El pirata Garrapata (11 page)

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Authors: Juan Muñoz Martín

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: El pirata Garrapata
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—¡Idiota, apaga la cerilla! ¡Todavía si fueran diez…!

La barca llegó junto al costado de la goleta.

—No respiréis siquiera —ordenó Garrapata en voz baja.

Pasaron algunos minutos y los marineros empezaron a caer con la cara amoratada.

—¿Qué pasa?

—Que se están asfixiando por no respirar —dijo Cuchareta.

—Imbéciles, respirad fuerte.

Carafoca respiró fuerte y dio un estornudo que casi hizo zozobrar a la goleta.

—¡Subamos!

Los marineros lanzaron unas cuerdas con ganchos y subieron a la cubierta. Montones de piratas estaban tirados por los rincones, durmiendo la mona. Grandes cubas de gaseosa y limonada rodaban por el suelo.

—¡Buenas noches! —dijo la armadura.

—¡Anda, un hombre en conserva! —dijeron los de la goleta restregándose los ojos.

Garrapata y sus marineros asomaron por un ventanillo y vieron a Pistolete y a su compinche, sir Almohadilla. Tenían piedras encima de una mesa y se las repartían. Pistolete decía:

—Una para mí y otra para ti. Dos para mí y ninguna para ti.

De cuando en cuando se liaban a tortazos por culpa de las piedras. Por fin acabaron de repartírselas y subieron a cubierta. Garrapata y los «garrapateros» se escondieron detrás de unas cubas. Pistolete y Almohadilla se remangaron y empezaron a tirar por la borda a sus marineros borrachos.

—Así no pedirán nada —dijo Pistolete.

—Es verdad, los muertos no hablan —respondió Almohadilla.

Pistolete los cogía por los pies y Almohadilla por los brazos. Siempre decían lo mismo:

—Uno por aquí, otro por allí.

—Uno por acá, otro por allá.

16. Garrapata contra Pistolete - Nuevo desmayo - «Salmonete II» - El almirante Nelson - La batalla naval de la isla de las Tortugas - ¡Quemad los colchones! - La explosión

C
UANDO terminaron se sacudieron las manos. Pistolete dio un empujón a sir Almohadilla y lo tiró por la borda, diciendo:

—Tú por allí, yo por aquí.

Pistolete se secó el sudor, dio un brinco y gritó:

—Al fin, solo.

—Buenas noches —dijo Garrapata.

Pistolete dio otro brinco del susto y sacó su espada. Una batalla terrible se originó entre los dos piratas. Los aceros echaban chispas. Pronto se pusieron al rojo vivo de tantos golpes. Algunos mandobles cortaban las cuerdas del barco y las velas caían sobre cubierta. Un golpe de Garrapata por poco corta el palo mayor. Al final tiraron las espadas y lucharon a puñetazos.

—Uno por aquí —rugió Garrapata.

—Otro por allí —contestó Pistolete.

Garrapata quedó tendido en el suelo. Un ventanillo se abrió y asomó la cabeza de Floripondia, que lanzó un grito desgarrador:

—¡Garrapata, no te mueras!

Garrapata dio un salto, embistió con la cabeza a la tripa de Pistolete y lo metió en una cuba vacía. La cuba rodó y cayó por la borda.

—¡Bote al agua! —gritó Garrapata.

—¡Hurra! —gritaron los marineros de Garrapata, levantando en hombros a su capitán.

Este corrió al camarote de Floripondia y la abrazó con ternura. Floripondia cayó desmayada.

—¡Qué raro! ¡Se ha desmayado!

Garrapata mandó lanzar las cubas vacías al agua, y los goleteros se subieron en ellas y huyeron a la isla.

—¡Soltad el freno! —ordenó Garrapata.

La goleta echó a andar. Garrapata mandó pintar en la popa el nombre del barco.

—¿Cómo lo llamaremos?


Salmonete II
.

—¡Hurra! —gritaron los marineros.

—¿Dónde vamos ahora? —preguntó un marinero.

—A Inglaterra —contestó Garrapata.

—Pero nos cortarán la cabeza a todos por piratas…

—Entonces tendremos que seguir dando vueltas al mundo —dijo Garrapata.

—Pues nos vamos a marear.

—¡Escuadra a la vista! —gritó Calabacín.

Garrapata miró por su anteojo y se quedó blanco.

—Es el almirante Nelson con dos barcos más.

—¡Huyamos! —gritaron los marineros.

—Si nos coge, nos ahorca —dijo Carafoca.

—¡Por las barbas de Alí Baba! —gritó Garrapata—. Diez barcos franceses van a atacarle.

—Huyamos más deprisa —gritaron los marineros.

—Cobardes, hay que ayudarle. ¿No sois ingleses?

—Sí, capitán.

—¡Pues a ayudar a Inglaterra! Nos cubriremos de gloria.

—¡Hurra!

La batalla había comenzado. Los barcos franceses rodeaban a los tres ingleses. Los cañones retumbaban. Era una batalla feroz. Los ingleses no podían con tantos enemigos.

El
Salmonete II
se lanzó a toda vela en dirección a los barcos franceses. El almirante Rabanet, jefe de los franceses, gritó:

—¡Cuidado, que viene otro!

El
Salmonete II
embistió a un bergantín francés y lo partió por la mitad.

—¡Cuatrocientos grados a babor! —rugió Garrapata.

El barco empezó a girar vertiginosamente, con aquella «táctica del molinillo» que en el siglo
XVIII
hizo célebre a Garrapata en el mundo entero.

—¡Polvorones al por mayor! —gritó Garrapata.

Un círculo de fuego rodeó a la goleta pirata.

—¡Cuidado, que nos dais a nosotros! —gritó el almirante Nelson con el sombrero agujereado.

—Perdón, mi almirante. ¡Echaré el freno!

El
Salmonete II
se paró en seco. Los navíos franceses, repuestos del susto, atacaron con todas sus fuerzas. El navío corsario tenía al lado dos barcos que lo asaban a tiros. Uno a babor, otro a estribor. Garrapata ordenó:

—¡Quemad los colchones!

—¿Y dónde dormimos?

—¡Imbéciles! ¡Quemad los colchones!

Los marineros quemaron los colchones y un humo terrible llenó el aire. Amparado por la humareda, el
Salmonete II
se quitó de en medio. Los dos barcos franceses siguieron disparando a través del humo y se echaron a pique el uno al otro.

—¡Y van tres! —dijo Garrapata.

La batalla era cada vez más terrible. Los franceses eran valientes y querían derrotar al famoso Nelson y al feroz Garrapata, terror de los siete mares. Una enorme fragata francesa estaba desarbolando al
Chesterfield
, donde iba el almirante Nelson. Este se defendía con su habitual pericia, pero no podía con tres barcos franceses a la vez.

—¡Allá voy! —dijo Garrapata tomando carrerilla.

—¡Al abordaje!

Los marineros «garrapateros» echaron los garfios y subieron al bergantín enemigo. Los franceses se defendían bien con sus espadas.

Ya iban a huir los garrapateros, cuando aparecieron dos pájaros voladores. Eran dos fantasmas supervivientes que habían seguido a los piratas revoloteando por el aire.

—¡Animales de trapo a babor! —chilló asustado Rabanet.

Los franceses empezaron a tirar del bigote a los fantasmas. De pronto, éstos empezaron a repartir bolazos y tiraron patas arriba a diez soldados. Fue entonces cuando Garrapata se acordó de la armadura. Fue por ella, le dio cuerda, y el hombre en conserva comenzó a repartir leña a diestro y siniestro. ¡Qué manera de sacudir estopa!

Unos marineros saltaron por el aire y quedaron colgados en los juanetes. Un cañón fue a parar al barco del almirante Nelson. A un marinero que tenía dolor de muelas, los fantasmas le saltaron todas de un bolazo.

Mientras tanto, Carafoca entró en la santabárbara y puso una cerilla encima de los barriles de pólvora. Salió luego, cerró la puerta y se sentó en un barril sobre la cubierta para ver la batalla, mientras comía unos cacahuetes.

—¡Vaya susto que se van a dar!

—¿Qué pasa? —preguntó Garrapata.

—Nada, que he puesto una cerilla en el polvorín.

—¡Buena idea! ¿Me das un cacahuete?

De pronto, Garrapata dio un brinco y saltó al
Salmonete II
.

—¡Tonto el último! —gritó.

Los piratas, la armadura y los fantasmas dieron un salto y se lanzaron de cabeza a su querida goleta salmonetera.

—¿Qué ocurre? —preguntó Carafoca sentado en su barril.

—Imbécil, salta —rugió Garrapata.

Carafoca dio un brinco. Nada más dar el brinco, el bergantín francés voló hecho pedazos.

El barco se hundió y el almirante Rabanet lloraba nadando entre las olas. Garrapata le consoló y le dio el pésame.

El
Salmonete II
no paraba de lanzar andanadas.

¡Pumba! Chaparrete disparó y otro barco francés se fue a pique. La goleta maniobró y se colocó detrás de otro buque francés que hostigaba al almirante Nelson. ¡Pumba! Dos cañonazos, y el barco se fue a pique.

—¡Y van seis! —gritó Carafoca.

El almirante Nelson estaba con la boca abierta observando los movimientos del
Salmonete II
.

De pronto un barco se echó encima para cortar al
Salmonete II
por la mitad. Chaparrete dio un golpe de timón y una terrible embestida de popa del navío corsario convirtió al barco francés en astillas. Los pocos buques franceses que quedaban huyeron a todo trapo.

17. La victoria - Pena de muerte - Nuevo desmayo - Londres - Adoquines en el cofre - Otra vez el «Salmonete I» - Lucha de Salmonetes - Rumbo a África - ¡Que se acaba el cuento! - ¡Que no se acaba! - Se acabó - Hasta la vista - Fin

¡
HURRA! —gritaron todos los soldados ingleses.

El almirante Nelson mandó llamar a los piratas a su barco.

—Limpiaros los zapatos —ordenó Garrapata, nervioso.

—No tenemos zapatos.

—Lavaros las manos.

—No tenemos jabón.

—Peinaros esos pelajos.

—¿Para qué? Nos van a cortar la cabeza.

Los piratas se presentaron en el barco llenos de miedo. El almirante salió de su camarote, abrazó a Garrapata y dijo a sus soldados:

—Preparad el cuchillo.

—Nos van a cortar la cabeza —dijo Carafoca sudando.

—Preparad el pescuezo —rugió el almirante.

Los piratas se pusieron de rodillas y prepararon el pescuezo.

—¡Matadlos!

Los piratas cerraron los ojos y rezaron un padrenuestro. Unos mugidos lastimeros llenaron el barco.

—¡A la caldera, con tomate! —ordenó el almirante Nelson.

Los piratas se levantaron y se dirigieron a la caldera. Garrapata dio un bofetón a Carafoca y gritó:

—¿Dónde vais, imbéciles?

—A la caldera. Nos han mandado a la caldera.

—Pero no es a vosotros.

—Entonces, ¿a quién?

—A esos terneros que acaban de matar.

La alegría fue general. El banquete fue suculento y el almirante brindó con Garrapata por aquella resonante victoria.

—Señor, somos unos piratas —dijo Garrapata.

—Pero habéis sido buenos. Si delvolvéis el oro, Inglaterra os perdonará.

—¿Lo devolvemos? —preguntó Garrapata.

—Sí —contestaron los piratas.

—¡Rumbo a Inglaterra! —ordenó el almirante.

—¡Doscientos grados a babor! —grito Garrapata.

Con un tiempo magnífico llegó la pequeña flota a Londres. El puerto estaba abarrotado de gente y lleno de banderas. Al divisar a la ballena y al
Salmonete II
, el gentío prorrumpió en vítores y aplausos.

—¡Viva Garrapata! —gritaban.

—¡Viva! —respondía Garrapata emocionado.

Tan emocionado iba que el
Salmonete
fue a estrellarse contra el muelle.

—¡Echad el freno! —gritó Garrapata.

Cuando aparecieron en cubierta la armadura y los dos fantasmas y empezaron a repartir caramelos, el entusiasmo de la muchedumbre fue indescriptible. En esto, Pescadilla subió a cubierta rodeado de generales. Floripondia se echó a sus brazos, llorando:

—¡Padre mío!

—¡Floripondia, hija mía!

Pescadilla abrazó luego a Garrapata y dijo:

—Sois todo un caballero. ¿Queréis casaros con mi hija?

—Con mil amores. ¡Si ella quisiera…!

Garrapata se acercó, colorado como un pimiento, a la joven:

—¿Queréis casaros conmigo?

Floripondia cayó desmayada por la emoción en los brazos de su padre. Al día siguiente todos los marineros fueron con el cofre al Banco de Londres.

—Vamos a devolverlo —dijo Garrapata.

—¡Cuánto pesa! —decían los marineros.

El dueño del Banco salió a recibirlos. Garrapata abrió los siete candados del cofre y levantó la tapadera.

—¡Bah! ¡Si son adoquines! —dijo el dueño del Banco.

—¡Maldición! ¡Alguien los ha cambiado! —gritó Garrapata.

—Ha sido Comadreja. ¿Dónde está Comadreja? —dijo Carafoca.

—Yo le vi merodear por el puerto —dijo el doctor Cuchareta.

—¡Corramos al puerto! —ordenó Garrapata.

Los piratas corrieron al puerto, atropellando a la gente. Un barco levaba anclas y largaba velas. Garrapata exclamó:

—¡Atiza! ¡Es el
Salmonete I
! ¿Quién lo habrá traído?

—Yo —dijo Pistolete asomando por la borda—. Lo saqué del agua, le eché cuatro parches y aquí estoy, majaderos.

—¡No te escaparás! —rugió Garrapata.

—¡Ja, ja! Me llevo el tesoro y a Floripondia.

—¡A por él! —ordenó Garrapata, subiendo en el
Salmonete II
—. ¡Levad anclas!

Los piratas levaron anclas y, catapúm, el barco se fue a pique, porque Comadreja le había hecho un agujero en el fondo.

—¡Imbéciles! —chilló Comadreja, muerto de risa.

La hermosa Floripondia cayó desmayada en brazos de Comadreja.

—¡Rumbo a África! —ordenó Pistolete.

El pobre Garrapata, agarrado a un madero, se estaba ahogando, pues no sabía nadar.

—¡Socorro! ¡Un bote! ¡Echadme un bote!

Comadreja le tiró un bote de tomate a la cabeza y le hizo un chichón. Carafoca se tiró para salvar a su capitán y empezó a hundirse él también.

—¡Atiza, si yo tampoco sé nadar! —dijo Carafoca.

Al fin, el chino les echó la coleta y los sacó del agua. El
Salmonete I
salía del puerto.

—¡Rumbo a África! —ordenó Pistolete.

Los garrapateros crujieron los dientes, sacaron sus cuchillos y dijeron:

—Esto no puede quedar así. Los seguiremos al final del mundo.

—Lo malo es que el cuento se está acabando —dijo Carafoca alarmado.

—¡Corramos a buscar al autor!

Los piratas corrieron por la última página a la taberna del Sapo. El autor escribía sus últimas líneas. Garrapata sacó su pistola y gritó:

—Siga escribiendo o le aso.

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