El templo (61 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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El técnico pulsó la tecla «intro» y el temporizador comenzó la cuenta atrás. Bittiker sacó su móvil y marcó de nuevo el número de Bluey.

El equipo de rastreo digital colocado en el apartamento de Bluey volvió a encenderse como un árbol de navidad.

Bluey cogió el teléfono:

—Sí.

—¿Ha salido el mensaje?

—Sí, Earl —mintió Bluey mientras miraba a los ojos a John— Paul Demonaco.

—¿La gente está presa del pánico?

—Ni te lo imaginas —dijo Bluey.

El Goose se acercó más a los cuartos traseros del Antonov. Solo sesenta centímetros los separaban.

Golpeado por el fuerte viento, Race se agarraba con una mano a la escotilla del Goose mientras que con la otra intentaba llegar al panel del avión de carga.

Estaba demasiado lejos. Doogie acercó más el hidroavión, todo lo que se atrevía a acercarlo…

… Y Race agarró el panel y lo abrió.

Vio dos botones dentro (uno rojo y otro verde) y, sin pensárselo dos veces, golpeó su puño contra el botón verde.

Con un terrible zumbido, la rampa de carga trasera del Antonov comenzó a descender, ¡justo delante del morro del Goose!

Con los reflejos de un felino, Doogie maniobró con rapidez para apartar el hidroavión de la trayectoria descendente de la rampa, pero, al hacerlo, casi tira a Race de la escotilla. Sin embargo, Race se había agarrado bien y permaneció con medio cuerpo fuera mientras Doogie pilotaba con destreza el hidroavión ante la rampa de carga que se abría ante ellos.

Los dos aviones continuaron volando en tándem por el cielo peruano. El enorme Antonov y el menudo Goose estaban a menos de sesenta centímetros de distancia, volando a unos seis mil metros. Solo que ahora la rampa de carga trasera del Antonov estaba abierta, ¡justo delante del morro del hidroavión!

Entonces, en el preciso momento en que la rampa se abrió del todo y a pesar de que estaban a seis mil metros de la tierra, la diminuta figura de William Race salió de la escotilla y saltó del morro del Goose a la rampa de carga abierta del Antonov.

Race aterrizó de cabeza sobre la rampa de carga del avión.

Intentó agarrarse a cualquier cosa para que el viento no se lo llevara. Fue arrastrándose por la rampa, reptando sobre su estómago. Bajo él, el Goose y seis mil metros de cielo abierto.

Curiosos los lugares a los que a veces te lleva la vida…

La zona de carga llenó entonces su campo de visión.

Vio el enorme carro de combate Abrams en medio. El viento se llevaba consigo todo lo que no estuviera asegurado o pesara lo suficiente. Vio también las luces de alarma y escuchó el aullido histérico de las sirenas que, sin duda, estaban alertando a quienquiera que se encontrara a bordo del avión de que la rampa de carga había sido abierta sin que nadie lo hubiese ordenado.

Earl Bittiker ya lo sabía.

Tan pronto como la rampa de carga se hubo abierto, escuchó el sonido del viento abriéndose paso por la zona de carga. Menos de un segundo después comenzaron a sonar las sirenas de alarma.

Bittiker se volvió en el interior del tanque Abrams. Todavía tenía el móvil colocado en la oreja.

—¿Qué cono ha sido eso? —dijo mientras subía la escalerilla para asomarse por la escotilla y ver lo que pasaba.

Ya de pie, Race cogió su MP5 y recorrió el estrecho pasillo entre el tanque y la pared de la zona de carga.

De repente, la cabeza de un hombre asomó por la escotilla superior del tanque, a su izquierda.

Race se volvió y apuntó con su arma al hombre.

—¡Quieto! —gritó.

El hombre se detuvo.

Los ojos de Race se abrieron como platos cuando vio de quién se trataba.

Era el hombre que le había quitado el ídolo a Frank Nash en Vilcafor. El líder de los terroristas.

Mierda.

El hombre tenía un móvil en la mano.

—¡Baje de ahí ahora mismo! —gritó Race.

Al principio, Bittiker no se movió. Tan solo se quedó mirando a Race atónito, observando a aquel hombre con gafas, vaqueros y una camiseta llena de mugre, una maltrecha gorra de los New York Yankees y un peto de kevlar, que le estaba ordenando que bajara mientras lo apuntaba con un MP5.

Bittiker miró la rampa de carga abierta tras Race. Vio al hidroavión volando a unos veinte metros por detrás del Antonov, intentando en vano mantenerse a la misma altura y velocidad del avión de carga, que estaba ganando altitud.

Lentamente, Bittiker bajó del tanque hasta colocarse delante de Race.

—Dame ese maldito teléfono —dijo Race arrebatándole el móvil al terrorista—. ¿Con quién cono estás hablando?

Race se puso el teléfono en el oído sin quitar la vista de Bittiker, a quien seguía apuntando.

—¿Quién eres? —dijo al teléfono.

—¿Que quién soy? —le espetó una desagradable voz—. Quién cono eres tú sería la pregunta más apropiada.

—Mi nombre es William Race. Soy un ciudadano norteamericano al que condujeron hasta Perú para ayudar a un equipo del Ejército a hacerse con una muestra de tirio para introducir en una Supernova.

Se escucharon ruidos al otro lado de la línea.

—Señor Race —dijo de repente otra voz—. Soy el agente especial John—Paul Demonaco del FBU. Estoy investigando el robo de una Supernova de las oficinas centrales de la DARPA…

—No pueden detenerlo —le dijo Bittiker a Race con su acento tejano—. No pueden detenerlo.

—¿Por qué no? —dijo Race.

—Porque ni siquiera yo sé cómo se desactiva —dijo Bittiker—. Me aseguré de que mi gente solo supiera cómo montarla. Así, una vez estuviese lista, nadie podría pararla.

—¿Así que nadie conoce el código de desactivación?

—Nadie —dijo Bittiker—. Excepto, supongo, algún puto científico de Princeton de esos que trabajan para la DARPA, pero eso no va a sernos de mucha ayuda ahora, ¿no cree?

Race se mordió el labio de pura impotencia.

Las sirenas seguían sonando. En cualquier momento llegaría alguno de los terroristas para ver qué estaba ocurriendo…

Disparos.

Impactaron a su alrededor. Comenzaron a saltar chispas de los paneles interiores de la zona de carga. Race se apartó y rodó por el suelo. Se guardó el móvil en el bolsillo trasero de los pantalones y alzó la vista. Troy Copeland estaba en la pasarela de metal con otros dos miembros del Ejército Republicano de Texas. Los tres estaban disparando con Calicos a Race.

Bittiker vio su oportunidad y se escondió tras el tanque, quedando así fuera del campo de visión de Race.

Race se apoyó contra la oruga del tanque, fuera de la línea de fuego, al menos de momento.

Respiraba con dificultad. Su pulso retumbaba con fuerza en el interior de su cabeza.

¿Qué demonios vas a hacer ahora, Will?

Y entonces, de repente, escuchó a alguien gritar su nombre.

—¿Eres tú, profesor Race? —Era Copeland—. Dios, eres un hijo de puta muy insistente.

—Es mejor que ser un completo gilipollas —murmuró para sus adentros Race. Se asomó por el tanque y disparó a Copeland y a los dos terroristas, pero ni siquiera estuvo cerca de alcanzarlos.

Maldita sea
, pensó. ¿Y ahora qué iba a hacer? No lo había pensado.

La Supernova
, le dijo una voz desde sus adentros.

¡Hay que desactivarla! Eso es lo que tienes que hacer.

Después de todo
, pensó,
ya había logrado desactivar una Supernova en aquel viaje
.

Race se puso en pie, apretó el gatillo del MP5 y disparó sin cesar a la pasarela mientras subía al tanque. Trepó por la torreta y saltó al interior de la escotilla, a las entrañas de aquella bestia de acero.

Se topó con los rostros estupefactos de los dos técnicos de los Freedom Fighters que estaban a cargo de la Supernova.

—¡Fuera! ¡Ahora! —les gritó apuntando con el MP5 a sus narices.

Los dos técnicos corrieron a la escalerilla y salieron por la escotilla, cerrándola tras de sí. Race subió y la cerró por dentro. De repente se encontró solo en el centro de mando del carro de combate.

Solo él… y la Supernova.

Todo aquello empezaba a parecerle un terrible
déjà vu
.

Notó el bulto del móvil en su bolsillo trasero y lo sacó.

—Agente del FBI, ¿sigue usted ahí? —dijo.

John—Paul Demonaco corrió a responderle.

—Estoy aquí, señor Race —dijo con rapidez.

—¿Cómo dijo que se llamaba? —dijo la voz de Race.

Otro de los agentes dijo:

—Según el equipo de rastreo… Pero, ¿qué demonios…? Dice que la llamada se está haciendo desde Perú… y que están a casi siete mil metros del suelo.

—Mi nombre es Demonaco —dijo Demonaco—. Agente especial John—Paul Demonaco. Ahora escúcheme con atención, señor Race. Quienquiera que sea, tiene que salir de ahí. La gente con la que se encuentra es muy peligrosa.

No me digas, Sherlock.

—Ya… —le respondió la voz de Race.

—Pero me temo que salir de aquí no es una opción —dijo Race por el teléfono. Mientras hablaba, sin embargo, vio la cuenta atrás de la Supernova.

00.02.01

06.02.00

00.01.59

—Oh, no, debe de tratarse de una broma —dijo—. Esto no es justo.

—Profesor Race, ¡salga ahora mismo del tanque! —retumbó de repente una voz por los altavoces situados en la zona de carga. Era la voz de Copeland.

Race observó por la mira del artillero del gigantesco vehículo y vio a Copeland en la pasarela, al final de la zona de carga, sosteniendo un micrófono.

El viento soplaba con fuerza en el interior. La rampa de carga seguía abierta.

Race observó el interior del tanque.

La Supernova ocupaba toda la parte media del centro de mando. Encima de él, vio la escotilla de entrada. Más adelante estaban los controles para disparar el cañón de ciento cinco milímetros y debajo, medio escondidos en el suelo, en el centro de la parte delantera del tanque, vio un asiento acolchado y la palanca de dirección: los controles de manejo del tanque.

Había algo muy extraño en ellos, sin embargo. La parte superior del asiento del conductor prácticamente tocaba el techo.

Y entonces Race cayó en la cuenta.

En un tanque como este, el conductor conducía asomando la cabeza por una pequeña escotilla situada encima del asiento.

Race sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda.

¡Había otra escotilla delante!

Corrió hacia la parte delantera del tanque, al asiento del conductor, y alzó la vista al momento para ver si era verdad. Había otra escotilla. Y estaba abierta.

Y, a horcajadas y apuntando con una Calicó a la cabeza de Race, estaba Earl Bittiker.

—¿Quién demonios eres? —preguntó lentamente Bittiker.

—Mi nombre es William Race —dijo Race mirando por la escotilla a Bittiker. Su mente trabajaba a un ritmo frenético para intentar hallar un modo de escapar de allí.

Un segundo, había una posibilidad…

—Soy profesor de lenguas antiguas en la Universidad de Nueva York —dijo rápidamente para que Bittiker siguiera hablando.

—¿Un profesor? —le soltó Bittiker—. ¡Pero qué coño…!

Race se figuró que, desde donde se encontraba, Bittiker no podía ver sus manos, por lo que no podía ver que Race estaba palpando los controles de dirección del tanque.

—Dígame, cerebrito, ¿qué pensaba conseguir viniendo aquí?

—Pensé que podría desactivar la Supernova. Ya sabe, salvar el mundo.

Race seguía toqueteando los controles.

Maldita sea, tiene que estar por aquí
.

—¿De verdad creías que podrías desactivar la bomba?

Aquí está.

Race alzó la vista y miró a Bittiker con ojos severos.

—Mientras me quede un segundo, voy a intentar desactivar esa bomba.

—¿Hablas en serio?

—Sí —dijo Race—. Porque ya lo he hecho antes.

En ese momento y sin que Bittiker lo viera, Race apretó con el pulgar un botón de goma que había encontrado bajo la columna de dirección del Abrams. Un botón de goma con el que contaban todos los vehículos de campo fabricados en Estados Unidos.

¡Bruuum
!

Inmediatamente, el monstruoso motor Avco-Lycoming del tanque cobró vida. La vibración de tan poderoso motor retumbó por toda la zona de carga del avión.

Bittiker perdió el equilibrio. En la pasarela situada delante del tanque, Troy Copeland también contemplaba la escena, estupefacto.

Dentro de la escotilla del conductor, Race buscaba algo con lo que pudiera…

Oh, esto valdría.

Encontró una especie de palanca con un pulsador que tenía escritas las palabras «Arma principal».

Race agarró la palanca, apretó el pulsador y rogó a Dios por que el cañón del Abrams estuviera cargado.

Vaya si lo estaba.

El estruendo del cañón de ciento cinco milímetros del tanque en el interior del Antonov fue quizá el más atronador que Race había escuchado en su vida.

Todo el avión se convulsionó con violencia cuando el cañón comenzó a disparar.

El proyectil del cañón impactó en el avión como si de un asteroide se tratara. Primero impactó en la cabeza de Troy Copeland, arrancándola de cuajo en un corte limpio como una bala arrancaría la cabeza de una Barbie. Decapitó a Copeland en un nanosegundo. Su cuerpo, ya sin cabeza, permaneció en pie durante unos instantes.

Pero el proyectil siguió su trayectoria.

Golpeó la pared de acero situada tras el cuerpo de Copeland, alcanzando el compartimiento de pasajeros del Antonov hasta impactar a gran velocidad en las paredes de la cabina de mando, explotando en el pecho del piloto antes de hacer que el parabrisas del avión estallara en mil pedazos.

Con su piloto muerto, y bien muerto, el Antonov comenzó a ladearse y a descender en picado.

El caos se apoderó de la zona de carga. Race vio el daño que había causado y adonde se dirigía el avión.

Mientras me quede un segundo, voy a intentar desactivar esa bomba.

Bittiker seguía en el tanque y todavía tenía la Calicó en su poder, pero el disparo del cañón le había hecho perder el equilibrio.

Race hizo chirriar los cambios del tanque, hasta que encontró el que buscaba.

Entonces pisó el acelerador a fondo.

El tanque respondió inmediatamente, sus ruedas con tracción volvieron a la vida y la enorme bestia de acero salió disparada como un coche de carreras. El problema es que salió marcha atrás, por la rampa de carga, cayendo a cielo abierto.

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