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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (28 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—¿Has incendiado la aldea? —le preguntó Seda a Garion, horrorizado.

—Por supuesto que no —respondió Garion.

—Entonces ¿de dónde viene el humo?

—De un montón de sitios diferentes —replicó Garion con un guiño—. De los techos de paja de las casas, de las piedras de las calles, de los sótanos y de los graneros..., de muchísimos lugares. Pero sólo es humo. —Desmontó, recogió las ballestas del suelo y las alineó con la punta para abajo junto a la barricada de matorrales—. ¿Cuánto tiempo se necesita para ponerle la cuerda a una ballesta? —preguntó.

—Horas —sonrió Seda—. Se necesitan dos hombres para aguantar los brazos con la manivela y otros dos para colocar la cuerda en su sitio.

—Me lo imaginaba —asintió Garion. El joven rey desenvainó su viejo cuchillo y cortó por orden todas las cuerdas de las ballestas. Cada arco respondió con un fuerte chasquido—. ¿Nos vamos?

—¿Qué hay de esto? —preguntó Seda, y señaló la barricada de arbustos.

—La bordearemos —dijo Garion encogiéndose de hombros.

—¿Qué intentaban hacer? —les preguntó Durnik cuando regresaron.

—Un grupo de emprendedores campesinos decidió cobrar peaje a los que pasan por este camino —respondió Seda—. Sin embargo, no tenían suficiente carácter para los negocios y se marcharon ante la primera contrariedad, dejando sola la tienda.

Rodearon la barricada, seguidos de las mulas de Yarblek, cuyos cascabeles repicaban una triste melodía.

—Creo que pronto tendremos que separarnos —le dijo Belgarath al nadrak con gorro de piel—. Tenemos que llegar a Ashaba antes del fin de semana y tus mulas nos están retrasando.

—Nunca nadie ha acusado a las mulas de ir demasiado rápidas —asintió Yarblek—. De todos modos, yo giraré hacia el oeste dentro de poco tiempo. Si queréis, podéis ir a Karanda, pero yo prefiero llegar a la costa lo antes posible.

—¡Garion! —dijo Polgara con una sugestiva mirada a la columna de humo que se elevaba sobre la aldea que habían dejado atrás.

—¡Oh! —respondió él—, lo había olvidado. —Alzó la mano con un gesto dramático—. Ya es suficiente.

La columna de humo comenzó a diluirse hasta que formó una nube separada de la aldea.

—No seas tan dramático, cariño —le aconsejó Polgara—. Resulta ostentoso.

—Tú lo haces continuamente —la acusó él.

—Es cierto, pero sé cómo hacerlo.

Al mediodía llegaron ante una colina, ascendieron a la cima bajo los radiantes rayos del sol y, de repente, se encontraron rodeados de soldados malloreanos con uniformes rojos y cotas de malla, que salieron de zanjas y barrancos con jabalinas en las manos.

—¡Alto! —gritó el oficial a cargo del destacamento.

Era un individuo aún más bajo que Seda, pero se pavoneaba como si midiera tres metros.

—Por supuesto, capitán —respondió Yarblek, mientras detenía su caballo.

—¿Qué hacemos? —le preguntó Garion a Seda en un murmullo.

—Déjalo en manos de Yarblek —respondió Seda—. Él sabe lo que hace.

—¿Adonde vais? —preguntó el oficial cuando el larguirucho nadrak hubo desmontado.

—A Mal Dariya —respondió Yarblek—, o a Mal Camat... A cualquier sitio donde pueda contratar barcos para enviar mis mercancías a Yar Marak.

El capitán gruñó, como si intentara encontrar algo incorrecto en aquella respuesta.

—Tal vez sea aún más importante saber de dónde venís —insistió el capitán con una mueca de disgusto.

—De Maga Renn —respondió Yarblek encogiéndose de hombros.

—¿No vendréis de Mal Zeth? —preguntó el pequeño capitán con una mirada fría y desconfiada.

—No suelo hacer negocios en Mal Zeth, capitán. Es muy caro. Demasiados permisos, sobornos y tasas.

—¿Puedes demostrar lo que dices? —preguntó el capitán con tono beligerante.

—Si es necesario, creo que puedo hacerlo.

—Es necesario, nadrak, porque a menos que me demuestres que no vienes de Mal Zeth te haré volver grupas —dijo con satisfacción.

—¿Regresar? Eso es imposible. Tengo que estar en Boktor a mediados del verano.

—Ése es tu problema, mercader. —El capitán parecía complacido por haber asustado a un hombre tan alto—. En Mal Zeth hay una epidemia y yo debo evitar que se extienda al resto del imperio —añadió palmeándose el pecho.

—¡Una epidemia! —Yarblek abrió mucho los ojos y su cara palideció—. ¡Por los dientes de Torak! ¡Y pensar que estuve a punto de detenerme allí! —De repente hizo chasquear los dedos—. ¡Ah, por eso las aldeas estaban cerradas con barricadas!

—¿Puedes probar que vienes de Maga Renn? —insistió el capitán.

—Bueno... —Yarblek abrió las alforjas y comenzó a rebuscar en su interior—. Aquí tengo un permiso del Departamento de Comercio —dijo sin demasiada convicción—. Me autoriza a llevar mis mercancías de Maga Renn a Mal Dariya. Si allí no encuentro barcos, tendré que solicitar otro permiso para ir a Mal Camat. ¿Te basta con esto?

—Déjamelo ver —respondió el capitán, y extendió la mano y chasqueó los dedos con impaciencia. Yarblek se lo entregó—. Está un poco manchado —añadió el capitán con desconfianza.

—Se me manchó con cerveza en la taberna de Penn Daka —explicó Yarblek encogiéndose de hombros—. Era un brebaje claro y aguado. Sigue mi consejo, capitán, si quieres beber bien, no vayas a Penn Daka. Es una pérdida de tiempo y de dinero.

—¿Los nadraks no sabéis pensar en otra cosa más que en beber?

—Es el clima. En Gar og Nadrak no hay nada que hacer durante el invierno.

—¿Tienes algún otro documento? —preguntó el capitán.

Yarblek siguió rebuscando en las alforjas.

—Aquí tengo una factura de un mercader de alfombras de la calle Yorba, de Maga Renn. Un individuo desdentado y con la cara llena de cicatrices. ¿Lo conoces?

—¿Por qué iba a conocer a un vendedor de alfombras de Maga Renn? Soy un oficial del imperio tolnedrano y no me relaciono con gentuza del pueblo. ¿La fecha es correcta?

—¿Cómo puedo saberlo? En Gar og Nadrak tenemos un calendario distinto. Pero, si te sirve de algo, te diré que es de hace unas dos semanas.

El capitán reflexionó un momento intentando buscar una excusa para hacer uso de su autoridad. Por fin, su expresión cobró un aire de decepción.

—De acuerdo —dijo de mala gana, y le devolvió los documentos—. Sigue tu camino, pero no te desvíes ni permitas que miembro alguno de tu grupo se separe de la caravana.

—No lo harán, capitán, a menos que quieran quedarse sin paga. Adiós —dijo Yarblek mientras volvía a montar.

El capitán respondió con un gruñido, y con un gesto les indicó que se marcharan

—Nunca hay que darle mando a un hombre pequeño —dijo el nadrak cuando ya no podían oírlo—. Se le sube a la cabeza.

—¡Yarblek! —exclamó Seda.

—Siempre hay excepciones, por supuesto.

—¡Ah!, eso está mejor.

—Parece que hubieras nacido para mentir, maestro Yarblek —dijo Feldegast con signos manifiestos de admiración.

—Me he relacionado con cierto drasniano durante demasiado tiempo.

—¿Cómo conseguiste el permiso y la factura? —preguntó Seda.

Yarblek se señaló la frente con expresión astuta.

—Los militares suelen dejarse impresionar por los documentos oficiales —repuso Yarblek—, y cuanto más insignificante sea el oficial, más impresionado se muestra. Podía haberle probado a ese capitán tan pequeño que veníamos de cualquier sitio: de Melcene, de Aduma en las montañas de Zamad o incluso de Crol Tibu en la costa de Gandhar. Claro que, a decir verdad, lo único que puedes comprar en Crol Tibu son elefantes y, como yo no llevo ninguno, podría haber desconfiado de mí.

—Ya veis por qué me asocié con él —le dijo Seda a los demás acompañando con una gran sonrisa sus palabras.

—Sois el uno para el otro —asintió Velvet.

—Creo que nos separaremos esta noche, en cuanto oscurezca —se apresuró a decir Belgarath rascándose una oreja—. No creo que a los soldados se les ocurra contarnos o decidir que necesitamos una escolta militar.

Yarblek hizo un gesto asintiendo.

—¿Necesitáis algo? —preguntó.

—Sólo un poco de comida. —Belgarath se volvió a los caballos de carga que caminaban junto a las mulas—. Llevamos bastante tiempo viajando y hemos aprendido a cargar sólo con lo imprescindible.

—Me encargaré de que tengáis suficientes vituallas —prometió Vella, que cabalgaba entre Ce'Nedra y Velvet—. Para Yarblek lo único imprescindible son los barriles de cerveza.

—¿Vais a continuar hacia el norte? —preguntó Feldegast a Belgarath.

El pequeño bufón se había quitado sus llamativas ropas y viajaba con una simple túnica marrón.

—Allí está Ashaba, si es que no la han cambiado de sitio.

—Si es así, yo seguiré viaje con vosotros, si no os importa.

—¡Ah!, ¿sí?

—Tuve un pequeño problema con las autoridades de Mal Dariya y me gustaría darles tiempo para que recobren la compostura antes de volver a hacer una entrada triunfal. Los representantes de la autoridad suelen ser pesados y rencorosos, ¿no os parece? Tienen la costumbre de sacar a relucir antiguas travesuras, perpetradas sólo por diversión, y echártelas en cara.

—¡Ah, quieres venir con nosotros! Bueno, ¿por qué no? —dijo Belgarath.

Garion lo miró asombrado. Después de las protestas del hechicero, cuando Velvet y Sadi se unieron al grupo, aquella decidida respuesta resultaba desconcertante. El joven se volvió hacia Polgara, pero ella tampoco demostró preocupación, por lo que sospechó que ocurría algo extraño.

Oscurecía sobre las llanuras de Mallorea, y se apartaron del camino para acampar en un bosquecillo de hayas. Los muleros de Yarblek se sentaron alrededor de una fogata y comenzaron a pasarse las jarras de cerveza cada vez más animados. Garion y sus amigos encendieron otro fuego y durante la cena conversaron en voz baja con Yarblek y Vella.

—Ten cuidado al cruzar Venna —le advirtió Yarblek a su socio con cara de rata—. Las historias que se cuentan de allí son aún más siniestras que las de Karanda.

—¡Ah!, ¿sí?

—Es como si una locura se hubiera apoderado de ellos. Claro que los grolims nunca fueron del todo normales.

—¿Grolims? —preguntó Sadi, asombrado.

—Venna es un estado controlado por la Iglesia —explicó Seda—. Allí toda la autoridad proviene de Urvon y de su corte en Mal Yaska.

—Solía ser así —lo corrigió Yarblek—. Ahora nadie sabe quién ostenta el poder. Los grolims se reúnen en grupos para dialogar, pero luego comienzan a gritar y acaban enfrentándose cuchillo en mano. Todavía no he logrado oír una versión objetiva de las cosas. Incluso los guardianes del templo están tomando posiciones.

—La idea de un enfrentamiento entre los grolims no me preocupa demasiado —dijo Seda.

—Tienes razón —reconoció Yarblek—, pero procura que no te pillen en medio.

Feldegast, que interpretaba una suave melodía de fondo con el laúd, pulsó una nota tan discordante que hasta el propio Garion se percató del error.

—Esa cuerda está desafinada —dijo Durnik.

—Lo sé —replicó el comediante—. Es la clavija que está floja.

—Déjame verla —ofreció Durnik—, tal vez pueda arreglártela.

—Me temo que es demasiado vieja, amigo Durnik. Este es un instrumento espléndido, pero tiene muchos años.

—Justamente por eso vale la pena conservarlo. —Durnik cogió el laúd y giró la clavija floja mientras pulsaba la cuerda con el pulgar. Sacó su cuchillo, cortó varios palillos y los insertó con cuidado alrededor de la clavija, empujándolos en su sitio con el mango del cuchillo. Luego volvió a girar la clavija y tensó la cuerda—. Así está mejor —dijo, satisfecho, y se puso a tocar unos acordes en el laúd. Después comenzó a interpretar una antigua melodía de notas estridentes. Sus dedos parecían adquirir confianza a medida que avanzaban hacia el final de la tonada. Luego volvió a comenzar y, ante el asombro de Garion, la acompañó con unos acordes tan complejos que parecía increíble que procedieran de un solo instrumento—. Suena bien —le dijo a Feldegast.

—Eres una maravilla, querido herrero. Primero reparas mi laúd y luego me avergüenzas tocándolo mucho mejor que yo.

—¿Por qué nunca me has hablado de esta afición tuya, Durnik? —preguntó Polgara con los ojos brillantes y asombrados.

—La verdad es que hacía tanto tiempo que no tocaba, que casi había olvidado que sabía hacerlo. —El herrero sonrió mientras sus dedos seguían produciendo una vibrante cascada de sonidos—. De joven, trabajé un tiempo con un artesano que fabricaba laúdes. Era viejo y sus dedos no eran ágiles, pero como necesitaba probar los instrumentos que fabricaba, me enseñó a tocar a mí.

Durnik miró a su gigantesco amigo, que estaba al otro lado del fuego, y pareció comunicarse con él en silencio. Toth asintió con un gesto, buscó algo en el interior de la manta que llevaba sobre el hombro y sacó un instrumento formado por una serie de cañas huecas de distintos tamaños, atadas entre sí en orden ascendente. El mudo se llevó el instrumento a la boca y Durnik volvió a interpretar la antigua tonada. El sonido producido por aquella flauta, que ascendía al unísono con los acordes del laúd, expresaba una triste melancolía que conmovió el corazón de Garion.

—Comienzo a sentirme inútil —dijo Feldegast, maravillado—. Mi interpretación del laúd o de la flauta está bien para las tabernas, pero nunca seré un virtuoso como estos dos caballeros. —Se volvió hacia el gigantesco Toth—. ¿Cómo es posible que un hombre tan grande produzca un sonido tan delicado?

—Es muy bueno —dijo Eriond—. A veces toca para mí y para Durnik... cuando los peces tardan en picar.

—¡Ah!, es una música maravillosa —dijo Feldegast—, demasiado buena para ser desperdiciada. —Miró a Vella que estaba sentada al otro lado del fuego—. ¿Nos harás el honor de ofrecernos una danza para completar la velada?

—¿Por qué no? —rió ella; se puso de pie, se apartó un poco del fuego y dijo— Sigue este ritmo.

Alzó sus torneados brazos sobre la cabeza y comenzó a chasquear los dedos para marcar el ritmo. Feldegast la acompañó con las palmas.

Garion ya había visto bailar a Vella mucho tiempo atrás, en una taberna de Gar og Nadrak, de modo que sabía a qué atenerse, pero estaba convencido de que ni Eriond ni Ce'Nedra debían presenciar una actuación tan descarada y sensual. Sin embargo, la danza de Vella tuvo un comienzo bastante inocente y Garion llegó a la conclusión de que la primera vez que la había visto tenía una predisposición especial.

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