El río de los muertos (44 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El río de los muertos
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—Conocemos el desarrollo de esos sucesos, kender —lo interrumpió lord Tasgall, Caballero de la Rosa y cabeza del Consejo—, y es imposible que estuvieses allí, de modo que prescinde de tus mentiras. Bien, ahora cuéntanos de nuevo cómo es que apareciste dentro de la tumba...

—Oh, pero él

estuvo allí, milores —intervino Goldmoon, que se había puesto de pie—. Si conocéis vuestra historia, como afirmáis, sabréis que Tasslehoff Burrfoot se encontraba en el Consejo de la Piedra Blanca y que rompió el Orbe de los Dragones.

—Sé que el heroico kender Tasslehoff Burrfoot hizo esas cosas. Maestra —contestó lord Tasgall, en tono suave y respetuoso—. Quizá vuestra confusión se debe a un malentendido por el hecho de que este kender dice llamarse Tasslehoff Burrfoot, sin duda en honor del intrépido kender que llevaba el nombre original.

—No
estoy confundida —manifestó, cortante, Goldmoon—. El supuesto milagro que transformó mi cuerpo no afectó mi mente. Conocí al kender al que os referís. Lo conocí entonces y lo conozco ahora. ¿Acaso no habéis prestado atención a su historia?

Los caballeros la miraron fijamente. Gerard levantó la cabeza; la esperanza tifió sus mejillas con un ligero rubor.

—¿Queréis decir que corroboráis su historia, Primera Maestra? —inquirió lord Nigel, Caballero de la Corona, frunciendo el entrecejo.

—Así es —repuso Goldmoon—. Palin Majere y Tasslehoff Burrfoot viajaron a la Ciudadela de la Luz para reunirse conmigo. Reconocí a Tasslehoff. No es una persona de la que uno se olvida fácilmente. Palin me contó que Tas tenía en su poder un artefacto mágico que le permitía viajar en el tiempo. Tasslehoff llegó a la Tumba de los Últimos Héroes la noche de la terrible tormenta. Fue una noche de milagros —añadió con amarga ironía.

—Este kender —lord Tasgall miró a Tas con incertidumbre— afirma que el caballero sometido a juicio lo escoltó a Qualinesti, donde se reunió con Palin Majere en el hogar de Laurana, esposa del fallecido lord Tanis Semielfo.

—Tasslehoff me contó lo mismo, milores, y no tengo razón para ponerlo en duda. Si no os fiáis de mi historia o si dudáis de mi palabra, os sugiero que hay un modo fácil de comprobarlo. Poneos en contacto con lord Vivar, en Solace, y preguntadle.

—Por supuesto que no dudamos de vuestra palabra, Primera Maestra —protestó el caballero coronel, que parecía avergonzado.

—Pues deberíais, milores —intervino lady Odila. La mujer se puso de pie y se volvió hacia Goldmoon—. ¿Cómo sabemos que eres quien afirmas ser? Sólo tenemos tu palabra. ¿Por qué habríamos de creerte?

—No deberíais —contestó Goldmoon—. Tendríais que ponerlo en duda, hija. Siempre se debe dudar. Sólo preguntando recibimos respuestas.

—¡Milores! —El Maestro de la Estrella estaba escandalizado—. La Primera Maestra y yo somos viejos amigos. Puedo testificar que es realmente Goldmoon, Primera Maestra de la Ciudadela de la Luz.

—Di lo que piensas, hija —animó Goldmoon a la otra mujer, sin hacer caso a la protesta de Mikelis. Su mirada estaba prendida en la de lady Odila, como si fueran las únicas personas en la sala—. Habla sin reservas, haz la pregunta que tengas que hacer.

—Muy bien, la haré. —Lady Odila se volvió para mirar al Consejo de Caballeros—. ¡Milores, la Primera Maestra Goldmoon tiene más de noventa años! Esta mujer es joven, hermosa, fuerte. ¿Cómo es posible, en ausencia de los dioses, que ocurran semejantes milagros?

—Sí, ésa es la cuestión —convino Goldmoon, que volvió a tomar asiento en el banco.

—¿Tenéis la respuesta a eso, Primera Maestra? —inquirió lord Tasgall.

—No, milord, no la tengo —repuso Goldmoon, que miraba al caballero fijamente—. Sólo puedo decir que, en ausencia de los dioses, lo que me ha pasado no es posible.

Los espectadores empezaron a susurrar entre ellos. Los caballeros intercambiaron miradas dubitativas. El Maestro de la Estrella Mikelis la contemplaba desconcertado. El caballero, Gerard, apoyó la cabeza en las manos. Tasslehoff se puso de pie de un brinco.

—Yo tengo la respuesta —proclamó, pero inmediatamente el alguacil lo sentó de nuevo y le tapó la boca para hacerlo callar.

—Yo tengo algo que decir —intervino Acertijo con su voz fina y nasal. Se bajó de la silla y se dio tironcillos de la barba, nervioso.

Lord Tasgall le concedió la palabra. Los solámnicos siempre habían sentido cierta afinidad con los gnomos.

—Sólo quería decir que no había visto a ninguna de estas personas hasta hace unas pocas semanas, cuando el kender saboteó mis intentos de levantar un mapa del laberinto de setos, y esta humana me robó el sumergible. He abierto un fondo para defensa jurídica. Si alguno quiere contribuir...

Acertijo miró alrededor esperanzado. Nadie respondió a su petición, así que volvió a sentarse. Lord Tasgall parecía estar completamente desconcertado, pero asintió con la cabeza e indicó que se haría constar el testimonio del gnomo.

—El caballero Gerard Uth Mondor ya ha hablado en su propia defensa —anunció lord Tasgall—. Hemos oído el testimonio del kender que afirma ser Tasslehoff Burrfoot, el de lady Odila Cabestrante y de... eh... la Primera Maestra. Ahora nos retiraremos a deliberar el caso considerando estas declaraciones.

Todos se pusieron de pie y los caballeros del Consejo salieron de la sala. Una vez que se hubieron marchado, algunas personas volvieron a sentarse, pero la mayoría salió con premura de la sala al pasillo, donde se pusieron a hablar del caso con excitación, de manera que los que permanecían en la sala los oían claramente.

Goldmoon recostó la cabeza en la pared y cerró los ojos. Lo que más deseaba en ese momento era encontrarse sola en una habitación, lejos de todo ese ruido, de la conmoción y la confusión.

Al sentir un roce en la mano abrió los ojos y vio a lady Odila delante de ella.

—¿Por qué querías que hiciese esa pregunta sobre los dioses, Primera Maestra? —inquirió la dama solámnica.

—Porque hacía falta plantearla, hija —contestó Goldmoon.

—¿Estás diciendo que hay un dios? —Lady Odila frunció el entrecejo—. Hablaste de uno...

Goldmoon cogió la mano de la mujer entre las suyas y la apretó con fuerza.

—Lo que digo es que abras tu corazón, hija. Ábrelo al mundo.

—Lo hice en una ocasión, Primera Maestra —contestó Odila con una sonrisa desganada—. Alguien entró y lo saqueó completamente.

—De modo que ahora lo cierras con ingenio mordaz y mucha palabrería. Gerard Uth Mondor dice la verdad, lady Odila. Oh, sí, enviarán mensajeros a Solace y a su tierra natal para verificar su historia, pero sabes tan bien como yo que eso llevará semanas. Será demasiado tarde. Tú le crees, ¿verdad?

—Molletes de maíz y flores de aciano —dijo Odila mientras miraba al prisionero, que permanecía en el banquillo, pacientemente pero desalentado. La dama volvió los ojos hacia Goldmoon—. Tal vez le creo o tal vez no. Con todo, como tú bien has dicho, sólo preguntando obtenemos respuestas. Haré todo lo posible para ratificar o refutar su historia.

Los caballeros regresaron a la sala. Goldmoon les oyó dar su fallo, pero sus voces sonaban distantes, como si proviniesen de la otra orilla de un vasto río.

—Hemos decidido que no podemos dar pronunciamiento sobre los temas de importancia fundamental en este caso hasta haber hablado con otros testigos. En consecuencia, enviamos mensajeros a la Ciudadela de la Luz y a lord Vivar, en Solace. Entretanto, llevaremos a cabo indagaciones por Solanthus para comprobar si alguien presente en la ciudad conoce a la familia del acusado y puede verificar la identidad de este hombre.

Goldmoon apenas escuchó lo que se decía. Presentía que le quedaba muy poco tiempo en este mundo. El cuerpo joven no podía retener mucho más el alma que anhelaba ser libre de la carga de la carne y de los sentimientos. Vivía momento a momento, latido de corazón a latido de corazón, y cada uno de ellos era más débil que el anterior. Sin embargo, aún había algo que tenía que hacer. Aún había un lugar adonde debía ir.

—Mientras tanto —decía lord Tasgall, poniendo fin a los procedimientos—, el prisionero Gerard Uth Mondor, el kender que responde por el nombre de Tasslehoff Burrfoot, y el gnomo Acertijo quedarán bajo custodia. Este Consejo levanta la sesión...

—¡Milores, escuchadme! —gritó Gerard, que se soltó de un tirón del alguacil, el cual intentaba hacerle callar—. Haced lo que queráis conmigo. Creed o no mi historia, como os parezca conveniente. —Alzó la voz para hacerse oír por encima de las repetidas advertencias del lord caballero instándolo a guardar silencio—. ¡Por favor, os lo suplico! Enviad ayuda a los elfos de Qualinesti. No permitáis que Beryl los extermine impunemente. Si no os importan los elfos como seres humanos, entonces al menos tenéis que ver que cuando Beryl los haya destruido a ellos a continuación volverá su atención hacia Solamnia...

El alguacil solicitó ayuda y finalmente varios guardias sometieron a Gerard. Lady Odila observó la escena sin decir nada, pero de nuevo miró a Goldmoon. Ésta parecía dormida, con la cabeza inclinada sobre el pecho y las manos descansando en el regazo, como haría una mujer mayor que da una cabezada junto al fuego de la chimenea o bajo los cálidos rayos del sol, ajena al momento presente, soñando con lo que ha de llegar.

—Es
Goldmoon —musitó la dama solámnica.

Cuando se restableció el orden, lord Tasgall siguió hablando.

—La Primera Maestra quedará al cuidado del Maestro de la Estrella Mikelis. No deberá abandonar la ciudad de Solanthus hasta que los mensajeros regresen.

—Me sentiré muy honrado de teneros como huésped en mi casa, Primera Maestra —dijo Mikelis mientras la sacudía suavemente.

—Gracias —contestó Goldmoon, que despertó de repente—, pero no me quedaré mucho tiempo.

El Maestro de la Estrella parpadeó desconcertado.

—Perdonad, Primera Maestra, pero ya habéis oído decir a los caballeros...

En realidad Goldmoon no había escuchado una sola palabra de lo dicho por el Consejo. No hacía caso de los vivos y tampoco de los muertos que se agolpaban a su alrededor.

—Estoy muy cansada —les dijo a todos y, asiendo su cayado, salió por la puerta.

24

Preparativos para el final

Desde que el rey les había informado del peligro que los acechaba, los qualinestis habían hecho preparativos para hacer frente a Beryl y a sus ejércitos, que se aproximaban a la capital elfa. Beryl centraba toda su energía y su atención en tomar la ciudad que había embellecido el mundo durante tantos siglos y adueñarse de ella. A no tardar, las casas elfas serían ocupadas por humanos, que talarían los amados bosques de los elfos para hacer leña de ellos, y soltarían los cerdos para que se alimentaran en los floridos jardines.

Los refugiados ya habían partido. Evacuados por los túneles de los enanos, habían huido a través de los bosques. Los voluntarios que se habían quedado para hacer frente al dragón empezaron a concentrarse en las defensas de la ciudad. No se hacían falsas ilusiones. Sabían que era una batalla que sólo podrían ganar merced a un milagro. En el mejor de los casos, su defensa podía considerarse una acción de retaguardia. Las horas que consiguieran retrasar el avance del enemigo significaban que sus familias y amigos se encontrarían unos cuantos kilómetros más cerca de la salvación. Habían oído la noticia de que el escudo había caído, y hablaban de la belleza de Silvanesti, de que sus parientes acogerían a los refugiados y los albergarían en sus corazones y en sus hogares. Hablaban de la curación de las viejas heridas, de la futura reunificación de los reinos elfos.

Su rey, Gilthas, alentaba sus esperanzas y sus creencias. El gobernador Medan se preguntaba cuándo encontraría tiempo para dormir el joven monarca, ya que Gilthas parecía encontrarse en todas partes. En cierto momento se hallaba en el subsuelo, colaborando con los enanos y sus gusanos excavadores, y al siguiente estaba ayudando a prender fuego a un puente que salvaba el río de la Rabia Blanca. Cuando el gobernador volvió a ver al rey, éste se encontraba de nuevo en los tuneles, donde ahora vivía la mayoría de los elfos. A lo largo de esos pasos subterráneos, construidos por los enanos, los elfos trabajaban día y noche forjando y arreglando armas y corazas y trenzando cuerda, kilómetros y kilómetros de cuerda fuerte y fina que haría falta para llevar a cabo el plan del rey para destruir al dragón.

Cada trozo de tela prescindible se entregaba para la fabricación de esa cuerda, desde ropas de bebé hasta vestidos de boda e incluso mortajas. Los elfos cogían sábanas de seda de sus casas, mantas de lana de cobertizos, tapices que habían colgado durante siglos en la Torre del Sol. Lo rasgaban todo en tiras sin pensarlo dos veces.

El trabajo continuaba día y noche. Cuando una persona se encontraba demasiado agotada para seguir trenzando o cortando, cuando las manos de alguien estaban agarrotadas o llenas de ampollas, otras las sustituían. Al anochecer, los rollos de cuerda fabricados durante el día se sacaban de los túneles para guardarse en casas, posadas, tabernas, comercios y almacenes. Los magos elfos iban de un sitio a otro realizando encantamientos sobre la cuerda. A veces, la magia primigenia funcionaba y, a veces, no. Si un mago fallaba, otro regresaría más tarde para intentarlo.

En la superficie, los caballeros negros llevaban a cabo las órdenes recibidas de limpiar la ciudad de Qualinost de sus habitantes. Sacaban a rastras a los elfos de sus hogares, los golpeaban, los metían en campos de prisioneros que se habían levantado fuera de la urbe. Los soldados arrojaban a la calle muebles, prendían fuego a las casas, saqueaban y rapiñaban.

Los espías de Beryl, que sobrevolaban la ciudad, veían todo ello e informaban a la Verde que sus órdenes se estaban cumpliendo a rajatabla. Los espías ignoraban que los elfos que se apiñaban aterrados en los campos de prisioneros durante el día eran liberados por la noche y enviados a diferentes casas, donde serían «arrestados» de nuevo por la mañana. Si los espías hubiesen sido buenos observadores, quizás habrían notado que los muebles que se tiraban a la calle formaban barricadas que taponaban las vías principales de la ciudad, y que las casas que se prendían fuego también se encontraban situadas estratégicamente por toda la urbe para impedir el avance de tropas.

A la única persona que Medan no había visto durante aquellos días de ajetreo era Laurana. Desde el día que la reina madre lo había ayudado tan hábilmente a engañar al draconiano enviado por Beryl, Medan había estado ocupado en la planificación de las defensas de la ciudad y muchas otras tareas, y sabía que la elfa también debía de estar muy atareada. Estaba empaquetando sus pertenencias y las del rey, antes de viajar hacia el sur, aunque, por lo que el gobernador había visto, no le quedaba mucho que empaquetar. Había entregado todas sus ropas, salvo las que llevaba puestas, para que se cortaran para hacer la cuerda, incluso su vestido de boda.

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