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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

El poder del perro (23 page)

BOOK: El poder del perro
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—¿Quieres quejarte o quieres aterrizar? —pregunta Shag por la radio.

—Quiero aterrizar.

El pequeño grupo de hombres acurrucados alrededor de la radio en esa noche gélida se miran y sonríen. Les conforta considerablemente, porque faltan poco para que un vuelo de la SETCO aterrice con un cargamento de cocaína.

A menos que todo se tuerza.

Cosa que podría suceder.

A Shag le da igual.

—De todos modos, mi carrera se ha ido a la mierda.

Da al piloto las coordenadas de aterrizaje,

—Diez minutos —dice el piloto.

—Recibido. Corto.

—Diez minutos —dice Art.

—Diez minutos muy largos —dice Dantzler.

Muchas cosas pueden suceder en diez minutos: En diez minutos, el piloto podría ponerse paranoico, cambiar de idea y dar media vuelta. En diez minutos, la verdadera pista de aterrizaje podría abrirse paso en la radio interferida de Dantzler y ponerse en contacto con el avión, para guiarlo hasta el lugar correcto. En diez minutos, piensa Art, podría producirse un terremoto que abriera una grieta en mitad de esta pista y tragárselos a todos. En diez minutos...

Exhala un largo suspiro.

—No jodas —dice Dantzler.

Shag le sonríe.

Adán Barrera no sonríe.

Tiene el estómago revuelto, la mandíbula apretada con fuerza. Esta operación no puede salir mal, le había advertido Tío. Tiene que coronarse con éxito.

Por numerosas razones, piensa Adán.

Ahora es un hombre casado. Lucía y él se casaron en Guadalajara, y el padre Juan presidió la ceremonia. Fue un día maravilloso, y una noche todavía más maravillosa, después de años de frustraciones al fin poder metérsela a Lucía. Había sido una sorpresa en la cama, una compañera más que entusiasta, no paraba de retorcerse y chillar su nombre, el pelo rubio desparramado sobre la almohada en una involuntaria simetría con sus piernas abiertas.

La vida de casado es estupenda, pero con el matrimonio llega la responsabilidad, sobre todo ahora que Lucía está embarazada. Eso, piensa Adán mientras sigue sentado en el desierto, lo cambia todo. Ahora va en serio. Ahora estás a punto de ser
papá
, con una familia a la que mantener, con su futuro en tus manos. Esto no le disgusta, al contrario, está emocionado por asumir la responsabilidad de un hombre, complacido sobremanera por la idea de tener un hijo... lo cual significa que, más que nunca, esta operación no puede salir mal.

—Prueba otra frecuencia —dice al técnico.

—He probado todas...

Ve que Raúl toca la culata de la pistola que lleva al cinto.

—Probaré otra vez —dice el técnico, aunque ahora está convencido de que no se trata de la frecuencia.

Es el aparato, la radio en sí. ¿Quién sabe si hay algo suelto dentro? Todos son iguales, piensa. Tienen millones de dólares en coca flotando por ahí, pero no quieren desembolsar cien pavos más en una radio. En cambio, tengo que trabajar con esta baratija de mierda.

De todos modos, no verbaliza sus críticas.

Sigue girando botones.

Adán clava la vista en el cielo nocturno.

Las estrellas parecen muy bajas y brillantes, da la impresión de que casi podría apoderarse de una. Ojalá pudiera hacer lo mismo con el avión.

Lo mismo piensa Art.

Porque allí arriba no hay nada, salvo las estrellas y un gajo de luna.

Consulta su reloj.

Las cabezas se giran como si hubiera sacado una pistola.

Han pasado diez minutos.

Ya has tenido tus diez minutos. Ya has tenido tus diez minutos eternos de calambres intestinales, pulsación acelerada y nervios a flor de piel, así que deja de jugar con nosotros. Basta de torturas.

Mira el cielo de nuevo.

Es lo que todos están haciendo, mirar el cielo como miembros de una tribu prehistórica, intentando imaginar qué significa todo.

—Se acabó —dice Art un minuto después—. Se lo habrá olido.

—Mieeeeeerda —dice Shag.

—Lo siento, Art —dice Dantzler.

—Lo siento, jefe.

—No pasa nada —dice Art—. Lo hemos intentado.

Pero sí que pasa. Es probable que nunca más tengan otra oportunidad de apoderarse de pruebas tangibles de que el Trampolín Mexicano existe.

Y cerrarán la oficina de Guadalajara, nos dispersarán, y asunto concluido.

—Esperaremos cinco minutos más y...

—Calla —dice Shag.

Todos le miran por su ataque de brusquedad de vaquero insólita en él.

—Escuchad —dice.

Entonces lo distinguen.

El sonido de un motor.

El motor de un avión.

Shag corre hacia el camión, enciende el motor y hace parpadear los faros.

Las luces de navegación del avión le contestan. Al cabo de dos minutos, Art ve el avión descender de la negrura y posarse con suavidad.

El piloto exhala un suspiro de alivio cuando ve al hombre acercarse corriendo.

Entonces el hombre le apunta una pistola a la cara.

—Sorpresa, capullo —dice Dantzler—. Tienes derecho a guardar silencio...

¿Silencio?

El hijoputa se ha quedado sin habla.

Shag no. Está en el coche con Art, en plan Bundini Brown de vaquero.

—¡Eres el más grande jefe! ¡Tienes los brazos de un orangután! ¡Eres King Kong! ¡Alzas la mano al cielo y cazas aviones!

Art ríe. Entonces ve que Dantzler se acerca al coche. El poli de San Diego sacude la cabeza, y hasta a la tenue luz se le ve pálido.

Estremecido.

—Art —empieza Dantzler—. Ese tipo... el piloto... dice...

—¿Qué?

—Que trabaja para nosotros.

Art abre la puerta de donde tienen encerrado al piloto.

Phil Hansen debería estar muy nervioso, pero no es así. Está reclinado, como si esperara una multa de tráfico que, de todos modos, le será perdonada. A Art le vienen ganas de borrarle la sonrisa presuntuosa de la cara.

—Cuánto tiempo sin verte, Keller —dice como si tal cosa, como si todo fuera una broma.

—¿Qué coño es eso de que trabajas para nosotros?

Hansen le mira con serenidad.

—Cerbero.

—¿Qué?

—Venga, hombre. ¿Cerbero? ¿Ilopongo? ¿Hangar Cuatro?

—¿De qué coño estás hablando?

La sonrisa desaparece de la cara de Hansen. Ahora parece alarmado.

—¿Pensabas que tenías bula? —pregunta Art—. ¿Que podías introducir doscientos kilos de cocaína en Estados Unidos y tenías bula? ¿Por qué lo crees, capullo?

—Dijeron que tú...

—¿Que yo qué?

—Nada.

Hansen vuelve la cabeza y mira por la ventana.

—Si tienes una tarjeta de «Saldré Libre de la Cárcel», ya es hora de que la entregues —dice Art—. Dime un nombre, Phil. ¿A quién llamo?

—Ya sabes a quién tienes que llamar.

—No, no lo sé. Dímelo tú.

—Mi trabajo ha terminado.

Mira por la ventanilla,

—Alguien te ha jodido, Phil —dice Art—. No sé quién te ha dicho qué, pero si crees que estás jugando para el mismo equipo estás equivocado. Te hemos pillado cargado de coca, Phil. Te caerán quince años, como mínimo. Pero no es demasiado tarde para salir bien librado. Colabora conmigo, y si sale bien, me ocuparé de que te ofrezcan un trato.

Cuando Hansen se vuelve a mirarle, hay lágrimas en sus ojos.

—Tengo mujer e hijos en Honduras.

Ramón Mette, piensa Art. El tío tiene miedo de que Mette se vengue con su familia. Tendrías que haberlo pensado antes de haber empezado a transportar coca.

—¿Quieres verlos antes de que tengan sus propios hijos? Habla conmigo.

Art ha visto antes esa mirada. La llama la Balanza del Quinqui, el tío culpable que sopesa sus opciones, y se da cuenta con horror de que no existe ninguna opción buena, solo una y mala. Espera a que Hansen se decida.

Hansen sacude la cabeza.

Art cierra la puerta del coche y sale al desierto un minuto. Podría registrar el avión ahora, pero ¿de qué serviría? Demostraría que SETCO está traficando con drogas, pero eso ya lo sabe. Pero no sabría qué carga va a regresar en el avión, ni para quién.

No, ha llegado el momento de aprovechar la oportunidad.

Vuelve con Dantzler.

—Esta vez haremos las cosas de manera diferente. Dejaremos que el avión pase.

—¿Qué?

—Después podremos seguir su rastro de tres maneras —dice Art—. Averiguar adónde va la coca, averiguar adónde va el dinero, averiguar adónde vuelve el avión.

Dantzler accede. ¿Qué coño puede hacer? Es el jodido Art quien se lo pide.

Art asiente y vuelve al coche.

—Solo era un examen —dice a Hansen—. Has aprobado. Continúa.

Art ve al avión despegar de nuevo.

Después dice a Ernie por radio que espere el vuelo de regreso de SETCO, lo fotografíe y lo deje pasar.

Pero Ernie no contesta.

Ernie Hidalgo ha desaparecido del radar.

5
N
ARCOSANTOS

Hay dos cosas que el pueblo norteamericano no

quiere: otra Cuba en el corazón de Centroamérica

y otro Vietnam.

R
ONALD
R
EAGAN

México

Enero de 1985

Seis horas después de que Ernie haya desaparecido del mapa, Art entra como una tromba en el despacho del coronel Vega.

—Uno de mis hombres ha desaparecido —dice—. Quiero que registren la ciudad de cabo a rabo. Quiero que detenga a Miguel Ángel Barrera, y no quiero oír más chorradas...

—Señor Keller...

—... más chorradas acerca de que no sabe dónde está, y de que en cualquier caso es inocente. Quiero que los detenga a todos, a Barrera, a sus sobrinos, a Abrego, a Méndez, a todos esos cabronazos de traficantes de drogas. Usted, por supuesto, no sabe que Barrera está relacionado con... —Se planta ante el escritorio del hombre y le grita en la cara—. Si es necesario —dice—, desencadenaré una puta guerra.

Habla en serio. Pedirá la devolución de todos los favores, amenaza con ir a la prensa, irá, amenaza con recurrir a ciertos congresistas, lo hará, traerá toda una división de marines de Camp Pendleton e iniciará una verdadera guerra, si todo ello es necesario para rescatar a Ernie Hidalgo.

Si (por favor, Dios, por favor, Jesús y María, madre de Dios) Ernie sigue vivo.

—¿Por qué sigue sentado ahí? —pregunta un segundo después.

Arrasan las calles.

De repente, como por arte de magia, Vega sabe dónde están los
gomeros
. Es un milagro, piensa Art, Vega sabe dónde viven, dónde paran o hacen negocios todos los
narcotraficantes
de la ciudad de categoría baja o media. Los detienen a todos. Los
federales
de Vega peinan la ciudad como la Gestapo, solo que no encuentran a Miguel Ángel, Adán, Raúl, Méndez ni Abrego. Es la misma historia de siempre, piensa Art, la misma misión de buscar y esquivar. Saben dónde estuvieron esos tíos, pero, por lo visto, no consiguen descubrir dónde están ahora.

Vega llega al extremo de invadir la urbanización de Barrera, cuya dirección recuerda de repente, pero cuando llegan descubren que Miguel Ángel se ha ido. También encuentran algo que pone como una fiera a Art.

Una fotografía de Ernie Hidalgo.

Una fotografía de carnet de identidad tomada en la oficina de Guadalajara del Poder Judicial de la Federación, el PJF.

Art la coge y la agita ante la cara de Vega.

—¡Mire esto! —grita—. ¿Le dieron sus chicos esta foto? ¿Lo hicieron sus putos hombres?

—Por supuesto que no.

—Y una mierda —dice Art.

Vuelve a la oficina y llama a Tim Taylor a Ciudad de México.

—Estoy al corriente —dice Taylor.

—¿Qué vas a hacer?

—He ido a la oficina del embajador —dice Taylor—. Irá a ver al presidente en persona. ¿Has sacado del país a Teresa y a los chicos?

—Ella no quería marcharse, pero...

—Mierda, Arthur.

—Pero le dije a Shag que la llevara al aeropuerto —dice Art—. Ya deberían estar en San Diego.

—¿Y Shag?

—Esta peinando las calles.

—Os voy a sacar de ahí.

—Ni se te ocurra —dice Art.

Sigue un breve silencio.

—¿Qué necesitas, Art? —pregunta después Taylor.

—Un poli honrado —dice Art. Le habla a Taylor de la foto que encontró en la urbanización de Barrera—. No quiero más capullos del PJF. Envíame alguien limpio, alguien de cierto peso.

Aquella tarde Antonio Ramos llega a Guadalajara.

Adán oye los chillidos del hombre.

Y la voz tranquila que repite la misma pregunta una y otra vez.

«¿Quién es Mamada?» «¿Quién es Mamada?» «¿Quién es Mamada?»

Ernie les dice que no lo sabe. Su interrogador no le cree y empuja el punzón para el hielo otra vez, raspando la tibia de Ernie con él.

El interrogatorio se reanuda de nuevo.

«Sí que lo sabes. Dinos quién es. ¿Quién es Fuente Mamada?»

Ernie les da nombres. Los que se le ocurren en aquel momento. Traficantes de poca monta, traficantes de enjundia,
federales
, policías del estado de Jalisco, cualquier
gomero
o poli corrupto, le da igual. Cualquier cosa con tal de que paren.

Pero no paran. No se tragan ningún nombre. El Doctor (los demás le llaman Doctor) sigue trabajando con el punzón para el hielo, lenta, paciente, metódicamente, indiferente a los gritos de Ernie. Sin prisas.

—¿Quién es Mamada? ¿Quién es Mamada? ¿Quién es Mamada?

—No lo séééééééééééé...

El punzón descubre un nuevo ángulo para alcanzar otro fragmento de hueso y raspa.

Güero Méndez sale de la habitación, estremecido.

—Creo que no lo sabe —dice.

—Yo creo que sí —contesta Raúl—. Es un
macho
, un hijo de puta duro de pelar.

Esperemos que no sea demasiado duro, piensa Adán. Si nos diera el nombre del
soplón
, le dejaríamos marcharse antes de que la situación se nos escape de las manos. Conozco a los norteamericanos, le había dicho Adán a su tío, mejor que tú. Pueden bombardear, quemar y envenenar a otros pueblos, pero hazle daño a uno de ellos y reaccionarán con farisaico salvajismo.

Horas después de que se informara sobre la desaparición de Ernie, un ejército de agentes de la DEA irrumpió en el piso franco de Adán en Rancho Santa Fe.

Fue el mayor alijo de droga de la historia.

Novecientos kilos de cocaína valorados en treinta y siete millones y medio de dólares, dos toneladas de sinsemilla valoradas en otros cinco millones, más otros veintisiete millones en dinero en metálico, más máquinas de contar dinero, balanzas y demás herramientas relacionadas con el tráfico de drogas. Por no hablar de los quince trabajadores mexicanos ilegales que se dedicaban a pesar y empaquetar la coca.

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