Read El sacrificio final Online

Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (42 page)

BOOK: El sacrificio final
2.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Alguien le calmó y le dio palmaditas en el hombro hasta conseguir que se callara.

—No ha sido culpa tuya, muchacho —jadeó Gaviota—. Hemos tenido asesinos en el campamento antes... ¿Eh?

La confusión general había hecho que Gaviota no se diera cuenta de que seguía sujetando a Sorbehuevos. El leñador lo bajó hasta dejar sus pies en el suelo, pero el trasgo se derrumbó. Perplejo, Gaviota se arrodilló junto al diminuto ladrón.

Sorbehuevos estaba retorciéndose como si tuviera fiebre o escalofríos. Sus dientes, amarillentos y muy separados los unos de los otros, castañeteaban. El trasgo se sujetaba la muñeca contra el pecho: su mano derecha se había hinchado hasta alcanzar tres veces su tamaño normal.

—¿Qué...? —Gaviota le agarró la mano—. ¡Te han picado! ¡Por el amor de los dioses, Sorbehuevos! No deberías haber robado mi...

Pero Lirio le interrumpió. Su esposa se había levantado y sostenía a su bebé junto a su pecho, envuelto entre los pliegues de su capa.

—Calla, Gaviota —dijo—. Sorbehuevos no intentó robar tu comida. Vio los escorpiones en tu mano y te los quitó de encima.

—¿Cómo?

Gaviota, perplejo y aturdido, contempló en silencio a su esposa durante unos momentos y después volvió la mirada hacia el trasgo que temblaba y se estremecía. Aceptó la capa que le ofrecía un lancero y envolvió en ella el diminuto y flaco cuerpecillo. Los ojos de Sorbehuevos parecían estar a punto de salirse de las órbitas, y su respiración siseaba mientras el veneno se extendía velozmente por todo su organismo.

—¡Eso no tiene ningún sentido, Sorbehuevos! Me... Me has salvado la vida. ¿Por qué?

—Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo —respondió Muli, la capitana de los Lanceros Verdes, alzándose sobre él.

Gaviota sostuvo a Sorbehuevos junto a su pecho y lo estrechó entre sus brazos, como si con ello pudiera introducir su fuerza vital en la criatura.

—¿No puedes hacer algo, Verde?

Mangas Verdes meneó la cabeza mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—No contra el veneno... No.

Gaviota acunó a Sorbehuevos con tanta delicadeza como si fuera hijo suyo.

—¿Por qué lo hiciste, Sorbehuevos? Siempre has sido... Tú nunca... Podrías haber vuelto con tu gente en cualquier momento, y tú lo sabes. Había trasgos luchando contra nosotros. Podrías haberte unido a ellos.

Los temblores de Sorbehuevos cesaron de repente. Cuando habló, su voz entrecortada que ya parecía llegar de muy lejos les recordó el chirrido de una bisagra oxidada.

—Yo... Es que... Me gustaba estar con... vosotros, nada más...

La voz se extinguió de repente, y un instante después Sorbehuevos estaba muerto.

Las manos de quienes lo contemplaban subieron hacia sus rostros para frotar los ojos y las narices, y algunos se pasaron la manga por la cara para ahogar el comienzo del llanto. Gaviota acunó al trasgo muerto entre sus brazos.

—Llorarle sería una estupidez, ¿verdad? Siempre estaba creando problemas, robando y metiéndose por todas partes, estorbándonos a cada momento... No tenía que dar su vida por salvar la mía.

Después lloró en silencio, con su mejilla apoyada en la lacia cabellera surcada por aquella franja blanca que le daba la apariencia de una mofeta.

—Es verdad lo que dicen —murmuró Lirio—. El amor supera todos los obstáculos, y luchamos por el amor que sentimos hacia los demás.

* * *

La presa se rompió aquella noche, y los exhaustos defensores no pudieron seguir conteniendo el torrente.

Entorpecida por la fatiga y debilitada por las severas pérdidas sufridas, un muro de la Centuria Blanca cedió ante la horda aullante que lo atacaba. Gaviota gritó a sus Lanceros Verdes que le siguieran, y corrió hacia la brecha llegando allí antes que ellos..., pero varios piratas de rostros morenos ya habían arrancado las estacas de la empalizada y se habían abierto paso, y ya estaban saltando por encima de los cadáveres para lanzarse hacia el círculo del sol de mosaicos. Los atacantes hicieron estragos entre los defensores con sus sables, sus garrotes y sus espadas, matando e hiriendo a hombres y mujeres, soldados y seguidores del campamento, ancianos y niños. Gaviota lanzó un rugido desafiante y agitó en el aire su hacha de leñador de doble hoja, moviéndola tan deprisa que el metal silbó en el aire, y cayó sobre el grupo de piratas con sus guardias personales pisándole los talones. Gritando, corriendo y lanzando golpes letales bajo la roja luz saturada de humo de las hogueras que se iban extinguiendo, los refuerzos acabaron con los piratas. Pero su hazaña no sirvió de nada, pues un instante después vieron cómo nuevos contingentes de bárbaros azules, cavernícolas y piratas devastaban el resto del campamento.

Mangas Verdes, sostenida por Kwam, intentó reunir el maná necesario para hacer conjuros. Los hechizos morían en las puntas de sus dedos con un débil chisporroteo. No podía arrastrar al viento, la lluvia o el terremoto a lo largo de sus marcas etéreas, y ni siquiera podía traer hasta allí el agua del mar, que se encontraba a sólo medio kilómetro de distancia. La joven druida jadeó, alzó las manos..., y se desplomó, desmayada. La presencia de Kwam fue lo único que evitó que se destrozara el cráneo contra las losetas del viejo mosaico, mientras las Guardianas del Bosque mantenían a raya a los demonios con sus largas lanzas erizadas de temibles pinchos.

Gaviota vio derrumbarse a su hermana, la última esperanza de su defensa.

—¡Hemos perdido este lugar! —le gritó a Muli—. ¡Forma un anillo, y retroceded hacia los pozos! ¡Resistiremos en los túneles! ¡Trompeta!

Una estridente nota musical se abrió paso a través de los gritos y el entrechocar de las armas: era el toque de retirada. Tal como se había planeado, hombres y mujeres agarraron armas y niños y corrieron hacia las rampas gemelas que llevaban a los túneles. Los soldados formaron anillos alrededor de las entradas y empezaron a gritar, apremiando a todo el mundo a que se metiera por ellas. Gaviota corría de un lado a otro con sus lanceros, lanzando terribles hachazos para hacer retroceder a grupos de enemigos y permitir que su gente pudiera escapar. El caos de cuerpos, humo, fuego y oscuridad hizo que no pudiese estar seguro de que todo el mundo había sido rescatado, pero Muli tiró de su túnica y le suplicó que retrocediera. Así lo hicieron, asestando hachazos y mandobles, y perdiendo un lancero cada minuto a medida que los frustrados merodeadores iban encontrando cada vez menos enemigos y se concentraban en el famoso general Gaviota.

Cuando Gaviota llegó a la rampa, ya sólo le quedaba una docena de lanceros. Muli sangraba por las heridas de su brazo y su rostro, y otros combatientes habían sufrido heridas similares. Gaviota no lo sabía, pero él también estaba sangrando por el cuello, las costillas y una pantorrilla. Pero gritó a todo el mundo que se metiera en los túneles, y faltó muy poco para que fuese el último en entrar.

Mientras retrocedía con los lanceros pegados a sus costillas, la turba ululante y sedienta de sangre le persiguió por el pasadizo. Los enanos no activaron su última defensa hasta que Gaviota hubo pasado junto al robusto Uxmal.

Gritando en su lenguaje ronco y gutural, los enanos apartaron los soportes de madera y empujaron una piedra de medio metro de grosor. Impulsada por un complejo sistema de contrapesos, la enorme puerta se cerró sobre la entrada del túnel. Una mano y un pie, amputados por la piedra, cayeron al suelo del túnel. Tres bárbaros quedaron atrapados dentro, y fueron eliminados rápidamente.

Gaviota apoyó la espalda en la pared, envuelto en el silencio y la oscuridad casi total que se habían adueñado repentinamente del túnel, y se pasó una mano por la frente y descubrió que estaba cubierta por una pegajosa capa de sangre.

—Buen trabajo —se limitó a decir con voz entrecortada, volviéndose hacia los enanos y sus seguidores heridos.

Después se alejó con paso tambaleante a través de la oscuridad para encontrar a su familia.

* * *

Mangas Verdes recobró el conocimiento para ver a Kwam alzándose sobre ella en la penumbra. Hileras de antorchas humeantes iluminaban las viejas paredes recubiertas de frescos. Mangas Verdes fue entendiendo poco a poco que se encontraba en los túneles, y que de momento no corría peligro. Pero cuando intentó invocar algo, cualquier cosa que pudiera traer hasta allí a lo largo de las marcas invisibles que la rodeaban como telarañas, sólo encontró el vacío.

—¡He perdido mi capacidad de conjurar, Kwam! ¡No puedo invocar nada!

Y después se echó a llorar, abrumada por el peso del miedo, la soledad, la preocupación y el puro y simple agotamiento. Kwam la rodeó con sus brazos mientras sollozaba, pero el llanto de Mangas Verdes no tardó en cesar. Llorar era demasiado agotador, y no tenían tiempo para las lágrimas.

Gaviota se reunió con ellos, sosteniendo a sus hijas en los brazos con Lirio siguiéndole y agarrándose a su cinturón con una mano para no perderse. No había ningún oficial presente, pues todos estaban muy ocupados corriendo por las salas y pasillos para reunir a sus seguidores y asegurarse de que sus defensas no habían sido atravesadas. Uxmal y sus enanos se encontraban en los extremos de varios conductos de salida, haciendo los preparativos para huir al bosque y seguir el camino que llevaba hasta el acantilado.

Gaviota no desperdició ni un instante.

—¿Puedes sacarnos de aquí a través del éter, Verde? —preguntó, sosteniendo a sus hijas junto a su pecho.

Mangas Verdes apoyó la cabeza en la fría piedra, aceptó la botella de agua que le ofrecía Kwam y tomó un sorbo de ella. La tristeza se había esfumado, y en su lugar sólo había resignación. Mangas Verdes decidió que intentaría calmarse, y que trataría de hacer todo lo posible con los escasos medios a su alcance.

—No, esta noche no... Puede que nunca. No me queda ni una brizna de magia, y en estos momentos sirvo de tan poco como una vela sin pábilo. Llevo demasiados días derrochando la magia sin parar. Ni siquiera sé si podré volver a hacer conjuros.

Gaviota asintió, extrañamente tranquilo.

—Oh, bueno —murmuró—. Esta última batalla ha sido un desastre desde el principio hasta el final, así que ahora no me sorprende demasiado que no podamos huir mediante la magia. Es lo más lógico, ¿verdad? De todas maneras, es algo que nunca me gustó.

Los soldados examinaban sus armas y se ceñían los cinturones a su alrededor, e iban formando pelotones según recibían órdenes de sus capitanes. Había heridos por todas partes, gimiendo o apretando los dientes en su angustia. Los curanderos iban y venían por entre ellos, ayudando como buenamente podían. Las antorchas se movían por entre la oscuridad, creando extrañas sombras que se deslizaban a lo largo de los muros y enmascarando la fatiga y la preocupación que había en los rostros de todos. Un sargento vendó la cabeza de Muli, que había recibido una herida debajo del casco, y después se volvió hacia Gaviota. El leñador le despidió con un gesto de la mano, ordenándole que fuera a cuidar de los otros heridos.

—Estamos atrapados aquí abajo —dijo Mangas Verdes—. No podremos salir hasta que los enanos abran sus pasadizos.

Gaviota se sentó pesadamente en el suelo, estiró las piernas y torció el gesto cuando sintió el roce de unos granos de polvo en la herida de su pantorrilla.

—Eso no será de mucha ayuda. Algunos podrían escapar, pero únicamente conseguirían acabar muriendo bajo las espadas de los jinetes del desierto, los bárbaros, los trolls o sólo los dioses saben qué otros enemigos... A menos que Stiggur, Liko y nuestra caballería sigan vivos para poder ayudar en la defensa, claro. Pero admito que como respuesta no es gran cosa, ¿verdad? Ya hace tiempo que se me acabaron las respuestas. Ojalá hubiera insistido en que algunos se fueran a través del éter. Pero nadie quería marcharse, así que no pueden echarle la culpa de lo ocurrido a nadie salvo a sí mismos. Aunque si lo desean pueden culparme... No me importa.

Lirio puso la mano sobre la de su esposo.

—Cantarán canciones y urdirán leyendas sobre ti hasta el fin de los tiempos, Gaviota..., y también sobre ti, Mangas Verdes. Allí donde haya personas oprimidas por los hechiceros, algún narrador dirá: «Dejad que os hable de Gaviota y Mangas Verdes, y de cómo se opusieron a la hechicería hasta su último aliento».

Y Gaviota, a pesar de todo su cansancio y su abatimiento, llegó a reírse. El leñador miró a su hijita, aquella niña de ojos enormes, y le hizo cosquillas debajo del mentón.

—Cuando derriben esa puerta de piedra, algunos de nosotros defenderemos los túneles mientras el resto huye —dijo después—. Yo y mis lanceros seremos los defensores. Tendrás que coger a nuestras hijas y marcharte, Lirio.

Lirio no intentó discutir con él, y sus ojos relucieron con un brillo de lágrimas en la oscuridad iluminada por las antorchas.

Kwam fue haciendo circular su botella de agua hasta que quedó vacía. Mangas Verdes le cogió la mano. Se preguntó qué haría Kwam si le pedía que se fuera. ¿Se iría? Probablemente no. La amaba demasiado, más de lo que ella se merecía.

Mangas Verdes intentó pensar de una manera constructiva.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Podríamos negociar con Liante y Karli, ofrecernos como rehenes para que deje marchar a los demás? ¿Sacrificarnos, quizá? ¿Respetarían ese pacto?

Y volvió a pensar en todo lo que le había dicho Chaney sobre el «sacrificio final», y se preguntó si la druida muerta estaría observando a su estudiante en aquellos momentos. Mangas Verdes estaba dispuesta a dar su vida para salvar a sus seguidores, pero ¿sería suficiente? De hecho, ¿serviría de algo? Apretó suavemente la fuerte mano de Kwam.

Gaviota chasqueó la lengua, como había hecho en tantas ocasiones cuando dirigía a su recua de mulas hacía mucho tiempo, y meneó su despeinada cabeza.

—Quizá. Nos quieren en cuerpo y alma, eso es verdad... Pero nunca permitirían que nuestro ejército escapara y volviera a reagruparse.

—No podría volver a reagruparse sin vos, general. Y sin Mangas Verdes —dijo Muli desde la oscuridad.

Hubo un destello de blancura cuando Gaviota sonrió.

—Sí, lo haría —dijo—. Debería hacerlo. Nosotros carecemos de importancia. Helki podría mandar el ejército, o Varrius, si todavía está vivo. Lirio podría hacerlo. O tú, Muli... No, nuestra existencia supone un peligro demasiado grande para los hechiceros. Seguirán lanzando monstruos y asesinos contra nosotros hasta que sólo seamos un recuerdo. Así que en realidad no sé... qué...

BOOK: El sacrificio final
2.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Siete años en el Tíbet by Heinrich Harrer
The Aftershock Investor: A Crash Course in Staying Afloat in a Sinking Economy by Wiedemer, David, Wiedemer, Robert A., Spitzer, Cindy S.
Marionette by T. B. Markinson
Who Fears Death by Nnedi Okorafor
Kill Fee by Barbara Paul
God's War by Kameron Hurley