El templo (45 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Race intentó recordar todo lo que había escuchado anteriormente sobre Fritz Weber.

Había realizado experimentos con seres humanos.

00.00.15

Había sido juzgado en Nuremberg.

00.00.14

Y condenado a muerte.

00.00.13

Y ejecutado.

00.00.12

Ejecutado. Ejecutado…

Eso es
, pensó Race.

00.00.11

Pero, ¿cuál era la fecha?

00.00.10

—Renée, rápido. ¿Cuándo se celebró la supuesta ejecución de Weber?

00.00.09

—Eh… El 22 de noviembre de 1945.

00.00.08

El 22 de noviembre de 1945.

00.00.07

Hazlo.

00.00.06

Race se inclinó sobre el ordenador de la Supernova y tecleó los números.

INTRODUZCA EL CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN

22 111945

Una vez hubo tecleado el código, con la lluvia de los rociadores repiqueteando a su alrededor y el temporizador que tenía delante a punto de llegar a cero, Race pulsó la tecla «intro».

¡Bip
!

Ehrhardt dejó de sonreír cuando escuchó el pitido.

La cara de Race se transformó en una enorme sonrisa burlona.

Dios mío, lo hice…

Y, de repente, la pantalla de la Supernova cambió:

CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN

INTRODUCIDO

CUENTA ATRÁS DE LA DETONACIÓN PARADA EN

00:00:04S

SECUENCIA DE DETONACIÓN ALTERNA

ACTIVADA

¿Secuencia de detonación alterna
?

—¡Oh, joder…! —murmuró Race.

Sus ojos se posaron en el otro temporizador, el que estaba encima de uno de los bidones de hidracina al otro lado de la habitación. El temporizador que estaba parado en 00.00.05.

El segundo temporizador se activó.

00.00.04Los ojos de Race se abrieron como platos.

—¡Joder! —dijo.

Exactamente cuatro segundos después, los líquidos hipergólicos de los bidones se mezclaron y las paredes de la cabina de control estallaron con una fuerza espeluznante.

Las ventanas explotaron en mil pedazos, seguidas a continuación por el rugido de humeantes llamas de fuego expansivas.

Los restos de la cabina volaron en todas direcciones. Puertas, trozos de la Supernova, fragmentos de madera de las mesas y del suelo… volaron con una fuerza tal que algunos de ellos llegaron hasta el borde del cráter, aterrizando en el denso follaje que rodeaba la gigantesca mina. Los restos de las dos cabezas termonucleares que formaban la Supernova aterrizaron sin explosionar en la base del cráter, pues los combustibles hipergólicos no estaban lo suficientemente refinados como para fisionar los átomos de su interior.

En cuestión de segundos, lo único que quedó de la cabina de control fue su estructura, tan ennegrecida y carbonizada que resultaba casi irreconocible, pendiendo sobre la mina. Las paredes habían desaparecido, las ventanas habían desaparecido, el suelo y el techo habían desaparecido.

William Race había desaparecido, también.

Sexta maquinación

Martes, 5 de enero, 19.10 horas

Las dos embarcaciones fluviales avanzaban lentamente por la superficie del río en dirección a la mina abandonada.

Una de las embarcaciones era una lancha motora. La otra, un hidroavión con un aspecto lamentable y un solo pontón bajo su ala derecha.

El silencio reinaba en la zona. Las aguas del río estaban en calma.

Leonardo van Lewen y
Doogie
Kennedy miraban a su alrededor desde sus respectivas cabinas, observando la mina desierta que se alzaba ante ellos. Condujeron lentamente sus embarcaciones a la orilla del río y las vararon con cuidado.

Habían escuchado la explosión hipergólica y ahora estaban contemplando la mina, el inmenso cráter marrón y la nube de humo negruzco que salía de aquel amasijo de hierros carbonizados que pendía en el centro.

No había ni un alma.

Nada se movía.

Lo que hubiese ocurrido allí ya había terminado.

Los dos boinas verdes saltaron de sus embarcaciones y caminaron con cautela y sus armas en ristre hacia un grupo de construcciones similares a almacenes que había en el borde del cañón.

Entonces, de repente, Renée apareció por la puerta de uno de esos almacenes. Los vio al momento, se acercó hasta ellos y los tres permanecieron en el borde del cañón, observando los restos ennegrecidos de la cabina de control.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Van Lewen.

—Ehrhardt utilizó el ídolo para montar la Supernova. Después la activó para detonarla —dijo Renée con voz triste—. El profesor Race logró parar la secuencia de la detonación, pero tan pronto como neutralizó la Supernova, toda la cabina explotó.

Van Lewen se volvió para mirar la cabina de control destrozada, el último lugar en el que William Race había sido visto con vida.

—¿La Supernova estaba allí? —preguntó.

—Sí —dijo Renée—. Fue impresionante. Paró la cuenta atrás. Estuvo increíble.

—¿Y el ídolo?

—Destrozado por la explosión, supongo, junto con la Supernova y el profesor Race.

Entonces se escuchó una especie de crujido a su derecha.

Van Lewen y Doogie levantaron las armas y se giraron.

Pero, al girarse, no vieron más que árboles y follaje.

Y entonces, de repente, vieron un objeto cilíndrico parecido a un bidón, una especie de cápsula, caer de las ramas superiores de un árbol hasta ir a parar con suavidad sobre el denso follaje, a cerca de veinte metros de distancia de ellos.

Van Lewen, Renée y Doogie fruncieron el ceño y se acercaron hasta allí.

La cápsula debía de haber estado dentro de la cabina de control cuando esta estalló y la onda expansiva la había arrastrado hasta allí.

La cápsula de la cabeza nuclear comenzó a rodar por el follaje hasta detenerse. Entonces, empezó a tambalearse de un lado a otro, como si hubiese alguien retorciéndose dentro, intentando salir…

De repente, la tapa de la cápsula se abrió y Race cayó de culo al terreno embarrado.

La cara de Renée se tornó en una sonrisa de oreja a oreja y ella y los dos boinas verdes corrieron hacia Race.

El profesor estaba tumbado boca arriba en el fango, empapado y totalmente extenuado. Todavía llevaba la gorra y el peto negro de kevlar.

Cuando sus tres compañeros se acercaron, Race les miró y les sonrió débilmente.

Después se llevó la mano derecha a la espalda y sacó un objeto que colocó en el suelo ante ellos. A pesar de las gotas de agua que refulgían sobre su superficie, se podía distinguir claramente la brillante piedra negra y púrpura, y los rasgos de la cabeza del
rapa
tallados en ella.

Era el ídolo.

El Goose planeaba grácilmente en el aire sobre la selva amazónica.

La noche estaba al caer. Se dirigía rumbo al oeste. De vuelta a las montañas. De vuelta a Vilcafor.

Doogie se encontraba en la cabina de mando, pilotando el avión, mientras que Van Lewen, Race, Renée y Uli, malherido, estaban sentados en la parte trasera.

Race rememoró su huida de la cabina de control.

En los cinco segundos que habían transcurrido desde que desactivó la Supernova y comenzó la mezcla de los combustibles hipergólicos, había buscado desesperadamente por toda la cabina una forma de escapar de allí.

Sus ojos se posaron sobre una de las cápsulas, capaces de resistir una presión de cuatro mil quinientos cuarenta kilos por centímetro cuadrado, ya que su finalidad era proteger las cabezas nucleares explosivas.

Con nada más a su alcance, cogió el ídolo de la mesa donde se encontraba y se metió dentro de la cápsula, cerrando la tapa justo en el momento en que la cuenta atrás de cinco segundos llegó a su fin.

Los combustibles se mezclaron, la cabina de control estalló y la onda expansiva lanzó la cápsula por los aires. Por suerte, la caída había sido amortiguada por los árboles que rodeaban la mina.

Pero la cuestión era que estaba vivo y eso era lo que importaba.

En ese momento, sentado en el hidroavión, Race también tenía entre sus manos un viejo libro encuadernado en cuero que había encontrado en el cobertizo tras su espectacular proeza. Se encontraba en una estantería dentro de la oficina que dominaba la mina.

Se había empeñado en buscar ese libro antes de que partieran rumbo a Vilcafor.

Era el manuscrito de Santiago.

El manuscrito original de Santiago, escrito por Alberto Santiago en el siglo XVI, robado de la abadía de San Sebastián por Heinrich Anistaze en el siglo XX y fotocopiado por el agente especial Uli Pieck de la
Bundes Kriminal Amt poco
tiempo después.

Mientras se encontraba en la parte trasera del hidroavión, Race observó el manuscrito con una especie de sobrecogimiento contenido.

Vio la letra de Alberto Santiago. Las fiorituras y los trazos le resultaban familiares, pero ahora los veía escritos en tinta azul y en un papel con una textura maravillosa, no en una fotocopia áspera.

Quería leerlo inmediatamente, pero no, tendría que esperar. Había algunas cosas que tenía que aclarar antes.

—Van Lewen —dijo.

—¿Sí?

—Hábleme de Frank Nash.

—¿Cómo?

—Hábleme de Frank Nash.

—¿Qué quiere saber?

—¿Había trabajado antes con él?

—No, es la primera vez. Retiraron a mi unidad de Bragg para venir a esta misión.

—¿Está al tanto de que Nash es coronel de la División de Proyectos Especiales del Ejército?

—Sí, claro.

—Entonces, ¿sabía que era todo mentira cuando Nash fue a mi despacho ayer por la mañana con una tarjeta de identificación de la DARPA y con la historia de que era un coronel retirado del Ejército que ahora trabajaba en la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa?

—No sabía que hubiese dicho eso.

—¿No lo sabía?

Van Lewen miró a Race con sinceridad.

—Profesor Race, soy solo un soldado, ¿de acuerdo? Me dijeron que se trataría de una asignación de protección. Me ordenaron que le protegiera. Así que eso es lo que estoy haciendo. Si el coronel Nash le mintió, lo siento, pero yo no lo sabía.

Race apretó los dientes. Estaba cabreadísimo, furioso ante el hecho de que le hubieran engañado para que participara en la misión.

Además de estar enfadado, sin embargo, también estaba resuelto a saberlo todo, pues si Nash no era de la DARPA aquello suscitaba bastantes preguntas. Por ejemplo, ¿qué pasaba con Lauren y Copeland? ¿También eran de la División de Proyectos Especiales del Ejército?

Todas esas dudas y preguntas relativas a la misión adquirían también un tinte personal. Después de todo, Nash había dicho que había sido su hermano Marty el que había sugerido su nombre para la misión. Pero hacía casi diez años que Race no veía a su hermano.

Race se puso a pensar en Marty.

De pequeños habían estado muy unidos. A pesar de que Marty era tres años mayor, siempre habían jugado juntos ni béisbol, al fútbol americano, o simplemente correteaban los dos por ahí… Pero a Will siempre se le habían dado mejor los deportes, a pesar de la diferencia de edad.

Marty, por otro lado, era con diferencia el más listo de los dos. Había destacado en el colegio y le habían marginado por ello. No era guapo. Ya a los nueve años era la viva imagen de su padre: espaldas encorvadas, cejas oscuras y espesas… y un permanente gesto severo que recordaba al de Richard Nixon.

Por el contrario, Race había heredado los rasgos de su madre: ojos azules y pelo castaño claro.

De adolescentes, mientras Will salía por la ciudad con sus amigos, Marty se quedaba en casa con sus ordenadores y su preciada colección de discos de Elvis Presley. A la edad de diecinueve años, Marty nunca había tenido novia. De hecho, la única chica que le había gustado, una guapa animadora llamada Jennifer Michaels, había acabado enamorándose perdidamente de Will. Aquello había destrozado a Marty.

La universidad llegó y mientras que sus torturadores escolares se marcharon para convertirse en cajeros de banco y agentes inmobiliarios Marty se había ido de cabeza a los laboratorios informáticos del Instituto Tecnológico de Massachussets. Su padre, un ingeniero informático, le había pagado todo el importe de la matrícula.

Race, por otro lado, muy inteligente pero con peores notas, fue a la Universidad del sur de California con una beca de deporte parcial. Allí conocería, cortejaría y perdería a Lauren O'Connory, entremedias, estudiaría lenguas antiguas y otros idiomas.

Entonces se produjo el divorcio de sus padres.

Ocurrió tan de repente. Un día, el padre de Race llegó a casa del trabajo y le dijo a su madre que la dejaba. Resultó que llevaba casi once meses teniendo una aventura con su secretaria.

La familia se dividió en dos.

Marty, que por aquel entonces tenía veinticinco años, siguió viendo a su padre con regularidad. Después de todo, siempre había sido su viva imagen en cuanto a físico y modales.

Pero Race nunca perdonó a su padre. Cuando murió de un infarto en 1992, Race ni siquiera fue al funeral.

La típica familia nuclear estadounidense, destruida desde dentro.

Race aparcó sus pensamientos y volvió al presente, al hidroavión que sobrevolaba la selva de Perú.

—¿Qué hay de Lauren y Copeland? —le preguntó a Van Lewen—. ¿También son de los Proyectos Especiales del Ejército?

—Sí —dijo Van Lewen con aire de gravedad.

Hijo de puta.

—Muy bien —dijo Race cambiando de táctica—. ¿Qué sabe del proyecto de la Supernova?

—Juro que no sé nada acerca de ese proyecto —dijo Van Lewen.

Race frunció el ceño y se mordió el labio.

Se volvió a Renée.

—¿Sabes algo del proyecto de la Supernova estadounidense?

—Un poco.

Race arqueó las cejas expectante.

Renée suspiró.

—Proyecto aprobado por la comisión de armamento del Congreso en una sesión a puerta cerrada en enero de 1992. Presupuesto de mil ochocientos millones de dólares aprobado por el comité de gastos del Senado, de nuevo a puerta cerrada, en marzo de 1992. En principio, el proyecto iba a ser una empresa conjunta entre la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa y la Armada de los Estados Unidos. La persona al frente del proyecto es…

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