El templo (59 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Por el altavoz de uno de los helicópteros se escuchó una voz. Era la voz de un hombre que hablaba en inglés.

—Black Hawk del Ejército, están avisados. Les estamos apuntando con nuestros misiles. Aterricen inmediatamente. Repito, aterricen inmediatamente y prepárense para entregarnos el ídolo. Si no aterrizan inmediatamente, haremos pedazos su helicóptero en el aire y lo recogeremos de entre los restos.

Nash y Marty se miraron. Lauren y Copeland hicieron lo mismo.

—No mienten con lo de los misiles, señor —dij o el piloto volviéndose hacia Nash.

—Bájenos —dijo Nash.

Flanqueado por los dos Black Hawks negros, el helicóptero de Nash descendió lentamente a tierra.

Los tres helicópteros llegaron al suelo a la vez. Apenas el helicóptero del Ejército tocó el terreno embarrado, se volvió a escucharla voz de los altavoces.

—Ahora salgan del helicóptero con las manos en alto.

Nash, Lauren, Copeland y Marty así lo hicieron, acompañados por el piloto del helicóptero.

Race y los demás observaban sobrecogidos la escena desde la seguridad de su todoterreno.

Race no podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Era como una de esas fábulas en que el pez grande se come al pequeño, solo para, instantes después, ser comido por un pez aún más grande.

Todo apuntaba a que Frank Nash se acababa de encontrar con un pez más grande que él.

—¿Quién demonios son esos tipos? —preguntó Doogie.

—Supongo… —dijo Renée. Una gasa le cubría el hombro herido— que son los responsables del asalto en las oficinas de la DARPA dos días atrás. El asalto en el que se robó la Supernova de la Armada.

En la otra punta del continente, el agente especial John-Paul Demonaco y el comandante Tom Mitchell se encontraban sentados en el mugriento apartamento de
Bluey
James esperando a que sonara el teléfono. Estaban esperando la llamada que indicara a Bluey que mandase el VCD con el mensaje de Bittiker a todas las cadenas de televisión. Naturalmente, el teléfono de Bluey había sido pinchado y había un equipo de rastreo del FBI listo para averiguar la procedencia de la llamada.

Alguien llamó a la puerta.

Mitchell la abrió. Tras ella había dos agentes de la Unidad Antiterrorista Nacional para la que Demonaco trabajaba. Un hombre y una mujer, los dos jóvenes, de unos treinta y tantos años.

—¿Qué tenemos? —dijo Demonaco.

—Hemos investigado a Henry Norton —dijo la agente—, el tipo cuyas llaves tarjeta y códigos fueron empleados en el robo. Nuestras investigaciones han confirmado que no tenía contactos conocidos con paramilitares.

—Entonces, ¿con quién trabajaba? ¿Quién ha podido verle introducir los códigos y después pasárselos a alguien?

—Según parece trabajaba codo con codo con un tipo llamado Martin Race, Martin Eric Race. Era uno de los miembros de la DARPA que trabajaban en el proyecto, el ingeniero de diseño del sistema de encendido.

—Pero también lo hemos investigado —dijo el agente.

—Y está limpio. No tiene ningún vínculo con las milicias, ni siquiera se le conocen contactos con ningún grupo extremista. Hasta está casado con una científica que ocupa un puesto importante en el Ejército llamada Lauren O'Connor. Técnicamente, es comandante, pero no tiene experiencia en combate. El rango es puramente honorario. Race y O'Connor se casaron a finales de 1997. No tienen hijos. Nada discordante en apariencia. Pero…

—¿Pero qué?

—Pero hace exactamente tres semanas, su tarjeta de control electrónico saltó. Había sido vista saliendo de un motel en Gainesville con este hombre. —El agente le pasó una foto en blanco y negro de ocho por diez de un hombre que salía de una habitación del motel—. Troy Copeland. También comandante de la División de Proyectos Especiales del Ejército. Parece que la señora O'Connor ha tenido una aventura con el señor Copeland durante este último mes.

—¿Y…? —preguntó Demonaco expectante.

—Copeland estuvo el año pasado bajo vigilancia, pues se sospechaba que pasaba los códigos de seguridad del Ejército a ciertos grupos de milicias, uno de los cuales, espere a oírlo, es el Ejército Republicano de Texas.

»Pero, dado que la aventura parece haber empezado este último mes —dijo la agente—, la DARPA probablemente no haya comprobado los informes de seguimiento.

Demonaco suspiró.

—Y el Ejército y la Armada tampoco es que sean amigos íntimos que digamos. Llevan años sacándose los ojos. —Se volvió—. ¿Comandante Mitchell?

—Sí.

—¿Tiene el Ejército una Supernova?

—Supuestamente no.

—Responda a mi pregunta.

—Creemos que están trabajando en una, sí.

—¿Es posible, entonces —dijo Demonaco—, que esta mujer, O'Connor, engañara a su marido para que le pasara códigos secretos de la DARPA a ella y al Ejército, y después se los dijera a su amante Copeland sin saber que este se los estaba dando al Ejército Republicano de Texas?

—Eso es lo que pensamos —dijo el agente.

—¡Maldición!

Con el Espíritu del Pueblo en sus manos, Frank Nash salió del Black Hawk II. Lauren, Marty, Copeland y el piloto hicieron lo mismo.

Los rotores de los dos Black Hawks negros que habían aterrizado a ambos lados del helicóptero del Ejército seguían moviéndose lentamente.

—¡Aléjense del helicóptero! —gritó la voz por los altavoces.

Nash y los demás se alejaron.

Un instante después, otro rastro de humo recorrió el cielo a gran velocidad desde uno de los Black Hawk negros. El misil impactó en el helicóptero del Ejército, haciéndolo añicos.

Nash se estremeció.

Un largo silencio se apoderó de la escena. Tan solo se oía el sonido rítmico de los rotores que seguían en funcionamiento.

Cerca de un minuto después, un hombre bajó del helicóptero negro más cercano.

Estaba vestido con uniforme de combate (botas, cinchas…) y llevaba en su mano izquierda una pistola semiautomática con un aspecto un tanto extraño.

Era una pistola negra bastante grande, más grande que la famosa IMI Desert Eagle, la pistola semiautomática de mayor producción mundial. Esta pistola, sin embargo, tenía un mango macizo y una placa inusualmente larga que se extendía por todo el cañón.

Nash la reconoció al instante.

No era una pistola semiautomática. Era una pistola Calicó rara y muy cara, la única pistola realmente automática del mundo. Apretabas el gatillo y una ráfaga de disparos salía del cañón. Al igual que un M-16, la Calicó podía ajustarse para disparar tres ráfagas de disparos o ponerla en modo automático. Pero independientemente del modo que se usara, el resultado era el mismo. Si disparabas a alguien con una Calicó, le abrías en canal.

El hombre que sostenía la Calicó se acercó a Nash mientras los hombres que estaban en el helicóptero de detrás apuntaban con sus M-16 a los demás.

El hombre extendió el brazo.

—El ídolo, por favor —dijo.

Nash lo observó unos instantes. Era un hombre de mediana edad, pero estaba muy delgado, demacrado, con brazos musculosos y nervudos. Tenía un rostro marcado y rubicundo, y estaba plagado de cicatrices. Un mechón de pelo rubio fino caía hasta sus ojos, unos ojos azules que rebosaban odio.

Nash no le pasó el ídolo.

Fue entonces cuando el hombre levantó con tranquilidad la Calicó y voló en pedazos la cabeza del piloto del Ejército con una ráfaga de tres disparos.

—El ídolo, por favor —repitió el hombre.

Nash se lo dio a regañadientes.

—Gracias, coronel —dijo el hombre.

—¿Quién es usted? —preguntó Nash.

El hombre ladeó la cabeza ligeramente a un lado. Entonces, lentamente, la comisura de sus labios se tornó en una sonrisa desdeñosa.

—Mi nombre es Earl Bittiker —dijo.

—¿Y quién cono es Earl Bittiker? —resopló Nash.

El hombre sonrió de nuevo. La misma sonrisa altanera.

—Soy el hombre que va a destruir el mundo.

Race, Renée, Gaby y Doogie estaban mirando por las ventanillas del todoterreno, testigos del drama que se estaba desarrollando fuera.

—¿Cómo han sabido llegar hasta aquí? —dijo Renée—. No puede haber otra copia del manuscrito ahí fuera.

—No. No hay más copias —dijo Race—. Pero creo saber cómo lo hicieron.

Miró alrededor del todoterreno. Estaba buscando algo. Algunos segundos después, lo encontró. Era el portátil de la BKA. Lo encendió. En unos segundos apareció una pantalla ya familiar, escrita en alemán.

Era la pantalla que habían visto ayer, antes de que los nazis llegaran, la que mostraba cada señal de comunicación que había sido recibida por el equipo peruano de la BKA.

Race vio al instante la línea que estaba buscando.

la línea segundA:

2 4.1.99 1950 FUENTE EXT FIRMA SEÑAL UHF

—Doogie —dijo—. Ayer dijiste algo de una señal UHF. ¿De qué se trata exactamente?

—Es una señal de búsqueda estándar. Envié una al equipo aéreo ayer, para que supieran dónde recogernos.

Renée señaló a la pantalla.

—Pero esta señal UHF fue enviada hace dos días, el 4 de enero a las 19.50. Eso fue bastante antes de que mi equipo llegara aquí.

—Correcto —dijo Race—. Y la hora a la que fue enviada es importante.

—¿Por qué? —preguntó Doogie.

—Porque exactamente a las 19.45 de nuestra primera noche aquí, Lauren usó el detector de resonancias de nucleótidos para explorar la zona y determinó que había tirio en las inmediaciones de este pueblo. La señal UHF fue enviada exactamente cinco minutos después de que se detectara la presencia del tirio. ¿Y qué estábamos haciendo entonces?

—Estábamos descargando los helicópteros —dijo Doogie encogiéndose de hombros—. Preparando nuestro equipo.

—Exacto —dijo Race—. El momento perfecto para que alguien enviara una señal UHF ya que nadie miraba, una señal que le diría a sus amigos que la presencia de tirio había sido confirmada.

—Pero, ¿quién lo hizo? —preguntó Gaby.

Race asintió con la cabeza al exterior.

—Creo que vamos a averiguarlo.

Earl Bittiker sacó otra pistola Calicó de una funda y se la pasó a Troy Copeland.

—Qué hay, Troy —dijo.

—Me alegro de que hayáis llegado —respondió Copeland, cogiendo la enorme pistola.

El rostro de Lauren se tornó lívido.

—¿Troy? —dijo incrédula.

Copeland le sonrió. Fue una sonrisa cruel, desagradable.

—Deberías tener cuidado de con quién jodes, Lauren, porque esa persona podría estar jodiéndote a ti de otra manera. Aunque imagino que por lo general eres tú la que jode a los demás y no al revés.

El rostro de Lauren se ensombreció.

A su lado, Marty palideció.

—¿Lauren?

Copeland comenzó a reírse entre dientes.

—Marty, Marty, Marty. El pequeño Marty, que vendió a la DARPA para lograr un poco de respeto. Deberías tener más cuidado de a quién dices tu información, amigo. Pero claro, ni siquiera sabías que tu propia mujer se estaba tirando a otro hombre.

Race observaba la escena que se estaba desarrollando en el exterior con todo su cuerpo en tensión.

Podía escuchar lo que Copeland le estaba diciendo a Marty, cómo lo estaba humillando.

—A ella también le gustaba —dijo Copeland—. Lo cierto es que no se me ocurren muchas cosas que me gusten más que escuchar a tu mujer gritar mientras tiene un orgasmo.

El rostro de Marty enrojecía por momentos, tanto de la ira como de la humillación.

—Te mataré —gruñó.

—No lo creo —dijo Copeland. Apretó el gatillo de la Calicó y disparó una ráfaga de balas al abdomen de Marty.

A Race casi se le sale el corazón al escuchar el disparo del arma.

La camisa de Marty quedó hecha jirones por el disparo. Su estómago se tornó en una masa roja. Race vio cómo su cuerpo se golpeaba contra el suelo.

—Marty… —susurró.

En la calle principal, Copeland apuntó a continuación con la pistola a Lauren, mientras Bittiker hacía lo mismo con Frank Nash.

—¿Cómo lo llamaste, Frank? —le dijo Copeland a Nash—. La ley de las consecuencias no deliberadas, grupos terroristas haciéndose con una Supernova. Afrontémoslo, solo veías esta arma como una herramienta para tirarte un farol, un arma que poseías, pero que jamás habrías tenido el coraje de usar. Quizá deberías haberlo pensado de otro modo: no la construyas si no tienes intención de usarla.

Copeland y Bittiker dispararon al mismo tiempo.

Nash y Lauren cayeron juntos, golpeándose contra el terreno embarrado. Lauren murió al instante, el disparo le alcanzó el corazón. Nash, por otro lado, fue alcanzado en el estómago y cayó al suelo gritando de dolor.

Entonces, con el ídolo en su poder, Bittiker y Copeland corrieron a uno de los Black Hawks negros y subieron a bordo.

Los dos helicópteros ascendieron rápidamente. Una vez estuvieron por encima de las copas de los árboles, se inclinaron hacia delante y se marcharon a toda velocidad de Vilcafor, rumbo al sur.

Tan pronto como los helicópteros del Ejército Republicano de Texas se hubieron marchado, Race salió por la ventanilla trasera del todoterreno y corrió a la calle principal. Se arrodilló ante el cuerpo de Marty, que intentaba devolver sus intestinos a su lugar a pesar de lo débil que estaba. La sangre le salía a borbotones de la boca. Cuando Race miró a su hermano a los ojos, solo vio miedo y sobrecogimiento.

—Oh, Will… Will —dijo Marty con los labios temblorosos. Agarró el brazo de Race con la mano manchada de sangre.

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