Read El policía que ríe Online
Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö
— Repasar todo esto nos llevará una semana —dijo.
— Como mínimo. ¿Conoces los hechos básicos?
— No. Ni siquiera en líneas generales.
— Por aquí deben de tener un resumen en alguna parte. Si no, yo te lo hago.
Kollberg asintió. Martin Beck hojeó los papeles y dijo:
— Los hechos, en sí mismos, son claros e inequívocos. Muy simples. Precisamente en ello estriba la dificultad.
— Empieza —dijo Kollberg.
— La mañana del 10 de junio de 1951, es decir, hace más de dieciséis años, un individuo que buscaba a su gato, que se había escapado, encontró a una mujer muerta en unos matorrales cercanos al estadio de Stadshagen, en Kungsholmen, aquí en la ciudad. Estaba desnuda y tumbada boca abajo, con los brazos pegados a los costados. La investigación forense reveló que la víctima había sido estrangulada y que llevaba muerta aproximadamente cinco días. El cuerpo estaba bien conservado y, por lo visto, había estado en una cámara frigorífica o en algún otro sitio parecido. Todo apuntaba a un crimen de tipo sádico, pero como había transcurrido tanto tiempo, el forense no consiguió encontrar indicios fehacientes de agresión sexual.
— Lo cual, normalmente, es señal de que se trata de un asesinato sádico —dijo Kollberg.
— Exactamente. Por otro lado, la investigación realizada en el lugar del crimen puso de manifiesto que el cuerpo había estado allí como mucho doce horas, circunstancia que posteriormente vinieron a confirmar los testigos que pasaron por el lugar la noche anterior y que no hubieran podido dejar de ver el cadáver, caso de encontrarse allí. Aparecieron además fibras y partículas de tejidos que mostraban que la mujer había sido conducida hasta ese sitio envuelta en una manta de fieltro gris. Quedaba completamente claro, por tanto, que el lugar del hallazgo no coincidía con el lugar del crimen, y que el cuerpo había sido arrojado entre los arbustos. Tampoco se hizo ningún esfuerzo especial por cubrirlo, echando encima musgo, ramas o alguna otra cosa. Bueno, y esto sería todo… Aunque quizá habría que añadir un par de cosas más: primero, que cuando murió, la mujer llevaba bastantes horas sin comer. Y segundo, que no pudieron encontrarse huellas del asesino, del tipo pisadas y demás.
Martin Beck pasó página y hojeó el texto mecanografiado.
— Ese mismo día se consiguió identificar a la mujer. Se llamaba Teresa Camarão. Tenía veintiséis años y había nacido en Portugal. Llegó a Suecia en 1945 y ese mismo año se casó con un compatriota llamado Henrique Camarão, dos años mayor, que había trabajado como telegrafista en la marina mercante, puesto que más tarde abandonó para emplearse como técnico radiofónico. Teresa Camarão nació en Lisboa en 1925. Según la policía portuguesa, procedía de buena familia, bien situada. Clase media alta. Había venido aquí a estudiar en la universidad, con algo de retraso debido a la guerra. Pero de estudios no hubo nada, en su lugar conoció al tal Henrique Camarão y se casó con él. No tenían hijos. Vivían bien. Residían en Torsgatan.
— ¿Quién la identificó?
— La policía. Quiero decir, gente de la brigada antivicio. La conocían muy bien desde hacía dos años. El 15 de mayo de 1949, las circunstancias permitían precisar la fecha exacta, su vida dio un vuelco completo. Abandonó el domicilio familiar (eso es lo que pone aquí) y desde entonces se movió en el mundo del hampa. En resumidas cuentas: se hizo puta. Era ninfómana y durante esos dos años tuvo tiempo de acostarse con centenares de hombres.
— Sí, lo recuerdo —dijo Kollberg.
— Pues ahora viene la guinda de todo el pastel. En el plazo de tres días la policía encontró nada menos que tres testigos que, la noche anterior, a eso de las once y media, afirmaron haber visto un coche aparcado en Kungsholmsgatan, en la cuesta que conduce hasta el sendero donde apareció el cuerpo. Los tres eran hombres. Dos de ellos cruzaron en coche. El tercero, a pie. Los dos que iban en coche vieron también a un hombre junto al vehículo. Junto a él, en el suelo, había un bulto de dimensiones semejantes a las de un cuerpo humano, envuelto en lo que parecía ser una manta gris. El tercer testigo pasó por allí varios minutos más tarde y sólo vio el coche. Las descripciones que dieron del individuo eran vagas. Llovía, el individuo estaba en penumbra, y todo lo que podía concretarse con seguridad es que se trataba de un hombre y que era bastante alto. Cuando les preguntaron qué querían decir con lo de «bastante alto», las respuestas oscilaron entre un metro setenta y cuatro y un metro ochenta y cinco, lo cual incluye al noventa por ciento de la población masculina de este país. Pero…
— ¿Pero qué?
— Pues que en lo referente al coche los tres testigos coincidieron. Todos ellos dijeron, por separado, que se trataba de un coche francés, de la marca Renault, modelo CV—4, que fue lanzado al mercado en 1947 y que luego se siguió fabricando con cambios insignificantes de un año para otro.
— El Renault CV—4 —dijo Kollberg— fue diseñado por el ingeniero alemán Porsche, durante el tiempo en que los franceses lo tuvieron retenido como criminal de guerra. Lo tenían encerrado en la portería de la fábrica, donde se pasaba el día dibujando. Luego, por lo visto, fue absuelto, y los franceses ganaron miles de millones con ese coche.
— Tus conocimientos de las más diversas materias son asombrosos —dijo secamente Martin Beck—. ¿No podrías explicarme también la relación existente entre el caso Teresa y la muerte de Stenström a manos de un asesino en masa, acaecida en un autobús hace cuatro semanas?
— Espera un poco —respondió Kollberg—. ¿Y qué pasó después?
— Luego sucedió lo siguiente: La policía de Estocolmo puso en marcha el mayor despliegue jamás conocido en la historia del país. La investigación alcanzó dimensiones descomunales. Bueno, tú mismo puedes comprobarlo aquí. Se interrogó a varios centenares de personas que habían conocido y estado en contacto con Teresa Camarão, pero no se consiguió aclarar quién fue la última persona que la vio con vida. Todas las pistas cesaban justo una semana antes de la aparición del cadáver. Ese día, pasó la noche con un individuo en un hotel de Nybrogatan, y luego se despidió de él a las doce y media de la mañana, delante de un restaurante de Mäster Samuelsgatan. Punto final. Luego se procedió a registrar todos los CV—4 que fue posible hallar. Primero en Estocolmo, pues los testigos afirmaban que la matrícula tenía una A. Luego se examinaron todos los demás coches del país, sospechando que la matrícula podía ser falsa. Eso casi les llevó un año. Y finalmente quedó probado, y digo bien: probado, que ninguno de estos coches pudo haberse hallado junto a Stadshagen a las once y media de la noche el 9 de junio de 1951.
— Vale —dijo Kollberg—. Y desde ese momento…
— Eso es. Desde ese momento la investigación quedó varada como una ballena. Sencillamente, estaba terminada. Todo se había realizado como mandan los cánones. El único problema era que Teresa Camarão había sido realmente asesinada y no se sabía quién lo hizo. Los últimos coletazos del caso Teresa se remontan a 1952, cuando los servicios policiales de Dinamarca, Noruega y Finlandia notificaron que el condenado coche no podía proceder de Escandinavia. Simultáneamente, las aduanas suecas confirmaron que tampoco podía haber entrado desde algún otro país extranjero. En aquella época, como quizá recuerdes, no había todavía muchos coches, y pasar un coche por la frontera requería un montón de trámites.
— Sí, lo recuerdo. ¿Y los testigos eran fiables?
— Los dos testigos que iban en el coche eran compañeros de trabajo.
Uno de ellos era contramaestre en un taller de automóviles y el otro, mecánico. El tercer individuo estaba también muy bien documentado en asuntos de coches, porque trabajaba… a ver, adivina qué profesión tenía…
— ¿Director de las factorías Renault?
— No. Era sargento de policía. Especializado en tráfico. Carlberg, se llamaba. Ya ha muerto. Pero tampoco se descuidó este punto. Ya entonces habíamos empezado un poco a trabajar el tema de la psicología de los testigos. Así que los individuos tuvieron que pasar por una serie de tests. Se les pidió también, separadamente, que identificaran siluetas de diferentes tipos de coche, proyectadas mediante un proyector. Los tres reconocieron los tipos de coche más corrientes, y el contramaestre llegó incluso a identificar modelos de lo más atípico, como Hispano-Suiza o Pegaso. Ni siquiera dibujando un coche que no existía consiguieron engañarle. Dijo que la parte delantera era un Fiat 500 y la parte trasera un Dyna Panhard.
— Impresionante —dijo Kollberg—. Pero, ¿y qué pensaban los colegas que llevaban la investigación, quiero decir, a título personal?
— Lo que se decía dé puertas para adentro es que el nombre del asesino debía estar entre los papeles, que debía tratarse de alguno de los innumerables individuos que se habían acostado con Teresa Camarão y que, en uno de esos accesos típicos de los criminales de carácter sexual, había terminado estrangulándola. Decían también que la investigación se había colapsado como consecuencia de algún error cometido en la identificación del Renault. Así que otra vez se pusieron a revisarlo todo. Y otra más. Luego se pensó, con razón, que había pasado ya tanto tiempo que las huellas habrían desaparecido. Siguieron pensando que el control de los vehículos había fallado en algún punto, pero que ya era demasiado tarde para remediarlo. Estoy seguro de que por ejemplo Ek, que participó en aquello, sigue siendo de esa opinión. En buena medida, yo también la comparto, pues no encuentro ninguna otra explicación.
Kollberg permaneció callado un rato. Luego preguntó:
— ¿Y qué le pasó a Teresa el día al que te has referido antes, en mayo de 1949?
Martin Beck estudió los papeles y dijo:
— Sufrió una especie de shock que desembocó en un fenómeno psicológico y en un estado psicofísico que resulta relativamente raro, pero que en modo alguno es singular. Teresa Camarão había crecido en una familia de clase alta. Sus padres eran católicos, como ella misma. Cuando se casó, a los veinte años, seguía virgen. Los cuatro años que estuvo con su marido hizo una vida típicamente sueca, aunque ambos eran extranjeros, en el entorno social que sigue siendo típico de la clase social media-alta acomodada. Se trataba de una mujer reservada, inteligente y de carácter tranquilo. Su marido pensaba que su matrimonio era feliz. Un médico dice aquí que era un producto puro de los dos medios en que había vivido: la clase alta católica más estricta y la burguesía sueca más estricta, con todos los tabúes morales que cada una de ellas tiene, por no hablar del resultado producido por la suma de ambas. El 15 de mayo de 1949 su marido estaba en Norrland, en viaje de trabajo. Ella fue a una conferencia junto con una amiga. Allí se encentraron con un hombre al que la amiga conocía desde hacía tiempo. Él las acompañó hasta el piso de los Camarão en Torsgatan, donde la amiga tenía intención de pasar la noche, pues también su marido estaba fuera. Tomaron té y unas copas de vino y hablaron de la conferencia. El tipo aquel estaba deprimido, porque había tenido bronca con una chica, con la que, por cierto, se casó al poco tiempo. En ese momento no salía con nadie. Teresa le pareció guapa, cosa que efectivamente era, e intentó ligar con ella. La amiga, que sabía que Teresa tenía unos principios morales muy estrictos, se fue a acostar a un sofá situado en el recibidor, desde donde podía oírlo todo. El tipo insistió un sinfín de veces a Teresa que se acostara con él, pero ella se negó en todo momento. Entonces la levantó de la silla, la llevó en volandas hasta el dormitorio, le quitó la ropa y se acostó con ella. Que se sepa, Teresa Camarão jamás en su vida adulta se había mostrado desnuda delante de nadie, ni siquiera delante de otras mujeres. Nunca antes había tenido un orgasmo. Esa noche tuvo veinte, o algo por el estilo. En algún momento de la madrugada, el tipo le dijo adiós y se largó. Ella lo estuvo llamando a razón de diez veces al día durante toda una semana, pero luego ya no volvió a saber más de él. El tipo solucionó las movidas que tenía con su novia y se casaron. La cosa salió bastante bien. Él aguantó diez interrogatorios, aquí están las actas. Lo marearon de lo lindo, pero tenía coartada y no poseía coche. Además, era un individuo honrado y decente, que estaba felizmente casado y no había traicionado nunca a su mujer.
— ¿Y fue a raíz de este suceso cuando Teresa inició su carrera?
— Sí, en el más estricto sentido de la palabra. Se fue de casa, fue repudiada por su marido y expulsada de los círculos a los que había pertenecido. En el plazo de dos años, vivió durante breves periodos de tiempo con una veintena de hombres y mantuvo relaciones sexuales con un número diez veces superior. Era ninfómana y no le hacía ascos a nada. Al principio, gratis; después, parece ser, a cambio de dinero, al menos temporalmente. Naturalmente, nunca encontró a nadie dispuesto a seguir con ella durante mucho tiempo. Entre sus conocidos no había ninguna mujer. Su descenso por la escala social fue rápido. En menos de medio año, la mayor parte de sus relaciones procedían de los círculos sociales de personas sin domicilio fijo que, por entonces, denominábamos «el inframundo». También comenzó a beber. Los policías encargados de moralidad pública la conocían, pero no consiguieron intervenir a tiempo. Alguien consideró la posibilidad de encerrarla por vagancia, pero cuando quisieron hacer algo ya estaba muerta.
Martin Beck señaló el informe y siguió:
— Entre estos papeles hay también un montón de interrogatorios con hombres que tuvieron relaciones con ella. Dicen que era pesada e insaciable. La mayor parte de ellos salían espantados ya la primera vez, especialmente los que estaban casados y sólo pretendían echar una cana al aire. Conocía a un buen número de maleantes y gángsters de pacotilla, rateros y ladrones de motos, estraperlistas y gente por el estilo. Supongo que recuerdas el tipo de clientela que teníamos en aquellos tiempos…
— ¿Y qué pasó con su marido?
— Se consideró salpicado por el escándalo, hasta cierto punto con razón, así que cambió su nombre y adquirió la nacionalidad sueca. Conoció a una chica de Stocksund, de buena familia; se casó con ella, tuvo dos hijos, y continúa viviendo felizmente en su mansión de Lidingö. Su coartada, por cierto, estaba tan bien impermeabilizada como la flota del capitán Cassel.
— ¿Como qué?
— Sabes de todo menos de barcos —dijo Martin Beck—. Si echas un vistazo a esa carpeta, te darás cuenta de dónde sacó Stenström algunas de sus ideas…