El templo (63 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Roa asintió.

—Lo haremos, Elegido. Lo haremos.

—Si me lo permite, señor —dijo Race—, hay una cosa más que tengo que hacer aquí y, para hacerla, necesito usar el ídolo.

La tribu de indígenas se reunió en el sendero en espiral que rodeaba la torre de piedra.

La noche había caído y todos se habían rociado de orina de mono.

Los
rapas
, dijo Márquez, incapaces de volver a su guarida en el interior del templo, se habían escondido durante el día en las sombras de la base del cráter.

Race se encontraba en el sendero en espiral, mirando al abismo que anteriormente cruzaba el puente de cuerda.

El puente de cuerda seguía pegado a la pared de la torre, en el mismo lugar donde los nazis lo habían dejado cuando lo soltaron de los contrafuertes hacía ya veinticuatro horas.

Uno de los trepadores más hábiles de Roa, que se había rociado a conciencia con la orina de mono, fue enviado a la base del cañón, desde donde comenzó a trepar por la pared casi vertical de la torre.

Tras unos instantes, llegó a una de las cuerdas que colgaban del extremo del puente. La ató a otra cuerda que sostenían los indígenas situados en el sendero en espiral y a continuación estos tiraron de la cuerda hacia sí.

Colocaron de nuevo el puente de cuerda en su sitio.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le dijo Renée a Race mientras este observaba la parte superior de la torre.

—Hay una forma de salir de ese templo —dijo—. Renco la encontró. Yo también lo haré.

A continuación, con el ídolo en una mano, una antorcha en la otra y una cartera de cuero colgada del hombro, Race encabezó la marcha por el puente colgante.

Un grupo de diez de los guerreros más fuertes de Roa lo siguieron, portando cada uno de ellos una antorcha.

Una vez todos estuvieron en la torre de piedra, Race los condujo hasta el claro situado delante del templo. Allí sacó una vejiga de animal llena de agua de su cartera de cuero y mojó el ídolo.

El ídolo comenzó a emitir su zumbido al instante. Un sonido puro e hipnotizador que cortó el aire como si de un cuchillo se tratara.

En cuestión de minutos el primer
rapa
llegó al claro. Después un segundo, luego un tercero.

Los enormes felinos negros se congregaron alrededor del claro, formando un amplio círculo a su alrededor.

Race contó doce en total.

Volvió a mojar el ídolo y este emitió su tono armónico con energías renovadas.

A continuación dio un paso adelante y entró en el templo.

Diez peldaños y la más absoluta oscuridad lo rodeó.

Los
rapas
, grandes, negros y amenazadores, lo siguieron al interior del templo, bloqueando la luz de la luna que anteriormente penetraba en él.

Una vez todos los felinos estuvieron dentro del templo, los diez guerreros indígenas comenzaron a empujar la roca tal como Race les había dicho que hicieran.

La enorme piedra chirrió con fuerza cuando fue empujada lentamente a su lugar.

Race observó cómo esta se iba moviendo desde el interior del templo. Poco a poco, toda la luz de la luna del exterior fue reemplazada por la sombra de la enorme roca y después, con un ruido sordo final, la roca dejó de moverse.

Ahora tapaba todo el portal, sellándolo por completo y encerrando a William Race dentro del templo con la manada de feroces
rapas
.

Oscuridad.

Una oscuridad total, a excepción del parpadeante destello naranja de la antorcha.

Las paredes del túnel a su alrededor brillaban de la humedad. Race pudo oír un goteo incesante proveniente de algún lugar de las entrañas del templo.

Aquello debería resultarle aterrador, pero, curiosamente, Race no tenía miedo. Después de todo lo que había pasado, había pocas cosas ya que lo pudieran asustar.

Los doce
rapas
, visiones maléficas a la luz de la antorcha, miraban extasiados el ídolo que Race tenía en la mano.

Race alzó la antorcha por encima de la cabeza y bajó por el túnel en espiral situado al final de las escaleras. A la derecha, el túnel giraba formando una curva descendente. Las paredes que lo flanqueaban estaban llenas de pequeños nichos.

Race pasó al lado del nicho que había visto la última vez que había estado dentro del templo y vio el esqueleto destrozado con el cráneo hundido que allí yacía. El esqueleto que él había supuesto que era Renco y que ahora sabía que era el malvado anciano conquistador que había arrebatado a Renco su colgante con la esmeralda.

Llegó al final del pasillo en espiral y vio un largo túnel que se extendía en línea recta ante sus ojos. Era el túnel en el que von Dirksen y sus hombres habían encontrado su espeluznante final.

Los
rapas
surgieron de la rampa tras él, silenciosos, amenazadores, ominosos. Apenas si hacían un sonido mientras bajaban por el pasillo a hurtadillas con sus zarpas acolchadas.

Al final del túnel, Race se encontró con un enorme agujero situado en el suelo. Era cuadrado, medía unos cuatro metros y medio de ancho y ocupaba todo el túnel que se extendía ante él.

De él salía uno de los olores más repugnantes que había olido en mucho, mucho tiempo.

Se estremeció ante ese hedor y contempló el agujero del suelo que tenía delante.

En el extremo más alejado no vio nada más que pared (una pared de piedra sólida) y dentro del agujero tan solo una oscuridad impenetrable.

Justo entonces, sin embargo, vio una serie de manos y pisadas que habían sido talladas en la pared derecha del agujero. Habían sido talladas una sobre otra de forma que conformaban un mecanismo similar al de una escalera que podía utilizarse para descender al agujero.

Tras volver a empapar al ídolo de agua, Race se colocó la llameante antorcha en la boca y, valiéndose de los puntos de apoyo para manos y pies tallados en la pared, comenzó a descender lentamente por el pestilente y oscuro agujero.

Los
rapas
lo siguieron, pero ellos no se molestaron en usar los puntos de apoyo. Usaron sus zarpas, afiladas como guadañas, para descender por las paredes del agujero tras él.

Cerca de quince metros después, los pies de Race volvieron a tocar tierra firme.

El hedor pestilente era más fuerte ahí, hasta el punto de resultar insoportable. Olía como a carne podrida.

Race cogió la antorcha de la boca y se alejó de la pared por la que había descendido.

Lo que vio le dejó sin respiración.

Se encontraba delante de una especie de pasillo, una caverna gigantesca excavada en las entrañas de la torre de piedra.

Era espectacular.

Una catedral. Una catedral enorme con paredes de piedra.

Su techo abovedado se alzaba al menos a quince metros del suelo; desaparecía en la oscuridad. Estaba sujeto por unas columnas de piedra que habían sido esculpidas de la roca. Un suelo de piedra plano se extendía ante Race. Este también desaparecía entre las sombras.

Las paredes de la catedral eran, sin embargo, lo más impactante.

Estaban repletas de tallas primitivas y pictogramas similares a los que adornaban el exterior del portal del templo.

Había dibujos de
rapas
; dibujos de personas; dibujos de
rapas
asesinando a personas, desmembrándolos, arrancándoles la cabeza. En algunas de las tallas, los humanos que gritaban agonizantes por los ataques de los
rapas
seguían saqueando el templo a pesar de estar moribundos.

Avaricia desmedida, incluso a las puertas de la muerte.

Intercalados entre las tallas de las paredes, vio una serie de nichos que habían sido tallados con la forma de las cabezas de los
rapas
.

Gruesas telarañas cubrían cada nicho de forma que parecía que se hubiesen colocado cortinas grises transparentes sobre las fauces de los
rapas
tallados.

Race se acercó a uno de los nichos y retiró la telaraña que tapaba el morro del
rapa
.

Sus ojos se abrieron como platos.

Habían tallado un pequeño podio dentro de las fauces del
rapa
. En él se encontraba una reluciente estatua de oro con la forma de un hombre grueso con una enorme erección.

—Madre mía… —murmuró mientras contemplaba la estatua.

Observó el pasillo a su alrededor. Debía de haber cerca de cuarenta nichos como ese en las paredes. Y si había un objeto en cada uno de semejante valor…

Era el tesoro de Solón.

Race miró el nicho de ornamentación profusa que tenía ante sí y observó la cabeza del
rapa
que gruñía con sus fauces abiertas.

Era como si la persona que construyó ese templo estuviera retando al codicioso aventurero a meter la mano dentro de la boca del felino para coger el tesoro.

Pero Race no quería ningún tesoro.

Quería ir a casa.

Se alejó de tan aterrador nicho y se adentró al centro de la enorme catedral de piedra portando consigo su antorcha.

Fue entonces cuando vio de dónde provenía el hedor que había asaltado su sentido del olfato.

—Dios mío… —murmuró.

Estaba en el lado más alejado de la catedral y era enorme.

Una pila de cuerpos, una enorme y repugnante montaña de cuerpos.

Cuerpos humanos.

Debía de haber al menos un centenar de ellos, y se encontraban en distintas fases de descomposición. La sangre caía por las paredes en cantidades tan ingentes que parecía como si alguien las hubiese pintado con ella.

Algunos de los cuerpos estaban desnudos, otros parcialmente vestidos, a algunos les habían arrancado la cabeza, a otros los brazos, otros tenían el pecho abierto en canal. Había huesos ensangrentados desparramados por el suelo; de algunos de ellos colgaban trozos de carne.

Para mayor horror, Race reconoció algunos de los cuerpos.

El capitán Scott, Chucky Wilson, Tex Reichart, el general alemán, Kolb. Hasta vio el cuerpo de
Buzz
Cochrane boca abajo en la pila. Parecía como si hubieran mordisqueado la mitad inferior de su torso.

Curiosamente, sin embargo, Race vio un gran número de cuerpos de piel aceitunada en la pila.

Indígenas.

Entonces, de repente, vio un pequeño agujero en la pared situada tras la truculenta montaña de cuerpos.

Tenía una forma circular y debía de medir unos setenta y cinco centímetros de diámetro, la anchura de un hombre con unas buenas espaldas.

Race recordó inmediatamente haber visto una piedra similar en la superficie anteriormente, en el sendero que había tras el templo, una extraña piedra redonda entre todas aquellas piedras cuadradas, una piedra que parecía haber sido colocada en una especie de agujero cilíndrico.

Oh no
, pensó Race cayendo en la cuenta.

No era un agujero.

Era un conducto.

Un conducto que comenzaba en la superficie y terminaba ahí, en la enorme catedral de piedra.

Y, en un instante, la pregunta de cómo habían sobrevivido los
rapas
durante cuatrocientos años en el interior del templo obtuvo su respuesta.

Race recordó las palabras de Miguel Márquez: «Si no hubiese sobrevivido a su encuentro con el caimán, sus amigos habrían servido de sacrificio a los
rapas
».

Sacrificio a los
rapas
.

Race observó horrorizado el agujero circular de la pared.

Era un pozo de sacrificios.

Un pozo en el que los indígenas de la aldea lanzaban sus ofrendas a los
rapas
.

Ofrendas humanas.

Sacrificios humanos.

Entre los que se incluía también a su propia gente.

Pero probablemente no terminara aquí, pensó Race mientras observaba el exorbitante número de cuerpos de piel aceitunada que yacían en la montaña de cuerpos.

Los indígenas probablemente también tirarían a sus muertos, y a sus enemigos muertos, como otra forma de aplacar a los
rapas
.

Y, en épocas de escasez, se imaginó Race, los
rapas
probablemente se comerían entre sí.

Justo entonces vio a cinco
rapas
más tumbados en el suelo de piedra, detrás de la pila de cuerpos, al lado de un pequeño agujero cuadrado que había en el suelo.

Los cinco
rapas
lo estaban mirando, hipnotizados por el zumbido constante del ídolo empapado en agua.

Delante de ellos había unos diez pequeños felinos (crías, cachorros de
rapas
) del tamaño de un cachorro de tigre. También miraban a Race. Parecía como si todos hubiesen dejado de hacer lo que estaban haciendo tan pronto habían escuchado el hipnotizante zumbido del ídolo.

Dios santo
, pensó Race,
aquí abajo hay una auténtica comunidad. Una comunidad de rapas
.

Vamos, Will, sigue adelante.

De acuerdo.

Race sacó entonces algo de la cartera de cuero que colgaba de su hombro.

El ídolo falso.

Race dejó el ídolo falso en el suelo, a los pies del agujero cuadrado que había en la catedral, de forma que cualquiera que entrase en el templo lo viera inmediatamente.

No lo sabía con certeza, pero se imaginaba que eso era exactamente lo que Renco había hecho cuatrocientos años atrás.

De
acuerdo
, pensó, es
hora de salir de aquí
.

Race vio el agujero más pequeño que había al lado de los cinco
rapas
hembra y sus cachorros y se imaginó que su mejor opción, aparte de trepar hasta el conducto de sacrificios y esperar que alguien lo abriera desde fuera, era seguir bajando.

Y entonces, con el ídolo auténtico (que seguía emitiendo su melodioso zumbido) en sus manos, sorteó con cuidado a los cinco
rapas
hembras y sus cachorros y se dirigió al pequeño agujero cuadrado que había en el suelo junto a ellos.

Miró el agujero.

Debía de medir un metro ochenta por un metro ochenta y desaparecía en vertical bajo el suelo de piedra. Al igual que el agujero más grande por el que había bajado anteriormente, también tenía tallas de manos y pies en sus muros verticales.

Qué demonios
, pensó Race.

Con la antorcha firmemente sujeta en la boca una vez más y el ídolo empapado en agua dentro de la cartera, Race descendió por el estrecho hueco.

Tras cerca de un minuto, perdió de vista la abertura del agujero. De ahí en adelante, a excepción de la parpadeante luz naranja que iluminaba a su alrededor, solo lo rodeaba una oscuridad impenetrable.

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