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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El río de los muertos (39 page)

BOOK: El río de los muertos
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—Eres el hechicero Dalamar —dijo Mina, volviendo los ambarinos ojos hacia él—. Se me informó que te encontraría aquí.

—Soy Dalamar, el Señor de la Torre. Me interesaría mucho saber quién te dijo dónde encontrarme —repuso el hechicero mientras metía las manos en las mangas de la túnica y hacía una grácil reverencia.

—El Señor de la Torre... —repitió suavemente Mina, con un atisbo de sonrisa, como si supiera la verdad de la situación—. En cuanto a cómo te encontré, fueron los muertos quienes me lo dijeron.

—¿De veras? —Parecía que a Dalamar le inquietaba eso. Trató de evitar los ojos de ella, de escabullirse de la mirada ambarina—. ¿Y quién eres tú, Dama de Neraka, que tienes una relación tan estrecha con los muertos?

—Soy Mina. —Alzó los ojos ambarinos y esta vez lo atrapó. Hizo un ademán señalando al minotauro—. Éste es mi segundo al mando, Galdar.

El susodicho hizo una brusca inclinación de cabeza. No se sentía cómodo en la Torre; echaba constantes ojeadas en derredor, como si esperase que en cualquier momento algo apareciera de repente para atacarlos. Pero no temía por su propia segundad; su única preocupación parecía ser Mina. Se mostraba protector hasta rayar en la adoración.

La curiosidad, dominaba a Palin. Dalamar se mostraba cauteloso.

—Me interesa cómo has conseguido recorrer Foscaterra indemne, lady Mina —dijo el elfo, que tomó asiento en la silla, detrás del escritorio, quizás intentando romper aquella mirada fascinante—. Toma asiento.

—Gracias, pero no —repuso Mina, que siguió de pie. Ahora lo miraba desde arriba, poniendo a Dalamar en una inesperada situación de desventaja—. ¿Por qué te sorprende que esté en Foscaterra, hechicero?

El elfo rebulló en su silla, reacio a incorporarse porque eso le haría parecer vacilante y débil, pero tampoco le gustaba que lo miraran desde arriba.

—Soy nigromante, percibo magia en ti —dijo—. Los muertos absorben la magia, se alimentan de ella. Me sorprende que no te acosaran como un enjambre.

—Lo que percibes en mí no es magia —contestó Mina, cuya voz era inusitadamente profunda y madura para alguien de su edad—. Lo que sientes es el poder del dios a quien sirvo, el Único. En cuanto a los muertos, no me tocan. El Único los dirige. Ellos ven en mí al Único, y se inclinan ante mí.

Los labios de Dalamar se curvaron.

—¡Es cierto! —manifestó Galdar, gruñendo de rabia—. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Mina ha venido a...

—Conducir a mi ejército a Foscaterra —concluyó la joven, que puso una mano en el brazo del minotauro, ordenando guardar silencio.

—¿Contra quién? ¿Contra los muertos? —pregunto el elfo, sarcástico.

—Contra los vivos —replicó Mina—. Vamos a hacernos con el control de Solamnia.

—Entonces tienes que haber traído un gran ejército, lady Mina —comentó Dalamar—. A todo el contingente de los caballeros negros, diría yo.

—Mi ejército es pequeño —admitió la joven—. Hube de dejar las tropas para que guardaran Silvanesti, que cayó en nuestro poder no hace mucho...

—Silvanesti... tomada... —Dalamar se había quedado lívido y la miraba de hito en hito—. ¡No lo creo!

Mina se encogió de hombros.

—Que lo creas o no me da igual. Además, ¿qué puede importarte a ti? Tu gente te desterró, o eso tengo entendido. Mencioné esa conquista sólo de paso. He venido a pedirte un favor, Señor de la Torre.

Dalamar estaba profundamente conmocionado. Palin se dio cuenta de que, a pesar de afirmar que no le creía, el elfo oscuro comprendía que la joven decía la verdad. Era imposible percibir aquella voz tranquila, resuelta, segura, y no creer lo que decía.

Dalamar se esforzó por recobrar el control de sí mismo, al menos de cara al exterior. Le habría gustado hacer preguntas, exigir respuestas, pero no veía cómo podía hacer tal cosa sin revelar una preocupación inusitada. El amor de Dalamar por su pueblo era un sentimiento que él siempre negaba y que esa constante negación reafirmaba.

—Sí, es cierto que me desterraron —contestó con una sonrisa tirante—. ¿Qué favor quieres que te haga, lady Mina?

—He concertado una reunión con alguien aquí —empezó a decir la joven.

—¿Aquí? ¿En la Torre? —El asombro de Dalamar era indescriptible—. De ningún modo. No dirijo una posada, lady Mina.

—Eso ya lo sé, hechicero Dalamar —repuso ella en tono afable—. Comprendo que lo que pido será un inconveniente, una molestia para ti, una interrupción de tus estudios. Ten la segundad de que no te lo pediría, pero hay ciertos requisitos que deben cumplirse en cuanto al emplazamiento de dicho encuentro, y la Torre de la Alta Hechicería los reúne todos. De hecho, es el único sitio en Krynn que los cumple. La cita ha de celebrarse aquí.

—¿Y yo no tengo ni voz ni voto en esto? ¿Cuáles son esos requisitos a los que te refieres? —demandó Dalamar, ceñudo.

—Tengo prohibido revelarlos. Todavía no. En cuanto a que no tengas ni voz ni voto, tu opinión no cuenta para nada. El Único ha decidido que ha de hacerse así y, en consecuencia, así se hará.

Los oscuros ojos del elfo parpadearon; su expresión se suavizó.

—Tu invitado es bienvenido a la Torre, señora. Con vistas a hacer cómoda su estancia, sería de gran ayuda saber algo sobre esa persona... ¿él o ella? ¿Un nombre, tal vez?

—Gracias, hechicero —fue cuanto dijo Mina antes de dar media vuelta.

—¿Cuándo llegará tu invitado? —insistió Dalamar—. ¿Cómo sabré que es la persona que esperas?

—Lo sabrás —contestó, escueta, Mina—. Nos vamos, Galdar.

El minotauro ya había cruzado la estancia y extendía la mano hacia el picaporte de la puerta.

—Hay un favor que podrías hacerme a cambio, señora —dijo suavemente el elfo.

—¿Cuál, hechicero? —inquirió la joven, que había vuelto la cabeza hacia él.

—Un kender, al que estaba utilizando en un experimento importante, ha escapado —explicó Dalamar con tono despreocupado, como si el kender fuese un ratón enjaulado cuya ausencia se descubre en una comprobación rutinaria—. Su pérdida no tiene importancia para mí, pero sí la tiene el experimento. Me gustaría recuperarlo, y se me ocurre que quizá, durante tu marcha con un ejército a través de Foscaterra, podrías topar con él. Si así ocurriese, agradecería mucho que me lo entregaras. Dice llamarse Tasslehoff, como tantos de su raza hoy en día —añadió con una sonrisa encantadora y trivial.

—¡Tasslehoff! —El interés de Mina se había despertado de pronto; una arruga se marcaba en su frente—. ¿El Tasslehoff que llevaba consigo el ingenio para viajar en el tiempo? ¿Lo has tenido aquí? ¿Has tenido en tu poder al kender y el ingenio, y has dejado que se te escape?

Dalamar la miraba de hito en hito, desconcertado. El hechicero elfo era cientos de años mayor que la muchacha; se lo había considerado uno de los magos más grande de todos los tiempos; aunque trabajaba con la parte oscura de la magia se había ganado el respeto, ya que no el afecto, de quienes lo hacían en la parte de la luz, y, sin embargo, los ambarinos ojos de Mina lo tenían clavado en la silla. Dalamar se retorció bajo aquella mirada, forcejeó, pero ella lo tenía atrapado y lo aferraba firmemente.

Dos intensos rosetones se marcaron en las pálidas mejillas de Dalamar. Los esbeltos dedos del elfo acariciaron con nerviosismo un fragmento de la talla del escritorio, una hoja de roble; siguieron el trazado una y otra y otra vez, hasta que Palin sintió deseos de salir de su escondrijo y asir aquella mano para que se parara.

—¿Dónde está el ingenio? —demandó Mina, que avanzó hasta situarse de nuevo ante el escritorio, mirándolo desde arriba—. ¿Se lo llevó él o lo tienes tú aquí?

El elfo había llegado a su límite. Se puso de pie, la miró desde su aventajada estatura, a lo largo de su nariz aquilina, desde la seguridad que le daba su propio poder.

—Eso no es en absoluto de tu incumbencia, lady Mina.

—De
mi
incumbencia no —repuso ella, en absoluto intimidada. De hecho, fue Dalamar el que pareció ir encogiéndose a medida que la joven hablaba—. Del Único. Todo lo que ocurre en este mundo es de su incumbencia. El Único ve tu corazón, tu mente y tu alma, hechicero. Aunque ocultes la verdad a los ojos de los mortales, no puedes ocultársela al Único. Buscaremos a ese kender y, si lo encontramos, haremos con él lo que tenga que hacerse.

Giró de nuevo sobre sus talones y se alejó serena, sin inmutarse.

Dalamar siguió de pie detrás del escritorio; la mano que había trazado con nerviosismo el perfil de la hoja de roble se apretó fuertemente, escondida bajo la manga de la túnica.

Al llegar a la puerta, Mina se volvió. Su mirada pasó sobre Dalamar —un insecto más en su caja de exposición— y se clavó en Palin. En vano el mago se dijo que la joven no podía verlo. Lo atrapó, lo retuvo.

—Crees que el artefacto se perdió en la Ciudadela de la Luz, pero te equivocas. Regresó con el kender, que ahora lo tiene en su posesión. Por eso huyó.

Palin apagó la luz mágica. En la oscuridad sólo vio aquellos ojos ambarinos, sólo oyó la voz de la chica. Se quedó allí tanto tiempo que Dalamar fue a buscarlo. Las leves pisadas del elfo apenas sonaron en los peldaños, y Palin no lo oyó hasta que percibió un movimiento. Alzó la vista, alarmado, y se encontró con el elfo de pie frente a él.

—¿Qué haces aquí todavía? ¿Te encuentras bien? Estaba convencido de que te había pasado algo —dijo Dalamar, irritado.

—Y me ha pasado —contestó Palin—.
Ella
es lo que me ha pasado. Me vio. Me miró directamente. ¡Las últimas palabras que pronunció iban dirigidas a mí!

—Imposible. Ningunos ojos, ni siquiera unos de color ámbar, pueden ver a través de piedra sólida y magia.

Palin sacudió la cabeza, nada convencido.

—Me habló —insistió.

Esperaba una réplica sarcástica de Dalamar, pero el elfo oscuro no estaba de humor para bromear, al parecer, ya que subió los peldaños que conducían hasta el laboratorio sin decir palabra.

—Conozco a esa chica, Dalamar.

El elfo se detuvo y se volvió para mirarlo fijamente.

—¿Qué?

—Hacía mucho tiempo que no la veía, desde que se escapó. Era una huérfana. Un pescador la encontró en la playa, donde la había arrastrado la corriente, en la isla de Sancrist. La llevó a la Ciudadela de la Luz, al asilo de huérfanos, y se convirtió en la favorita de Goldmoon, casi una hija para ella. Hace tres años escapó. Había cumplido los catorce en aquel tiempo. Goldmoon estaba desconsolada. Mina tenía un buen hogar, la querían, la mimaban; parecía feliz, sólo que en mi vida nunca había visto a una criatura que hiciese tantas preguntas como ella. Nadie entendió por qué se escapó. Y ahora... Es una dama negra. A Goldmoon se le romperá el corazón.

—Qué extraño —comentó, pensativo, Dalamar, y continuaron subiendo la escalera—. Así que la crió Goldmoon...

—¿Crees que es verdad lo que dijo sobre Tas y el artefacto? —preguntó Palin mientras salían de la escalera secreta.

—Por supuesto que lo es —contestó el elfo, que se dirigió hacia una ventana y contempló los cipreses—. Eso explica por qué huyó el kender. Temía que lo descubriéramos.

—Y lo habríamos hecho, si nos hubiésemos molestado en considerar detenida y racionalmente el asunto, en lugar de dejarnos llevar por el pánico. ¡Qué necios somos! El ingenio vuelve siempre con la persona a la que pertenece. Incluso en piezas, siempre vuelve.

La frustración de Palin era obvia; sentía la imperiosa necesidad de hacer algo, pero no podía hacer nada.

—Podrías buscarlo, Dalamar. Al menos tu espíritu puede recorrer este mundo...

—¿Y hacer qué? —demandó el otro hechicero—. Si lo encontrara, lo que sería un milagro portentoso, lo único que conseguiría sería asustarlo de tal modo que se ocultaría más hondo en el agujero que quiera que se haya metido.

Dalamar había seguido mirando a través de la ventana y, de repente, se puso tenso.

—¿Qué pasa? —preguntó, alarmado, Palin.

Dalamar no contestó y se limitó a señalar al exterior.

Mina caminaba a través del bosque, sobre las secas agujas de las coniferas.

Los muertos se agrupaban alrededor de Mina. Los muertos se inclinaban ante ella.

22

Reunión de viejos amigos

Un kender nunca se siente mal durante mucho tiempo, ni siquiera, como era el caso de Tas, después de haber topado con su propio fantasma. Cierto, había sido muy impresionante, y Tasslehoff todavía experimentaba una desagradable náusea cada vez que lo pensaba, pero sabía cómo manejar lo de las arcadas. Contenía la respiración mientras bebía cinco sorbos de agua, y entonces la náusea desaparecía. Hecho esto, su siguiente decisión fue que tenía que abandonar aquel sitio terrible donde los muertos iban por ahí revolviéndole a uno el estómago. Tenía que marcharse, cuanto antes, y no volver nunca, nunca.

El musgo y su padre resultaron ser de poca ayuda, ya que, hasta donde Tas alcanzaba a ver, el musgo tenía la mala costumbre de crecer por toda la superficie de las rocas y los árboles de ese sitio, trayéndole aparentemente sin cuidado el hecho de que alguien quisiera utilizarlo para orientarse y encontrar el norte. En consecuencia, Tasslehoff decidió recurrir a las técnicas consagradas por la tradición, desarrolladas por los kenders a lo largo de siglos de «ansia viajera», unas técnicas que garantizaban que uno se encontraba a sí mismo después de haberse perdido. La más conocida y que gozaba de mayor popularidad entre los kenders consistía en utilizar la «brújula corporal».

La teoría sobre la que se basa la brújula corporal es la siguiente: de todos es conocido que el cuerpo está hecho de diversos elementos, entre ellos el hierro. La razón de que se sepa que el cuerpo tiene hierro es porque puede catarse el gusto del hierro en la sangre. En consecuencia, es lógico que el hierro de la sangre sea atraído hacia el norte, del mismo modo que es atraída la aguja de hierro de una brújula. (Los kenders llegan incluso a afirmar que todos nosotros nos congregaríamos en el extremo norte del mundo si dejáramos que nuestra sangre se saliera con la suya. Se trata de una lucha constante con nuestra sangre, porque, en caso contrarío, nos apiñaríamos todos en lo alto del mundo y provocaríamos que éste se ladeara.)

A fin de conseguir que la brújula corporal funcione, uno debe cerrar los ojos —para no crear confusión—, extender el brazo derecho, con el índice apuntando, y después girar tres vueltas a la izquierda. Cuando uno se detiene, abre los ojos y descubre que está mirando hacia el norte.

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