El templario (26 page)

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Authors: Michael Bentine

BOOK: El templario
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—¡Atrás! —gritaba Belami, y conducía a sus fuerzas hasta la tercera y última posición, sobre la parte baja de la ciudad.

Las puertas estaban completamente abiertas, colgando a pedazos de sus goznes poderosos. Por la angosta brecha entraba la caballería de Saladino al galope, con el apoyo de una masa de soldados de infantería, que gritaban a voz en cuello.

No tardaron en esparcirse por las callejuelas y patios de la ciudad baja. Casi inmediatamente, descubrieron el botín que habían dejado a la vista en las casas rociadas con aceite. El hedor que habían dejado los animales al ir defecando de terror, cuando Belami les había obligado a entrar por el estrecho portal, disimulaba el del aceite y de la nafta. Aquello fue puramente accidental, pero inapreciable.

Cuando juzgó que un gran número de sarracenos había entrado sin descubrir nada que despertara sus sospechas, Belami dio la señal. Fue una simple flecha encendida, disparada por Simon.

La llameante punta de la flecha de una yarda se clavó en la poterna de la garita de guardia. Al instante, la pequeña construcción ardía en llamas. De inmediato, una lluvia de flechas encendidas cayó desde las almenas del castillo y alcanzaron su objetivo a través de las ventanas abiertas, en la pila de material inflamable del interior. Con crepitar de llamas, aventadas por una fuerte brisa que silbaba a través de las puertas abiertas, la ciudad se convirtió en un horno rugiente.

Saqueadores sarracenos se precipitaban de vuelta a las calles gritando, con la ropa ardiendo ferozmente. El fuego griego, lanzado por una catapulta emplazada en una torre de los muros del castillo, contribuía a crear un infierno.

Sin volver la vista atrás, los templarios y los lanceros turcos corrían a refugiarse en el castillo. Belami se quedó hasta el final; luego, mientras se destruía el puente levadizo sobre el foso del castillo, el veterano cogió una soga que le lanzó D’Arlan desde una de las almenas, osciló sobre el profundo foso y trepó por ella entre los vítores de los miembros de la guarnición.

A sus pies, la vista era infernal. Los sarracenos ardían como yesca, dando alaridos.

—¡Rediós! Detesto hacer esto a hombres tan valientes —musitó Belami y cayendo de rodillas, elevó una breve plegaria por los paganos muertos.

La ciudad baja muy pronto se convirtió en un osario abarrotado de cadáveres.

—Será un largo sitio —comentó Saladino, cuando recibió la noticia. ¡Esos hombres saben lo que se hacen!

La reina María Comnena y lady Stephanie, las madres respectivas de la novia y el novio, resolvieron llevar adelante la boda como se había Planeado. Isabella y Homfroi llevaban tres años prometidos.

—¿Qué opinas de este matrimonio? —le preguntó Simon a Pierre—. Tu hermana Berenice también tenía sólo doce años.

—Existe una gran diferencia, Simon. El prometido de mi hermana era cinco veces mayor que ella. La unión de la primavera con el otoño a veces puede resultar en un matrimonio feliz, pero enero casado con diciembre..., ¡nunca! Homfroi es sólo cinco años mayor que su prometida, y además, Isabella evidentemente le adora. Seguramente jugaban juntos cuando niños, y su matrimonio no será mucho más que un juego hasta que Isabella tenga edad de procrear.

El principal impedimento de la boda provino de Saladino, que inmediatamente comenzó a emplazar sus artefactos de sitio en la parte asolada de la ciudad baja. Justo el día anterior, las catapultas sarracenas comenzaron a lanzar pesadas piedras contra el castillo de Kerak. Cuando encontraron el perfecto ángulo de tiro, incrementaron el ritmo de lanzamiento, y no tardaron en caer y estrellarse enormes piedras contra las altas torres que se elevaban de los macizos muros del castillo.

Dentro de la fortaleza, un clima de forzada alegría dio paso a un genuino espíritu festivo cuando el vino empezó a fluir libremente. La guarnición respondió a las catapultas de Saladino con proyectiles propios certeramente dirigidos y hasta logró destruir dos catapultas enemigas.

En el momento culminante de los festejos, con su colorida exhibición de costosos vestidos de seda y satenes preciosos, los regios bailes y los excelentes entretenimientos a cargo de muchos músicos profesionales, juglares y acróbatas, la reina María se entusiasmó tanto por el éxito de la boda celebrada en estado de sitio, que mandó algunos de los platos del banquete de bodas, bajo bandera blanca, a Saladino con sus corteses cumplidos.

Fue una muestra de bravura cortesana que el líder sarraceno supo apreciar.

En seguida envió a un mensajero de vuelta, bajo la misma bandera blanca, para averiguar en qué torre del castillo se encontraba la cámara nupcial con el fin de que la artillería de sitio pudiese evitar atacarla, para que la noche de bodas pudiesen disfrutarla en paz.

Todo ello tenía un carácter civilizado y humano, que ponía de relieve el temperamento compasivo del jefe sarraceno. Sin embargo no interfirió para nada en su decisión de apoderarse de Kerak, destruir las fortificaciones y matar a Reinaldo de Chátillon, personalmente.

El pérfido Señor de Kerak había logrado camuflar a dos mensajeros, a cubierto de aquellas corteses idas y venidas, y durante la noche lograron atravesar las líneas sarracenas. Robaron un par de caballos árabes, después de asesinar a los guardias, y partieron en busca de ayuda.

Al mismo tiempo, se soltaban tres palomas mensajeras, con idénticas peticiones de ayuda, en dirección a Jerusalén. Aunque Balduino, el rey leproso, estaba desesperadamente enfermo, movilizó a la armada real, bajo el mando de Raimundo III de Trípoli, y las poderosas naves partieron hacia el sur para romper el sitio.

Los fuertes muros de Kerak resistieron el ataque de las catapultas sarracenas sin romperse, y Homfroi de Toron y su infantil esposa, Isabella, pasaron una plácida noche de bodas el uno en los brazos del otro.

Por la mañana, Saladino reanudó el pleno bombardeo de Kerak. Disparos dispersos de uno y otro bando producían pocas bajas, pero éstas eran fundamentalmente sarracenas, algunas debidas a la certera puntería de Simon con su poderoso arco.

Pronto llegaron a oídos de Saladino las noticias de la llegada de Raimundo y la armada real. Él llegó a la conclusión de que aún no era el momento de declarar una guerra abierta a los numerosos cruzados. Con la fuerte guarnición de Kerak en un lado y la armada real en el otro, los sarracenos se hallaban ahora en definitiva desventaja.

Esa noche, protegida por la oscuridad, la artillería de sitio fue llevada silenciosamente lejos de la línea de tiro y, mientras el sol se elevaba sobre los baluartes del sector oriental, se hizo evidente que el ejército sarraceno se había retirado a la callada. El breve sitio había terminado. El 4 de diciembre, Saladino se retiró en dirección a Damasco.

El triunfante rey Balduino, sufriendo atrozmente en su estoico viaje en la litera real, fue llevado a Kerak en medio del clamor general y, después de una ebria celebración, los invitados a la boda partieron hacia sus respectivos hogares. Sin embargo, aún persistía la discordia entre las facciones rivales, a pesar de la boda, y la sensible Isabella estaba muy afectada por ello. Su flamante esposo, que verdaderamente la adoraba a pesar del casamiento de conveniencia, hacía cuanto podía para consolarla.

La fuerza de relevo también trajo noticias emocionantes para Pierre de Montjoie. Al parecer, su padre había fallecido en París, sin ser llorado por la mayoría de los miembros de la familia, y en su lecho de muerte decidió volver a nombrar a Pierre heredero oficial. Ello significó que el servidor De Montjoie fue elevado inmediatamente al rango de conde, y en forma automática recibió las espuelas de oro. Pierre era un caballero.

Belami rió como un bronco escolar cuando se lo dijo y, después de abrazar a Pierre, que aún cojeaba a causa de la herida de flecha, juró burlonamente obediencia al flamante conde y caballero.

Pierre le dio al veterano un fuerte abrazo y rompió a llorar.

—¡Maldición, muchacho! O mejor dicho: sir Pierre, o conde de Montjoie, ¿por qué demonios estáis llorando? —le preguntó Belami.

—Tendré que dejaros a ambos y regresar a París. Detesto hacerlo. Han sido dos años y medio maravillosos los que pasé en vuestra compañía y jamás volveré a encontrar unos camaradas como vosotros.

—¿No existe ninguna posibilidad de que seas un caballero templario, supongo? —dijo Belami, sonriendo.

—No, mi querido amigo —repuso Pierre, enjugándose los ojos con la manga—. Servidor soy y servidor siempre seré, en el fondo de mi corazón. ¿Quién en el santo nombre de Dios querría ser uno de nuestros malditos caballeros templarios? Sólo me voy porque Berenice precisa de mi guía y de mi amor, y mis recién heredadas propiedades tendrán que ser administradas.

Cuando partió hacia Acre, con la partida de templarios invitados que regresaban con D’Arlan, los tres camaradas lloraron abiertamente.

Belami y Simon echarían de menos a su alegre compañero por su cordialidad, amistad, sentido del humor y lealtad, tanto como él les echaría de menos a ellos.

—Volveremos a encontrarnos —dijo Belami, con voz más ronca que de costumbre—. Pero será dentro de unos cuantos años.

—Procura no meterte en líos —le dijo Pierre a Simon, con los ojos húmedos de lágrimas—. Quiero que seas mi cuñado.

Le saludaron hasta que se perdió de vista, y ellos se dispusieron regresar a Jerusalén. El rey Balduino se había enterado de las nuevas tácticas de Belami y de su notable habilidad para dirigir la acción inicial en Kerak, durante la ausencia temporal de De Chátillon.

—Necesito hombres como esos servidores templarios para proteger a mi joven heredero —dijo.

Eso fue interpretado como una orden directa, y Arnold de Toroga no tenía poder para contradecirle. Así, de vuelta a Jerusalén partieron los templarios y su columna volante.

Cuando Belami y Simon llegaron a la Ciudad Santa, había un visitante sorpresa esperándoles. Abraham-ben-Isaac había sido relevado temporariamente del servicio en Tiberias por Raimundo, y había viajado hasta Jerusalén para servir en la Corte Suprema como constructor de instrumentos y astrónomo real del reino. De hecho, le habían nombrado astrólogo principal, pero esto era en forma oficiosa pues la adivinación por los astros no se consideraba una profesión respetable en un estado cristiano, sino que más bien se veía como brujería. Todos consultaban a los astrólogos, pero nadie quería reconocerlo sobre todo Raimundo III, el nuevo regente.

Abraham-ben-Isaac traía emplastos y hierbas para aliviar los sufrimientos más intensos del valiente y joven rey La lepra en sí no es dolorosa, pues adormece los nervios del cuerpo. Pero eso deja los miembros especialmente expuestos a sufrir daños, puesto que al no experimentar dolor, los mismos enfermos pueden lastimarse gravemente por accidente. Los conocimientos de Abraham sobre hierbas y pociones ayudaron al moribundo en sus últimos meses de vida, por lo que Balduino le estaba profundamente agradecido.

También Simon, por otras razones; ahora podía continuar sus estudios bajo la guía del sabio filósofo judío. El tiempo que estaban juntos parecía pasar volando. Borrosamente, pero con creciente claridad, Simon comenzó a comprender lo que significaba el gnosticismo, y por qué los templarios habían utilizado su Orden para penetrar sus más íntimos secretos.

—«Como arriba, así abajo» —decía Abraham—. Éstas son palabras de Mani, el guía espiritual del gran profeta Zoroastro. Significan que desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente vasto, toda la naturaleza es una. Tú y yo, Simon, y todos los hombres, mujeres, animales, peces, aves, reptiles e incluso insectos; todas las cosas vivientes forman parte del todo.

«Todos estamos hechos de la materia que nos sostiene; somos parte de lo que comemos y bebemos; somos parte del aire que respiramos; somos todos parte de Dios. Nunca lo olvides, Simon de Saint Amand, porque ése, muchacho, es tu verdadero nombre. Ningún hombre lo mereció tanto. Dios y tu finado padre te mandaron a mí, del mismo modo que él vino a mí en una ocasión para que iniciaras el ancho sendero del gnosticismo.

«Hay uno que pronto llegará a tu vida; mis voces me dicen que será para guiarte en tu futuro destino, esta vez por el camino del amor. Luego, otro vendrá, para cogerte de la mano y guiarte por los reinos de Netsach, Tiphereth, Hod y Yesod, a Kether, la Corona misma. Pero eso en el futuro. Antes de eso tendrás mucho que aprender.

Entonces empezó realmente la educación de Simon. Siguieron largas horas de estudio y noches de cuidadosa observación bajo las estrellas. Había que efectuar experimentos alquimistas. Se tenía que dar forma soplando a alambiques de cristal al rojo vivo. Era preciso ir a recoger hierbas; destilar extractos y, sobre todo, explorar los poderes de la mente, mediante liberar el cuerpo sutil de Simon de su forma física. Eso se realizaba mirando fijamente un cristal sin imperfecciones, o las profundidades infinitas de un cuenco negro, lleno de agua clara de manantial.

Abraham también tenía el poder de mantener la mente en suspenso para que su discípulo quedara inconsciente y poder sumirle en un sueño profundo. Todo eso se lo enseñó a su joven discípulo durante los largos meses que permaneció en Jerusalén. Belami arregló el orden del día para que Simon estuviese exento de cumplir ciertos servicios y dedicar todo el tiempo posible al estudio con el sabio judío. Sabía que Odó de Saint Amand así lo habría querido.

Ahora los sueños en que Simon volaba los controlaba con su cada vez mayor poder de voluntad.

—Tu plegaria al Señor es más antigua que el cristianismo —dijo el sabio—. Utilízala con prudencia, jamás para el mal. Di las palabras antes de cada vuelo de tu cuerpo sutil. Dilas cuando regreses, para despertar el cuerpo físico.

«Recuerda que la palabra «oculto» sólo significa «escondido». Tales cosas solamente deben ser reveladas lentamente, una a una, como se pela una cebolla. Ningún hombre prudente muerde una fruta hasta saber que no es venenosa ni tiene gusanos. ¡La precaución debe ser tu lema! La impaciencia puede causarte la muerte o peor aún... la locura.

«Poli-poli es lo que dicen los médicos hechiceros africanos. Significa: lentamente, lentamente. El infinito no puede abarcarse de golpe.

Bajo la tutela espiritual de Abraham, Simon nunca volvió a experimentar temor, si bien en el reino de Netsach y en otros senderos del Árbol del Conocimiento, a veces tuvo visiones aterradoras.

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