El poder del perro (19 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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—Tengo un IC —les dice. Un Informador Confidencial.

No le gusta mentirles, pero es para protegerlos. Si esto se tuerce, como sucederá casi con total seguridad, quiere que todo el peso recaiga sobre sus hombros. Si estos chicos se enteran de que ha pinchado ilegalmente un teléfono, se verán obligados a informar a sus superiores, tal como exigen las normas. De lo contrario, ocultarían «conocimiento culpable», lo cual arruinaría sus carreras. Sabe que nunca le delatarían, de manera que se inventa un informador confidencial.

Un amigo imaginario, piensa Art. Al menos, es coherente: una fuente inexistente de coca inexistente, y así sucesivamente...

—Eso es estupendo, jefe —dice Ernie—. ¿Quién...?

—Lo siento —dice Art—. Es pronto aún. Solo estamos saliendo.

Captan. Una relación con un soplón es como una relación con el sexo opuesto. Flirteas, seduces, tientas. Les haces regalos, les dices cuánto les necesitas, no puedes vivir sin ellos. Y si se acuestan contigo, no lo cuentas, sobre todo a los chicos de los vestuarios.

Al menos, hasta cerrar el trato, y cuando ya lo sabe todo el mundo, el asunto suele haber terminado.

El día de Art es así: trabaja en la oficina las horas acostumbradas, vuelve a casa, se marcha ya avanzada la noche, recupera la cinta diaria, vuelve a casa y la escucha en el estudio.

Esto se prolonga durante dos semanas estériles.

Lo que oye consiste sobre todo en conversaciones de amor, conversaciones de sexo, mientras Tío galantea a su
innamorata
y poco a poco la va instruyendo en el arte de hacer el amor. Art acelera estos fragmentos, pero capta la idea general.

Pilar Talavera crece deprisa, a medida que Tío empieza a introducir ciertas apoyaturas en la música del amor. Bien, es interesante si te va ese rollo, pero no es así en el caso de Art. De hecho, le dan ganas de vomitar.

«Has sido una chica mala.»

«¿Sí?»

«Sí, y has de ser castigada.»

Es frecuente en el trabajo de vigilancia. Escuchas mucha mierda que no querrías oír.

Después, muy pocas veces, perlas en la basura.

Una noche, Art se lleva la cinta a casa, se prepara un whisky y lo bebe, mientras repasa el tedio de aquella velada, y oye a Tío confirmar la entrega de «trescientos trajes de boda» en una dirección de Chula Vista, un vecindario situado entre San Diego y Tijuana.

Ahora que ya lo tienes, piensa Art, ¿qué haces con ello?

El procedimiento habitual exige que entregues la informado a tus colegas mexicanos, y a la vez a la oficina de la DEA en Ciudad de México, para que sea comunicada a la oficina de San Diego. Bien, si la entrego a mis homólogos mexicanos y va a parar a las manos de Tío, y después a las de Tim Taylor, este se limitará a repetir la frase oficial de que no se distribuyen «trajes de boda» a través de México. Y exigirá saber quién es mi fuente.

Cosa que no pienso decirle.

Lo discuten mientras corren por la mañana. —Estamos jodidos —dice Ernie.

—No —contesta Art.

Ha llegado el momento de dar otro paso hacia el abismo.

Sale de la oficina después de comer y va a una cabina telefónica. En Estados Unidos, piensa, son los criminales quienes utilizan las cabinas. Aquí, son los policías.

Telefonea a un conocido de la brigada de narcóticos de San Diego. Conoció a Russ Dantzler en una reunión interdepartamental, hace unos meses. Le pareció un tipo decente, legal.

Sí, y lo que necesitamos ahora es alguien legal.

Dispuesto a todo.

—¿Russ? Art Keller, de la DEA. Tomamos un par de cervezas juntos... ¿en julio pasado?

Dantzler se acuerda de él.

—¿Qué hay de nuevo, Art?

Art se lo cuenta.

—Esto podría ser una gilipollez —concluye—, pero no lo creo. Tal vez te gustaría participar.

Joder, sí, tal vez le gustaría participar. Y no hay nada que el fiscal general de Estados Unidos, el Departamento de Estado o todo el gobierno federal puedan hacer al respecto. Los federales van al Departamento de Policía de San Diego, el Departamento de Policía de San Diego les dice que se metan algo puntiagudo en el culo.

—¿Qué quieres de mí? —pregunta Dantzler con el debido respecto a la ética profesional de la policía.

—Me mantienes al margen e informado al mismo tiempo —contesta Art—. Olvídate de que te he dado el soplo, y acuérdate de comunicarme cualquier información que te llegue.

—Trato hecho —dice Dantzler—, pero necesito una orden, Art. Por si has olvidado cómo funcionan las cosas en una democracia que protege escrupulosamente los derechos de sus ciudadanos.

—Tengo un IC —miente.

—De acuerdo.

No hace falta decir nada más. Dantzler transmitirá la información a uno de sus chicos, el cual se la transmitirá a uno de sus IC, quien a su vez se lo dirá a Dantzler, quien informará a un juez y
presto
: causa probable.

Al día siguiente, Dantzler llama a Art a la cabina telefónica, a una hora previamente acordada.

—¡Ciento treinta y cinco kilos de cocaína! —grita—. ¡Eso son seis millones de dólares en la calle! Me ocuparé de que te reconozcan el mérito, Art.

—Olvídate de mí —dice—. Solo recuerda que me debes una.

Dos semanas después, la policía de El Paso también está en deuda con Art por la incautación de un camión articulado cargado de cocaína. Un mes después, Art da otro soplo a Russ Dantzler acerca de una casa en Lemon Grove.

La redada se salda con unos miserables veintitrés kilos de cocaína.

Más cuatro millones de dólares en metálico, tres máquinas de contar dinero y montones de documentos interesantes que incluyen resguardos de depósitos bancarios. Los resguardos son tan interesantes que cuando Dantzler los entrega al tribunal federal, el juez congela quince millones de dólares más en haberes, ingresados a varios nombres en cinco bancos del condado de San Diego. Aunque ninguno de los nombres es el de Miguel Ángel Barrera, hasta el último centavo del dinero le pertenece a él o a miembros del cártel que le pagan una cantidad por proteger sus haberes.

Y Art confirma mediante el tráfico telefónico que ninguno de ellos está contento.

Ni tampoco Tim Taylor.

El jefe de la DEA está examinando un ejemplar enviado por fax del
San Diego Union-Tribune
, cuyo titular anuncia a gritos MASIVO ALIJO DE DROGAS EN LEMON GROVE, con referencias a la
Federación, y
otro fax, de la oficina del ministro de Justicia, que clama: «¿Qué coño está pasando?». Se pone en contacto con Art.

—¿Qué coño está pasando? —grita. —¿A qué te refieres?

—¡Sé lo que estás haciendo, joder!

—Pues me gustaría que me lo dijeras.

—¡Tienes un IC! ¡Y lo estás llevando a través de otras agencias, Arthur, y será mejor que no filtres esta mierda a la prensa!

—No pienso hacerlo —responde con sinceridad Arthur—. La estoy filtrando a otras agencias para que estas lo filtren a la prensa.

—¿Quién es el IC?

—No hay ningún IC —dice Art—. No tengo nada que ver con esto.

Sí, salvo que tres semanas después facilita al Departamento de Policía de Los Angeles un alijo de noventa kilos en Hacienda Heights. La policía estatal de Arizona captura un camión articulado con ciento sesenta kilos en la I-10. El Departamento de Policía de Anaheim irrumpe en una casa donde se incauta de dinero y droga por valor de diez millones de dólares.

Todo el mundo niega haber recibido la información de él, pero todo el mundo predica su evangelio:
la Federación, la Federación, la Federación
, por siempre jamás amén.

Hasta el ARM de Bogotá acude al altar.

Shag contesta al teléfono un día y lo aprieta contra el pecho.

—Es el Gran Hombre en persona —dice a Art—. Desde la primera línea de la Guerra contra las Drogas.

Hasta hace dos meses, Chris Conti, el ARM de Colombia, no habría tocado a su viejo amigo Art Keller ni con un palo de tres metros de largo. Pero ahora, hasta Conti se ha vuelto religioso.

—Art —dice—, me he topado con algo que tal vez podría interesarte.

—¿Vas a venir, o quieres que vaya yo? —pregunta Art.

—¿Por qué no elegimos un territorio neutral? ¿Has estado en Costa Rica últimamente?

Lo cual significa que no quiere que Tim Taylor ni nadie más sepa que se ha reunido con Art Keller. Se encuentran en Quepos. Se sientan en una cabaña de la playa, a la sombra de una palmera. Conti llega con regalos: deposita una serie de resguardos de depósitos encima de la tosca mesa. Los resguardos coinciden con los recibos de caja del Bank of America de San Diego que fueron capturados en el curso de la última redada. Pruebas documentales que relacionan a la organización de Barrera con la cocaína colombiana.

—¿De dónde los has sacado? —pregunta Art.

—Bancos de ciudades pequeñas de la zona de Medellín.

—Bien, gracias, Chris.

—Yo no te los he dado.

—Claro que no.

Conti deja una fotografía granulosa sobre la mesa.

Una pista de aterrizaje en la selva, un puñado de tipos alrededor de un DC-4 con el número de serie N-3423VX. Art reconoce al instante a Ramón Mette, pero también le suena otro de los hombres. De edad madura, lleva el pelo corto al estilo militar y traje de faena sobre unas botas negras lustrosas.

Ha pasado mucho tiempo.

Muchísimo tiempo.

Vietnam. Operación Fénix.

Incluso entonces, Sal Scachi llevaba botas muy lustrosas.

—¿Estás pensando lo que yo estoy pensando? —pregunta Conti.

Bien, si estás pensando que el hombre parece de la Compañía, tienes toda la razón. La última vez que supe de él, Scachi era coronel de las Fuerzas Especiales, y después se dio de baja. Como consta en el curriculum vitae de la Compañía.

—Escucha —dice Conti—, me han llegado rumores.

—Yo comercio con rumores. Continúa.

—Tres torres de radio en las selvas al norte de Bogotá —dice Conti—. No puedo acercarme a la zona para comprobarlo.

—La gente de Medellín es muy capaz de contar con esa clase de tecnología —dice Art.

Lo cual explicaría el misterio de por qué los aviones de SETCO vuelan sin que el radar los detecte. Tres torres de radio que emitan señales VOR pueden guiarlos en sus viajes de ida y vuelta.

—El cártel de Medellín posee la tecnología necesaria para construirlas —dice Conti—, pero ¿tiene la tecnología para hacerlas desaparecer?

—¿Qué quieres decir?

—Fotos por satélite.

—De acuerdo.

—No aparecen —dice Conti—. Ni tres torres de radio, ni dos, ni una. En esas fotos podemos leer matrículas de coches, Art. ¿No va a aparecer una torre VOR? ¿Y los aviones, Art? Recibo información sobre los AWAC, pero no aparecen. Cualquier avión que vuele desde Colombia a Honduras tiene que pasar sobre Nicaragua, territorio sandinista, y sobre eso tenemos enfocado el Ojo en el Cielo.

Eso es cierto, piensa Art. Nicaragua es el blanco de la administración Reagan en América Central, un régimen comunista en el corazón de la doctrina Monroe. La administración estaba financiando a las fuerzas de la Contra que rodean Nicaragua desde Honduras en el norte y desde Costa Rica en el sur, pero entonces el Congreso estadounidense aprobó la Enmienda Boland, que prohibía la ayuda militar a la Contra.

Ahora, tienes a un ex miembro de las Fuerzas Especiales y fanático anticomunista («Son ateos, ¿verdad? Que les den por el culo») en compañía de Ramón Mette Ballasteros y un avión de SETCO.

Art abandona Costa Rica más alucinado que cuando llegó.

De vuelta en Guadalajara, Art envía a Shag a Estados Unidos en una misión. El vaquero se reúne con todas las brigadas antinarcóticos y oficinas de la DEA del sudoeste y les dice, arrastrando las palabras con su acento de vaquero:

—Ese rollo mexicano va en serio. Va a estallar, y cuando lo haga, no querréis que os pillen con los pantalones bajados, intentando explicar por qué no lo visteis venir. Mierda, podéis obedecer la línea de la Compañía en público, pero en privado tal vez queráis jugar con nosotros, porque cuando suenen las trompetas,
amigos
, vamos a recordar quiénes son las ovejas y quiénes las cabras.

Los chicos de Washington no pueden hacer nada al respecto. ¿Qué van a hacer? ¿Decir a los polis norteamericanos que no hagan redadas antidrogas en suelo norteamericano? El Departamento de Justicia quiere crucificar a Art. Sospecha que está propagando esta mierda, pero no pueden tocarle, ni siquiera cuando el Departamento de Estado llama para protestar a gritos del «daño irreparable a nuestra relación con un vecino importante».

La oficina del ministro de Justicia querría azotar a Art Keller en Pennsylvania Avenue y clavarle a un poste en el Capitolio, pero no ha hecho nada que pueda demostrarse. Y no pueden sacarle de Guadalajara, porque los medios se han interesado en la Federación, y una medida de ese estilo quedaría fatal.

De modo que tienen que seguir acumulando frustración, mientras Art Keller construye un imperio basado en afirmaciones del invisible, enigmático, inexistente IC-D0243.

—IC-D0243 es un poco impersonal, ¿no? —pregunta Shag un día—. Quiero decir, para alguien que está contribuyendo tanto como él.

—¿Cómo quieres llamarle? —pregunta Art.

—Garganta Profunda —sugiere Ernie.

—Ya existe —dice Art—, pero es una especie de Garganta Profunda mexicano.


Mamada
—dice Ernie—. Le llamaremos Fuente Mamada.

Fuente Mamada facilita a Art una cuenta bancaria con todas las demás agencias de defensa de la ley de la frontera. Niegan recibir algo del tipo, pero todos están en deuda con él. ¿En deuda con él? Mierda, le aman. La DEA no puede funcionar sin la colaboración local, y si quieren esa cooperación, será mejor que no toquen los cojones a Art Keller.

No, Keller se está convirtiendo a toda prisa en un
intocable
.

Pero no lo es.

Llevar a cabo una operación contra Tío, fingiendo lo contrario, es agotador. Abandonar a su familia a altas horas de la noche, mantener sus actividades en secreto, mantener en secreto su pasado, esperar a que Tío siga el rastro hacia él, para entonces recordarle que tienen viejas cuentas pendientes.

De
tío
a
sobrino
.

Art no come, no duerme.

Althea y él ya no hacen apenas el amor. Ella le riñe por ser irritable, reservado, cerrado.

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