Incluso el cartel del edificio que Hannah se había tomado el trabajo de traducir había sido, en realidad, una decepción. La Oficina de Turismo de Asturias, ahora le parecía evidente, era el sitio más inocente del mundo. Oficinas de turismo hay en todas partes.
Redujo su marcha hasta convertirla en un mero paseo. No había nada que compartir con el padre Jimmy. Aquellos descubrimientos inocuos podían esperar hasta el sábado después de misa.
Monseñor Gallagher observó las instantáneas que el padre Jimmy había colocado frente a él, sobre la mesa de la cocina de la rectoría. Las miró y suspiró silenciosamente. El padre Jimmy ni siquiera le había dado tiempo de terminar su almuerzo y esperaba con ansia que comentara algo sobre lo que estaba viendo.
Le gustaba el joven, aunque la paciencia no fuera su fuerte, como les ocurre a todos los de su edad. Ya vendría con el tiempo, después de decir mil misas y escuchar igual número de confesiones. Por ahora estaba superado por la impaciencia. A monseñor Gallagher el asunto le pareció una historia bastante fantástica y complicada.
Tenía que ver con una joven mujer embarazada, nueva en la parroquia. Era, como le informó el padre Jimmy con profusión de detalles, una madre de alquiler, que había encontrado esas fotos en algún lugar. No eran fotos comunes, ciertamente; monseñor Gallagher estaba dispuesto a admitir eso. Pero la conclusión que sacaba el padre Jimmy no le parecía lógica, no la podía aceptar.
¿Una crucifixión en esta época? Era, por decirlo suavemente, un disparate.
Por un momento, monseñor se sintió viejo v cansado. Decir lo que debía decir, de un modo tal que no pudiera la interpretarse como aceptación de lo inaceptable, pero que tampoco ofendiera a los interlocutores, ya era un trabajo difícil con los miembros de la congregación. Con el hombre de quien se consideraba mentor, era incluso más complicado. Valoraba la confianza y el deseo de compartir las inquietudes que tenía el joven sacerdote, que le consultaba sobre todos sus problemas. No quería que el muchacho renunciara a esas virtudes. Tenía que reflexionar detenidamente.
Continuó contemplando las extrañas fotos, consciente de la presencia del par de ojos que le miraban desde el otro lado de la mesa.
—¿Qué piensa? —preguntó el padre Jimmy.
—Yo pienso… que no es asunto nuestro, James —dijo finalmente—. No eres un policía. Eres un sacerdote —apartó su plato, ya sin apetito.
—Pero ella cree de verdad que está en peligro. Quiere que la ayude.
—¿Eso quiere?
—Y piensa que también su bebé está en peligro.
—Ya veo. Ya veo —monseñor se acarició la barbilla—. Me parece que hay un problema más grave que merece nuestra atención. Y es tu relación con la señora Manning.
Sorprendido por una respuesta que no esperaba, el padre Jimmy contestó torpemente:
—No está casada, padre.
—¿Y el anillo que lleva?
—Lo usa para evitar preguntas indiscretas.
Monseñor se tomó un respiro para digerir esta información, que en realidad agrandaba su convencimiento de que el padre Jimmy estaba en una encrucijada mucho más peligrosa que la joven mujer.
—Casada o no, no hay diferencia.
—No entiendo.
Monseñor se puso de pie y colocó una mano sobre el hombro del sacerdote.
—Estamos continuamente sometidos a prueba, James. Como servidores del Señor, nos prueban todos los días. Y no hay prueba mayor que la aparición de una mujer deseable. La señorita Manning acude a ti en busca de ayuda. ¿Por qué no habrías de responder a su ruego? Es muy agradable. Parece confundida, vulnerable. Pero no debes permitir que su confusión se convierta en tu confusión.
—No creo…
—Escúchame, James. No estoy diciendo que sea una mala chica. Pero es débil, y el diablo se vale de los débiles. Sé que es una idea pasada de moda, la del diablo llevando a la humanidad a la perdición. Nadie le da ya demasiado crédito. Si lo prefieres, en lugar de Satanás podemos hablar del deseo. El deseo, que puede tomar tantas formas, ponerse tantos disfraces. ¿Has considerado la posibilidad de que tu deseo de protegerla pueda ocultar intenciones de otro tipo? Incluso ese deseo tuyo de creer que es una inocente mujer en peligro puede haberte tapado los ojos para no ver una realidad mucho menos excepcional, que ella es una joven neurótica que parece lamentar profundamente la decisión que ha tomado. Tienes un futuro venturoso frente a ti. No dejes que esa muchacha te lo estropee.
El padre Jimmy guardó silencio. ¿Qué podía decir? Cogió las fotos humildemente.
Monseñor tenía razón. Siempre tenía razón.
La reunión social en el sótano, después de la misa, estaba muy concurrida. Incluso monseñor había considerado que era su deber asistir. Sobre el murmullo de las conversaciones, Hannah podía escuchar a la señora Lutz predicando a quien quisiera oírla las virtudes de su tarta «rayo de sol», cubierta con una capa especial de chocolate almendrado.
El padre Jimmy ya estaba rodeado, como siempre, por varias damas habladoras, por lo que Hannah fue hasta la mesa con el ponche y dejó que Janet Webster, la señora de la ferretería, le sirviera un vaso.
Conversó un poco, respondió a las habituales preguntas de los curiosos sobre cuándo nacería «el pequeño» y confesó que no había elegido nombres todavía.
—Siempre pensé que Grace era un nombre bonito —dijo un hombre alegre que había peinado sus escasos pelos hacia un lado para disimular la calva—. Gloria también es bonito. Siempre que se trate de una niña, claro.
Hannah se las arregló para llamar la atención del padre Jimmy, pero la señora Lutz le perseguía a voces, conminándole a que probara su tarta, y él no tuvo más remedio que apartar su mirada. No parecía haber modo de comunicarse con el cura. Tendría que hablar con él cuando la gente comenzara a irse.
Media hora más tarde, todavía estaba esperando.
—¿Señora Manning? Es un placer verla —era monseñor.
—Ah, hola, cómo está usted, monseñor?
Hubo un silencio incómodo.
—Pensé que esta semana era mi deber probar los pasteles y preservar a la comunidad de cualquier exceso de azúcar, a ser posible —dijo. La frivolidad no era lo suyo, estaba claro—. ¿Está usted bien? Usted y él… —hizo un leve gesto señalando su hinchado vientre.
—Muy bien, gracias.
—¿Ningún problema?
—Ninguno.
—Eso es bueno —iba a decir algo sobre James, pero cambió de idea y de discurso—. El embarazo debe ser un tiempo gozoso en la vida de una mujer.
Finalmente, varios parroquianos comenzaron a retirar de la mesa los restos de los dulces, mientras que los demás subieron las escaleras y salieron a la noche. Sólo quedaban algunos rezagados cuando el padre Jimmy se acercó a Hannah. Parecía más reservado que de costumbre.
—Te vi hablando con monseñor.
—Sí.
—¿Sobre algo en particular?
—Nada en particular.
Introdujo la mano en el bolsillo y sacó las fotos.
—Me temo que no tenga noticias demasiado alentadoras, Hannah. No pude averiguar nada sobre estas fotos.
—¿Nada…?
—Lo siento, no.
—Pero ¿qué me dices del mensaje en el contestador automático? ¿Era del hijo de Jolene?
—Si es importante para ti, tendrás que preguntárselo tú misma. Recuerda, Hannah, que no es tu cometido juzgara los futuros padres de este niño.
Estaba actuando de una manera extraña, esquivándola.
—Entonces, supongo que crees que me lo he inventado todo.
—No, no es eso. Yo pienso… que te has visto sometida a una tensión excesiva.
Su ánimo estaba decayendo rápidamente. Se suponía que era su aliado.
—En ese caso, lamento haberle molestado, padre.
—No me has molestado. Es mi trabajo, ayudar.
Cogió las fotos con un gesto de desazón.
—Supongo que no es nada. Todo lo que pude averiguar de la foto de Jolene con el niño es que fue tomada en una ciudad de España. Un lugar llamado Oviedo.
La actitud del padre Jimmy cambió inmediatamente. Sus ojos reflejaron un vivísimo interés y la miraron fijamente. Hannah estuvo a punto de retroceder ante la inesperada intensidad de su mirada.
—¿Qué has dicho?
—Oviedo —murmuró—. ¿Por qué?
Una luna creciente brillaba en lo más alto del cielo cuando Hannah y el padre Jimmy cruzaron el jardín camino de la rectoría.
—Oviedo es famosa por su catedral. El Sudarium se encuentra allí —le dijo.
—¿Qué es el Sudarium?
—Ya comprenderás. Yo mismo estoy comenzando a entender ahora.
El estudio estaba en la planta baja, al lado de la cocina, en lo que había sido una gran despensa cuando vivían cuatro sacerdotes en la rectoría. Sobre los estantes, que alguna vez almacenaron comida enlatada, ahora había libros, tratados filosóficos y alguna novela. En un rincón, un viejo globo terráqueo mostraba aún grandes zonas de África como parte de las potencias coloniales. Una larga mesa de pino, colocada frente a la ventana, servía de escritorio. A decir verdad, seguía pareciendo más apta para colocar fuentes de frutas y verduras que para soportar el ordenador que ahora se veía encima de ella.
El padre Jimmy se sentó en una silla de respaldo recto, encendió el ordenador y buscó «sudarium» en internet. Apareció en la pantalla una relación de lugares. Recorrió la lista hasta pulsar donde se hablaba de la historia de la reliquia.
—Has oído hablar del Sudario de Turín, ¿no?
—Creo que sí.
—Es una antigua pieza de lino, con la silueta de un hombre impresa en ella. Mucha gente cree que es el lienzo fúnebre de Jesús y que la silueta es la del cuerpo del propio Jesucristo. Está en la catedral de Turín, en Italia, y es una de las reliquias más veneradas de la Iglesia.
—Ahora recuerdo —dijo Hannah, mientras acercaba una silla a la pantalla—. ¿Cuál es la relación de esa reliquia con Oviedo?
—Bueno, el Sudarium es a veces denominado «el otro sudario», y se piensa que fue el lienzo que cubrió la cara de Jesús después de su muerte en la cruz. La palabra viene del latín. Literalmente quiere decir «paño de sudor».
—¿Por qué ponían un lienzo sobre el rostro?
—Era una costumbre judía. Cuando alguien experimentaba una larga agonía y la cara quedaba desfigurada por el dolor, la cubrían para que no se viera. Bien podría haber sido ése el caso de Jesús. De serlo, el Sudarium podría ser ese lienzo. Eso dice la tradición.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con las fotos?
El padre Jimmy alzó una de las instantáneas del hombre cuya cabeza estaba cubierta por la funda de tela.
—Es un poco complicado. Mira el crucifijo —señaló la pared—. ¿Ves?
—¿Qué?
—El parecido que hay entre el hombre de estas fotos y Jesús en la cruz.
—¿Estás sugiriendo que estas fotos son de alguien a quien crucificaron?
—No, pero sí de alguien que puede estar representando la crucifixión —un encogimiento de hombros subrayó la confusión de Hannah—. Para mí —continuó—, parece que lo que se ve en estas fotos es algún tipo de experimento, ya sabes, quizá para demostrar como el Sudarium puede haber estado cubriendo el rostro de Jesús. Parece que se han tomado un gran trabajo para reproducir exactamente la posición de la cabeza. Creo que utilizaron el maniquí para eso. No son fotos de una tortura real.
—Gracias a Dios. ¿Entonces es… una especie de investigación?
—Ésa sería mi tesis, sí.
La pantalla estaba ocupada ahora por las vicisitudes del Sudarium. Sorprendentemente, la historia de este «otro sudario» estaba mejor documentada y era más clara que la del Sudario de Turín. En la de este último había confusas lagunas, periodos durante los cuales su paradero y sus dueños no se conocían. La historia del Sudarium, si uno creía lo que estaba escrito, llegaba sin interrupción hasta los tiempos bíblicos. Después de la crucifixión, permaneció en Palestina hasta el año 614, cuando Jerusalén fue atacada y conquistada por los persas. Para su seguridad, fue transportado hasta Alejandría, en Egipto, y cuando Alejandría también sucumbió al ataque persa, fue transportado en un arcón de reliquias a través del norte de África hasta España.
Hacia el año 718 había llegado a Toledo, pero de nuevo, para evitar su destrucción inminente —esta vez a manos de los moros que invadían la península Ibérica—, el cofre fue llevado al norte y ocultado en una cueva, a quince kilómetros de Oviedo. Pasado el tiempo, una capilla especial, la Cámara Santa, fue construida en el lugar.
El rey Alfonso VI y el noble español conocido como el Cid presidieron la apertura del cofre, el 14 de marzo de 1075, cuando su contenido fue oficialmente inventariado. El Sudarium era la reliquia principal, eclipsando a los fragmentos de hueso y los pedazos de suela de sandalia que lo acompañaban. Desde entonces, ha permanecido en Oviedo, donde se muestra al público sólo en ciertos días solemnes. La catedral ha sido un lugar muy popular, de intensa peregrinación, desde la Edad Media.
Sumidos en un mundo situado a un océano de distancia, ninguno de los dos escuchó el quejido de la puerta de la rectoría, que se abrió dando paso a monseñor Gallagher. El obispo avanzó cansinamente hacia la puerta del estudio.
—¿Todavía estás levantado, James? —gritó.
Hannah pegó un salto al escuchar la inesperada voz. El padre Jimmy puso un dedo sobre sus labios, indicándole que se quedara quieta y no descubriera su presencia.
—Sí, padre —le respondió—. Estaba terminando un trabajo en el ordenador.
—¿De dónde sacas tanta energía? La reunión de esta noche me agotó. ¡Esas mujeres y sus terribles postres! No te quedes hasta muy tarde.
—Enseguida termino. Buenas noches, padre.
—Buenas noches, James.
Se oyeron los pesados pasos subiendo las escaleras.
Luego se cerró una puerta. El silencio cayó sobre la rectoría. El padre Jimmy recordó lo que monseñor le había dicho. Hannah no debería estar con él en la rectoría a esas horas.
—¿Algún problema? —preguntó Hannah susurrando.
—No —contestó el padre Jimmy, mientras se prometía interiormente contárselo todo a monseñor a la mañana siguiente—. Puedes estar tranquila. Duerme como un tronco.
Pulsó varias teclas y apareció en pantalla una imagen del Sudarium. Era de apariencia común, un retazo de lino que medía ochenta centímetros por cincuenta, con manchas borrosas del color de la herrumbre. Era igual que una de las fotos borrosas que Hannah había considerado desenfocadas o fallidas.