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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (7 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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Decir que los Pimpernel estaban mojados era poco decir.

El sombrero de la señora Pimpernel se le había pegado a la cara, y el vestido, completamente transparente, dejaba entrever el grueso corsé que le apretaba la cintura como a una salchicha. El impermeable había protegido ligeramente el vestido de Scarlet, pero los zapatos chorreaban agua y el lazo azul le colgaba sobre el ojo derecho. El que peor parado había salido era el alcalde. Parecía un higo maduro: la camisa se le había pegado a la chaqueta y ambas descendían hasta los pantalones, que se habían ensanchado y alargado tanto que se los tenía que sujetar con las manos e iba pisándolos al caminar. Le faltaba un zapato:

—Una ola me lo ha arrancado —gimió.

—¿Una ola? —mamá Dalia lo contempló asombrada—. Ayudadlo a pelarse, quiero decir, a quitarse la ropa —se corrigió inmediatamente. Las niñas rompieron a reír.

—Id a buscar unos zapatos para Scarlet. Y un par de pantalones, ¡venga! —las regañó Tomelilla.

Dalia trajo ropa para el alcalde y la alcaldesa. —Han sido muy amables en venir. Pero encarar esta tormenta…

—¡Sobre todo cuando nadie los ha invitado! —protestaron las niñas, eligiendo los zapatos más feos que tenían para prestárselos a Scarlet.

Le llevaron unos horribles calcetines de lana violeta y un par de botas marrones. Si le hubieran dado un puñetazo en un ojo le habrían hecho menos desprecio. Scarlet dijo que prefería quedarse con las prendas que llevaba puestas... —¡Aunque estuvieran ardiendo!

—¡Peor para ella! —susurró Pervinca.

Tomelilla invitó a los Pimpernel a sentarse en el sofá. —Perdonad el desorden, pero esta lluvia nos ha complicado todo...

—¿Es muy viejo el tejado? —se burló la señora Pimpernel con malicia, observando los cubos con asco.

—¡No es viejo, es antiguo! —puntualizó Cícero—. ¡La casa entera se remonta a más de seis siglos! —dijo irritado.

La madre de Scarlet arrugó la nariz. —De hecho, se nota un leve olor a... ¡moho! ¿No lo hueles, Dalia querida? —dijo a la señora de la casa. Y añadió—: ¡Y también a quemado! ¿Tenéis algo al fuego?

—No, no, Adelaida, es por la chimenea —respondió Dalia con una sonrisa—. En invierno la tenemos encendida siempre, y los muebles han absorbido el olor de la leña. En vista del tiempo que hace, ¿tú qué dices, Cícero, la encendemos también ahora? ¿No os parece que hay mucha humedad?

Cícero se alegró de tener una excusa para alejarse de la señora Cara—de—faisán. A duras penas la soportaba cuando estaba callada, imaginaos cuando sacaba aquella áspera voz. ¡Y además para decir maldades!

Tomó el cesto de la leña y se levantó para ir a rellenarlo, pero, al abrir la puerta, una especie de gigantesca manta lo embistió y casi lo hizo caer. Tal como suena, una manta empapada de agua había entrado a la carrera en el recibidor, se había golpeado contra la pared y se había desplomado en el suelo.

—¿Qué demonios...? —Cícero levantó lentamente un extremo y...

—¡GRISAM! —se exaltó Babú.

Era él en persona, Grisam Burdock, el maguito de ojos azules que tanto le gustaba a Vainilla. ¡Y no estaba solo! De debajo de la manta surgió la familia Polimón casi al completo. Sólo faltaban tía Hortensia y el hadita Devién.

—Queríamos gastaros una broma —explicó Flox—, pero papá se ha tropezado y lo ha estropeado todo. Hasta mi rosa —dijo, observando desilusionada el tallo espinoso que le había quedado en la mano—. La traía para usted, Lala Tomelilla, quería hacerle un regalo...

—¡Oh, es una rosa bellísima, Flox! ¡Qué amable has sido! —respondió Tomelilla agarrando el tallo.

—Pero ya no tiene ni un pétalo...

—¿Cómo que no? Mira... —Tomelilla mostró la ramita de espinas a la niña: los pétalos blancos estaban otra vez en su sitio y formaban una corola tan blanca como la nieve.

—¡GUAU! Tía Hortensia nunca ha hecho una magia así. ¡Voy a contárselo a mamá! —exclamó Flox entrando al trote en el salón. Gracias a la manta, sólo se había mojado los zapatos—. ¿Puedo ponerme esto? —dijo tomando los calcetines y los viejos zapatos destinados a Scarlet.

Dalia y Cícero trajeron más ropa y algunas toallas.

—Habéis sido unos inconscientes saliendo con este tiempo, pero estamos contentos de veros.

—¡No habríamos podido retener a Flox en casa ni un segundo más! —contestó Rosie Polimón, la madre de Flox—. Está impaciente desde ayer por venir a vuestra fiesta. Ha perdido la invitación y temía que no la dejarais entrar.

Babú y Pervinca cruzaron una mirada de entendimiento y corrieron a dar un beso a Flox—corazón—de—oro. Scarlet Pimpernel, por su parte, las miró con desprecio: había sido ella la que le había quitado a Flox su invitación y ahora aquella estúpida la protegía. ¿Por qué? Con una excusa, se levantó del sofá y fue a curiosear por la casa.

—¿Y dónde está la tía Hortensia? —preguntó Tomelilla.

—Oh, olvídalo... Está en casa con Devién. No os puedo decir lo que nos han gritado al salir... ¡Estaban totalmente en contra! —contó la señora Polimón.

—Pues no les faltaba razón. Ahí fuera se ha desatado el fin del mundo —le hizo eco su marido Bernie—. Los padres de Grisam están intentando achicar el agua en la Tienda de las Exquisiteces, que se ha inundado, pero les va a costar.

Tomelilla pareció muy preocupada y, disculpándose, bajó a la Habitación de los Hechizos.

…y al final la oscuridad…

—¿Adónde va? ¡Los niños quieren apagar las velas! —dije volando detrás de mi bruja. Tomelilla pareció no oírme: se puso la capa de los encantamientos y empezó a consultar un gran libro titulado "Magias oscuras y oscuros presagios".

—Veamos, pues. Presagios... presagios... aquí está: "¡PRESAGIOS DEL SOLSTICIO DE VERANO!" —leyó—. Capítulo primero: "PRESAGIOS IRRELEVANTES": "Niebla purpurina", no... "Estornudo tumbador", tampoco… "Cola rizada de gato liso", no, no, estos no son... —Bajó con el dedo unas líneas y reanudó la lectura—: "PRESAGIOS ALARMANTES". ¿Estarán aquí? Veamos: "Lluvia de sol", no, nada que ver... "Dolor de muelas de bruja desdentada", tampoco... "Orejas tiesas de merluza sorda", ni hablar... tampoco son estos. Lo que me temía. Sólo me queda por leer... ¡Por todos los ogros del valle! —exclamó—. Falta precisamente el capítulo de los "TRÁGICOS PRESAGIOS". ¡Alguien ha arrancado la página!

Un trueno ensordecedor llenó el valle e hizo temblar la casa del tejado a los cimientos; un extraño viento, que había entrado por no se sabe dónde, apagó el candelabro de la habitación.

—¡Maldita tormenta! —refunfuñó Tomelilla.

Chasqueó los dedos y el candelabro volvió a encenderse. Pero justo en ese momento oímos un grito en el piso de arriba. —¡MI NIÑA!

Subimos la escalera a toda prisa y encontramos a la señora Pimpernel desesperada. —Mi Scarlet... se ha ido la luz y, cuando ha vuelto, ¡ya no estaba!

—¿Estás segura, Adelaida? Yo la he visto salir del salón hace unos minutos. Quizá esté arriba... —trató de consolarla Tomelilla con el sombrero de los encantamientos aún en su cabeza (con las prisas, había olvidado quitárselo)—. ¿Habéis probado a llamarla?

—¡Te digo que ha desaparecido! ¡Soy su madre y hay cosas que una madre siente! —dijo la señora Pimpernel casi llorando.

—Niñas, vosotras id arriba a buscarla. Yo voy a mirar en el estudio y tú, Dalia, echa un vistazo en la cocina, por favor —ordenó el señor Cícero.

—Seguro que se ha perdido en este laberinto de casa, ¡pobre criatura! —gimoteó la mamá de Scarlet.

Nos dispersamos por todas las habitaciones. Los niños se tomaron la búsqueda como una caza del tesoro y se divirtieron un montón.

—Scarletita, ¿estás aquí? —preguntaban con voz petulante tocando en todo lo que encontraban, puertas, armarios, cajones, baúles. Después rompían a reír. No estaba bien, lo reconozco, pero Scarlet Pimpernel no era una niña buena y seguramente no estaba en peligro.

Al menos así lo pensamos hasta una hora después, cuando nos reunimos todos en el punto de partida sin haberla encontrado. La mujer del alcalde lloraba a lágrima viva y Dalia no sabía cómo consolarla. ¿Dónde podía estar la niña?

De pronto, Pervinca tuvo una intuición:

—¡Yo sé dónde está! —exclamó. Se arrodilló frente a la puertecita del hueco de la escalera y gritó con fuerza—: Scarlet, ¿estás ahí dentro?

—Sí, ¡ábreme enseguida! —se oyó responder desde el interior. La voz de Scarlet apenas se oía, ¡pero el tono era clarísimo!

—No puedo abrirte, has echado la llave —gritó Pervinca a su vez—. ¡Tienes que abrir tú!

—¡Qué lista eres! Si pudiese abrir desde dentro ya lo habría hecho, ¿no crees?

El deseo de Pervinca en aquel momento era dejar a la señoritinga Scarlet consumirse donde estaba hasta el invierno siguiente. Pero aquel era su escondite y había que "limpiarlo de cucarachas" sin falta.

—Gira la llave en el sentido de las manecillas del reloj, como si quisieras cerrar —explicó Pervinca—. Después quita la llave y tira de la puerta hacia ti con fuerza.

Se oyó maniobrar dentro. Tras un instante... ¡clac!, la puerta se abrió.

—Hija mía, ¿quién te ha encerrado ahí dentro? —preguntó la señora Pimpernel abrazando a su hija.

—¿Por qué tendría que haber sido alguien? —replicó molesto el señor Cícero.

Scarlet hizo una escenita: dijo que se había perdido y, cuando oyó el trueno, asustada, se había escondido allí debajo y luego no había podido salir. Vainilla y Pervinca tenían otra explicación: según ellas, aquella cotilla había metido la nariz en su guarida secreta a propósito y se había quedado encerrada. ¡Le estaba bien empleado!

…y con la oscuridad, ¡los truenos!

Fue la tarta de Tomelilla la que puso a todos de acuerdo: una tarta de nata del tamaño del timón de un buque y, deliciadelasdelicias, completamente cubierta de bayas del bosque que habían recogido las niñas. Como era costumbre en casa de los Periwinkle, los niños se colocaron alrededor de la tarta y soplaron las velas.

Dalia ofreció un pedazo a cada uno, pero cuando Pervinca dio un bocado al suyo lanzó un grito de dolor.

—¡AY! —dijo acariciándose la mejilla. Tomelilla se llevó una mano al corazón, y yo también: el último premolar de Pervinca había traspasado su encía. Las esperanzas de que nuestra Vi fuese bruja desaparecían poco a poco. Pero todavía quedaba algo de tiempo...

Otro trueno, más fuerte que el anterior, sacó a Tomelilla de sus pensamientos y casi me hizo caer de su hombro.

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