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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (22 page)

BOOK: El Teorema
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—Al 945 de Amsterdam Avenue —le dijo al conductor. La brusca aceleración del taxi la empujó contra el respaldo del asiento. Nava palpó el arma y cerró los ojos. Estaban a unas cien manzanas del apartamento de Caine. Le quedaban menos de quince minutos para tomar una decisión.

Cuando Caine se acercó a su edificio, vio a un vagabundo tumbado en el portal. El hombre le dio pena, en parte porque Caine sospechaba que él tampoco tardaría en vivir en la calle. Subió los escalones y se agachó para incorporar al hombre y colocarlo boca arriba.

—Eh, amigo, está… —Las palabras murieron en sus labios en cuanto vio el rostro ensangrentado del hombre. Era el suyo. Por un instante Caine sintió que su cordura se alejaba y luego volvía como una goma elástica. No se estaba mirando a sí mismo, sino a Jasper—. Maldita sea Jasper, ¿qué ha pasado?

—Me encontré con uno de tus amigos rusos. —Jasper se limpió la sangre de la nariz—. Por cierto, Vitaly te manda saludos.

—Oh, tío, lo siento.

Caine pasó uno de los brazos de Jasper por encima de su hombro y lo ayudó a caminar hasta la puerta. Metió la llave en la cerradura y de nuevo ayudó a su hermano a subir los escalones, mientras rogaba para sus adentros no encontrarse con más sorpresas en el interior.

En la azotea de un edificio al otro lado de la calle, Nava apartó los prismáticos de visión nocturna mientras Caine ayudaba a un extraño hasta la puerta. Había algo que le llamaba la atención en el desconocido, pero no acababa de saber qué era. La sangre en el rostro le impedía ver las facciones. Cogió la pequeña cámara digital, que también estaba equipada con lentes de visión nocturna, y sacó varias fotos del rostro del desconocido. Ya las analizaría más tarde.

Volvió la atención al trípode que había montado antes. Miró a través del visor, apuntó a una ventana del quinto piso y esperó a que se encendieran las luces. Después de observar el cristal oscuro durante casi un minuto, comenzó a preguntarse si había acertado con el apartamento, pero entonces atisbo un pequeño rayo de luz.

Caine había abierto la puerta y la luz provenía del pasillo. Lo tendría en la mira en cuestión de segundos. Nava tensó los hombros, a la expectativa.

Caine abrió la puerta, encendió las luces y los dos hermanos entraron tambaleándose. Se sujetó en el pomo de la puerta para evitar que ambos cayeran al suelo.

—Venga, Jasper. Ya casi lo hemos conseguido.

Jasper soltó un gruñido y abrió el ojo derecho. Intentó abrir el izquierdo pero fracasó; la hinchazón era tremenda. Apeló al resto de sus fuerzas para dar los últimos pasos y se dejó caer en el sofá. Caine se apoyó en el marco de la puerta y oyó la respiración forzada de su hermano.

En cuanto recuperó el aliento, se acercó a Jasper y le desabrochó la camisa con mucho cuidado para observar las heridas. Tenía un enorme morado en el pecho, pero ninguna costilla rota; era en su rostro donde se habían ensañado.

Todo el ojo izquierdo era una mancha morada y una de las mejillas presentaba diversos cortes con la sangre coagulada. La nariz, hinchada y sucia de sangre, no parecía estar rota. También tenía un chichón en la nuca del tamaño de un huevo.

Caine entró en la pequeña cocina. Llenó un cazo con agua tibia, cogió un rollo de papel y volvió a la sala para limpiar a su hermano. Cuando acabó de limpiarle la sangre, el aspecto de Jasper mejoró sensiblemente. Aún tenía el aspecto de haber librado un asalto con Myke Tyson, pero no parecía que se fuera a morir en los siguientes minutos.

Por un momento pensó en llevarlo a un hospital, pero no había nada que pudiera hacer un médico que no estuviera a su alcance, más allá de recetarle algún calmante. Lo que su hermano necesitaba era dormir toda la noche en lugar de pasarse cinco horas de espera en una sala de urgencias.

—Eh —murmuró Jasper, y Caine dio un respingo al oírlo.

—¿Cómo estás?

—No muy bien, pero probablemente mejor de lo que aparento —respondió Jasper. Se sentó en el sofá e intentó levantarse.

—Eh, ¿adónde te crees que vas? —preguntó Caine, con las manos apoyadas en los hombros de su hermano.

—Al baño, ¿quieres mirar? —replicó Jasper y apartó las manos de su hermano. Sin embargo, al incorporarse, lo único que evitó que cayera de bruces fue sujetarse de nuevo al brazo de su hermano.

—¿Qué te parece si te ayudo a llegar? —sugirió Caine.

—Pues no te diré que no.

Caine esperó junto a la puerta del baño. Jasper no tardó en reaparecer. Aún tenía un aspecto horrible, pero al menos sonreía o intentaba hacerlo.

—Acabo de mirarme al espejo y he cambiado de opinión; me siento tal y como aparento. —Jasper se tocó con mucho cuidado el chichón en la nuca—. ¿Tienes algún medicamento bueno?

Caine sacudió la cabeza.

—No tengo nada más fuerte que la aspirina. A menos que quieras probar una de las pastillas experimentales.

—Me quedo con las aspirinas.

—Sabia decisión. —Caine entró en el baño—. ¿Cuántas quieres? —preguntó y le mostró el envase.

—¿Cuántas tienes?

Caine cogió cuatro y Jasper se las tragó a palo seco, como un profesional. Caine lo acompañó hasta el sofá y se sentaron.

—¿Te importaría decirme en qué lío te has metido esta noche? —preguntó Jasper.

—Nada de lo que no pueda salir —respondió Caine, con la ilusión de que sus palabras dieran una impresión de seguridad que no sentía.

—Supongo que por eso el ruso me ha hecho una cara nueva.

—Te confundió conmigo, ¿verdad?

—Sí.

Caine se miró las manos, sin saber muy bien cómo formular la próxima pregunta:

—¿Mencionó por qué quería darme una paliza?

—Dijo algo sobre que no te juntaras con los amarillos.

—¡Mierda! —No podía creer que Nikolaev hubiese podido enterarse tan pronto de lo de la partida en el garito de Billy Wong. Algún jugador tendría que haberle dado el chivatazo—. Caray, lo siento, tío.

Jasper descartó la disculpa con un ademán.

—No fue tu intención que ocurriera.

—Sí, pero aun así… Quizá lo mejor para ti sería marcharte de la ciudad durante un tiempo. Nueva York no es precisamente el lugar más seguro para mí en estos días, ni para las personas que se me parezcan.

—Eso mismo estaba pensando. Me marcharé a Filadelfia mañana. —Jasper se rascó la nariz con mucho cuidado—. ¿Por qué no vienes conmigo?

—Me gustaría, pero necesito quedarme para los análisis del doctor Kumar. Por lo que parece, el nuevo medicamento contra los ataques funciona.

Jasper negó con la cabeza.

—Tienes que irte de la ciudad.

—No puedo. —Caine se levantó del sofá. Se pasó las manos por el pelo—. No tendré una vida normal hasta que no consiga controlar los ataques. Ésta es mi última oportunidad.

—Tampoco tendrás una vida si ese tipo te mata.

—Vaya, no se me había ocurrido —replicó Caine.

—Oye, sólo intento ayudarte.

Ninguno de los dos dijo nada por unos momentos. Caine fue quien acabó por romper el silencio.

—Lo siento, Jasper. Es que me siento acorralado. En circunstancias normales encontraría una solución para liquidar la deuda, pero tal como están las cosas con mi salud, para no mencionar… —Caine se interrumpió. No quería hablar de lo ocurrido en el restaurante—. No lo sé. Tengo la sensación de haber perdido el rumbo.

Caine se dejó caer en una silla. De pronto se sentía absolutamente abrumado. Al mirar el rostro maltrecho de su hermano, todo le parecía demasiado real.

—Vamos a dormir —dijo Jasper. Cerró los ojos y se tumbó en el sofá—. Quién sabe… ojalá consigas la respuesta en tus sueños. Cosas más extrañas han pasado.

—Sí —asintió Caine, y recordó lo sucedido en el restaurante—. Así es.

Capítulo 14

Después de oír los sonidos de la respiración profunda del sueño, Nava se quitó los auriculares y comenzó a desmontar el micrófono direccional mientras pensaba en lo que haría a partir de entonces. Podía esperar a que los dos hombres salieran del apartamento, pero aún quedaban cuatro horas hasta el amanecer.

Consideró la posibilidad de dormir un poco y reanudar la vigilancia al amanecer, pero había algo que la preocupaba. Tenía el presentimiento de que la identidad del amigo de Caine era importante. Así que en lugar de regresar a su apartamento, fue al laboratorio una vez más.

En cuanto se sentó delante del ordenador, cargó las imágenes digitales del desconocido. Eran nueve en total, tomadas de ángulos un tanto diferentes, dado que el hombre se había movido mientras Nava sacaba las fotos. Amplió la imagen de la cara en cada una de las fotos, pero las imágenes eran oscuras, borrosas y distorsionadas.

Apretó unas cuantas teclas y el programa de identificación fácil realizó su magia; las nueve fotografías individuales se fundieron en una única imagen tridimensional del rostro del hombre. Poco a poco, la nariz fue tomando forma, y luego los ojos y la estructura de los huesos. Uno de los ojos estaba muy hinchado, el rostro aparecía bañado en sangre. Apretó unas cuantas teclas más y desapareció la sangre, reemplazada por un color de piel idéntico al resto de la cara. Comenzaba a parecerse a alguien conocido.

Eliminó el ojo hinchado y lo sustituyó con la imagen invertida del derecho. A continuación afinó la nariz deformada. Cuando acabó, hizo girar el rostro para tenerlo de frente. Durante unos segundos creyó que había cometido un error, pero después de una rápida verificación, comprendió que no. El hombre era la copia exacta de David Caine.

Entonces cayó en la cuenta. Buscó el archivo de Caine y allí estaba, claro como la luz del día: un hermano gemelo. Nava pensó rápidamente en cómo podía aprovechar esa inesperada información en su propio beneficio. Dudaba que Grimes hubiese leído el archivo con la atención necesaria para fijarse en que David Caine tenía un hermano gemelo. Si estaba en un error, descubrirían su subterfugio de inmediato. Pero si estaba en lo cierto…

Tenía que tomar una decisión: esperar y probablemente perder la iniciativa, o moverse y arriesgarse a que la descubrieran. En situaciones como ésa, siempre confiaba en su intuición. Tal como lo veía, todas las elecciones podían tener consecuencias negativas: el truco consistía en analizar los riesgos y minimizarlos. No había manera de eliminarlos, al menos no del todo.

Nava decidió que debía actuar.

A pesar de que no tenía la autorización para editar un archivo maestro de la ANS, Nava conocía otro camino. Unos pocos meses antes, había sobornado a uno de los analistas de sistemas de la Seguridad Social para que le diera una identificación y una contraseña a fin de crear identidades falsas. Habían pasado casi seis semanas desde que había empleado la contraseña ilícita, pero aún debía de ser válida.

Accedió a la base de datos de la Seguridad Social y pulsó «Entrar». La pantalla se puso negra. Por un momento Nava creyó que habían limpiado el sistema y que su contraseña había sido eliminada. Se imaginó que sonaba una alarma silenciosa, que se abrían las puertas de seguridad y que un pelotón de hombres armados corría hacia su mesa de trabajo. En cambio, la pantalla se iluminó de nuevo y apareció un menú.

Apretó «FIO» para editar los datos en el archivo de la Seguridad Social. Sólo tardó cinco minutos. Cuando acabó, volvió a la base de datos, seleccionó el archivo de Caine y clicó «Actualizar». En la pantalla apareció el icono del reloj de arena mientras buscaba en la base de datos. Al cabo de treinta segundos en la pantalla apareció el archivo actualizado.

Todos los datos eran los mismos con la excepción de un campo. Ya estaba hecho. Si Grimes buscaba la copia de seguridad del archivo que acababa de modificar advertiría el cambio, pero entonces ya no tendría importancia. Para cuando las cosas llegaran a ese punto, ella ya tendría la ventaja inicial que necesitaba. Emprendió el camino de regreso hacia el apartamento de David Caine por segunda vez aquella noche.

Sabía que de una manera u otra, sería la última.

James Forsythe ya no estaba enfadado.

Ahora estaba furioso. La única razón para no matar a Grimes en el acto era que todavía lo necesitaba. Forsythe se obligó a cerrar los ojos hasta que consiguió controlar las emociones. Se concentró en la respiración. Espirar. Inspirar. Espirar. Inspirar.

—¿Se encuentra bien, doctor Jimmy? —preguntó Grimes, mientras que en un gesto inconsciente se escarbaba el oído.

—Doctor Forsythe. FOR-SYTHE —masculló Forsythe y abrió los ojos.

—Sabe que sólo es una broma. —Grimes sonrió—. Escuche, lamento no haberlo despertado anoche, pero no lo sabía.

—¿Crees que no quería que me informaran cuando desapareciera el científico que estábamos vigilando?

—Técnicamente, no ha desaparecido. Otra cosa es que no hayan podido encontrarlo desde que comenzaron la búsqueda.

—Comenzaron la búsqueda hace tres horas, y en tu guardia.

Grimes arrastró sus pies por el suelo.

—Mire, no sé qué quiere que le diga. Lo hecho, hecho está.

Forsythe estaba a punto de responderle cuando comprendió que el muy idiota tenía razón. Ya tendría tiempo para tomarse la revancha.

—Muy bien, de acuerdo. —Forsythe exhaló un suspiro y se reclinó en la silla—. Cuéntame todo lo que sabes. Desde el principio.

Grimes puso en pantalla el archivo y comenzó a leer. «Según el informe de la policía, en algún momento entre las 11 y las 12 de la noche falleció una licenciada en prácticas llamada Julia Pearlman. Al parecer la muchacha saltó desde una ventana del sexto piso. Un vagabundo la encontró desnuda en un contenedor. El forense no ha determinado todavía la causa de la muerte, pero el informe preliminar habla de la columna vertebral seccionada. Hasta ahora lo consideran un caso de suicidio, aunque aún no han descartado que pueda ser un homicidio».

—¿Creen que Tversky puede estar involucrado?

—Quieren hablar con él, dado que la muchacha saltó desde su laboratorio y muchos otros estudiantes han declarado que ella y Tversky a menudo se quedaban a trabajar hasta muy tarde.

Forsythe soltó una exclamación cuando de pronto todas las piezas encajaron.

—Ella era el sujeto Alfa.

—Sí, eso es lo que parece. Recibí una descarga de los archivos de su ordenador cuando borró el disco duro. Estaba probando un compuesto nuevo en la muchacha antes de que muriera. Por lo visto lo había obtenido de un tipo al que había analizado ayer y que tenía las mismas características. Lo llamó «sujeto Beta».

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