—Sí… —Andrea miró hacia el infinito como si mirara al pasado y movió la cabeza—. No puedo creerlo, Lüdeke. ¿Están seguros?
—Sí —dijo Tansu—. No hay duda. ¿Cómo le conoció?
—Estudiábamos Medicina juntos. —Andrea cruzó las piernas y la falda se le subió un poco. Fabel se dio cuenta de que por encima de la media asomaban unos centímetros de carne, con la piel muy morena sobre la curva de la musculatura.
—¿Adónde pensaba ir esta noche? —le preguntó—. Si era una reunión importante podríamos volver más tarde, o incluso mañana. —Fabel usó la palabra «reunión», como ella había hecho. No «cita», ni «encuentro con amigos».
—No, no pasa nada. Ya he explicado que llegaría tarde. —Se volvió hacia Tansu—. Como decía, estudiábamos Medicina juntos, pero él iba un par de cursos delante de mí. No obstante, todo el mundo lo conocía. Era el rompecorazones de unas cuantas estudiantes.
—¿También usted? —intervino Fabel.
Andrea lo miró con su mirada dura, masculina.
—Supongo. Entonces yo era así, blanda. Pero no me pareció que se fijara nunca en mí. No puedo creer que él… —Su expresión se endureció todavía más—. Qué hijo de puta. Déjenme media hora a solas con él y les ahorraré mucho tiempo y muchos problemas. ¿Por qué? ¿Por qué me hizo todo aquello?
—Al parecer, Lüdeke es un tipo muy enfermo —dijo Fabel—. Probablemente usted no sea su única víctima, y algunas de las otras no sobrevivieron. Es posible, no obstante, que tengamos algunos problemas para demostrarlo.
—Si podemos condenarle por la agresión contra usted —dijo Tansu—, podremos sacarlo de circulación durante mucho tiempo; esperemos que lo bastante como para, mientras tanto, resolver la acusación contra él por los asesinatos.
—¿Está usted preparada para aportar pruebas contra él? —le preguntó Fabel.
—Por supuesto que lo estoy.
—Puede ser un mal trago. En el juicio, quiero decir.
Andrea se rio con amargura.
—¿Cree usted que ese mierda me va a asustar ahora? Me muero de ganas de mirarle cara a cara en una sala de juicios y contarles a todos exactamente lo que me hizo.
—Bien… —Fabel hizo una pausa momentánea—. Dice usted que lo conocía de vista. En su época de estudiante.
—¿Pero esa noche no lo reconoció?
—No… iba totalmente disfrazado. De payaso.
—Tengo que hacerle esta pregunta —dijo Fabel, con cautela—. ¿No hay ninguna posibilidad de que Lüdeke pueda alegar que hubo sexo consentido? Quiero decir, si usted le conocía y lo encontraba atractivo…
—¿Está usted loco? —En el cuello de Andrea se veía una vena palpitando ostensiblemente—. Estuvo a punto de matarme. ¿No vio usted el estado en que me dejó?
—Escúcheme, Frau Sandow… —Fabel adoptó un tono lo más conciliador posible—. Debe creerme cuando digo que sé exactamente lo enfermo y perverso que es este tipo.
Pero, simplemente, necesito saber si las cosas, tal vez, empezaron de una manera consentida y luego se descontrolaron. Es una postura que podría adoptar la defensa.
—No. Yo estuve en la fiesta de la que ya le he hablado. Cuando me marché, había un payaso en la calle. Parecía que se limitaba a mirarme, sin moverse. Empecé a andar hacia mi casa y entonces me di cuenta de que me seguía. Eché a correr y él corrió detrás de mí. Me pareció haberlo despistado entre la muchedumbre, pero entonces, junto a la iglesia, apareció de la nada. Santa Úrsula. Entonces me violó, me apalizó, y luego me volvió a violar. Y durante toda la agresión sostuvo una corbata alrededor de mi cuello con la que me iba estrangulando.
—¿Y la mordió?
—Una y otra vez.
—Tenemos las fotos de los mordiscos del forense —le dijo Fabel—. Las compararemos con una impresión de su dentadura. Créame, Frau Sandow, ese tipo pasará mucho tiempo en la cárcel.
—Jamás hubiera pensado que fuera él. Pensé que era un desconocido. Un psicópata que, simplemente, se había fijado en mí. —Andrea tenía la expresión de quien está perdido en sus recuerdos, pero luego se despierta al ocurrírsele algo—. ¡Tal vez estuvo en la fiesta! Cuando me interrogaron, me pidieron los nombres de todos los hombres que había allí, pero yo no les pude dar demasiados. Como era carnaval, todo el mundo iba ataviado con disfraces muy sofisticados. Podría haber estado en la fiesta. Sé que interrogaron a todos los estudiantes masculinos de mi promoción.
—¿Era una fiesta de los estudiantes de Medicina? —le preguntó Tansu.
—Básicamente, aunque no exclusivamente. Díganme, ¿quedará libre mientras esté pendiente de juicio?
—No si podemos evitarlo —respondió Fabel.
—No se preocupe, Andrea —dijo Tansu—. Lo mantendremos alejado de usted.
—No estoy preocupada —espetó Andrea, otra vez con su mirada dura y masculina—. Como he dicho, es él quien debe preocuparse si llegamos a encontrarnos cara a cara.
Cuando regresaron al coche de Tansu, Fabel se volvió a mirar hacia el edificio donde vivía Andrea, como si éste pudiera darle alguna respuesta.
—¿Qué pasa? —le preguntó Tansu.
—¿Has visto cómo iba vestida Andrea?
—Como si tuviera una cita. La verdad es que, si no llega a ser por la musculatura que había detrás, hubiera dicho que su aspecto era de furcia. ¿Qué cree?
—Exactamente eso —dijo Fabel—. Parecía haberse vestido para una cita, pero ella decía todo el rato que iba a una reunión, como si fuera de trabajo. Se me ocurre algo más bien extraño… No te rías, pero creo que nuestra mujer forzuda trabaja de noche.
Es prostituta.
Noche del carnaval de las Mujeres
23 de febrero
Cuando Fabel entró en la central de la Policía de Colonia el mundo parecía haber enloquecido. Era la noche del carnaval de las Mujeres y hasta los agentes de seguridad llevaban sofisticados disfraces. En la Mordkommission, Benni Scholz estaba sentado a su mesa de despacho vestido de uniforme, con la particularidad, advirtió Fabel, de que el uniforme era de mujer.
—Ahora, Hauptkommissar Fabel —dijo Scholz en tono de advertencia—, no empiece a tener fantasías…
Tansu Bakrac llegó vestida con un disfraz de gato de cuerpo entero, incluidas unas orejitas y unos bigotes pintados. Fabel se sorprendió a sí mismo evaluando sus curvas. Kris Feilke iba de
sheriff
del Oeste. El resto de agentes iban todos con disfraces similares, incluyendo —una elección desacertada, pensó Fabel— a varios payasos.
—Debo decirle, Jan —dijo Tansu, fingiendo reproche— que podía haber hecho un esfuerzo.
Lo cierto era que Fabel se encontraba un poco desplazado sin disfraz. Iba vestido con su habitual cazadora Jaeger, un jersey negro de cuello vuelto y unos pantalones de algodón. Al menos se acordó de no llevar traje y corbata.
El equipo se reunió en el despacho de Scholz.
—Bueno —empezó Benni con toda la seriedad que su disfraz el permitía—. Estáis todos de servicio hasta la medianoche, después de lo cual nos iremos al pub y le enseñaremos a nuestro colega de Hamburgo aquí presente lo que es una fiesta de verdad. Hasta entonces, quiero que os mantengáis en las zonas que os han sido asignadas y que tengáis los ojos bien abiertos. El caníbal del carnaval ha atacado siempre antes de la medianoche del carnaval de las Mujeres. Tenemos al sospechoso número uno aparcado; si llegamos a la medianoche sin incidentes demostraremos que hemos detenido al hombre acertado.
Scholz pasó los diez minutos siguientes confirmando qué equipos debían cubrir qué rutas y repitiendo su orden de que nadie debía probar una gota de alcohol hasta que él les diera la autorización.
—¿Estás seguro de que quieres hacer lo que has pedido? —le preguntó luego Scholz a Fabel—. Podría asignárselo a una unidad uniformada.
—No… lo único que pido es poder llevarme a Tansu, por sus conocimientos locales —dijo Fabel.
—Si sólo me la pides para eso… —dijo Scholz, mientras le daba un codazo a Tansu—. ¡Con este mono de garita está bastante sexy! —Por un momento, Fabel no supo qué decir y se hizo un silencio incómodo—. En fin, manteneos en contacto —dijo Scholz finalmente—. Si necesitas cualquier cosa, grita. Dios quiera que tengamos al hombre que buscábamos, Jan. La noche del carnaval de las Mujeres es una locura, es la primera gran celebración de entrada a la apoteosis del carnaval. Hay una docena de procesiones por la ciudad y muchas más fiestas de las que podrías llegar a cubrir.
Desde hoy hasta el
Rosenmontag
la ciudad será una locura. No es el escenario más indicado para atrapar a un psicópata que anda suelto.
—Todo indica que es Lüdeke —dijo Fabel—. El fetichismo caníbal, la corbata usada para estrangular a las víctimas, la agresión violenta a las mujeres…
—¿Por qué tengo la sensación de que no estás del todo convencido? —le preguntó Scholz con expresión preocupada.
—Hay una relación clara entre su agresión a Vera Reinartz y los asesinatos pero… falta algo. ¿Por qué violar a una víctima y a ninguna más? —Fabel suspiró—. Olvídalo, le estoy dando demasiadas vueltas. Estoy seguro de que Lüdeke es nuestro hombre.
—Yo también —dijo Scholz. Le hizo un mohín y se subió la falda—. Ahora, si me disculpas, tengo que ajustarme las medias antes de echarme a la calle.
Tansu aparcó en la acera de enfrente del apartamento de Andrea.
—¿Sigues creyendo que esto es necesario? —preguntó.
—Es sólo una intuición. Si la mantenemos vigilada esta noche estaré mucho más tranquilo.
—Bueno, supongo que no hacemos ningún daño y luego, además, nos iremos de parranda. Creo que estaremos de humor para celebrarlo.
La calle empezó a llenarse de gente que iba de fiesta en fiesta. Fabel se alegró de la protección que le ofrecía Tansu al ver a tantos grupos de mujeres «vestidas para matar» merodeando por las calles. Se sentía extraño, en su propio país, rodeado de un ambiente tan ajeno.
—Encuentra todo esto un poco excesivo, ¿no? —dijo Tansu, leyéndole los pensamientos.
—No… Bueno, sí —se rio él—. Nunca había visto algo así.
—En fin, no es usted un
Jeck
, ni siquiera un
Imi
. Cuesta un poco acostumbrarse. —Tansu vio que Fabel no la había entendido—. Es el dialecto
Kölsch
: un
Jeck
es alguien nacido en Colonia; un colones auténtico,
como
yo o Benni. Hay una expresión en colones que define a la gente de aquí: «
Mer sinn all jet jeck, aver jede ]eck
es
anders
»… significa que todos los
Jecks
están locos, pero cada uno lo está a su manera. Los
Imi
son los que viven en Colonia pero han nacido en otras partes de Alemania o del extranjero… como nuestra amiga Andrea.
—¿Y yo qué soy? —preguntó Fabel, sonriendo.
—Un
]ass
, un visitante.
Por la calle bajaba un grupo de mujeres cantando ruidosamente en
Kölsch
. Fabel había oído aquella canción, pero no acertaba a identificarla. Pasaron junto al coche y se detuvieron en la esquina, donde se acercaron ritualmente a un grupo de muchachos.
—Eso no es nada —dijo Tansu—. Espere a ver el
Rosenmontag
. Eso lo confundirá del todo: nada es lo que parece y nadie es quien usted cree. Por ejemplo, todo el carnaval está presidido por las Tres Estrellas… el Prinz
Karneval
, el Señor del Carnaval, que tiene tratamiento de Su Altísima Locura; el Campesino
Kölsch
y la Virgen
Kölsch
. Por supuesto, la Virgen es siempre un hombre disfrazado.
Fabel se rio.
—Ya me he dado cuenta de que eso os gusta mucho, aunque creo que Benni no parecía del todo virginal. —Levantó la vista hacia el apartamento de Andrea. Tenía los estores subidos y las luces encendidas—. He ahí alguien que esta noche no va a participar del espíritu de la fiesta. A pesar de lo que se haya hecho físicamente, o de su actitud agresiva, Andrea Sandow sigue siendo Vera Reinartz: una persona rota.
Fabel volvió la vista hacia la calle.
—¿Qué ocurre? —preguntó Tansu.
—Ahí abajo… ese hombre. —Fabel gesticuló con la cabeza en dirección a una figura que estaba en la acera de enfrente de la casa de Andrea. El también miraba hacia la ventana iluminada y era mucho más visible por no llevar disfraz—. No es la primera vez que lo veo.
—Claro —dijo Tansu—. Es Ansgar Hoeffer, el chef del Speisekammer. La primera vez que fuimos a ver a Andrea merodeaba frente al café. Y esto es más que una casualidad.
Observaron a Ansgar cruzar la calle hacia la entrada del edificio donde vivía Andrea.
—Creo que deberíamos decirle algo… —dijo Fabel mientras abría la puerta.
Acababan de salir del coche cuando un grupo de juerguistas los rodearon. Intentaron pasar pero una mujer grandota agarró a Fabel y le estampó un beso en la boca, para regocijo de todas sus amigas.
—¡Apártense! —gritó Fabel—. ¡Policía!
Aun así, tuvo que hacer esfuerzos para apartarlas. Vio que Ansgar se había vuelto hacia ellos y su rostro registraba un asustado reconocimiento. «Mierda —pensó Fabel—, ahora saldrá corriendo.»
—¡Herr Hoeffer! —lo llamó por encima de una Blancanieves obesa que le cerraba el paso. Hoeffer se volvió y corrió hacia el otro extremo de la calle. Fabel y Tansu se abrieron paso por en medio de la muchedumbre.
—Quédate aquí —gritó Fabel—. Pide refuerzos, pero quédate y vigila a Andrea.
Arrancó a correr calle abajo tras Hoeffer y al doblar la esquina se encontró frente a una manada de juerguistas. Se detuvo y observó al grupo. Sólo gracias al hecho de que Ansgar iba sin gorro y con ropa ordinaria fue capaz de verlo, abriéndose paso entre la muchedumbre. Fabel corrió tras él pero chocó con la misma muralla de carne humana. Avanzó a empujones y recibió más de un grito por la brusquedad con la que apartaba a los juerguistas en su estampida.
—¡Policía! —gritaba repetidamente a la masa anónima. Se sentía inmerso en la locura comunitaria. Fabel chocó contra algo sólido. Levantó la vista y se encontró frente a una bailarina de más de dos metros, ciento veinte kilos y una poblada barba.
La bailarina agarró a Fabel por las solapas de la cazadora.
—¿Qué prisa tienes? —le soltó con voz de barítono—. ¿Tratas de arruinarnos la fiesta a todos?
Fabel no tenía tiempo de dar explicaciones y le clavó la rodilla en medio del tutu, con lo cual logró que los puños que lo sujetaban por las solapas se relajaran. Corrió entre la muchedumbre y vio a Ansgar doblando la siguiente esquina a la carrera. El aire frío parecía punzar los pulmones de Fabel mientras se apresuraba hasta la esquina y la calle siguiente. Pensó en mandar un aviso por radio pero, sin Tansu, no tenía ni idea de dónde se encontraba. De pronto se encontró en un callejón oscuro y tranquilo, sólo lo bastante ancho para que los coches aparcaran en un lado y dejaran espacio para la circulación de un carril. Fabel se detuvo. Había visto a Ansgar meterse en aquella calle y estaba lo bastante cerca para estar convencido de que el chef no podía haber llegado al final de la misma. Andaba por ahí, oculto. Fabel bajó la calle lentamente, buscando entre los coches aparcados.