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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (5 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Tú deberías comprenderlo mejor que nadie, Garion —repuso Polgara—. ¿Recuerdas al murgo Asharak?

Garion se estremeció al recordar la fuerza de aquella mente que había intentado controlar su conciencia desde su más tierna infancia.

—Sacadlo de ahí —rogó—, echad de su mente a quienquiera que sea.

—Tal vez sea mejor esperar, Garion. No debemos desaprovechar esta oportunidad.

—No te entiendo.

—Ya lo entenderás, cariño —respondió ella. Se levantó de la silla y fue a sentarse en el borde de la cama. Luego apoyó ambas manos en las sienes de Ce'Nedra. Garion volvió a oír el mismo murmullo y volvieron a temblar las llamas de las velas, como si fueran a apagarse—. Sé que estáis ahí —dijo sin poder contenerse—. Ya puedes hablar.

Con la cara crispada, Ce'Nedra volvió la cabeza de un lado a otro, como si intentara escapar de las manos que se apoyaban en sus sienes; pero Polgara mantuvo las manos firmes con expresión severa. El rizo blanco de su pelo comenzó a resplandecer y la habitación se llenó de una extraña oleada de frío que parecía surgir de la misma cama.

De repente, Ce'Nedra dio un grito estremecedor.

—¡Habla! —le ordenó Polgara—. No puedes huir a menos que yo te suelte, y no lo haré hasta que hables.

Los ojos de Ce'Nedra se entreabrieron y Garion notó que estaban inyectados de odio.

—No os temo, Polgara —dijo con voz ronca y un acento extraño.

—Y yo te temo aún menos. Ahora dime quién eres.

—Ya me conoces, Polgara.

—Tal vez, pero así sabré tu nombre.

Hubo una larga pausa y Garion notó cómo crecía la intensidad de las vibraciones del poder de Polgara.

Ce'Nedra volvió a gritar, un grito angustioso que hizo estremecer a Garion.

—¡Para! —gritó la voz ronca—. ¡Hablaré!

—Dime tu nombre —insistió Polgara, implacable.

—Soy Zandramas.

—¿Y qué esperas conseguir con esto?

Una risa diabólica se escapó de los labios pálidos de Ce'Nedra.

—Ya le he robado el corazón al llevarme a su hijo, Polgara. Ahora le robaré también la mente. Podría matarla si quisiera, pero una reina muerta puede enterrarse y dejarse atrás. Sin embargo, una reina loca os distraerá de la búsqueda del Sardion.

—Puedo hacerte desaparecer con un simple chasquido de mis dedos, Zandramas.

—Y yo puedo reaparecer con la misma rapidez.

—No eres tan lista como creía —insistió Polgara con una sonrisa fría en los labios—. ¿Realmente crees que te he obligado a confesar tu nombre sólo para divertirme? ¿Ignoras el poder que me has concedido al pronunciarlo? El poder del nombre es el más elemental de todos. Ahora podré mantenerte fuera de la mente de Ce'Nedra. Pero aún hay más. Por ejemplo, sé que estás en Ashaba, vagando por las ruinas plagadas de murciélagos de la casa de Torak como un miserable fantasma. —Una exclamación de sorpresa resonó en la habitación—. Podría decirte más cosas, Zandramas, pero todo esto empieza a aburrirme. —Se irguió sin quitar las manos de las sienes de Ce'Nedra. El rizo blanco se volvió incandescente y el suave murmullo se convirtió en un rugido ensordecedor—. ¡Vete! —ordenó. La cara de Ce'Nedra se desfiguró en una expresión de angustia. Un viento helado y penetrante pareció invadir la habitación mientras las llamas de las velas y los braseros se consumían, hasta que la estancia quedó en penumbra—. ¡Fuera! —insistió Polgara.

Un grito agónico brotó de los labios de Ce'Nedra que luego pareció escapar de su cuerpo y repetirse en el aire, encima de la cama. Las velas y los braseros se apagaron. Los gritos comenzaron a apagarse también poco a poco, hasta convertirse en un murmullo increíblemente lejano.

—¿Se ha ido Zandramas? —preguntó Garion con voz temblorosa.

—Sí —respondió Polgara con calma en la profunda oscuridad.

—¿Qué vamos a decirle a Ce'Nedra cuando se despierte?

—No recordará nada de lo sucedido. Dile algo impreciso. Ahora enciende una vela.

Garion buscó a tientas y derribó una vela con el codo, pero la atajó antes de que llegara al suelo. Se sentía bastante orgulloso de su agilidad.

—No juegues con ella, Garion. Limítate a encenderla.

Su tono era tan familiar e indiferente, que Garion se echó a reír y la llama que encendió con su poder vaciló y tembló en el extremo de la vela como una dorada carcajada.

Polgara miró a la risueña llama vacilante y luego cerró los ojos.

—¡Oh, Garion! —suspiró, resignada.

Garion recorrió la habitación encendiendo las demás velas y los braseros. Las llamas estaban tranquilas, a excepción de la primera, que continuó contoneándose como si riera con alegría.

Polgara se volvió hacia la curandera dalasiana.

—Eres muy perspicaz, Andel —dijo—. Es difícil descubrir este tipo de cosas a no ser que uno sepa lo que busca.

—La percepción no fue mía, Polgara —respondió Andel—. Otra persona me advirtió sobre la causa de la enfermedad de Su Majestad.

—¿Cyradis?

La curandera asintió con un gesto.

—Las mentes de todos los miembros de nuestra raza están unidas a la de ella, pues somos instrumentos de la tarea que le ha sido asignada. Su preocupación por el bienestar de la reina la indujo a intervenir. —La mujer encapuchada vaciló un instante—. La sagrada vidente me pidió que intercedas ante tu esposo en el asunto de Toth. El enfado de Durnik causa un gran dolor al gentil guía, y su dolor es también el de ella. Lo que ocurrió en Verkat tenía que suceder, de lo contrario el Niño de la Luz y el Niño de las Tinieblas no podrían encontrarse en muchos años.

—Me imaginé que sería algo así —asintió Polgara—. Dile que defenderé a Toth ante Durnik.

Andel inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento.

—Garion —murmuró Ce'Nedra con tono somnoliento—, ¿dónde estamos?

El joven se volvió hacia su esposa con rapidez.

—¿Te encuentras bien? —preguntó mientras le cogía una mano.

—Sí —respondió ella—, sólo tengo sueño. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estamos?

—Estamos en Rak Hagga. —Intercambió una rápida mirada con Polgara y luego se volvió otra vez hacia la cama—. Sólo has sufrido un desmayo —dijo con exagerada indiferencia—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien, cariño, pero me gustaría dormir un poco —dijo y cerró los ojos, aunque enseguida volvió a abrirlos—. Garion, ¿qué le pasa a esa vela?

—No te preocupes, cariño —respondió él dándole un beso en la mejilla, pero la reina ya se había quedado dormida.

Era más de medianoche cuando a Garion lo despertó un golpe en la puerta.

—¿Quién es? —preguntó sentándose en la cama.

—Un mensajero del emperador, Majestad —respondió una voz al otro lado de la puerta—. Te ruega que te reúnas con él en su estudio privado.

—¿Ahora? ¿A medianoche?

—Esas son las órdenes del emperador, Majestad.

—De acuerdo —repuso Garion, mientras apartaba las mantas y se giraba para apoyar los pies descalzos sobre el suelo frío—. Dame un minuto para vestirme.

—Por supuesto, Majestad.

Garion comenzó a vestirse, refunfuñando, a la luz tenue del brasero. Una vez vestido, se lavó la cara con agua fría y se peinó con los dedos el cabello de color trigueño, intentando darle un aspecto presentable. En el último momento decidió llevarse la espada de Puño de Hierro y se cruzó la correa a la espalda.

—Muy bien —le dijo al mensajero mientras abría la puerta—, vámonos.

El estudio de Kal Zakath era una habitación atestada de libros, con varios sillones tapizados en piel, una gran mesa de roble y un fuego chisporroteante en la chimenea. El emperador, vestido con su túnica blanca de lino, estaba sentado a la mesa y hojeaba un montón de pergaminos a la luz de una lámpara de aceite.

—¿Querías verme, Zakath? —preguntó Garion al entrar en la habitación.

—¡Ah, sí, Belgarion! —dijo Zakath, dejando a un lado los pergaminos—. Gracias por venir. Tengo entendido que tu esposa se está recuperando.

Garion asintió con un gesto.

—Te agradezco mucho que hayas enviado a Andel. Su ayuda fue muy útil.

—Me alegro, Belgarion.

Zakath estiró el brazo y bajó la mecha de la lámpara hasta que los rincones de la habitación se llenaron de sombras.

—Pensé que podríamos hablar un poco.

—¿No crees que es un poco tarde?

—Yo no duermo mucho, Belgarion. Un hombre puede perder un tercio de su vida durmiendo. El día está lleno de distracciones y luces brillantes, pero la noche sombría y serena permite concentrarse mejor. Siéntate, por favor. —Garion se desató la correa de la espada y apoyó el arma contra una estantería—. No soy tan peligroso, ¿sabes? —dijo el emperador y dirigió una mirada significativa a la espada.

—No la he traído por ti, Zakath —respondió Garion con una sonrisa—. Es sólo una costumbre. No es el tipo de espada que uno puede dejar por ahí.

—No creo que nadie intente robártela, Belgarion.

—Es imposible robarla, pero no quiero que nadie se haga daño tocándola por accidente.

—¿Quieres decir que se trata de esa espada?

Garion asintió con un gesto.

—Me siento obligado a cuidarla. A menudo resulta una molestia, pero en varias ocasiones me he alegrado de tenerla conmigo.

—¿Qué ocurrió realmente en Cthol Mishrak? —preguntó Zakath sin más—. He oído todo tipo de historias.

—Yo también —dijo Garion con ironía—. La mayoría lo único que cita bien es los nombres. Ni Torak ni yo tuvimos mayor control sobre los hechos. Peleamos y yo le clavé la espada en el pecho.

—¿Y murió? —preguntó Zakath, muerto de curiosidad.

—Al final, sí.

—¿Al final?

—Primero vomitó fuego y lloró llamas. Luego gritó.

—¿Qué dijo?

—¡Madre! —se limitó a responder Garion, que no sentía deseos de hablar de eso.

—¡Qué extraordinario! —exclamó Zakath—. ¿Y qué sucedió con su cuerpo? Yo ordené registrar todas las ruinas de Cthol Mishrak y no encontré nada.

—Los demás dioses vinieron a llevárselo. ¿Crees que podríamos hablar de otra cosa? Esos recuerdos son dolorosos.

—Pero él era tu enemigo.

—También era un dios, Zakath —suspiró Garion—, y es terrible tener que matar a un dios.

—Eres un hombre curiosamente bondadoso, Belgarion. Creo que te respeto más por eso que por tu prodigioso valor.

—Yo no diría tanto. Estuve aterrorizado todo el tiempo y creo que a Torak le ocurría lo mismo ¿Querías hablarme de algo especial?

Zarath se recostó en su sillón mientras daba suaves golpecitos con los dedos sobre sus labios apretados.

—Sabes que con el tiempo tú y yo acabaremos enfrentándonos, ¿verdad?

—No —dijo Garion—. Eso no es necesariamente cierto.

—Sólo puede haber un rey del mundo.

—Yo ya tengo bastantes problemas intentando gobernar una pequeña isla —dijo Garion con expresión de tristeza—. Nunca he deseado ser el rey del mundo.

—Pero yo sí lo he deseado... y aún lo deseo.

—Entonces es probable que tarde o temprano tengamos que enfrentarnos —suspiró Garion—. No creo que el mundo deba ser gobernado por un solo hombre. Si intentas hacerlo, tendré que detenerte.

—Nadie puede detenerme, Belgarion.

—Lo mismo pensaba Torak.

—Eres muy brusco.

—De ese modo evitaremos malentendidos. Yo diría que tienes suficientes problemas en tu reino como para intentar invadir el mío o los de mis amigos. Eso por no mencionar el punto muerto a que han llegado tus acciones aquí, en Cthol Murgos.

—Estás bien informado.

—La reina Porenn es una buena amiga mía y me mantiene informado. Además, Seda se entera de muchas cosas en el transcurso de sus negocios.

—¿Seda?

—Perdona, me refiero al príncipe Kheldar. Seda es una especie de sobrenombre.

—En ciertas cosas nos parecemos mucho, Belgarion —dijo Zakath mirándolo fijamente—, pero en otras somos muy distintos. Sin embargo, ambos actuamos movidos por la necesidad. A menudo, estamos a merced de hechos de los que no tenemos control.

—Supongo que te refieres a las dos profecías, ¿verdad?

—Yo no creo en las profecías —rió Zakath—, sólo creo en el poder. Pero es curioso que los dos hayamos tenido que enfrentarnos a problemas similares últimamente. Hace poco tiempo has tenido que sofocar un levantamiento en Aloria, que, según tengo entendido, fue causado por un grupo de fanáticos religiosos. Yo tengo un problema similar en Darshiva. La religión es una fuente inagotable de problemas para cualquier gobernante, ¿no crees?

—Casi siempre he logrado solucionar esos problemas.

—Pues has tenido suerte. Torak no era un rey bueno ni gentil y sus sacerdotes grolims son perversos. Si yo no estuviera ocupado aquí, en Cthol Murgos, creo que me congraciaría con las mil generaciones siguientes haciendo desaparecer a todos los grolims de la faz de la tierra.

—¿Qué te parecería hacer una alianza para eso? —preguntó Garion, sonriendo.

Zakath soltó una risotada, pero pronto su expresión se volvió otra vez sombría.

—¿El nombre de Zandramas significa algo para ti?

—He oído algunos rumores sobre él —dijo Garion intentando eludir la respuesta, sin saber cuánta información tenía Zakath sobre su presencia en Cthol Murgos.

—¿Y el de Cthrag Sardius?

—También lo he oído.

—Estás siendo evasivo, Belgarion —repuso Zakath con una mirada firme, y luego se restregó los ojos con cansancio.

—Creo que necesitas dormir —dijo Garion.

—Pronto tendré tiempo para eso, cuando acabe mi trabajo.

—Bien, supongo que no es asunto mío.

—¿Qué sabes de Mallorea, Belgarion?

—Recibo informes regulares, aunque a veces resultan un poco incoherentes.

—Me refería a nuestro pasado.

—Me temo que no demasiado. Los historiadores occidentales siempre han intentado negar la propia existencia de Mallorea.

—La universidad de Melcene tiene los mismos prejuicios con respecto al Oeste —observó Zakath con una sonrisa irónica—. En los últimos siglos, desde la catástrofe de Vo Mimbre, la sociedad malloreana se ha vuelto casi completamente laica. Torak estaba dormido, Ctuchik practicaba sus perversiones aquí, en Cthol Murgos, y Zedar recorría el mundo como un vagabundo. A propósito, ¿qué le ocurrió? Creí que estaba en Cthol Mishrak.

—Y allí estaba.

—Nunca encontramos su cadáver.

—Porque no está muerto.

—¿No? —preguntó Zakath, atónito—. Y entonces ¿dónde está?

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