis, me da un poco de apuro contar esto, pero... lo cierto es que hacía unos días que había observado a una topo hembra, muy bella, con unos enormes ojos rasgados y unas largas pestañas; en ella creí ver una mirada de complicidad cuando nos cruzamos en uno de los caminos. Pues bien, justo aquel día, y después de mucho pensar y ensayar cuál podía ser la mejor forma de abordarla, había decidido, por fin, confesarle mis sentimientos.

»Iba yo feliz, totalmente absorto en mis pensamientos y bastante despreocupado de mi entorno. Hay que decir que, normalmente, en el Bosque Animado no acostumbran a producirse situaciones peligrosas. Todos los habitantes nos respetamos y existe una buena convivencia, por lo que no percibí el peligro que me estaba acechando hasta que, de pronto, me encontré rodeado de varias hienas que comenzaron a amenazarme, a insultarme y a reírse de mí; me acorralaron y una se abalanzó sobre mí y me mordió el cuello. —Cuando dijo esto, les mostró una fea cicatriz—. Yo no sabía qué hacer, eran cinco o seis, y yo estaba solo, me sentí perdido;

intenté allí mismo hacer un hoyo en la tierra para tratar de protegerme, pero no pude. Casi perdí el conocimiento, notaba que me asfixiaba, creí que era mi fin. Pero en ese preciso momento oí un aullido penetrante y, prácticamente al mismo tiempo, la agresión cesó. No sabía si estaba vivo o muerto hasta que advertí que el aire volvía a mis pulmones; abrí los ojos y pude ver que las hienas se habían ido y en su lugar había un magnífico lobo. Sí, ya sé que tiene mala prensa, pero a mí me salvó la vida, y sé que no es la primera vez que actúa de la misma forma. El ahuyentó a las hienas. El lobo me preguntó cómo me encontraba, al tiempo que me ayudaba a incorporarme, puesto que yo estaba bastante maltrecho. Me dijo que hacía poco que aquel grupo de hienas se había instalado en el bosque, y que la fama de sus malas acciones se estaba haciendo notoria; de hecho, él ya había visto a aquella horda actuar contra otros animales, por lo que me aconsejaba que me alejara del lugar lo antes posible.

Después de la explicación, todos tuvieron la certeza de que las hienas eran animales peligrosos y de que había que actuar con prontitud.

Konfi pensó que ella podía defender a los miembros de su equipo delante de un grupo como aquél, y así se lo hizo saber a Rey susurrándole a la oreja; sin embargo, éste respondió que sola no podría atacarlas a todas. Quizá la mejor idea sería no enfrentarse a ellas.

Los amigos no sabían cuál era la opción más apropiada, estaban indecisos. Las hienas todavía no los habían detectado, pero no podían quedarse eternamente inmovilizados esperando a que ellas tomaran la decisión de marcharse o, en el peor de los casos, a que los descubrieran. Socri se había enfrentado con otra clase de animales, su amo le había enseñado cómo hacerlo, pero aquello sobrepasaba sus capacidades. Por primera vez sentía temor, pero sabía que tenía que sobreponerse. Si detectaban su miedo, estaba perdido; él y probablemente también sus compañeros de viaje, de los cuales se sentía responsable.

Discutieron en voz baja y cada uno de ellos propuso una solución. Valoraron todas las posibilidades para decidir cuál podía ser la mejor opción. La de Rey era marcharse sin hacer ruido y procurar que no los descubrieran, puesto que, aunque manifestó que había tenido alguna experiencia en este tipo de contiendas, se encontraba un poco mayor. Topo opinaba que no era una buena idea, pues si los sorprendían mientras huían, sería mucho peor. Konfi prefería enfrentarse y luchar directamente, pero Socri le dijo que no sabían exactamente cuántas eran y que el riesgo era muy alto.

Así estaban, sin saber qué hacer, cuando Topo tomó la palabra y les dijo:

—Las hienas viven en manadas por conveniencia, porque aunque son capaces de luchar entre ellas para conseguir la mejor pieza, también es cierto que por separado no son nada ni se atreven a atacar a nadie. Dicho esto, lo que os sugiero es que empleemos nuestra inteligencia y hagamos uso de nuestro espíritu de equipo para vencerlas. —Todos estaban absortos escuchando atentamente lo que Topo les proponía—. Yo soy rápido haciendo galerías bajo tierra —continuó diciendo Topo—, conozco el terreno y sé que es viable; además las hienas no tienen esta capacidad y van a tener dificultades para seguirme. Mi plan es mostrarme para que me vean y decidan perseguirme; ellas piensan que yo les tengo miedo, y así es, pero esta vez no estoy solo y ellas no lo saben, ésta es nuestra clara ventaja. Mientras están pendientes de mí, Rey rugirá todo lo fuerte que pueda, y la sorpresa hará que algunas se distraigan intentando identificar de dónde proviene el rugido. En ese instante, tú, Rey, sales a campo abierto para que te vean y corres en dirección opuesta a la mía con Konfi colgada de tu cuello. Lo más seguro es que se sorprendan de ver una cosa tan peculiar y algunas decidan ir tras vosotros. De esta forma, conseguiremos que se separen en dos grupos.

—Y yo, ¿qué hago? —preguntó Socri.

—Tú esperas, y cuando veas que se disgrega el grupo, corres directamente desde la retaguardia hacia el grupo más numeroso ladrando lo más fuerte que puedas; así conseguirás que se detengan para mirar quién viene por detrás. Cuando se den cuenta de que no van todas juntas, que están persiguiendo objetivos diferentes y que, además, uno de los grupos está siendo atacado por un perro fiero, seguro que deciden que el asunto se está complicando y que no va a ser tan fácil obtener la presa; lo más probable es que entonces piensen en reagruparse nuevamente para decidir qué deben hacer. —Topo siguió, mientras se iba animando—. Tú, Socri, cuando llegues a una distancia prudencial, y mientras ellas están perplejas decidiendo cómo actuar, das media vuelta y retrocedes; no se te ocurra seguirlas hacia su madriguera. Mientras tanto, nosotros ya estaremos muy lejos y no será interesante para ellas reiniciar nuestra persecución, puesto que seguro que tienen alguna víctima más propicia y que requiere menos esfuerzo por su parte. Siempre optan por la solución más cómoda y sencilla. ¿Qué os parece el plan?

—A mí me parece magnífico. Sólo tengo una pregunta: ¿dónde nos encontramos después? —dijo Socri, sorprendido gratamente por la inteligencia de Topo.

—¿Veis aquel pequeño montículo con un árbol enorme? Su nombre es secuoya, y está más o menos a una hora de camino. Cuando el sol prácticamente se esté ocultando, debemos encontrarnos allí. Será ideal para poder reposar esta noche —contestó Topo con decisión.

—¿Y vosotros qué opináis? —preguntó Socri dirigiéndose a Rey y a Konfi.

Rey, que estaba muerto de miedo pero no quería demostrarlo, sólo acertó a preguntar:

—¿Y si me alcanzan?, ¿si no paran de perseguirme y me alcanzan? Yo soy mayor y no puedo correr mucho.

Konfi, percibiendo el temor de su amigo, trató de infundirle confianza diciéndole:

—Rey, recuerda que yo voy contigo y soy tu amiga; un mordisco mío es letal y las hienas lo saben; si se acercan demasiado, corren el peligro de morir envenenadas. Además, piensa que seguro que es la primera vez que ven a un león con tan magnífica estampa y con una serpiente colgada del cuello. Sólo se acercarán para atemorizarnos, y debemos demostrar que no lo consiguen. Estoy segura de que un león rey como tú no se va dejar intimidar por una simple hiena.

—Vale, pero no te separes de mí, en mi cuello estarás segura —le contestó el león, que no tenía muy claro quién protegía a quién.

—¿Entonces, todos de acuerdo con la estrategia? —preguntó Topo.

—Sí —respondieron a la vez, con voces firmes.

—¡Adelante! —gritaron todos.

Dicho esto, y siguiendo el plan acordado, Topo inició la carrera. Cuando las hienas lo vieron se echaron a reír a carcajadas, a la vez que lo insultaban y comenzaban su persecución.

Topo se sentía valiente, no recordaba haber experimentado antes un sentimiento igual, tenía la plena seguridad de que su plan iba a funcionar. Con esa gran confianza en sí mismo y en sus posibilidades, afrontó la situación. Corría y corría como si a sus pequeñas patas les hubieran salido alas. Al llegar a un punto concreto, empezó a escarbar el suelo, que se abrió como un melón maduro, y penetró en sus profundidades con el convencimiento de que estaba construyendo un nuevo camino y de que las hienas no lo iban a amedrentar.

Rey observó el coraje de Topo y esto le infundió valentía y seguridad sobre su propio poder. Sin pensarlo más, y siguiendo las instrucciones, emitió un tremendo rugido. Fue de tal calibre que Konfi casi se cae de la propia impresión y sólo acertó a decir:

—¡Qué rugido más impresionante!

Rey, con el corazón henchido de satisfacción y orgullo, repitió el rugido una y otra vez.

Ante la espectacular demostración de fortaleza, las hienas se quedaron perplejas sin saber muy bien qué hacer. Al final, algunas, las más osadas, decidieron cambiar de rumbo y dirigirse hacia donde se hallaban Rey y Konfi, quienes, siguiendo también el plan acordado, emprendieron una veloz carrera. Socri, que observaba las acciones de sus compañeros, estaba admirado por la demostración de valentía tanto del aparentemente inseguro Topo como del increíble equipo que formaban Rey y Konfi. Él, a su vez, se sintió rejuvenecer y, recordando sus correrías, cuando estaba al cuidado de sus queridas ovejas, emprendió una loca carrera detrás del grupo más numeroso de hienas, que era el que perseguía a Topo.

Socri ladraba y ladraba con una alegría que creía haber perdido; sentía nuevamente que el fresco viento acariciaba su hocico, tiraba de sus orejas hacia atrás y atravesaba su ensortijada manta natural, penetrando en su interior a través de todos los poros de la piel y transmitiéndole una fuerza excepcional. Las hienas que hostigaban a Rey y a Konfi estaban ya algo recelosas y temerosas del poderoso animal, pero cuando observaron que del cuello le pendía un extraño collar con la forma inequívoca de una serpiente, se quedaron petrificadas por el susto y frenaron automáticamente su persecución. En ese mismo instante se acordaron de Topo y pensaron que era una presa mucho más vulnerable, por lo que decidieron que era mejor volver y unir sus fuerzas con el otro grupo para darle caza.

Sin embargo, cuál fue su sorpresa cuando al darse la vuelta vieron a un perro que ladraba con furia y hostigaba por detrás al grupo de hienas que estaba persiguiendo a Topo.

En ese instante advirtieron que la situación en la que se habían visto envueltas no les ofrecía garantías de éxito, por lo que, tras unos segundos de duda, decidieron replegarse hacia algún lugar seguro a la vez que emitían unos chillidos que daban a entender claramente su frustración y su rabia.

Mientras, el otro grupo perseguidor no sabía qué hacer: si enfrentarse a ese loco perro que corría hacia ellas con las fauces abiertas en una clara demostración de fuerza y fiereza, o seguir intentando encontrar algún rastro que les permitiera saber dónde se hallaba Topo.

En ese instante observaron que sus compinches habían cejado en la persecución del león y se estaban replegando. No tenían una idea clara de qué estaba pasando, pero ante la incertidumbre de la situación decidieron que era mejor no correr riesgos y optaron por emprender la retirada y unirse al otro grupo.

Rey, al observar que ya no los perseguían, moderó su velocidad y poco a poco se fue sosegando, mientras respiraba con profundidad para reponerse. Sin embargo, Socri, cegado por un instinto innato, no desistía en la persecución de las hienas, y acortaba paulatinamente la distancia que los separaba sin percatarse de que estaba entrando en un terreno peligroso, y de que si las hienas conseguían reagruparse no iban a dudar en atacarlo.

Konfi, que tenía una vista excepcional y que había estado atenta a todo lo que ocurría, observó la reacción de Socri y en ese momento percibió que algo trágico estaba a punto de suceder.

Inmediatamente decidió poner a Rey en antecedentes, le comunicó su preocupación y lo instó a acudir en ayuda de Socri. Rey la escuchó atentamente y, sin pensarlo, emprendió el camino hacia donde estaba el perro con la clara intención de hacer lo que fuera para salvar a su amigo.

Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de lo arriesgado de la nueva situación, que podía conducirlos nuevamente al punto de inicio. Detuvo con brusquedad su rápida carrera, lo que provocó que Konfi casi se desprendiera de su cuello por el efecto del frenazo.

—¡Ay! ¿Qué pasa? —gritó Konfi, temerosa de caer y ser arrollada y pisoteada por Rey.

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