El templo (37 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Van Lewen y Renée corrieron por el pasillo lateral de estribor del barco de mando con sus M-16 firmemente asidos.

Se movieron a gran velocidad, escrutando con sus armas cada rincón del pasillo, hasta que finalmente salieron a la cubierta de popa, donde se encontraba la pista de aterrizaje para helicópteros del catamarán.

Van Lewen vio inmediatamente el helicóptero blanco Bell Jet Ranger, así como al piloto que se encontraba en su interior.

El hombre también los vio. Cogió su arma. Van Lewen lo tumbó justo cuando seis soldados nazis salieron del interior del catamarán abriendo fuego con sus G-11.

El fuego de los fusiles de asalto golpeó la cubierta a su alrededor, y astilló la barandilla de madera que había tras ellos.

Van Lewen se agachó y vio que Renée se guarecía tras la esquina de la que habían salido.

Él, sin embargo, estaba demasiado lejos.

Miró a los nazis, que se acercaban a él. Estaban a menos de quince metros y sus ametralladoras futuristas no dejaban de escupir ráfagas y ráfagas de disparos. Ante esa situación, y sin nada con lo que poder hacerlos frente, Van Lewen hizo lo único que pensaba que podía hacer.

Saltó por la borda.

Desde el timón de su Rigid Raider, que avanzaba a toda velocidad tras el barco de mando, Karl Schroeder observó con horror que Van Lewen había saltado por la borda del catamarán.

Pero Schroeder no tenía tiempo para quedarse embobado.

En ese momento, su embarcación estaba recibiendo una lluvia de disparos terrible. Tenía a dos Rigid Raiders nazis a ambos lados, que lo atacaban y disparaban desde los dos flancos, lo que le obligó a tirarse al suelo para protegerse de los disparos.

Se golpeó contra la cubierta. Nada más caer escudriñó el suelo de la embarcación para ver si encontraba algo con lo que poder hacer frente a las dos Rigid Raiders.

Lo primero que vio fue un G-11, apoyado en el suelo junto a una especie de caja de kevlar. Buen comienzo.

Pero entonces, detrás del G-11, vio algo más.

Y miró preocupado.

Van Lewen se lanzó al vacío. Esperó el impacto contra las aguas del río. Pero no llegó a producirse.

Aterrizó en algo duro, algo sólido, algo que parecía plástico o fibra de vidrio.

Miró a su alrededor y entonces vio que había caído en la cubierta de la lancha motora Escarabajo que estaba sujeta a la barandilla trasera del barco de mano.

No había transcurrido ni un segundo cuando tres soldados nazis y sus respectivos G-11 hicieron acto de presencia por la barandilla del barco y le apuntaron con los fusiles al puente de la nariz. En ese momento, mientras les miraba a los ojos, Van Lewen supo que la batalla había terminado.

Los tres nazis apretaron los gatillos de sus armas.

Al principio, Schroeder no supo de qué se trataba.

Era un dispositivo extraño, del tamaño de una mochila, con una forma rectangular un tanto rudimentaria y que tenía una serie de indicadores digitales que medían en kilohercios, megahercios y gigahercios.

Mediciones de frecuencia…

Entonces cayó en la cuenta.

Era el dispositivo que habían usado los nazis para interferir los sistemas de comunicaciones de los estadounidenses cuando llegaron a Vilcafor.

En la parte de delante del dispositivo había un trozo de cinta aislante pegado en el que estaban escritas en alemán las palabras:

¡ATENCIÓN!

NO PONER EN NIVELES PEM SUPERIORES A 1,2 GHZ

Los ojos de Schroeder fueron directos a la palabra «PEM».

Dios santo.

Un generador de pulsos.

Los nazis tenían un generador de pulsos electromagnético.

Pero, ¿por qué querrían limitar el nivel del pulso a 1,2 gigahercios?

Y entonces cayó en la cuenta.

Schroeder cogió el G-11que tenía al lado y miró las especificaciones del arma.

HECKLER & KOCH, ALEMANIA

—50 V.3,5 MV: 920 CPU: 1,25 GHZ

En los nanosegundos en que funcionan nuestros cerebros, recordó la teoría de los pulsos electromagnéticos: el PEM anulaba cualquier cosa que tuviera un microprocesador: ordenadores, televisiones, sistemas de comunicación.

Y también, pensó Schroeder, los fusiles de asalto G-11, ya que era la única arma en el mundo que empleaba un microprocesador, la única lo suficientemente compleja como para necesitar uno.

Los nazis no querían que sus hombres situaran los niveles de su generador PEM muy altos porque, si lo hacían, el pulso electromagnético dejaría sus G-11 fuera de combate.

Schroeder sonrió.

Y entonces, justo en el preciso instante en que Van Lewen alzaba la vista a los cañones de los fusiles de asalto G-11 de los nazis desde la cubierta de la Escarabajo, Karl Schroeder tocó el generador de pulsos y giró el indicador de los gigahercios a 1,3.

Clic. Clic. Clic
.

La resignación de Van Lewen se transmutó en completo asombro cuando los tres G-11 que le apuntaban no dispararon.

Los nazis parecían todavía más asombrados. No sabían qué demonios estaba ocurriendo.

Van Lewen no perdió un instante.

En un segundo tenía el M-16 en una mano y la SIG-Sauer en la otra. Apretó los dos gatillos a la vez.

Las dos armas cobraron vida.

Los disparos alcanzaron a los tres nazis, que cayeron hacia atrás, por detrás de la barandilla. Sus cabezas estallaron en fuentes de sangre idénticas.

Las balas impactaron también en la barandilla, rebotando en todas direcciones. Una de ellas cortó la cuerda que sujetaba la Escarabajo al barco de mando.

La lancha motora se desprendió del catamarán y lo único que pudieron hacer los nazis a bordo del barco fue sostener sus G-11 inutilizadas y observar cómo la Escarabajo se alejaba tras ellos.

Al otro lado del río,
Doogie
Kennedy se sentó en la silla giratoria de la torreta delantera del Pibber, desatando el caos con el doble cañón de 20 mm de la patrullera.

Giró la torreta y disparó una ráfaga que convirtió a las Rigid Raiders que tenía a su izquierda en un queso suizo.

Después giró las miras en dirección a una de las barcazas que tenía delante, la que todavía tenía un helicóptero Mosquito, y abrió fuego contra ella. Los tanques de combustible reventaron y tanto la barcaza como el helicóptero se convirtieron en una enorme bola de fuego.

—¡Sí señor! ¡Ahí va eso, nazis hijo putas!

A menos de tres metros detrás de él, en la timonera de la Pibber, Race conducía la lancha con un ojo puesto en el río.

Justo entonces el tercer y último Mosquito les pasó con sus cañones laterales disparando a toda velocidad. Race se agachó con rapidez. En la parte delantera de la cubierta, justo delante de él, Doogie giró la torreta y descargó una ráfaga ensordecedora de 20 mm al helicóptero, pero este se echó a un lado bruscamente y sus balas trazadoras candentes solo impactaron en el aire.

En ese momento, sin embargo, Race vio que otra Pibber se acercaba amenazante por detrás.

No había ningún nazi en las barandillas y su torreta tampoco escupía disparos de veinte milímetros.

Tan solo mantenía la distancia, navegando en silencio al menos a trescientos metros de ellos.

Y entonces Race vio una nube de humo salir de algo con forma rectangular que pendía de su lateral y, de repente, un objeto largo y blanco salió disparado de aquella cosa y cayó en el agua.

—¿Es eso lo que creo que es? —dijo mientras otra Rigid Raider nazi se colocaba detrás de ellos, entre su embarcación y la Pibber que acababa de lanzar aquel extraño objeto. En la cubierta abierta de la Rigid Raider se hallaban cuatro nazis, que disparaban a Race y a Doogie con pistolas Beretta.

Y de repente, tan de repente que hizo que Race metiera un brinco, la Rigid Raider situada entre las dos embarcaciones explotó.

Sin previo aviso.

Sin causa aparente.

La estructura de aluminio de la embarcación de asalto saltó por los aires como un geiser de humo, agua y amasijos de metales.

Sin causa aparente
, pensó Race,
salvo por ese objeto que la otra Pibber acababa de lanzar por el agua
.

Race y Doogie cayeron en la cuenta a la vez.

—Torpedos… —dijeron al unísono. Se miraron.

Mientras lo decían, otra voluta de humo salió del compartimiento lateral de la Pibber nazi y un torpedo blanco y alargado salió de él, yendo a parar al agua, donde comenzó a alcanzar una velocidad increíble en dirección a su barco.

—Joder —musitó Doogie.

Race aceleró.

El torpedo surcaba las aguas a una velocidad frenética.

Race intentó alejar a la Pibber de su alcance girando a la izquierda, hacia el resto de la flota, con la esperanza de poder colocar otra embarcación entre ellos y el torpedo.

Pero era imposible.

Las embarcaciones más cercanas eran las dos barcazas con las pistas de aterrizaje: la que remolcaba el Grumman JRF-5 Goose situada a su derecha y la otra, que estaba un poco más adelantada, a la izquierda.

Las cubiertas de las barcazas estaban desiertas y sus pistas de aterrizaje, que no estaban rodeada de barandillas, vacías.

Race volvió a acelerar.

La Pibber comenzó a avanzar a mayor velocidad y se golpeó con una ola. Saltó por los aires y después volvió a caer, impactando fuertemente contra el agua.

El torpedo seguía persiguiéndolos.

—¡Profesor! —gritó Doogie—. ¡Tiene diez segundos para hacer algo!

Diez segundos
, pensó Race.

¡Mierda
!

Vio la pista de aterrizaje para helicópteros a su izquierda y se le ocurrió una idea. Giró hacia ella.

Ocho segundos.

La Pibber se desplazó treinta metros a la derecha de la barcaza.

Los ojos de Race estaban pegados a la barcaza. Era poco más que una pista de aterrizaje que flotaba como a un metro por encima de la línea de agua, con una pequeña timonera acristalada en la proa.

Seis segundos.

Race giró bruscamente su timón a babor —la Pibber giró a la izquierda por las aguas, saltando contra las olas—, tomando aire cada pocos metros mientras ponía rumbo a la barcaza como alma que lleva al diablo.

Cinco segundos.

El torpedo se estaba acercando.

Cuatro segundos.

—¿Qué está haciendo? —le gritó Doogie.

Tres.

Race aceleró a fondo.

Dos.

La Pibber apenas ya rozaba el agua. Iba directa contra el flanco de estribor de la barcaza.

De repente, la Pibber se golpeó contra una ola y, al igual que un coche que desciende por una rampa, salió volando por los aires.

La cañonera salió despedida mientras sus hélices giraban en el aire. Voló, literalmente, hasta que su casco aterrizó justo en la parte delantera de la pista de aterrizaje vacía con un golpe sordo.

Pero la Pibber siguió avanzando y, con un chirrido terrorífico, la embarcación fue derrapando por la pista hasta salir despedida por el lado izquierdo de la barcaza y caer al río. Cuando sus hélices volvieron a estar en contacto con el agua, la embarcación comenzó a alejarse de la barcaza, momento en el que el torpedo que les perseguía se golpeó con la desventurada barcaza y explotó.

La barcaza voló por los aires. Enormes fragmentos de acero, piezas del casco y miles de trozos de cristales estallaron por el impacto del torpedo.

—¡
Yuuuujjuuuuuuu
! —gritó Doogie desde la torreta—. ¡Menudo viaje!

Sin resuello, Race miró río atrás mientras los fragmentos de la barcaza caían al techo de su timonera.

—¡Madre mía! —dijo.

Renée Becker se deslizó por entre una puerta lateral del barco de mando y recorrió con mucho cuidado un pasillo estrecho e iluminado.

Una puerta se abrió de repente y Renée se puso a cubierto. Por ella salieron dos nazis armados con pistolas. Uno de ellos estaba diciendo:

—¡Están usando nuestro PEM contra nosotros!

Recorrieron el pasillo a paso ligero sin percatarse de su presencia.

Renée siguió avanzando. El interior del catamarán era lujosísimo. Las paredes estaban recubiertas de madera oscura y el suelo de una alfombra azul fastuosa.

Pero no tenía tiempo para fijarse en esas nimiedades.

Solo tenía un objetivo en mente.

El ídolo.

Después de saltar por encima del agua y esquiar en seco por la pista de aterrizaje de la barcaza, la Pibber de Race y Doogie volvió a surcar las aguas del río. Doogie seguía disparando desde su torreta al último Mosquito, que no cesaba de zumbar en el aire.

Pero el Mosquito era demasiado rápido, demasiado ágil. Esquivó sus disparos sin demasiada dificultad hasta que el cañón de 20 mm se quedó sin munición.

Doogie frunció el ceño.

—Mierda.

Se bajó de la torreta, cogió el G-11 y se dirigió a la timonera con Race.

—Tenemos que acabar con ese helicóptero —dijo—. Mientras siga ahí, no tendremos oportunidad de vencerlos.

—¿Qué sugiere?

Doogie le señaló con la cabeza la última barcaza que quedaba y que surcaba las aguas a cerca de cincuenta metros a su derecha, la que remolcaba el hidroavión Grumman Goose.

—Sugiero que subamos con eso —dijo.

Segundos después, la Pibber navegaba pegada a la barcaza.

Las dos embarcaciones se tocaron durante un instante y Doogie saltó a la cubierta.

—De acuerdo, profesor —gritó—. ¡Su turno!

Race asintió y giró el timón a la izquierda cuando, de repente, la patrullera se estremeció por un impacto brutal.

Race cayó a la cubierta. Cuando alzó la vista vio que una de las dos Pibbers nazis que quedaban había embestido contra su embarcación.

En la pista de aterrizaje, a la derecha de las dos Pibbers, Doogie apuntó con su G-11y apretó el gatillo, pero, por algún motivo, el fusil no funcionó.

—¡Maldita sea! ¡Mierda! —gritó mientras observaba a Race y a la otra Pibber alejarse de la barcaza.

Race estaba metido en un buen lío.

Los disparos resonaban a su alrededor, pues los nazis de la otra Pibber le estaban disparando con sus pistolas a muy poca distancia. El parabrisas delantero de su embarcación se hizo añicos y una lluvia de cristales cayó sobre él.

De repente notó otro golpe. La segunda Pibber se estaba pegando a la barandilla de babor.

Se volvió y vio que la Pibber se estaba acercando peligrosamente. En la cubierta de popa vio a cuatro soldados armados con Berettas, listos para abordar la
Pib
y matarlo.

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