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Authors: Juan Muñoz Martín

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

El pirata Garrapata (8 page)

BOOK: El pirata Garrapata
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—Perdonadle, señor, vos que sois generoso.

Garrapata se puso encarnado como un tomate y ordenó:

—Soltadlo.

El capitán de la goleta se levantó y, acercándose a miss Floripondia, le besó la mano:

—Gracias, hermosa joven, me habéis salvado la vida.

Luego, dirigiéndose a Garrapata, le preguntó:

—¿Sois vos el pirata Garrapata?

—Sí.

—¿Sabéis que toda Inglaterra os busca?

—Es un honor que me busque tanta gente.

—¿Sabéis que han puesto precio a vuestra cabeza?

—No. ¿Cuánto dan por ella?

—Cinco mil libras y tres peniques.

—¡Caramba! Valgo una fortuna. Por los brazos solos, ¿cuánto dan?

—No, nada.

—¡Qué roñosos!

—¡Barco a la vista! —gritó Calabacín desde la cofa.

—¡Todos al
Salmonete
! —ordenó Garrapata.

Garrapata abrazó al capitán, recogió cerdos, gallinas y todo lo que pudo y de un salto pasó al
Salmonete
.

—¡Levantad los garfios!

Los garfios de abordaje se levantaron y Garrapata cambió impresiones con Carafoca y Chaparrete.

—¿Cuántas libras hemos cogido?

—Medio millón.

—¿Cuántas gallinas?

—Cincuenta.

—No está mal. ¿Y cerdos?

—Quince.

—Ahora que hablamos de cerdos, ¿ha muerto algún marinero?

—Sí. Diez.

—Mejor. Así tocaremos a más.

—¡El barco se acerca! —gritó desde arriba Calabacín.

—¿Qué es?

—Una corbeta.

—Dirás una corbata.

—Bueno, ¿qué más da? Una corbata inglesa.

—¿Cuántos nudos lleva?

—Un montón. Se dirige aquí a toda velocidad.

—¿Qué tal nuestro timón?

—Está roto. No podemos dar la vuelta. Nos cogerán.

—¿Qué tal andamos de juanetes, Carafoca?

—Muy mal. Casi no puedo andar.

—¡Imbécil! Digo los del barco.

—Mal, también; están llenos de agujeros.

—Entonces, desplegad las cangrejas —rugió Garrapata.

Garrapata corrió a la bodega y tardó un rato en salir. Después ordenó preparar dos chalupas.

—Llevad estos sacos de oro a cubierta y cargadlos en las chalupas.

Los marineros hicieron lo ordenado.

—Botad las lanchas en el agua.

Las lanchas fueron bajadas y quedaron flotando a merced de las olas. La corbeta, que venía ya muy cerca, paró. El vigía había visto los sacos de oro y el capitán había ordenado recogerlo.

—Nos quedamos sin oro —se lamentó Chaparrete a lágrima viva.

—No —dijo Garrapata—. Los sacos están llenos de piedras y ratas.

Un griterío horrible se oyó allá en la goleta. Los soldados, al meter las manos en los sacos, habían sido mordidos por los asquerosos roedores.

—Soltad todas las velas —gritó Garrapata.

El
Salmonete
escapó y se internó en un banco de niebla. Los marineros bajaron las velas para que miss Floripondia las remendase.

—¿Os gusta cómo han quedado? —dijo Floripondia.

—Sí —dijo Garrapata, rojo como un pimiento.

—¿Hay algo más que coser? —dijo Floripondia.

—Sí… Mi corazón… Está destrozado por vos.

—Caballero, sois un insolente —dijo la joven dándole una sonora bofetada.

La joven se retiró a su camarote y cerró dando un portazo, con tal fuerza que el timón viró tres grados a estribor.

—¡Tres grados a babor! —ordenó enderezar Garrapata.

—Y una bofetada a estribor —dijo Carafoca.

De pronto el mar empezó a poblarse de velas a lo lejos.

—La tierra se acerca —dijo Calabacín.

—Sí, pero ¿qué tierra será? —dijo Garrapata.

—Vamos a preguntarlo.

El
Salmonete
ocultó su bandera. Un bergantín se acercó.

—¿Sabe si está cerca Jamaica? —preguntó Garrapata al capitán del bergantín.

—Sí. Tire por la derecha, tuerza luego a la izquierda, la cuarta empezando por la cola. ¿Entendido?

—Sí, siete pasos a la izquierda, ocho para la derecha, un paso al frente, dos atrás y cuando llegue a la esquina…

—¡Estupendo! Así llegará a la Cochinchina —dijo el capitán.

—¡Tirad «palante»! —rugió Garrapata.

Al enterarse Garrapata de que Jamaica estaba cerca, mandó arreglar el barco de arriba abajo.

—A pintar el barco —gritó.

—¿De qué color?

—De verde.

—¿Y las puertas?

—De rojo.

—¿Y el casco?

—De azul.

La pintura pringaba por todos los sitios. El chino pintaba con la coleta. Pintó los pucheros de la cocina, la escoba, los platos, las sillas. A Garrapata le embadurnó la pata de amarillo. El loro lo pintó de colorado y el gato de verde. Garrapata mandó luego fregar el suelo y darle cera. Después ordenó:

—Lavad la ropa.

Los marineros se quedaron en calzoncillos y cada uno lavó su ropa.

—¿Dónde la tendemos?

—En los mástiles.

El barco estaba precioso: las camisas, los calcetines, los calzones y los pañuelos colgaban como banderolas. Garrapata, muy satisfecho, recorrió el barco.

—¡Tierra a la vista! —gritó entonces Calabacín.

Los marineros empezaron a saltar de alegría. Miss Floripondia cayó desmayada de emoción. El
Salmonete
enfiló entre dos barcos que estaban muy cerca y se llevó el timón de uno. Un mercante estaba desembarcando barriles de vino y el
Salmonete
, de un topetazo, los desembarcó todos de una vez.

—¡Gracias! —gritó el capitán del mercante.

—¡Echad el freno!

Los marineros echaron el ancla por la borda.

—¡Cuidado! —gritó un pescador desde su lancha.

El ancla le había caído en un pie y le había hundido la barca.

El
Salmonete
se detuvo. El puerto, lleno de gente, se venía abajo de pañuelos y de aplausos. Un barco de guerra disparaba veintiún cañonazos de bienvenida con salvas de pólvora.

—¿A quién dispara? —preguntó Garrapata.

—Yo creo que a nosotros —dijo Chaparrete.

—Mándale un polvorón.

Chaparrete disparó un cañonazo y el cañón del buque de guerra voló hecho migas. En esto, un joven rubio y alto subió por las escalerillas y dio un abrazo a Chaparrete.

—Hola, mi querida Floripondia, soy Pistolete, tu prometido.

—¡Yo no soy Floripondia, caballero!

—Entonces, ¿dónde está mi Floripondia?

—Estará donde siempre, mareada en algún rincón.

Míster Pistolete dio un abrazo al chino, y éste gritó:

—¡Señol, que yo tampoco soy! ¡Cómplese unas gafas!

El joven abrazó a toda la tripulación hasta que encontró a miss Floripondia, desmayada en una silla.

Floripondia abrió los ojos, vio a Pistolete y volvió a caer desmayada por la emoción.

12. Huele a traición - Juicio de guerra - Desmayo de Floripondia - Nuevo mareo - Limas y timones - El orinal - La comba - El cepillo de dientes - Los frailes capuchinos

A
QUELLA noche hubo cena de gala en el palacio de Pistolete. El gobernador de la isla, sir Almohadilla, llegó arrastrando su sable de tres metros. Saludó a todos con grandes inclinaciones de pescuezo. El taimado Comadreja se sentó a su lado y le susurró unas palabras al oído. El gobernador no hacía más que mirar a Garrapata y se mordía el bigote.

—Aquí huele a traición —dijo Garrapata a Chaparrete.

—Pues a mí me huele a pavo asado —dijo Chaparrete.

De pronto, sir Almohadilla se levantó y gritó:

—¡Garrapata, daos preso!

—Que te crees tú eso —dijo Garrapata sacando su espada.

Se abrió la puerta y se precipitaron en la sala varios soldados montados a caballo, que prendieron a Garrapata y a Chaparrete y los llevaron a la prisión del Moro.

Los guardianes llenaron de cadenas a los dos piratas y los bajaron a unos oscuros calabozos llenos de telarañas y ratas.

—Ponedles los grillos —ordenó Pistolete.

—Grillos no, que me molesta la música.

—¡Ponédselos, he dicho!

Los guardianes les pusieron unos pesados grillos.

—¿Dónde está la cama? Quiero dormir.

—No hay cama —rugió Pistolete.

—¿Y el colchón?

—No hay colchón.

—¿Y dónde me siento? ¿En el suelo?

—No hay suelo.

—¡Pues vaya una cárcel! No tiene más que ratas…

Al día siguiente, Garrapata fue llevado al palacio del gobernador. En una carroza blanca tirada por dos mulas negras cruzó la ciudad. Miles de personas esperaban su llegada. El capitán se sentó en el banquillo de los acusados. Unos jueces vestidos de negro y con grandes pelucas blancas se sentaron muy serios detrás de una mesa.

Garrapata se levantó, les dio la mano y les dijo:

—Les acompaño en el sentimiento, señores. ¿Por quién van de luto?

—¡Siéntese y cierre la boca! —rugieron los jueces.

Garrapata se sentó y cerró la boca.

Sir Almohadilla preguntó con voz cavernosa:

—¿Sois vos el feroz Garrapata?

Garrapata no contestó.

—¿Por qué no contesta?

—Porque no puedo hablar con la boca cerrada.

—Entonces ábrala y conteste.

—Pues sí, señor, yo soy Garrapata.

—¿Es verdad que se apoderó del
Salmonete
?

—Sí, señor.

—¿Es verdad que atacó barcos ingleses?

—Sí, señor.

—¿Es verdad que robó varios sacos de oro?

—Sí, señor.

—Entonces, pena de muerte.

—¡Qué pena! —dijo Garrapata llorando.

En ese momento, Floripondia, que estaba entre la gente, cayó desmayada. Comadreja soltó una risotada y el público se tapó la cara con las manos.

—¿Queréis morir a garrote vil? —preguntó sir Almohadilla.

—No, no me gustan los garrotazos.

—¿Preferís el hacha del verdugo?

—No, que hace mucho daño.

—Entonces, moriréis ahorcado.

—¿Cuándo? —preguntó Garrapata.

—Dentro de cuatro días.

Garrapata sacó un cuaderno y lo apuntó. Luego dijo:

—¿A qué hora?

—A las tres de la tarde.

—¿No podía ser a las cuatro?

—¿Por qué?

—Porque me gusta dormir la siesta.

—Entonces, a las cuatro.

Garrapata fue llevado de nuevo a la prisión, en compañía de Chaparrete, a quien habían condenado también a morir ahorcado.

Por la tarde llamó el carcelero a la puerta y entró:

—Una hermosa joven pregunta por usted, Garrapata.

Garrapata se estiró la chaqueta, se limpió los zapatos con saliva y dijo:

—Que pase.

Era Floripondia, que entró con los ojos enrojecidos.

—No lloréis, milady. No merezco una lágrima vuestra.

—Dejadme que llore. Vais a morir.

—Soy un pirata feo, malo y patituerto.

—Pero tenéis el corazón de oro.

—Cuando haya muerto, ¿os acordaréis de mí? —dijo Garrapata.

Floripondia empezó a sollozar. Garrapata tomó la mano de la joven y la estrechó contra su pecho.

—¡Os amo, miss Floripondia! Moriré pensando en vos.

Floripondia, roja como una amapola, entregó a Garrapata un paquete y un saco. En esto llegó el carcelero y gritó:

—Se pasa el tiempo, señorita. Despedíos.

Floripondia, transida de dolor, cayó desmayada en el suelo. El carcelero se la llevó y cerró la puerta. Garrapata lloraba agarrado a los barrotes.

La luna se ponía en el horizonte. Pasó un rato y el carcelero volvió. Era un hombre feroz, mal afeitado y siniestro. Vio el saco en el suelo y preguntó:

—¿Qué hay en el saco? ¿No serán limas?

—No, señor, son limones.

—Está bien. ¡Que aprovechen!

El carcelero se marchó y Garrapata abrió el saco.

—¿Qué hay en el saco? —preguntó Chaparrete.

—Un pico y una pala.

—¿Y para qué los queremos?

—Para escaparnos, majadero.

—Pues manos a la obra.

Los dos piratas empezaron a picar en el suelo. Pasaron toda la noche haciendo un túnel muy grande.

—¡Atiza, un orinal! —dijo Garrapata.

—¿Dónde estamos? —preguntó Chaparrete.

—Debajo de una cama.

—¿De quién será?

—De míster Longaniza, el director de la cárcel.

—¡Qué mala pata!

Míster Longaniza encendió un candil y preguntó malhumorado:

—¿Quién anda ahí?

—Nosotros.

—¿Y qué quieren?

—Nada. Pasábamos por aquí y queríamos despedirnos.

—¿Dónde van?

—A la calle. Nos vamos a escapar.

—¿Que se van a escapar? ¡Ja, ja! Yo soy muy listo.

Míster Longaniza dio un salto y los cogió del pescuezo. Luego los llevó a la celda y les mandó tapar el agujero. Garrapata se sentó abatido en el suelo. Cogió entre sus manos el paquete que le entregó Floripondia y lo abrió:

—¿Qué es?

—Son dos bocadillos. Al menos, comeremos.

Chaparrete dio un mordisco y se rompió un diente.

—¡Caramba, qué carne tan dura!

Garrapata dio un mordisco y se rompió otro diente.

—¡Atiza! Hay una lima dentro.

—Floripondia se ha burlado de nosotros —dijo Chaparrete—. En vez de jamón nos ha metido dos limas.

Garrapata y Chaparrete tiraron las limas a un rincón y terminaron su bocadillo. Una enredadera trepaba por la pared. Sus florecillas azules se asomaban por las ventanas. Un pajarito saltaba alegre al sol del atardecer.

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