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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

El policía que ríe (25 page)

BOOK: El policía que ríe
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Kollberg echó un vistazo a la carpeta.

— Hostias. Es la tía más peluda que he visto en mi vida. ¿Se puede saber quién hizo estas fotos?

— Una persona aficionada a la fotografía que tenía una coartada perfecta y no disponía de coche Renault. Pero que, a diferencia de Stenström, se sacaba un dinerillo vendiendo las fotos. Como recordarás, en aquella época no había empezado todavía la marea de material pornográfico más avanzado.

Permanecieron en silencio durante un rato. Finalmente, Kollberg dijo:

— ¿Y qué relación hay entre todo esto y el hecho de que Stenström y otras ocho personas fueran tiroteadas en un autobús dieciséis años más tarde?

— Absolutamente ninguna —dijo Martin Beck—. Simplemente, regresamos a la hipótesis del asesino loco que busca causar sensación.

— ¿Y por qué no dijo nada sobre…?

Comenzó Kollberg, pero se interrumpió.

— Exacto —dijo Martin Beck—. Eso encuentra ahora su explicación natural. Stenström estuvo repasando casos sin resolver. Como era ambicioso y todavía un poco ingenuo, eligió el más desesperado de todos los que encontró. «Si logro aclarar el caso Teresa», debió de decirse, «habré realizado una hazaña sin parangón». Y no nos dijo nada porque sabía que algunos de nosotros nos reiríamos de él. Cuando le dijo a Hammar que no quería encargarse de casos viejos, en realidad ya había tomado la decisión de ocuparse de éste. Por la época en que Teresa Camarão yacía en el depósito de cadáveres, Stenström tenía doce años, y es de suponer que ni siquiera leía los periódicos. Debió de pensar que sería capaz de examinar el caso con ojos nuevos. Se trasegó toda la documentación.

— ¿Y qué descubrió?

— Nada. Porque no hay nada que descubrir. No hay ni siquiera un solo cabo suelto.

— ¿Cómo puedes saberlo?

Martin Beck miró seriamente a Kollberg y le explicó:

— Lo sé porque yo también hice lo mismo hace once años. No encontré absolutamente nada. Aunque la verdad es que yo no disponía de una Åsa Torell para realizar experimentos sobre psicología sexual. Supe de que se había ocupado Stenström en el instante mismo en que me contaste todas aquellas cosas sobre Åsa. Pero se me olvidó que tú no sabías tanto como yo sobre Teresa Camarão. Por lo demás, debería haberme dado cuenta mucho antes, cuando encontramos las fotos en su escritorio.

— O sea, que estaba ensayando una especie de método psicológico…

— Sí, era lo único que quedaba por probar: echar mano de alguien que de algún modo se pareciera a Teresa e investigar sus reacciones. No deja de ser razonable hacer algo así, especialmente cuando tienes en casa a la persona adecuada. Una investigación como ésta carece de lagunas. Si no…

— ¿Qué?

— Iba a decir que si no habría que encomendarse a una médium, cosa que, por cierto, también debió de ocurrírsele a alguna lumbrera. Lo dice el informe.

— Pero todo esto nada nos dice sobre lo que hacía en el autobús.

— No, ni lo más mínimo.

— Bueno, en cualquier caso, quiero mirar un par de cosas.

— Sí, claro, hazlo —dijo Martin Beck.

Kollberg buscó información sobre Henrique Camarão, que ahora se hacía llamar Hendrik Caam, un hombre gordo de mediana edad que suspiraba y miraba de reojo, con cara de infelicidad, a su rubia esposa de clase alta y a su hijo de trece años con americana de terciopelo y pelo arreglado a lo Beatles, al tiempo que decía:

— ¿Pero es que nunca me van a dejar tranquilo? Este verano pasado, sin ir más lejos, estuvo aquí un detective joven y…

Kollberg también comprobó la coartada del señor director Caam para la tarde del 13 de noviembre. Impecable.

Buscó también al individuo que le había hecho las fotos a Teresa dieciocho años antes. Y lo que encontró fue un viejo ratero, alcoholizado y sin dientes, que permanecía recluido en el pabellón de Långholmen destinado a internos de larga duración. El viejo contrajo su boca fruncida y dijo:

— Teresie, ¡vaya si la recuerdo! Tenía los pezones como el tapón de una botella de aguardiente. Por cierto, hace unos meses ya estuvo por aquí un madero…

Kollberg leyó pacientemente hasta la última línea del informe. Le llevó exactamente una semana. La noche del martes 18 de diciembre de 1967 acabó la última página. Después miró a su mujer, que llevaba ya varias horas dormida, con la cabeza oscura y desmelenada hundida en la almohada. Yacía boca abajo, con la rodilla derecha levantada y la colcha bajada hasta la cintura. Luego oyó los crujidos del diván del salón. Era Åsa Torell, que se levantaba, salía a la cocina y bebía un vaso de agua. Todavía le resultaba difícil conciliar el sueño.

«En todo esto no hay ni una sola laguna», pensó Kollberg. «Ni un solo cabo suelto. De todos modos, mañana haré una lista de todas las personas que fueron interrogadas o que tuvieron algún contacto conocido con Teresa Camarão. Luego veremos quiénes viven aún, y a qué se dedican».

CAPÍTULO XXVI

Un mes había transcurrido ya desde el día en que sonaron sesenta y siete tiros en el autobús de Norra Stationsgatan, pero el asesino múltiple, con nueve vidas a sus espaldas, andaba todavía suelto.

La Dirección General de Policía, la prensa y el segmento de la opinión pública que se dedica a escribir cartas a los periódicos no eran los únicos que se mostraban impacientes. Había, además, otra categoría humana especialmente interesada en que la policía cogiera al culpable lo antes posible. Dicho grupo era lo que popularmente se denomina el mundo del hampa.

La mayoría de quienes, en condiciones normales, se dedicaban a la actividad delictiva, se habían visto en los últimos meses condenados a la inacción. Mientras la policía continuara alerta, lo mejor era portarse bien. En todo Estocolmo no había un solo ratero, drogadicto, camello, ladrón o chulo de putas que no desease de todo corazón la inmediata detención del asesino, para que así la policía pudiera volver a emplearse contra los manifestantes anti-Vietnam y los infractores de las normas de aparcamiento, permitiéndoles a ellos volver al ejercicio de su profesión.

Por una vez, todo esto generó una ola de solidaridad con la policía, de forma tal que la mayoría no ponía reparo alguno a la hora de colaborar en la búsqueda del criminal.

De esta manera, los esfuerzos de Rönn para poner orden en las piezas del rompecabezas denominado Nils Erik Göransson se beneficiaron notablemente de la disponibilidad de tales individuos. Hasta Rönn se daba perfecta cuenta de las razones que motivaban la inusitada benevolencia con que se le recibía, mas no por ello dejaba de quedarles muy agradecido.

Había dedicado las últimas noches a ponerse en contacto con personas que conocían a Göransson. Las había ido encontrando en casas a punto de derribo, tabernas, tugurios de cerveza, salones de billar y pensiones para solteros. Y aunque no todas se mostraron dispuestas a transmitirle sus conocimientos, muchas sí lo hicieron.

La noche del 13 de diciembre, día de Santa Lucía, conoció en una gabarra amarrada en Söder Mälarstrand a una chica que le prometió que la tarde siguiente le pondría en contacto con Sune Björk, el individuo que durante varias semanas había compartido su casa con Göransson.

El día siguiente era jueves, y Rönn, que en los últimos días apenas había pegado ojo, dedicó la mitad del día a dormir. Se levantó a la una de la tarde y ayudó a su mujer a hacer la maleta. La había convencido para que se fuese a pasar la Navidad a casa de sus padres en Arjeplog, pues tenía la sospecha de que este año él mismo no iba a disponer de mucho tiempo para celebraciones.

Tras despedir a su mujer en el andén, volvió en coche a casa y se sentó a la mesa de la cocina con bolígrafo y papel. Puso delante el informe de Nordin y su propia libreta de notas, se caló las gafas y comenzó a escribir:

Nils Erik «Nisse» Göransson.

Nacido en Estocolmo y registrado en la congregación de los finlandeses, el 4 de octubre de 1929.

Padres: Algot Erik Göransson, electricista, y Benita Rantanen.

Los padres se divorciaron en 1935. La madre se marchó a Helsinki y el padre recibió la custodia del hijo.

G. vivió en casa de su padre en Sundbyberg hasta 1945.

Siete años de escuela, luego dos aprendiendo el oficio de pintor.

En 1947 se fue a vivir a Gotemburgo, donde trabajó como aprendiz de pintor. Casado en Gotemburgo el 1 de diciembre de 1948 con Gudrun Maria Svensson. Divorciados el 13 de mayo de 1949.

Desde junio de 1949 hasta marzo de 1950 trabajó como marinero en los barcos de la Sveabolaget, cubriendo líneas en el Báltico.

En el verano de 1950 se vino a vivir a Estocolmo. Hasta noviembre de ese mismo año estuvo empleado en la empresa de pinturas Amandus Gustavsson, de la que fue despedido, al parecer, por consumo de alcohol en horario laboral. Parece que a partir de este momento empezó su caída en picado. Empleado sólo en trabajos ocasionales, como portero nocturno, recadero, peón, mozo de almacén y cosas por el estilo, lograba mantenerse, probablemente, mediante pequeños robos y otros delitos de poca monta. Sin embargo, no ha sido nunca detenido como sospechoso de ningún delito, pero en alguna ocasión sí que se le ha echado el alto por estar bajo los efectos del alcohol. En ocasiones ha empleado el apellido de soltera de su madre, Rantanen. Su padre murió en 1958, y entre esta fecha y 1964 habitó el piso de éste, en Sundbyberg. Fue desalojado en 1964, después de tres meses sin pagar el alquiler.

Al parecer, empezó a consumir droga en algún momento de 1964. Desde este año y hasta el momento de su muerte careció de residencia fija. En enero de 1965 se fue a vivir con Gurli Löfgren, Skeppar Karls grand, 3. La convivencia duró hasta la primavera de 1966. Ni Löfgren ni él tenían en aquel momento trabajo fijo. Löfgren figura en el registro de la brigada antivicio, pero dada su edad y aspecto físico, no parece que la prostitución haya podido reportarle grandes ingresos en aquel tiempo. También ella era adicta a las drogas.

Gurli Löfgren murió de cáncer el día de Navidad de 1966, a los cuarenta y siete años. A comienzos de marzo de 1967 Göransson conoció a Magdalena Rosén (alias la Rubia Malin), con la que residió en el inmueble situado en Arbetargatan, desde el 3 hasta el 29 de agosto de 1967. Desde comienzos de septiembre hasta mediados de octubre de este año residió ocasionalmente en casa de Sune Björk.

Tras contraer una enfermedad sexual (gonorrea) recibió tratamiento en dos ocasiones (octubre-noviembre) en el hospital de Sankt Göran.

La madre volvió a casarse y reside en Helsinki desde 1947. Fue informada por carta de la muerte de su hijo.

Rosén declara que Göransson tenía siempre dinero, y que no sabe de dónde salía. Dice también que ella no tiene constancia de que vendiera droga ni de que ejerciera ningún otro tipo de actividad.

Rönn releyó lo que había escrito. Su letra era tan diminuta que todo el informe cabía holgadamente en un pliego de tamaño A4. Puso la hoja en su cartera, metió la libreta en el bolsillo y se fue a ver a Sune Björk.

La chica de la gabarra le estaba esperando junto al quiosco de prensa de la plaza Maria.

— Yo no te acompaño —dijo—. Pero ya he hablado con Sune, y está enterado de que vas. Espero no haber metido la pata. No soy una chivata.

Le dio una dirección situada en Tavastgatan y desapareció en dirección a Slussen.

Sune Björk era más joven de lo que Rönn esperaba. Seguramente no tendría más de veinticinco años. Lucía una barba rubia y parecía relativamente agradable. Nada en su apariencia hacía pensar que fuera drogadicto, y Rönn se preguntó qué podía tener en común con Göransson, bastante más viejo y deteriorado.

El apartamento tenía una única habitación, más la cocina, y estaba pobremente amueblado. Las ventanas daban a un patio trasero lleno de trastos. Rönn tomó asiento en la única silla de la habitación y Björk se sentó en la cama.

— He oído que quería saber cosas sobre Nisse —dijo Björk —. Debo reconocer que yo mismo no sé mucho sobre él, pero pensé que a lo mejor podría usted llevarse sus cosas.

Se agachó, sacó una bolsa de papel colocada a los pies de la cama y se la entregó a Rönn.

— Esto se lo dejó aquí cuando se largó. Se llevó consigo un montón de cosas. Aquí se dejó sobre todo ropa. Un montón de mierda.

Rönn cogió la bolsa y la dejó junto a la silla.

— ¿Podría contarme cuánto tiempo hace que conoce a Göransson, cómo y cuándo lo conoció y cómo es que le permitió instalarse en su casa?

Björk se reacomodó sobre la cama, con las piernas cruzadas.

— Claro que sí. ¿Me da un cigarrillo?

Rönn sacó un paquete de Prince, extrajo un cigarrillo y se lo ofreció a Björk, que rompió el filtro y lo encendió.

— Un día estaba sentado en Zum Franziskaner tomándome una birra. Nisse estaba en la mesa de al lado. No lo conocía de antes, pero empezamos a charlar y me invitó a vino. Me pareció un tío legal, así que cuando cerraron y me dijo que no tenía nadie con quien irse me lo traje aquí. Esa noche acabamos bastante borrachos y al día siguiente me pagó el papeo y unos tragos en Södergård. Esto fue el tres o el cuatro de septiembre, no recuerdo bien.

— ¿Y no se dio usted cuenta de que era drogadicto? —preguntó Rönn.

— En ese momento, no. Pero pasados un par de días se metió un chute por la mañana, cuando nos levantamos, y entonces caí. Por cierto, me ofreció pero yo paso de esa mierda.

Björk llevaba arremangadas las mangas de la camisa por encima del codo. Rönn echó una mirada de experto a sus brazos y constató que probablemente decía la verdad.

— La verdad es que usted no anda muy sobrado de sitio. ¿Por qué le dejó vivir aquí durante tanto tiempo? ¿Le pagaba algo?

— Me pareció un tío majo. No me daba pasta por el catre, pero andaba bien de pasta y compraba todo lo que hacía falta, papeo, bebidas y demás.

— ¿De dónde sacaba el dinero?

Björk se encogió de hombros.

— No tengo ni idea. Eso no era asunto mío. Lo que sí sé es que estaba sin curro.

Rönn observó las manos de Björk, que estaban negras de suciedad retestinada.

— ¿Y usted en qué trabaja?

— Coches —dijo Björk—. He quedado con una piba dentro de un rato, así que si no le importa darse prisa… ¿Quiere saber algo más?

— ¿De qué hablaba? ¿Le contaba cosas de su vida?

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