El templario (57 page)

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Authors: Michael Bentine

BOOK: El templario
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No tardó en tomar forma la amplia nave, mientras se levantaban con notable rapidez los muros y las columnas. Se iban colocando y fijando en su lugar las grandes losas. Simon tenía buen cuidado de que la forma laberíntica original de la antigua religión pagana fuese colocada en su posición anterior, de acuerdo con las nuevas dimensiones que establecía la Sagrada Geometría.

Al mismo tiempo se colocaron los enormes ventanales y se prepararon las «cames» de plomo para las matrices de los intrincados vitrales, de manera que cuando se ajustaran a los marcos de piedra, la luz cayera en el suelo de la nave exactamente del mismo modo que disponía el «Misterio de la Luz».

Las dos altas torres, macizas y sin embargo delicadamente proporcionadas, servían de marco al nuevo pórtico frontal y detrás de ellas se levantaba la bóveda altísima de la vasta nave, mientras la forma cruciforme de la nueva catedral surgía del terreno sagrado donde el dormido Dragón Wouivre tenía su guarida.

Ni una sola vez Simon se apartó de los principios de la Sagrada Geometría, ni dejó en ningún momento de tener en cuenta los requisitos de la vieja religión, con el fin de mantener el equilibrio de todas las energías terrestres que controlaban el poder del sagrado sitio.

Esa meticulosa observancia de los requerimientos mágicos del Wouivre, y la estricta interpretación de los deseos de la Bendita Madre Tierra, Nuestra Señora de Chartres, protegía a todos aquellos entre los constructores que trabajaban con el honesto orgullo del artesano.

Sólo los pocos obreros que, por alguna razón, cobijaban el mal en su corazón eran arrojados de los altos andamios o aplastados por un pesado sillar, del mismo modo que muchos años antes aquel infortunado artesano se había estrellado delante de Simon y Bernard de Roubaix.

En el curso de los veintiséis años que duró la reconstrucción de la estructura de la catedral, muchos obreros fallecieron por causas naturales, debido a la edad avanzada o a alguna enfermedad. Entre éstos, figuraba Jean Belami, ex servidor mayor de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, del Templo de Jerusalén.

Sus últimas palabras dirigidas a un Simon dolorido fueron típicas de él:

—Odó de Saint Amand está orgulloso de ti. ¡Pero no más que yo lo estoy de mi ahijado... mon brave Simon!

Luego, con un prolongado suspiro, su sonrisa se tornó rígida en el rictus de la muerte, en tanto su aguerrida alma abandonaba su cuerpo para reunirse con sus muchos camaradas de armas que le habían precedido hacia la gloria.

Cuando Simon le anunció a Corazón de León la muerte de Belami, el rey se puso a llorar.

—Era el servidor mejor de todos. Resulta difícil encontrar las palabras para describir a este gran soldado. Pero se me acaba de ocurrir el nombre de un nuevo rango: el de «servidor mayor». De alguna manera le cuadra a Belami perfectamente.

En 1199, Ricardo Corazón de León murió a causa de una saeta herrumbrada de ballesta, disparada desde la muralla de un castillo. El rey, impulsivo hasta el fin, perdonó caballerosamente al arquero francés que le había disparado. Una vez más, Simon lloró la pérdida de un camarada.

A lo largo de esos veintiséis años, dedicados a supervisar la reconstrucción de la catedral de Chartres, Simon perdió a muchos de sus amigos. Pero su tristeza se veía atemperada por la seguridad de que la separación sólo era temporaria. Todo el tiempo, el amor y la compañía de Berenice y familia, compuesta de dos hijos y una hija, llenaron su vida de amor, alegría y risas.

Al fallecer su amada esposa, Simon encontró solaz en la terminación de la catedral de Notre Dame de Chartres. La consideraba como un monumento a la memoria de todos aquellos a quienes había amado.

La última tarea que emprendió Simon fue la de poner a prueba las columnas de la nave por el «Misterio del Sonido».

Con la empuñadura de su daga, tal como Bernard de Roubaix había hecho en el pasado, Simon fue golpeando ligeramente, una tras otra, todas las grandes columnas. Inmediatamente, sus diferentes tonos de campana se elevaron hacia la alta bóveda, como un coro de ángeles.

El caballero normando, ahora de mediana edad, escuchó con el corazón gozoso el canto de la catedral.

Al fin llegó el día en que sus hijos, Jean, Pierre y Marie-Thérese, acompañaron a su padre a su última morada, junto a su madre, en la cripta de la nueva catedral. Allí, Simon y Berenice reposan hasta la fecha, junto al cuerpo de su amigo, Belami. Mientras sus gozosas almas vagan por el espacio y el tiempo, en la tierna, bajo aquella hermosa catedral, el Wouivre se remueve en su sueño de dragón, al tiempo que vigila sus restos mortales para siempre. ¡Inshallah!

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