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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (10 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—No lo sé, Garion —dijo ella con las manos abiertas—. Todavía no lo sé.

—¿Velvet? —preguntó Zakath, con asombro.

—¿No es una tontería? —sonrió ella, y otra vez se formaron dos hoyuelos en sus mejillas—. Supongo que estos sobrenombres son un signo de afectación. Sin embargo, la pregunta de Garion es interesante. ¿Tienes idea de por qué Zandramas quiere matarte?

—No, pero cuando la coja, podremos arrancarle la respuesta. Y te aseguro que la cogeré, aunque para ello tenga que registrar todo Cthol Murgos, piedra a piedra.

—No está aquí —dijo Garion con aire ausente, mientras se esforzaba por comprender las razones de aquel atentado—. Está en Ashaba, en la casa de Torak.

—¿No es todo demasiado conveniente para ti, Belgarion? —preguntó Zakath con desconfianza—. Alguien me envenena poco después de vuestra llegada, Belgarath logra curarme y Liselle descubre la identidad del envenenador que, por casualidad, trabaja para Zandramas. Zandramas, a su vez, está en Ashaba, Mallorea, el lugar adonde tú quieres ir. ¿No crees que las coincidencias son asombrosas?

—Zakath, empiezas a cansarme —dijo Garion, disgustado—. Si yo decido que necesito un barco para ir a Mallorea, cojo ese barco. Lo único que me ha impedido hacerlo hasta ahora son los modales que Polgara me inculcó cuando era pequeño.

—¿Y cómo te propones salir de esta casa? —preguntó Zakath, que también comenzaba a enfurecerse.

Eso fue más de lo que Garion podía admitir. La furia que lo embargaba era totalmente irracional, consecuencia de los centenares de demoras y pequeñas interrupciones que se habían sucedido durante más de un año. Desenvainó la espada de Puño de Hierro y abrió la pequeña funda de cuero de la empuñadura. Luego extendió la enorme espada ante sí e insufló todo su poder al Orbe. La espada resplandeció con un fuego azul.

—¿Que cómo me propongo salir de esta casa? —le gritó al atónito emperador—. Usaré esto como llave. Funciona así —añadió mientras levantaba el brazo y dirigía la llameante espada a la puerta—. ¡Estalla! —ordenó.

La furia de Garion no era sólo irracional, sino también excesiva. Sólo había pretendido hacer estallar la puerta, y tal vez parte del marco, para demostrar a Zakath la intensidad de su rabia. El Orbe, sin embargo, despertado por el enorme poder de Garion, respondió con demasiado énfasis. La puerta, por supuesto, voló por los aires convertida en astillas, y lo mismo ocurrió con el marco; pero Garion no había previsto lo que sucedería con la pared.

Zakath, pálido y tembloroso, retrocedió con la vista fija en el pasillo que de repente había aparecido ante su vista y en los escombros que lo cubrían, escombros que un minuto antes habían formado la pared de sesenta centímetros de grosor de su habitación.

—¡Cielos! —murmuró Velvet.

Garion sabía que su actitud era tonta y melodramática, pero sin poder controlar su enorme e irracional furia, cogió a Zakath con la mano izquierda y le mostró la espada que tenía en la derecha.

—Ahora vamos a hablar con Belgarath —anunció—. Si me das tu palabra de que no llamarás a los guardias cada vez que giremos por una esquina, iremos por los pasillos. De lo contrario, cortaremos camino cruzando la casa. La biblioteca está en esa dirección, ¿verdad? —dijo señalando una de las paredes con su espada.

—Belgarion —le riñó Velvet con suavidad—, ésa no es forma de comportarse. Kal Zakath ha sido un anfitrión muy amable. Estoy segura de que ya ha comprendido la situación y estará encantado de cooperar, ¿verdad, Majestad? —dijo con una sonrisa astuta—. Debemos evitar que el rey de Riva se enfade, ¿no crees? Hay tantas cosas frágiles alrededor... Ventanas, paredes, casas, la ciudad de Rak Hagga, cosas por el estilo.

Encontraron a Belgarath en la biblioteca. Estaba leyendo un pequeño pergamino y tenía una jarra de cerveza sobre la mesa.

—Ha ocurrido algo —dijo Garion al entrar.

—¡Ah!, ¿sí?

—Dice Velvet que ella y Seda han descubierto que el envenenador fue Naradas.

—¿Naradas? —parpadeó el anciano—. Eso es toda una sorpresa.

—¿Qué se propone Zandramas, abuelo?

—No estoy seguro —respondió el anciano, y se volvió hacia Zakath—. ¿Quién te sucedería si alguien lograra matarte?

—Tengo algunos primos lejanos —dijo Zakath encogiéndose de hombros—, casi todos en las islas Melcenes y en Celanta. La línea de sucesión es algo imprecisa.

—Tal vez eso es lo que pretenda, Belgarath —dijo Velvet con expresión seria—. Si la profecía que encontramos en Rak Hagga dice la verdad, ella tendrá que estar acompañada por un rey angarak en el encuentro final. Un rey dócil se adaptaría a sus propósitos mucho mejor que Zakath, un primo tercero o cuarto que ella pudiera coronar y nombrar rey. Luego podría ordenar a los grolims que lo vigilaran y lo llevaran ante ella en el momento indicado.

—Es posible —asintió él—, pero creo que hay algo más. Hasta ahora, Zandramas nunca ha actuado de forma tan clara.

—Supongo que ya sabréis que no entiendo nada de lo que decís —dijo Zakath, enfadado.

—¿Qué es lo que sabe? —le preguntó Belgarath a Garion.

—No mucho, abuelo.

—Muy bien, tal vez cuando se entere de lo que ocurre no se muestre tan difícil. —Se volvió hacia el emperador malloreano—. ¿Has oído hablar del Códice Mrin? —preguntó.

—He oído que fue escrito por un loco, como casi todas las llamadas profecías.

—¿Y del Niño de la Luz y el Niño de las Tinieblas?

—Eso es parte del vocabulario de los fanáticos religiosos.

—Zakath, tendrás que creer en algo. De lo contrario, será muy difícil que comprendas lo que tengo que decirte.

—¿Te conformas con una suspensión temporal de mi escepticismo?

—Supongo que sí. Bien, ahora escúchame con atención, porque lo que voy a decirte es bastante complicado. Si no entiendes algo, pregúntamelo.

El anciano procedió a relatarle a Zakath la historia del «accidente» que había tenido lugar al comienzo de los tiempos y la de la divergencia entre los dos posibles caminos del futuro y las conciencias que encarnaban esos caminos.

—De acuerdo —dijo Zakath—. Hasta ahora, todo suena a teología corriente. He oído a los grolims decir las mismas tonterías desde que era pequeño.

Belgarath asintió con un gesto.

—Sólo pretendía empezar con una historia común a ambos.

Luego continuó hablándole a Zakath de los hechos ocurridos después de la división del mundo y de la batalla de Vo Mimbre.

—Nuestro punto de vista es bastante distinto —murmuró Zakath.

—Es lógico —asintió Belgarath—. Bueno, pasaron quinientos años entre la batalla de Vo Mimbre y el robo del Orbe por Zedar, el apóstata.

—Recuperación —corrigió Zakath—. El Orbe había sido robado de Cthol Mishrak por el ladrón Puño de Hierro y por... —se interrumpió mientras miraba con los ojos muy abiertos al zarrapastroso anciano.

—Sí —dijo Belgarath—, yo estaba allí, Zakath. Y también estaba allí dos mil años antes, cuando Torak le robó el Orbe a mi maestro.

—He estado enfermo —dijo Zakath débilmente mientras se sentaba en una silla—. Creo que no estoy preparado para tantas sorpresas.

Belgarath lo miró perplejo.

—Sus Majestades tuvieron una pequeña discusión —explicó Velvet con tono jocoso—. El rey Belgarion hizo una demostración de los poderes de su ostentosa espada y el emperador quedó muy impresionado, así como todos aquellos que se encontraban en esa parte de la casa.

—¿Jugando otra vez? —le dijo Belgarath a Garion y lo fulminó con una mirada helada de las suyas. Garion quiso responder, pero no supo qué decir—. Muy bien —continuó Belgarath con brusquedad—. Lo ocurrido después de la aparición de Garion es historia reciente, de modo que ya estarás familiarizado con ella.

—¿Garion? —preguntó Zakath.

—Es un nombre más común y familiar. «Belgarion» es un poco ostentoso, ¿no crees?

—No más que Belgarath.

—He usado el nombre de Belgarath durante más de siete mil años, Zakath, y creo que ya le he quitado lustre. Garion sólo ha estado usando su «Bel» durante una docena de años y todavía suena demasiado pomposo para él. —Garion no pudo evitar sentirse ofendido—. Como te decía, después de la muerte de Torak, Garion y Ce'Nedra se casaron. Hace un año, ella dio a luz a un niño. En esos momentos, Garion estaba preocupado por el culto del Oso. Alguien había intentado matar a Ce'Nedra y había asesinado al Guardián de Riva.

—Ya estoy enterado de todo eso —dijo Zakath.

—Pues cuando estaba a punto de derrotar a los miembros del culto, cosa que sabe hacer bastante bien cuando se empeña, alguien logró entrar en la Ciudadela de Riva y raptó a mi bisnieto.

—¡No! —exclamó Zakath.

—¡Oh, sí! —continuó Belgarath con tono sombrío—. Creímos que había sido el culto y nos dirigimos a su cuartel general en Rheon, Drasnia, pero era una trampa. Zandramas raptó al príncipe Geran y nos envió hacia Rheon. El jefe del grupo resultó ser Harakan, uno de los secuaces de Urvon. ¿Voy demasiado rápido para ti?

—No —dijo Zakath con expresión perpleja y los ojos muy abiertos—. Creo que puedo seguirte.

—No hay mucho más. Cuando descubrimos nuestro error, comenzamos a seguir el rastro de Zandramas. Sabemos que se dirige a Mallorea, a «el lugar que ya no existe». Tenemos que detenerla, o al menos llegar junto con ella. Cyradis cree que cuando lleguemos a «el lugar que ya no existe» habrá un enfrentamiento entre el Niño de la Luz y el Niño de las Tinieblas, lo que ha estado ocurriendo desde el comienzo de los tiempos, aunque ésta será la última vez. Tendrá que elegir entre ellos y se supone que ahí acabará todo.

—Temo que no puedo seguir reprimiendo mi escepticismo, Belgarath —dijo Zakath—. No querrás que crea que esas dos figuras incorpóreas que depredan el mundo llegarán a ese sitio para enfrentarse una vez más, ¿verdad?

—¿Qué te hace pensar que son incorpóreas? Los espíritus que se encuentran en el centro de los dos destinos posibles se encarnan en gente real para utilizarlos como instrumentos en estos encuentros. Ahora mismo, por ejemplo, Zandramas es el Niño de las Tinieblas, aunque tal vez deberíamos llamarla la Niña de las Tinieblas. Antes lo era Torak, pero Garion lo mató.

—¿Y quién es el Niño de la Luz?

—Creí que eso era obvio.

—¿Tú? —le preguntó Zakath, pero en sus ojos se reflejaba la incredulidad.

—Eso dicen —respondió Garion.

Capítulo 5

Kal Zakath, emperador de la extensa Mallorea, miró primero a Belgarath, luego a Garion y por fin a Velvet.

—¿Por qué tendré la sensación de que estoy perdiendo el control de las cosas? Cuando llegasteis aquí erais mis prisioneros; pero, ahora, en cierto modo, el prisionero soy yo.

—Te hemos contado algunas cosas que no sabías, eso es todo —aclaró Belgarath.

—O algunas cosas que inventasteis con mucho ingenio.

—¿Por qué íbamos a hacer algo así?

—Se me ocurren unas cuantas razones. Digamos que acepto la historia del rapto del hijo de Belgarion, ¿no os dais cuenta de que eso quiere decir que todos vuestros motivos resultan obvios? Necesitáis mi ayuda para buscarlo. Todas esas tonterías místicas y la ridícula historia sobre el padre de Urgit podríais haberlas inventado para obligarme a abandonar la campaña en Cthol Murgos y regresar a Mallorea. Todo lo que habéis hecho o dicho desde que llegasteis podría haber sido planeado con ese fin.

—¿Crees que haríamos una cosa así? —preguntó Garion.

—Belgarion, si yo tuviera un hijo y alguien me lo raptara, haría cualquier cosa para recuperarlo. Comprendo vuestra situación, pero yo tengo mis propias preocupaciones aquí, no en Mallorea. Lo siento; cuanto más pienso en ello, menos lo creo. No puedo haberme equivocado tanto al juzgar al mundo. ¿Demonios? ¿Profecías? ¿Magia? ¿Ancianos inmortales? Parece muy divertido, pero no creo una sola palabra de todo esto.

—¿Ni siquiera lo que el Orbe te mostró sobre Urgit? —preguntó Garion.

—Por favor, Belgarion, no me trates como si fuera un niño —repuso Zakath con una sonrisa irónica en los labios—. ¿No es posible que el veneno ya hubiera afectado mi cerebro? ¿O que tú, como tantos charlatanes que pululan por las ferias de los pueblos, usaras luces misteriosas e hipnosis para hacerme ver lo que querías?

—¿En qué crees tú, Zakath? —preguntó Velvet.

—En lo que puedo ver y tocar —respondió Zakath—, y en muy pocas cosas más.

—¡Qué escéptico! —murmuró Velvet—. Entonces no crees en nada que se salga de lo normal.

—No.

—¿Ni siquiera en el extraño don de los videntes de Kell? Está muy bien documentado, ¿sabes?

—Sí —admitió con una pequeña mueca—, así es.

—¿Cómo se pueden documentar las visiones? —preguntó Garion con curiosidad.

—Los grolims pretendían desacreditar a los videntes —respondió Zakath— y creyeron que la mejor forma de hacerlo era escribir lo que profetizaban y esperar a ver qué ocurría. Los funcionarios se ocuparon de archivar las predicciones y, hasta ahora, ninguna de ellas ha sido falsa.

—Entonces ¿crees que los videntes tienen la capacidad de ver cosas del presente, del pasado y del futuro de una forma que el resto de los mortales no podemos comprender? —lo apremió Velvet.

—De acuerdo, margravina —asintió Zakath de mala gana—. Acepto que los videntes tienen ciertas facultades que aún no han podido ser explicadas.

—¿Crees que un vidente te mentiría?

—Muy bien —murmuró Belgarath.

—No —respondió Zakath tras reflexionar un momento—. Los videntes son incapaces de mentir. Su sinceridad es reconocida por todos.

—Por consiguiente, todo lo que tienes que hacer para descubrir si decimos la verdad es enviar a buscar a un vidente, ¿no es eso? —dijo ella con una sonrisa.

—Liselle —protestó Garion—, eso podría llevar semanas y no tenemos tanto tiempo.

—¡Oh! —replicó ella—. No creo que lleve tanto tiempo. Si no recuerdo mal, Polgara dijo que Andel convocó a Cyradis cuando Su Majestad estaba enfermo. Estoy segura de que podremos convencerla de que lo haga de nuevo.

—Y bien, Zakath —dijo Belgarath—, ¿estarías dispuesto a aceptar que lo que diga Cyradis es verdad?

—Me habéis conducido a un callejón sin salida —repuso el emperador con expresión de desconfianza. Luego reflexionó un momento—. De acuerdo —dijo por fin—. Acepto que lo que diga Cyradis será la verdad, siempre que vosotros la aceptéis también.

—Hecho —dijo Belgarath—. Ahora envía a buscar a Andel y acabemos con esto de una vez.

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