Como sucede con todo, primero hemos de darnos cuenta de lo que pasa para cambiar las cosas. Cuando queremos cambiar algo en nosotros, hacemos nuestra limpieza mental; es preciso pues que hagamos lo mismo con la Madre Tierra.
Estamos comenzando a considerar nuestro planeta como un organismo vivo, completo, como una entidad, como un ser en sí mismo; respira, tiene un corazón que late, cuida de sus hijos, nos provee de todo lo que podamos necesitar. Está totalmente equilibrado. Si pasas un día en el bosque o en algún otro paraje natural, observa cómo todos los sistemas del planeta funcionan perfectamente. La Tierra está organizada y dispuesta para llevar a cabo su existencia en equilibrio y armonía absolutos y perfectos.
Y aquí estamos, la gran humanidad que sabe tanto, haciendo todo lo posible por destruir el planeta, alterando su equilibrio y su armonía. Nuestra ambición es uno de los peores obstáculos. Creemos saber más que la naturaleza, y por ignorancia y ambición estamos destruyendo el organismo vivo del que formamos parte. Si destruimos la Tierra, ¿adónde vamos a ir a vivir?
Cuando hablo con otras personas sobre el hecho de que es necesario que tratemos a nuestro planeta con mayor cariño y más cuidado, se quedan agobiadas por los problemas que estamos descubriendo. Da la impresión de que lo que uno puede hacer no afectará para nada el estado de las cosas. Pero eso no es cierto. Si cada cual contribuyera sólo con un poquito, acabaría siendo muchísimo. Es posible que tú no puedas verlo justo delante de tus ojos, pero créeme, la Madre Tierra lo siente colectivamente.
En nuestro grupo de apoyo para el sida tenemos instalada una pequeña mesa para vender libros. Hace poco se nos acabaron las bolsas, y se me ocurrió guardar las bolsas de papel que iba recibiendo al hacer mis compras. Al principio pensé: «Uy, no vas a tener suficientes bolsas esta semana», pero ¡qué equivocada estaba! Hasta por las orejas me salían bolsas. A uno de mis ayudantes le pasó lo mismo. No tenía ni idea de cuántas bolsas por semana gastaba hasta que se le ocurrió guardarlas. Para la Madre Tierra, eso significa la pérdida de unos cuantos árboles cortados para fabricar algo que se va a utilizar sólo durante un par de horas, porque finalmente acabamos tirando las bolsas a la basura.
Ahora llevo un bolso de tela cuando hago mis compras, y si alguna vez me olvido de llevarlo, en la primera tienda pido una bolsa grande y a medida que voy comprando en otras tiendas voy colocando las cosas allí en lugar de pedir más bolsas. Nadie me mira como si fuera un bicho raro por hacer esto: parece algo muy sensato.
En Europa hace mucho tiempo que utilizan bolsas de compra de tela. Un amigo mío inglés vino a visitarme y le encantaba ir a los supermercados de aquí porque quería llevarse las bolsas de papel. Las encontraba tan norteamericanas y elegantes... Puede que sean una tradición muy «mona», pero la verdad es que tenemos que empezar a pensar a escala mundial y considerar los efectos que tienen en nuestro medio ambiente estas pequeñas tradiciones.
Los norteamericanos sobre todo tenemos una especie de manía con esto del envasado de los productos. Cuando estuve en México hace unos años, visité un mercado tradicional y me quedé fascinada por las frutas y verduras que estaban expuestas sin adornos ni envases especiales. Ciertamente no eran tan «bonitas» como las que tenemos en Estados Unidos, pero a mí me parecieron naturales y sanas. Sin embargo, mis acompañantes las encontraron horribles y poco atractivas.
En otra parte del mercado había cajas grandes de especias en polvo. También me quedé fascinada porque colocadas unas junto a las otras formaban un conjunto colorido y pintoresco. Mis amigos dijeron que jamás comprarían ninguna especia de una caja abierta así. «Por qué?», les pregunté. Me contestaron que no era limpio. Volví a preguntarles por qué y entonces la respuesta fue que no estaban envasadas. Me eché a reír. ¿Dónde se pensaban que estaban las especias antes de que las envasaran? Nos hemos acostumbrado tanto a que nos presenten las cosas de cierta forma, que nos resulta difícil aceptarlas si no las vemos envasadas y etiquetadas.
Dispongámonos a ver dónde podemos hacer pequeños ajustes en bien del medio ambiente. Aun cuando lo único que hagas sea ir a comprar llevando contigo una bolsa de tela, o cerrar el grifo mientras te lavas los dientes, ya es una gran contribución.
En mi editorial hacemos todo lo posible por la preservación de la naturaleza. Recogemos todo el papel usado que es reciclable y un encargado lo lleva a la planta de reciclaje. Volvemos a utilizar los sobres acolchados. Siempre que podemos usamos papel reciclado en nuestros libros, aun cuando es un poco más caro. A veces no es posible conseguirlo, pero en todo caso siempre lo pedimos, porque comprendemos que si insistimos en ello, finalmente todos los impresores lo tendrán. Así es como funcionan todos los aspectos de la preservación de la naturaleza. Creando la demanda de algo, ayudamos a sanar al planeta de diferentes formas como poder colectivo.
En casa hago de jardinera orgánica y preparo mi propio abono. Todo resto de vegetal va a parar al montón del abono. Ni una hoja de lechuga ni una hoja de árbol abandona mi propiedad. Soy partidaria de devolver a la tierra lo que se ha sacado de ella. Tengo algunos amigos que incluso me guardan sus restos de verduras. Los van metiendo en una bolsa en el congelador y cuando vienen a yerme los echan en mi cubo para el abono. Lo que entra allí como basura sale convertido en rica y nutritiva tierra para mis plantas. Debido a mis prácticas de reciclaje, mi jardín produce abundantemente para cubrir mis necesidades y además es hermoso.
Come alimentos nutritivos
Nuestro planeta está preparado para proporcionarnos sin excepción todo cuanto precisamos. Dispone de todos los alimentos que necesitamos. Si comemos lo que nos proporciona, nos mantendremos sanos porque eso forma parte del plan natural. Sin embargo nosotros, con nuestra «gran inteligencia», hemos creado una gran variedad de comida basura, y luego nos preguntamos por qué nuestra salud no es demasiado buena. Muchas personas siguen una dieta de dientes para afuera. «Sí, ya lo sé», dicen y estiran la mano para agarrar una golosina llena de azúcar. Cuando hace unas dos generaciones aparecieron los primeros platos o alimentos preparados, exclamamos «Ah, qué maravilla!», y después fueron apareciendo otros y otros y otros, hasta que llegamos al punto en que hoy nos encontramos: hay personas en Estados Unidos que jamás han probado un alimento de verdad. Todo está enlatado, procesado, congelado, tratado con productos químicos y, para rematarlo, «microondeado».
No hace mucho leí que los jóvenes que entraban al servicio militar no tenían el sistema inmunológico sano como lo tenían los jóvenes de hace veinte años. Si no le damos a nuestro cuerpo los alimentos naturales que necesita para fortalecerse y curarse, ¿cómo podemos esperar que nos dure toda una vida? A esto añadamos el abuso del tabaco, el alcohol y otras drogas, una dosis de odio a uno mismo, y tenemos las condiciones perfectas para que florezca la enfermedad.
Hace poco tuve una experiencia muy interesante. Me apunté a un cursillo llamado «Curso para el Conductor Responsable». Estaba lleno de personas mayores de 55 años que evidentemente estaban allí para ahorrarse de un tres a un diez por ciento del seguro del coche. Encontré absolutamente fascinante que nos pasáramos toda la mañana hablando de enfermedades, de todas las enfermedades que hay que esperar cuando nos hacemos mayores. Hablamos de enfermedades de la vista, del corazón y de los oídos. Al llegar la hora del almuerzo, el noventa por ciento de esas mismas personas se precipitaron al restaurante de comida rápida más cercano.
«Aún no captamos el mensaje, ¿verdad?», pensé para mis adentros. Mil personas mueren diariamente a causa del tabaco. Eso significa 365.000 personas al año. Tengo entendido que más de 500.000 personas mueren de cáncer cada año. Un millón de personas mueren de infarto cada año. ¡Un millón de personas! Sabiendo esto, ¿por qué vamos a los restaurantes de comida rápida y prestamos tan poca atención a nuestro cuerpo?
La curación: la nuestra y la del planeta
En esta etapa de transición, uno de los catalizadores ha sido la crisis del sida, que nos muestra cuán poco nos amamos y la cantidad de prejuicios que tenemos. Tratamos con tan poca comprensión y compasión a las personas enfermas de sida Una de las cosas que verdaderamente me gustaría ver en este planeta y que deseo contribuir a crear, es un mundo en el que podamos amarnos los unos a los otros sin riesgos, con toda confianza.
De pequeños deseábamos ser amados tal como éramos, aun cuando fuéramos demasiado flacos o demasiado gordos, demasiado feos o demasiado tímidos. Hemos venido a este planeta a aprender a amarnos incondicionalmente, primero a nosotros mismos y luego a los demás. Es preciso que dejemos de pensar en términos de «ellos y nosotros», porque eso no existe. Sólo existimos «nosotros». No existe ningún grupo que sea desechable o que se pueda sacrificar o que sea «menos que...».
Cada uno de nosotros tiene una lista de «esas» personas. No podemos ser verdaderamente espirituales mientras haya una persona «de ésas». Muchos nos criamos en familias en las que el prejuicio era algo normal y natural, y cuyos miembros consideraban que un determinado grupo no era bueno. Con el fin de creernos mejores despreciábamos al otro grupo. Sin embargo, mientras decimos que otra persona no es buena o no vale lo suficiente, lo que realmente hacemos es reflejar que «nosotros» no somos buenos o valiosos. Recuerda: todos somos espejos de todos.
Recuerdo el día en que me invitaron al
Show de Oprah Winfrey
. Aparecí en televisión con cinco personas enfermas de sida a las que les iba muy bien en su proceso de curación. Los seis nos habíamos reunido a cenar la noche anterior. Fue una reunión increíblemente poderosa. Cuando nos sentamos a cenar la energía era extraordinaria. Yo me eché a llorar porque esto era algo por lo que luchaba desde hacía años: entregar un mensaje positivo al público norteamericano, un mensaje de esperanza. Estos enfermos de sida se estaban curando a sí mismos, y no era fácil. Los médicos les habían dicho que iban a morir; sin embargo, ellos experimentaban con diferentes métodos y estaban dispuestos a superar sus propias limitaciones.
Grabamos el programa al día siguiente y fue muy hermoso. Yo estaba contenta de que también estuvieran representadas las mujeres enfermas de sida. Deseaba que Norteamérica abriera su corazón y comprendiera que el sida no sólo afecta a personas que a la sociedad en general no le importan. Afecta a todo el mundo. Cuando salía, Oprah me dijo: «Louise, Louise, Louise», se me acercó y me dio un apretado abrazo.
Creo que ese día hicimos llegar un mensaje de esperanza. He oído decir al doctor Bernie Siegel que de cada forma de cáncer hay alguien que se ha autocurado. De modo que siempre hay esperanza, y la esperanza nos da posibilidades. Hay algo por lo cual trabajar en lugar de agarrarnos la cabeza con las manos y decir que no hay nada que hacer.
El virus del sida está simplemente siendo lo que es. Se me parte el corazón al pensar que habrá cada vez ms personas heterosexuales que van a morir del sida porque el gobierno y la medicina no están actuando con la suficiente rapidez. Mientras se lo considere una enfermedad de homosexuales no recibirá la urgente atención que requiere, de modo que ¿cuántas personas heterosexuales tendrán que morir para que se lo considere una enfermedad legítima?
Pienso que cuanto más pronto dejemos de lado nuestros prejuicios y trabajemos por una solución positiva a la crisis, más pronto sanará todo el planeta. Sin embargo, no podemos sanar el planeta si permitimos que sufra la gente. En mi opinión, el sida forma parte de la contaminación del planeta. ¿Sabías que los delfines de las costas de California están muriendo de enfermedades de inmunodeficiencia? Yo no creo que eso se deba a sus prácticas sexuales. Hemos contaminado nuestras tierras hasta el punto de que gran parte de la producción agrícola no es apta para el consumo. Estamos matando a los peces en nuestros mares. Estamos contaminando el aire, de modo que ahora hay lluvia ácida y un agujero en la capa de ozono. Y continuamos contaminando nuestros cuerpos.
El sida es un mal-estar terrible; sin embargo, el número de personas que mueren de sida es menor que el de personas que mueren de cáncer, de un infarto o por causa del tabaco. Buscamos venenos cada vez más potentes para eliminar las enfermedades que creamos, pero no queremos cambiar nuestro estilo de vida ni nuestra alimentación. Preferimos tomar algún fármaco o someternos a una operación quirúrgica, que sanar. Cuanto más reprimidos, más problemas se manifiestan de otras formas. La medicina y la cirugía sólo se ocupan del diez por ciento de todas las enfermedades: parece increíble pero es cierto. Con todo el dinero que gastamos en productos químicos, radiaciones y cirugía, resulta que todo esto sólo cura el diez por ciento de nuestras enfermedades.